Alejandro Lorenzo: Interviú a Tomás Sánchez

Archivo | Artes visuales | 2 de enero de 2023
©“Inundación”, 1984

Tomás Sánchez se ha convertido en el pintor cubano más cotizado de nuestro tiempo. Pero ni ese éxito en su carrera, ni encontrarse insertado en el cosmopolita círculo de las multinacionales de la cultura, lo han despojado de su sencillez. Cuando uno se encuentra con Tomás Sánchez da la impresión de un hombre que todavía vive en el pueblito de Aguada de Pasajeros, provincia de Las Villas, donde nació en 1948.

En su personalidad prevalece mucho de lo que pensamos se había extraviado en el hombre contemporáneo: una bondad ilimitada, una capacidad de reconciliación y tolerancia hacia el prójimo, e incluso, hacia aquellos que en su momento lo dañaron.

Infatigable creador, Tomás Sánchez, comparte su vida entre la glamurosa ciudad de Miami, Costa Rica y su natal Cuba, donde, cada cierto tiempo visita a familiares y amigos.

Aprovechamos su breve estancia en Miami, donde participa en la exposición colectiva de fotografía titulada Segunda Naturaleza auspiciada por la galería Jorge M. Sori, para hacerle algunas preguntas acerca de su obra y de su vida como creador.

Existe un periodo expresionista en tu pintura que es casi desconocido por el gran público. ¿Puedes hablarnos de aquella corriente creativa?

Cuando estudiaba en la década de los 60 en la Academia de Arte San Alejandro era un paisajista bastante mimado por mis profesores, gané incluso premios. Ya en segundo año me encontraba algo insatisfecho porque me enseñaban cosas que ya sabía, y es cuando decido terminar la carrera en la Escuela Nacional de Arte, donde tengo como profesora a la excepcional Antonia Eiriz. Y siempre cito cuando me preguntan: En San Alejandro me enseñaban la técnica de pintar, pero Antonia Eiriz me enseñó a ver.

Bajo la influencia de Eiriz y de Servando Cabrera Moreno, que en esos años también hacía una pintura expresionista, muy visceral, luego en los 70 se volvió algo lamida, dulce, se podría decir, es cuando comienza mi interés por el expresionismo. Descubro la pintura de Francis Bacon, el Bosco, Goya.

Empecé hacer esa pintura que considero muy emocional. Venían a mi mente imágenes de la niñez en mi pueblo, especialmente de lo que ocurría a principio de la revolución, donde todo se volvió caótico. Recuerdo que me sentaba frente al lienzo, la cartulina o la piedra litográfica, cerraba los ojos y comenzaba hacer garabatos como si fuera Action Painting, así surgían figuras y escenas improvisadas que luego elaboraba. Pero quiero aclarar que en ese periodo nunca abandoné el paisaje, de lunes a viernes hacía esos cuadros expresionistas, y los fines de semanas me iba a las afueras a hacer paisajes.

Había algo de grotesco en aquella figuración.

Sí, eran grotescos, pero también representaban una burla, porque yo me burlaba de todo. Viéndolo en retrospectiva, aunque tenía esperanzas en aquella revolución, por proceder de una familia de extracción muy humilde, también reflejaba cosas que no me gustaban de aquel proceso. Yo sentía que me evadía de lo que estaba pasando, y en aquellos tiempos decir o reflejar mediante la creación que uno se evadía de aquella realidad, era como una bomba.

Por ejemplo: Respetaba la figura de Jesús, pero utilizaba esa figura sacra para trasmitir mensajes, lo metía dentro de un gallinero, y las gallinas representaban a esa gente que en su momento le dio la espalda a la religión.

Coincide toda aquella pintura con el comienzo de una de las tantas etapas siniestras del largo proceso cubano, acuñado actualmente por el propio gobierno como «quinquenio gris» y del cual, como muchos intelectuales, también fuiste víctima.

