Darcy Borrero Batista: Interviú a Tony Argiz / Testimonio Operación Peter Pan

DD.HH. | Memoria | 3 de diciembre de 2021
©Niños cubanos saliendo del aeropuerto de La Habana en 1962

Tony Argiz tenía 9 años cuando subió sin familiares a un avión con destino a Estados Unidos. Sin saberlo, ese 24 de marzo de 1962 se estaba convirtiendo en uno de los 14.000 niños y adolescentes de la Operación Pedro Pan. Vestía un traje con saco que su madre le había mandado a hacer, más un abrigo doblado sobre el antebrazo. Al verlo, el miliciano que lo inspeccionó en la zona del aeropuerto que por su forma llamaban pecera, le dijo: “el saco o el abrigo. Los dos no”. Entonces Tony miró a su madre y ella desde el otro lado del cristal le hizo señales para que tomara el abrigo en lugar del saco. Ella pensaba, por desconocimiento y precaución, que iba a nevar en Florida.

“Mi mamá me dijo que a lo sumo serían 180 días, que eso se tenía que acabar, ‘tú verás que se acaba’, me consoló. Mi padre no tuvo corazón para llevarme al aeropuerto de Rancho Boyeros”, recuerda Argiz 59 años después. “Me habían hecho un traje, tenía mi gusano (un maletín ligero) de solo treinta libras, tres pares de ropa interior. Allí inspeccionaron mi equipaje para ver que no sacara del país algo que ellos no permitieran. Y recuerdo que yo llevaba un guante de pelota que mi padre me había regalado y mi delirio era jugar en las Grandes Ligas. El miliciano me dijo que no necesitaba ese guante, pero hablé con él, le conté que no era un guante cualquiera, que era muy especial para mí, que me dejara llevarlo”.

Lo siguiente para Tony fue el avión: “Mi madre, a última hora, le había pedido a una señora y a su hija que me cuidaran, que yo iba solito y que cuando el avión aterrizara, me entregara a mi hermano. Ojalá supiera su nombre para agradecerle su ayuda”. En el aire, durante el despegue, el niño fue testigo de los gritos de libertad: “Ya cuando el avión levanta, la gente empieza a gritar de la emoción porque era como si saliéramos de una cárcel. Lo último que vi de Cuba, desde arriba, fue una familia en torno a una fogata donde cocinaban con leña. Luego vi el mar”.

En menos de una hora llegaría a su destino, donde lo esperaba su hermano mayor, que le llevaba 19 años. “Mi hermano sale de Cuba en noviembre de 1960 y yo estaba viendo que muchos de los muchachos que empezaron el curso conmigo empezaron a desaparecer porque todo el mundo se iba de Cuba y no podías decir nada. Mi madre me dijo que no hablara de política en ningún lado: ‘la opinión tuya o lo que oyes aquí no lo digas porque nos vamos a meter en problemas’, me insistía”.

Unos meses antes de la salida de Tony, cuando su madre le avisó de que lo iban a mandar para Estados Unidos por 90 días, le aseguró: “tenemos que sacarte, tu hermano te va a recibir en Tampa”. Así fue. “Desde el avión vi a mucha gente de mi barrio La Víbora que había ido a esperarme, estaba ahí mi hermano, allí me separé de la señora y monseñor Walsh nos estaba esperando a los ‘Pedro Pan’, y me acuerdo de que leyó mi nombre en una lista: Antonio Lucas Argiz, llegó tal día, marzo 24, 1962, se lo entregamos a su hermano. Muchos que no tenían familiares que los recogieran tenían que ir a Matacumbe [campamento de acogida], o la iglesia católica se los llevaba a otros sitios. No solo eran católicos, sino también hebreos, protestantes. Monseñor Walsh firmó las visas para sacar niños de Cuba y desde el 60 hasta octubre de 1962 salieron 14 mil muchachos sin sus padres”.

