Oscar J. Montero: La sabiduría del barbero

Autores | Memoria | 8 de junio de 2021
©Raúl Martínez

Aquí les va ‘La sabiduría del barbero’, fragmento de Azares de lo cubano (Almenara, 2022), libro del gran Oscar J. Montero.

La identificación de José Martí con Cuba y viceversa es nuestra tautología nacional cimera. Ha sido moneda corriente de San Antonio a Maisí desde la instrucción primaria hasta estudios sesudos en diversos frentes. El diario martiano figura entre los puntos de apoyo señeros de esa identificación; es el testimonio de un peregrinaje hacia la muerte heroica, cumplido en la consabida apoteosis. Dos Ríos fue “el cáliz donde cuaja nuestro nacionalismo”, nos decían en el colegio. Sin embargo, en la frontera isleña, Martí se topa con un individuo que se sitúa al margen de la consabida receta nacionalista y la cuestiona sin ambages: el barbero de Cabo Haitiano. Martí le cede la palabra con gusto.


El 3 de marzo, escribe Martí “Me voy a pelar, a la mísera barbería de Martínez (*). De la charla ligera propia del lugar se pasa a una lección sobre la identidad nacional y sus trampas, de resonancia evidente en nuestras preocupaciones actuales. En otros encuentros en el diario, Martí suele parafrasear los comentarios de la gente que conoce en la ruta, con una que otra cita de su parlamento. En cambio, el encuentro en la barbería es un diálogo entre el extranjero curioso y el barbero locuaz. La barbería es “mísera”, pero se aprecia el esfuerzo para engalanarla. El resultado es abigarrado y divertido: “empapelada a retazos, con otros de mugre, y cromos viejos: y en techo muy alto, de listones de lienzo, seis rosas de papel”. El barbero “reluce de limpio, chiquitín y picante”. Martí le pregunta que dónde aprendió su español. En San Thomas, dice Martínez: “Yo era de San Thomas, santomeño”. Martí le sigue el hilo a la afirmación del barbero que ser de San Thomas, y por consecuencia de cualquier lugar, no constituye una identidad permanente: “¿Y ya no lo es usted?”. “No, ahora soy haitiano”, responde Martínez. El barbero remata el diálogo con una crítica mordaz de la identidad nacional, el colonialismo que la fundó y el racismo que la nutre:


Soy hijo de danés, no vale de nada: soy hijo de inglés, no vale de nada:
soy hijo de español, peor: España es la más mala nación que hay en
el mundo. Para hombre de color, nada vale de nada.


Para el barbero ser o no ser de un lugar, el origen que define la identidad nacional, es provisional, cuestión del azar. Se trata de sobrevivir no de izar banderas que no le ponen un centavo en el bolsillo. Intrigado por el argumento del barbero, Martí pregunta con ironía evidente: “¿Conque no quiere ser español?”. El barbero deja las cosas claras con su respuesta: “Ni cubano quiero yo ser, ni puertorriqueño, ni español”. Ese “ser” quiere decir “ser blanco” y el barbero no lo es. Ser de Puerto Rico, dice, vale solo si fuera “blanco español inteligente”. Entonces podría ser gobernador, “con $500 mensuales: si era hijo de Puerto Rico, no”. Martí no añade una palabra al comentario del barbero. Llega a la puerta “una pordiosera”, que el barbero despide: “Todavía no he ganado el primer cobre”.


En medio de la gesta fundadora de nuestra nación, Martí abre un espacio para las contradicciones expuestas por Martínez, “el eterno barbero, con el sombrero de paja echado a la nuca, los rizos perfumados a la frente, y las pantuflas con estrellas y rosas”. Nada más ajeno a la lucha independentista y a la virilidad patriótica encarnada en Martí que el atuendo y las quejas del barbero, para quien la identidad nacional es propiedad y constructo de pillos oportunistas. La barbería, con sus dos espejos, pomadas viejas, “panamás de cinta fina, libros descuadernados, y papelería revuelta”, sugiere el espacio
de una cultura abigarrada y plural, espacio también de una estética destartalada y pretenciosa, que no por eso deja de atraer la mirada del viajero y la nuestra. También hay libros y papeles revueltos, tal vez restos de alguien que lee y escribe.


En una escena cuya estructura atraviesa todo el diario, el “yo” se afirma y se borra en su contacto con los demás. Se impone para distanciarse, para diluirse en los demás y regresar otro. En los nacionalismos monolíticos que tanto culto han rendido a Martí, la ironía picaresca del barbero locuaz ha sido marginal, cuando no inaceptable. Aun menos aceptable a los devotos de Procusto ha sido un sujeto martiano proteico y ambulante, fragmentado y vuelto a armar en la ruta, en contradicción perenne. Frente al barbero locuaz, Martí sabe callar. Después de Dos Ríos, vendrían solemnes actos cívicos, arengas plomizas, desfiles, estatuas. Aquí se pela y deja que hable el otro.

New York, N.Y. 6 de junio, 2021

(*) Diarios. Obras completas (Editorial de Ciencias Sociales, 1976) 19:183-243. En lo adelante, las citas parentéticas de páginas remiten a este volumen.