Gerardo Mosquera: Luis Cruz Azaceta & Glexis Novoa: Paisaje al límite II

Artes visuales | 23 de mayo de 2022

Luis Cruz Azaceta (1942) es un clásico: uno de los grandes artistas mundiales del neoexpresionismo. Si otro cubano, Wifredo Lam, pintó la jungla –el monte místico afrocubano– no sólo en el cuadro homónimo, Azaceta ha sido el pintor de la Jungla de Asfalto, de la terribilità de las babeles contemporáneas. Sus paisajes urbanos están vivos como los de Lam, pero de modo diferente. Gritan los problemas sociales que sacuden a nuestras urbes: violencia, drogas, racismo, represión, desigualdad, miseria… y guerra en algunos casos tan horribles como demasiado frecuentes.

El artista ha acuñado un lenguaje personal basado en el pop, el cómic, el grafiti, la gran tradición histórica del expresionismo, y el grotesco social epitomizado por Goya. Él ha definido su obra como un “pop apocalíptico”. Pero aquella va más allá, al ser resultado de una vasta exploración pictórica que transita por derroteros inesperados sin abandonar el pathos, el estilo y, en fin, la poética que caracterizan al artista. Este ha comentado que cuando se percibe repitiendo fórmulas que ha establecido y dominado, cambia de inmediato hacia una nueva aventura artística. Una de las más interesantes es su aproximación al arte abstracto, signada por la tensión de ser un pintor eminentemente figurativo. El resultado es un híbrido sorprendente y muy actual. Es asombrosa la inventiva que ha garantizado una frescura permanente a su trabajo.

En la pequeña selección que aquí presentamos se aprecia el uso libérrimo del paisaje en algunas de las vertientes esbozadas. Incluye además el autorretrato-paisaje, imprescindible, ya que buena parte de su obra son autorretratos anti-narcisistas, autorretratos como participación en y testimonio de las desgracias del mundo. Podemos sumergirnos además en un par de skylines con reflejos fantasmáticos que dialogan con los dibujos de Glexis Novoa (1964) aquí expuestos.

En efecto, las obras de este artista son también horizontes urbanos inquietantes. Pero, al contrario de Azaceta, quien aquí se mantiene fiel al lienzo, Novoa crea estos dibujos sobre soportes inesperados. Podemos seguir una de sus grafías a todo lo largo de la pared del piso superior, como en un viaje por paisajes ignotos. Hecha a lápiz, es tan sutil que a primera vista podría parecer que la pared está desnuda. Otras tres han sido realizadas sobre pedazos de mármol, en una mezcla de dibujo delicadísimo, escultura y soporte trouvé.

Todas son representaciones minuciosas de arquitecturas que unen modernidad y totalitarismo. Nos recuerdan así que el voluntarismo por forzar una revolución económica, social y cultural propios del fascismo y el comunismo –como estos sistemas en sí mismos–, son hijos monstruosos de los ideales utópicos de la modernidad. Las urbes de Novoa son utopías que han devenido su opuesto. Si Azaceta lleva al grotesco expresionista la dura realidad de nuestras ciudades, Novoa nos turba con la irrealidad inhumana de ciudades perfectas y vacías. Sus panoramas urbanos y su arquitectura de imaginación exaltada son tan impecables como preocupantes: el fruto de una modernidad perversa. La exquisitez del dibujo casi invisible contrasta con la grandiosidad, a menudo impostada, de los edificios y monumentos que ha representado, en un contraste de pesadilla.

Estos contenidos se corresponden con otro derrotero del trabajo de Novoa: sus pinturas e instalaciones pictóricas basadas en un alfabeto cirílico de invención y en recursos formales de la vieja propaganda revolucionaria soviética, o en ella inspiradas. Con estas piezas articula textos incompatibles con lo que se esperaría de esta representación. El artista ha dedicado así su obra toda a deconstruir retóricas vacías, opresivas, y sueños tan falsos como engañosos.