La pelea

La noche que Tony llegó, un sábado de 1962, daban peleas de boxeo por televisión nacional. Lo recuerda perfectamente por las emociones que sellaron la fecha: “me acabaron, porque a uno de mis verdaderos héroes, Benny “the Kid” Paret me lo matan esa noche. Emile Griffith no paró de darle golpes y el árbitro no hizo nada para parar la pelea. Benny era un campeón mundial, él y Luis Manuel eran los mejores de esa época y me lo mataron en esa pelea, aparentemente cuando se pesaron él le hizo un comentario bastante fuerte a su oponente y ya habían peleado antes. Emile lo cogió contra la soga y murió a los pocos días”. Para rematar, al día siguiente los hermanos se fueron para Tampa y Tony le pidió a su hermano que lo llevara a la playa. “Yo acostumbrado a ver Varadero, Santa María, llego a la playa esa de Tampa y ‘ay, dios mío’, entro a esa arena negra, piedras, qué barbaridad. Recuerdo la primera vez que vi Tampa y Miami, y no podías comparar esas ciudades con La Habana, que tenía 440 años, estaba llena de teatros, tenía el estadio del Cerro y lucía como una gran capital europea.

“Estuve viviendo con mi hermano como 90 días hasta que llegó el punto en que decidió llevarme a la iglesia católica porque no tenía cómo mantenerme, él tenía dos trabajos y una niña pequeña”.

La educación

“Me ubicaron en un colegio de varones donde estaba adelantado”, recuerda con añoranza. Su adelanto se debía a que alrededor de junio de 1961, después de Bahía de Cochinos y del cierre de los 350 colegios católicos del país, su madre decidió que no estudiara en un colegio del gobierno donde lo adoctrinarían. Entonces Tony acudió a la enseñanza privada con una maestra apodada Teté.

“A unos 1.000 hermanos, más de 600 curas y 2.000 y pico de monjas los sacaron a través del barco Covadonga. Creo que el colegio de los hermanos Marín, al que yo iba hasta segundo grado en la isla, sigue ahí la propiedad, pero ni siquiera lo puedo ver bien por Google Earth. Se estaba corriendo la bola de que los rusos iban a mandar a los muchachos a Moscú. Y ya yo tenía a mis amigos, los Lama, que se habían ido a Estados Unidos, y quedaba yo ahí, en Lagueruela, solito. Ya yo sabía que algo iba a pasar. Entonces mi mamá me tomaba de la mano y fingía que íbamos al colegio para que los del comité de defensa no se dieran cuenta, y cuando estábamos fuera de la vista de ellos, nos desviábamos e íbamos a Santa Catalina, donde estaba Teté, una mujer brillante que me educó desde agosto de 1961 hasta marzo 24 de 1962, el día que pude salir del país. Teté me tenía en un nivel de matemática increíble, al punto de que ya en Estados Unidos, ponían a veinticinco o treinta muchachos de un lado de la clase y a mí del otro, y cuando ponían los problemas en la pizarra, yo les ganaba a todos, tenía como un séptimo grado gracias a Teté. Tuve que saltar de 3ro a 5to grado para poder estar en ese colegio porque si no tenía que ir a vivir con otra gente.

“Ese colegio, entre el 62 y el 67, fue fabuloso, una manera sana de vivir, con horarios fijos para estudiar, ir a misa, hacer deportes. Como si estuvieras en el ejército, aunque era católico tenía una disciplina casi militar, lo cual me ayudó mucho porque estaba un poco malcriado de chiquito, siendo hijo de viejos. Y ahí empecé el colegio hasta que mis padres llegaron, la iglesia católica me venía a buscar dos veces al año y me compraban ropa. Aunque estuve triste por el cambio drástico, fue lo mejor que me pudo haber pasado porque maduré bajo la tutela de la iglesia”.

El reencuentro

“Mis padres llegaron en 1967, fue tremenda emoción, los vi por primera vez en cinco años, ya yo tenía 14, había crecido. Las llamadas eran mediante una lista y podría pasar que te llamaran diez días después a las 3 de la mañana. Al principio le escribía casi todos los días a mi mamá, y luego fui disminuyendo las cartas, pasaban semanas, meses porque estaba ocupado en el colegio. A mis padres los regresaron para La Víbora siete veces antes de que pudieran abordar definitivamente uno de los vuelos de la Libertad. La octava vez, en marzo del 67 fue la vencida. Pasaron varios años porque nuestros padres trataron de salir de Cuba, pero no se podía. Yo le escribía a un congresista: ‘por favor, yo soy un menor de edad, ayúdame a que mis padres salgan, que los pongan delante en la lista’. Fue el padre José González, un cubano que acaba de morir en St. Petersburg, Florida, quien me avisó de que mis padres habían llegado. Me dijo: ‘Argiz, llegaron tus padres’. Imagínate. De película”, dice Tony entre lágrimas.

