María Isabel Alfonso: Interviú a Ana María Simo / El Puente es parte de la contracultura global de los años sesenta

Archivo | Autores | Memoria | 10 de febrero de 2023
©Ana María Simo en New York, 2018. Foto: M. I. Alfonso

Como parte de su libro Ediciones El Puente y los vacíos del canon literario cubano: dinámicas culturales posrevolucionarias (Universidad Veracruzana, 2016), María Isabel Alfonso entrevistó a los ejecutores principales de este importante grupo. Entrevistas de trabajo y de reconstrucción de época. A partir de hoy publicaremos cada una de estas conversaciones una vez a la semana.

María Isabel Alfonso (MIA): ¿Puede referirse a los momentos en que fue detenida arbitrariamente?

Ana María Simo (AMS): Fui sometida a doce electrochoques en la clínica siquiátrica en la cual fui encerrada a continuación en contra de mi voluntad por orden de las autoridades. Salí en abril de 1964[i]. No se me hizo acta de acusación ni mucho menos juicio. El director de Cárceles y Prisiones de la Provincia de La Habana, Miguel Fernández, me dijo en un interrogatorio en la Cárcel de Mujeres de Guanabacoa que todo esto me pasaba por andar con los homosexuales de El Puente y que las autoridades sólo querían salvarme de la contaminación, pues sabían que yo no era homosexual. “Ahí es donde vas a pasar el resto de tu vida si sigues con las malas compañías”, me advirtieron, refiriéndose a la galera donde habían hacinado a las lesbianas, la peor de la cárcel.

En aquel momento –en plenas UMAP– acusar a alguien de homosexual era como firmar su sentencia de muerte en vida.

MIA: Tengo claro que la homosexualidad de varios de los miembros de El Puente no fue buena carta de presentación para las Ediciones. Pero me interesa explorar otro aspecto de género que quisiera consultarle. Tengo la intuición, por ser yo también mujer e intelectual, que debe haber sido muy difícil para usted estar al frente de un proyecto como el que codirigió. Si aún en el 2011 es difícil para nosotras no estar expuestas a valoraciones sexistas, me imagino cómo sería en los años sesenta en Cuba, en que se inauguraba la entrada de la mujer a la esfera pública. Yo creo intuir que pueden haber existido sobre usted presiones en este sentido. La primera, interna, ejercida desde los propios integrantes (hombres) de la editorial, que pueden haber entrado en conflicto ante el liderazgo de una mujer, por demás, con un verdadero oficio de escritora (puesto que usted trabajaba en Prensa Latina y se ganaba la vida profesionalmente como periodista, si no me equivoco). He reflexionado sobre esto después de una intervención de Miguel Barnet el mes pasado en un congreso en City University of New York, donde expuse una ponencia sobre El Puente. En aquella ocasión Barnet fue enfático al decir: “Vamos a estar claros: la verdadera directora de la editorial fue Ana María, no José Mario”. Me imaginé en ese momento, y ahora que recién releo su debate con [Jesús] Díaz al elaborar estas preguntas, que parte del conflicto entre usted y José Mario puede haber estado articulado en torno a tensiones de género, además de a disensiones estéticas. Es decir que quizá los roles de género jugaron un papel importante en todo esto… ¿Cree que cierto sexismo, machismo o misoginia, aun inconsciente, por parte de sus colegas hombres (más allá de heterosexualidades u homosexualidades) haya intervenido en la dis-funcionalidad interna de la editorial?