Sí, la palabra víctima es correcta, porque no fui un opositor ni nada parecido, y lo peor, es que toda aquella obra prácticamente fue destruida. Como no tenía suficiente espacio para pintar, la mayoría de aquellos cuadros se encontraban en las aulas de la Escuela Nacional de Arte donde trabaja como profesor, cuando me expulsan de la escuela, los veladores de la ortodoxia ideológica ordenaron a los alumnos que taparan todos aquellos cuadros, algunos hasta de tres metros, e incluso hasta las piedras litográficas fueron destruidas.

Siempre debo mencionar el gesto meritorio de Rafael Cáceres, pintor cienfueguero, que siendo alumno de la escuela le dieron uno de esos cuadros para que lo tapara, y él se negó, sustrayéndolo de la escuela y guardándolo en su casa. En 1981 cuando ya había ganado el premio Joan Miró y participaba como jurado en un concurso de paisaje que se celebraba en Cienfuegos, Cáceres me dijo que había salvado aquella pieza y me la devolvió, siendo esta una de las pocas que conservo en mi colección.

Muchos críticos y especialistas de las artes visuales consideran que proporcionaste una nueva dimensión conceptualista al paisajismo, escuela que ya en el siglo XX parecía haberse agotado. Otros opinan que el paisaje que realizas, incluyendo los basureros, son una propuesta ecologista. Lo que sí es demostrable es que del bullicio del expresionismo figurativo pasaste a reflejar el silencio sacro de la naturaleza en toda su magnitud.

Hay una transición que fue de dos años, del expresionismo al paisaje. Aquellos personajes se movían en un espacio compuesto por montañas, palmeras, nubes, y ese espacio fue cobrando fuerza. Pero el mayor aporte a esa transformación, fue que en 1970 se inician mis primeras experiencias de meditación, empiezo a experimentar expansiones de conciencia, y esas experiencias conducen a que volviera a pintar la naturaleza con otra óptica muy diferente a mi etapa de estudiante en San Alejandro. Aquellos cuadros ya eran reflejo de estados interiores.

Con referencia a la ecología la gente trata este tema de una forma intelectual y eso es correcto, pero hay una experiencia que transforma también a un individuo a tener una conciencia ecologista. Y es cuando se llega a la conclusión de que todo esta en uno, que hay una unidad indivisible en todo lo que existe y que todo lo que existe viene también de uno, en ese Todo uno vislumbra que el cuerpo, la mente, forman parte de una energía única y que si daño a la naturaleza me hago daño. Se despierta así una necesidad de proteger y al mismo tiempo entender todo lo que existe, y la vida se convierte en un amor por todo lo que existe.

Los basureros que pinto tienen otra forma de interpretación, hay muchas cosas que pueden ser basureros, y como considero que pinto estados de la mente, la contaminación puede ser externa y al mismo tiempo interna. Si no estamos en paz, si nos encontramos llenos de odios, envidias, ambiciones desmedidas, la mente se vuelve un paisaje lleno de basura. Los seres humanos nos sentimos incompletos, conozco a una persona que posee 80 casas en muchas regiones bellísimas del mundo y posiblemente a este hombre no le alcance su vida para residir y disfruta algunas de esas casas. Es el prototipo de persona que entre más compra y más consume, más desperdicio tira al mundo.

¿Qué puedes decirnos de estos últimos años y tus nuevos proyectos?

Hace 3 años me dio un infarto y me recupere, los cardiólogos están todavía asombrados, subo montañas, incluso me siento más activo que antes, fue un renacer donde se incrementó la energía creativa. Me di cuenta que tenía muchas cosas por experimentar. Antes, yo decía, quiero hacer esto pero no lo puedo hacer porque no está en mi línea de trabajo y además tengo compromisos que cumplir. Ahora trabajo por el placer de hacerlo, estoy dejando fluir todo lo que se me ocurra. Escribo sin pretensiones de ser escritor, hago arte objeto, diseños joyas, hago fotografía que he exhibido en Miami y en Panamá, para el próximo año, en New York, Marlborough Gallery con la cual tengo contrato, hará una retrospectiva de toda mi obra. En fin, estoy moviéndome en muchas direcciones y a veces pienso que tengo más proyectos que tiempo.

Publicado originalmente en El Nuevo Herald, 2014.