“Cuando llegaron a Tampa era de noche, nos abrazamos. Estuve con ellos hasta el día siguiente. Fueron días difíciles porque mis padres, que habían perdido la mayoría de sus bienes desde el 61, llegaron a empezar de cero cuando ya yo estaba mejorando. Ellos tenían más de 50 años.

“Entonces yo me buscaba trabajos para ayudar, cortaba hierba siendo muy joven, trabajaba recogiendo platos en un restaurante donde llegué a ser maitre. Me gradué de bachiller y en las mismas universidades trabajaba y estudiaba, en los últimos años obtuve una beca para la Universidad de la Florida, donde a la vez podía jugar béisbol, que siempre me gustó. Y en 1974 me gradué, una semana antes conocí a Conchi, quien es hoy mi esposa desde hace 45 años. Decidimos quedarnos en Miami”.

El éxito: un hombre de negocios

“Aquí fundé con otros socios la firma Morison, Brown, Argiz & Farra, que tuvimos durante todo este tiempo (yo era CEO) hasta que la vendimos en enero de este año, tenía 800 empleados en Nueva York, West Palm Beach, Denver, Baltimore y hasta en India. Pero alguien nos ofreció dinero y decidimos venderla a BDO, donde trabajo ahora como encargado en el sur de la Florida, donde tenemos más de 900 empleados. Tratamos todo tipo de impuesto complejo, negocios grandes, medianos, públicos y somos los únicos que estamos autorizados a hacer auditorias. Yo especialmente también trabajo en litigios, soy experto en ese tipo de jurado, hago una revisión y doy consejería, hacemos evaluaciones de negocios, a mejorar los controles y hacer crecer los negocios.

“No todo el Pedro Pan ha sido exitoso, algunos tuvieron problemas mentales, fue un efecto muy grande por estar solos sin padres, sin ese cariño. Yo maduré muy rápido y sabía que tenía que luchar, el exilio me enseñó eso, ‘Pedro Pan’ me enseñó eso. Tenías que crecer y defenderte. Y tener que ir a tocar puertas a los 12 años para cortar el césped de las casas, me enseñó a no tener pena para luego ofrecer mis servicios profesionales y ayudar a consolidar una firma de 150 millones”.

La reconciliación

“Me encantaría volver a una Cuba libre, aunque a mí ni me dejan entrar a Cuba; salí con 9 años pero no sé lo que les hice. No es que quiera ir, pero a veces pienso que me molestaría morir sin poder llevar a mis hijos a La Víbora, enseñarles lo que era mi casa, el parque de Córdoba, los Maristas, el teatro Nacional, el Payret, donde el terreno Cerro, actual Latinoamericano, Varadero. Me encantaría ver una Cuba donde siempre tuve la imaginación de poder regresar y levantar un negocio. Pero también pienso: ¿mis padres aprobarían ese regreso?

“Nací en 1952, para finales de 1958 había cumplido seis años y Cuba era un país súper adelantado, era comparable con España o Italia. Entonces llegó Fidel Castro y las cosas cambiaron, ya a finales del 59 se veía a dónde iba el país y en el 60 me acuerdo de que a mis padres les quitaron el negocio y las compañías norteamericanas fueron nacionalizadas. Cuando Bahía de Cochinos, a mi padrino se lo llevaron y por tres semanas no nos dijeron a dónde lo habían llevado. Y Fidel lo que hizo fue encarcelar a los opositores.

“La decisión de mis padres fue muy dura, lo pensé cuando mis hijos llegaron a los nueve años. Pero es que en EEUU es una diferencia enorme, lo que estábamos viendo en Cuba en ese momento era una situación de jaula, con temor de que nos enviaran a Rusia y ellos prefirieron mandarme para este país donde están dadas las condiciones para que quien se esfuerce pueda ser un triunfador”.

Fuente de origen: ‘Diario las Américas’