AMS: La editorial no fue disfuncional en la medida en que –pese a los conflictos que culminaron con mi renuncia– el trabajo se siguió haciendo. No creo que esto pueda abordarse “más allá de heterosexualidades u homosexualidades”. Los conflictos de género no son iguales en un grupo hetero que en un grupo queer como El Puente. La dinámica entre hombres gay y mujeres hetero es muy diferente de la dinámica entre hombres gay y lesbianas (o mujeres aún no definidas). El Puente, en su época dorada[ii], fue una tribu de adolescentes queer bastante indiferenciada en cuanto a género. Nos queríamos mucho. Éramos como hermanas y hermanos bien llevados. El Puente era un oasis en medio de una cultura violentamente misógina. Por eso las muchachas nos sentíamos tan a gusto en aquel ambiente. José Mario, con su gran encanto y energía y unos cuantos años de más, era nuestro benévolo flautista de Hamelin, siempre rodeado de muchachas. Pero un día, nuestro flautista y todos los demás empezamos a crecer. En medio de un terror político creciente, nos volvimos “mujeres” y “hombres”. Las muchachas empezamos a reunirnos entre nosotras. Y El Puente empezó a masculinizarse (casi todos los nuevos reclutados por José Mario eran chicos, algunos de ellos heteros). Todo esto empezó a cambiar la dinámica y el equilibrio del grupo y provocó tensiones.

El conflicto en 1964 entre José Mario y no sólo yo, sino otros del grupo, fue un conflicto sobre el control, estructura y rumbo futuro de las Ediciones y sí tuvo un trasfondo de género. Fue un conflicto multifacético: filosófico, político, estratégico, de contenido editorial. No fue estético.

MIA: Sabemos que El Puente tuvo un aspecto colaborativo notable, y que muchos de sus integrantes tuvieron un rol de vital importancia en el desenvolvimiento de las Ediciones, especialmente el consejo de redacción conformado por Gerardo Fulleda León, Nancy Morejón, Ana Justina Cabrera y Reinaldo García Ramos. Sin embargo, usted fungió como directora hasta 1964, ¿cree que el hecho de haber sido mujer despertaría algún celo o sentido de subestimación?

AMS: Yo nunca percibí celo o subestimación dentro de El Puente durante la época dorada (veáse la primera nota al final de este texto). Sentí siempre que todos me trataban con afecto y con un respeto particular que creo me estaba reservado y que, aunque lo apreciaba, a veces era también una carga para mí: me hacía sentir aún más responsable de todo y de todos, un poco como la hermana mayor aunque no lo era en cuanto a edad. Pero poco antes de mi renuncia sí noté subestimación. Y, efectivamente, el conflicto de género jugó un papel importante en ese momento.

En cuanto al exterior, en el mundo cultural generalmente sentí que me trataban como una profesional. El mundo del periodismo era más masculino que el de la cultura y allí, y en el Instituto [bachillerato] había yo aprendido a hacer oídos sordos de las necedades machistas que oía de lejos. Nadie se atrevió nunca a decírmelas a mí directamente.

Mi buena suerte puede haberse debido a mi carácter. Creía fervientemente en la igualdad de géneros, me sentía igual, pero no parecía transgresora ni afirmativa. Hablaba poco y no levantaba la voz. (Pero cuando por fin hablaba estaba bien preparada con argumentos bastante difíciles de refutar. Eso les tapaba la boca). No me gustaba ser el centro de atención. No competía directamente con ellos por el poder y la notoriedad. Por tanto, no los intimidaba. Por eso creo que no sufrí un backlash misógino por un tiempo y me dejaron hacer mi trabajo en paz.

Sin embargo, el hecho de que yo no haya percibido discriminación de género ni en El Puente de la edad de oro ni en la esfera de la cultura no significa que no haya existido.

MIA: ¿Pudiera referirse a cómo eran las relaciones entre usted, José Mario y Reinado García Ramos?

