Revistas: Diáspora(s). Documentos (1997-2002)

Archivo | Diáspora(s) | Revistas | 4 de agosto de 2021
©D(s) 4-5 con portada de Zarza-Guirola

Diáspora(s) Documentos ha de entenderse como la concreción más definida del malestar de un grupo de jóvenes escritores que actuaba y escribía en la frontera de la maquinara cultural del Estado totalitario en Cuba en los años del cambio del siglo XX al XXI. Criminalizada por las leyes del país, tanto por ser la prueba de madurez de una asociación de personas con una proyección pública refractaria al control del gobierno, como por el emplazamiento crítico a los fundamentos simbólicos y discursivos de la cultura nacional que practicaba, sobrevivió bajo el estigma del samizdat en un ambiente de depauperación política entre prometedores aires de perestroika.

Entre 1997 y 2002, con la coordinación de Rolando Sánchez Mejía y Carlos A. Aguilera, se completaron ocho números, dos de ellos dobles. Aunque el conjunto de escritores que nucleó gustaba de autoproclamarse un “no-grupo”, se trató siempre de una publicación pensada y concebida con la intervención de frecuentes habituales, amigos cuyos nombres figuran en los números y en la historiografía posterior bajo el rótulo de Proyecto Diáspora(s). Ellos fueron, además de los mencionados: Rogelio Saunders, Ricardo Alberto Pérez, Pedro Marqués de Armas, Ismael González Castañer, José Manuel Prieto y Radamés Molina.

Los “Documentos” de Diáspora(s) circularon informalmente en los bolsos y mochilas de los escritores y artistas del gremio cultural habanero. Se repartían de modo personal en las presentaciones de libros, lecturas, premiaciones y demás eventos organizados por el circuito oficialista del libro. Para los escasos lectores que tuvo en su momento, aquellos impresos en blanco y negro sobre folio de tamaño carta eran un dispositivo que podía estallar en cualquier momento. Y no era para menos en un medio que había metabolizado ciertos atavismos estéticos y el miedo político. Además de difundir los textos de los autores del grupo, ya de por sí estrambóticos, desmarcados del mainstream del pensamiento literario e irreverentes estéticamente hablando, la revista se presentó desde el principio con un programa-manifiesto que dejaba en claro su identidad iconoclasta y la intención de poner en evidencia la abulia y el atolladero en que presumían a la literatura en Cuba, tras décadas de sometimiento a una política cultural de Estado, accionada por el primado de la ideología comunista.

Diáspora(s) fue la publicación que con mayor vehemencia y resultado canalizó el esplendor del pensamiento posmoderno y las teorías posestructuralistas en auge para finales de los noventa en la isla, en una proyección que apelaba además a presupuestos y gestos de las vanguardias estéticas. De ahí que promovieran y ejercieran una idea de la escritura que tenía el propósito de anular los límites entre las textualidades y los gestos, entre los espacios físicos y los blancos de la página, explotar la intermedialidad y labilidad de los géneros para agostar los bienencabados relatos que se contaban en las aulas académicas, por lo general, también negociados con los burócratas de la cultura.

Las páginas de la revista dieron forma sintáctica a la “maquinaria de guerra” simbólica que el grupo desató contra los acomodos de lo literario y lo poético en los procesos de ontologización de lo nacional y lo “cubano”. Vistos como procesos falsarios para el control endogámico y la eugenesia cultural, los diásporicos expandieron la mirada más allá de las doctrinas nacionales y concitaron autores y poéticas poco publicados o totalmente ignorados por la institución que en gran medida determinaba qué leer y por qué.

Abundan entonces, junto a los textos de los miembros del grupo que no esconden sus simpatías con los materiales que gestionan, traducciones originales de Thomas Bernhard, Gilles Deleuze, Toni Negri, Elias Canetti, Joseph Brodsky, John Cage, Jacques Derrida… Muestran predilección por la poesía de acento neovanguardista o decididamente antilírica, como la de Ernst Jandl, Daniíl Jarms, Jean-Jacques Viton, Haroldo de Campos; o por exponentes de la hibridación estética: Denis Roche, Ror Wolf, Carmelo Bene. Asimismo, y en una línea de disidencia revisionista del lugar en el canon nacional del grupo Orígenes, visibilizan voces como las de Lorenzo García Vega, Virgilio Piñera, Heberto Padilla o Guillermo Cabrera Infante, descartados del programa de expiación de la censura sistémica que las instituciones culturales habían emprendido en los años noventa.

Pero también y a la altura de estos días, la revista ha devenido magma de textos que adquieren la categoría de clásicos recientes de la literatura cubana, muchos sofocados ya por estudiosos y releídos por escritores posteriores. Qué si no son los ensayos “Olvidar Orígenes” y “Orígenes y los ochenta”, de Sánchez Mejía y Marqués de Armas, respectivamente; los pasajes de lo que se convirtió en Teoría del alma china, o el ya célebre poema “Mao”, de Carlos A. Aguilera; las entradas de la Enciclopedia de una vida en Rusia, de José Manuel Prieto. A estos no se debe dejar de añadir las traducciones, artículos, reseñas, notas de escritores fuera del proyecto que con mayor o menor constancia llegaron a las páginas de la revista: entiéndase nombres como Carlos M. Luis, José Kozer, Gerardo Fernández Fe, Antonio José Ponte, Todd Ramón Ochoa, Carmen Paula Bermúdez, Francisco Díaz Solar, entre otros.

La circulación del último número de Diáspora(s) en 2002 coincide con la salida definitiva de Cuba de Carlos A. Aguilera. Había quedado con Pedro Marqués de Armas a cargo de las  gestiones prácticas en la isla, después de que Sánchez Mejías se instalara en Barcelona, apenas lista la primera de las entregas. En realidad, la publicación se hizo siempre en el inbetween del adentro y el exilio, extraterritorial. Desde antes de su lanzamiento, Radamés Molina llevaba años en el exterior, y a Sánchez Mejías lo seguirá en dirección a Europa Rogelio Saunders. Ricardo Alberto Pérez llega a pasar dos años en Brasil mientras colaboraba con las ediciones. José Manuel Prieto se incorporó a la nómina tardíamente desde México. En la isla permanecen Ricardo Alberto Pérez y González Castañer. No se conoce hasta hoy en la cultura cubana manera más elocuente de encarnar una idea de la literatura.

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