AMS: En la época dorada, JM y yo éramos inseparables. Nos complementábamos en el trabajo. Él, extrovertido, descubría nuevos talentos y manuscritos, sobre todo de poesía, y era un extraordinario animador cultural. Yo, más reservada, editaba los libros de prosa, me ocupaba cada vez más de la producción física de los libros (sobre todo de supervisar el diseño gráfico) y empecé a interesarme en la crítica y la reflexión. La producción de los libros –edición, diseño gráfico, tipografía, impresión, era mi gran placer–. JM participaba plenamente, íbamos juntos casi a diario a la imprenta, pero mi papel en esa esfera creció rápidamente. Después de mi renuncia seguimos siendo amigos, pero sin un proyecto y una vida en común ya no fue una relación intensa y constante como antes. Cada cual fue haciendo su vida cada vez más por su lado, sin el otro. El choque de su llamada a la UMAP en mayo de 1966 nos acercó de nuevo. En septiembre lo visité en la UMAP en Camagüey. Meses después nos disgustamos –por razones personales– y la amistad nunca se recuperó.

Reinaldo García Ramos y yo compartíamos un interés por la crítica y la reflexión. Por eso colaboramos en la Novísima y el Primer Resumen. En un grupo de lectores voraces, éramos ambos grandes lectores de obras interminables y difíciles: todo Thomas Mann, todo Proust, etc., sin saltar una coma. Dentro de El Puente teníamos fama de serios, responsables y discretos. Se nos pedían consejos. Reinaldo fue mi amigo más cercano en Cuba después de que me alejé de las Ediciones. Seguimos siendo amigos.

MIA: La otra presión sugerida al principio de esta pregunta es la presión externa, acaso ejercida por apparatchikis machistas como Jesús Díaz, prototipos del “hombre nuevo”. Por supuesto que la homofobia imperante sería un factor de peso. Pero precisamente acabo de leer hace unas horas un pasaje del libro Los hijos de Saturno. Intelectuales y Revolución en Cuba, donde Liliana Martínez Pérez presenta una serie de entrevistas a Jesús Díaz y demás miembros de El Caimán, que me hizo reflexionar sobre el tema del machismo como posible causa del no reconocimiento de Díaz hacia El Puente. Me detuve a analizar el lenguaje de Díaz, así como los recuentos de sus andanzas, y dos cosas llamaron mi atención: primero, la forma en que se refiere a las mujeres y su relación con lo femenino (llama ‘novieta’ a una de sus novias; dice que andaba con putas por las cantinas de La Habana; se califica a sí mismo como un dandy; dice que iba a ver cine europeo porque en el americano no podía ver tetas). Segundo, cuenta de su afición al juego, al baile, a andar con lumpens y putas (Díaz citado por Martínez Pérez, 76). Primero que nada me pregunto: ¿de qué diletantismo y “disolución” los acusaba Díaz? Segundo: ¿no sería (también) una actitud de machismo visceral la que impediría que tuviera una visión positiva de ustedes? ¿Hubiera sido él capaz de reconocer a una mujer como homóloga, al frente de un proyecto intelectual?

AMS: La homofobia y la misoginia/el machismo son inseparables.

El Puente fue aplastado porque era un proyecto independiente de un grupo queer (o sea no heterosexual) con demasiadas mujeres y negros en posiciones prominentes.

Esa es la originalidad de El Puente y eso es lo que asustó al régimen: la intersección explosiva de todos esos elementos marginales en un contexto que el régimen veía como “homosexual” (viejo concepto) pero que era en realidad el primer asomo de lo que de hoy se entiende como LGBTQ (Lesbian, Gay, Bisexual, Transgender, Queer/Questioning). Todo esto ocurrió en medio de purgas y pogromos[iii] contra los “homosexuales”, de modo que esa fue el arma utilizada contra El Puente. El fenómeno El Puente es parte de la contracultura global de los años sesenta. Lo mismo estaba a punto de ocurrir en Cuba y El Puente fue su anuncio.

MIA: He aquí unas citas del artículo de Díaz en el que identifico su machismo y sexismo, al descalificar este autor su supuesta “debilidad” directiva; típica del sexo “débil”: “¿Dónde reside la corresponsabilidad de Ana María Simo? Evidentemente es corresponsabilidad en el error, el silencio y la debilidad ideológica, ya que no pudo serlo en la dirección efectiva de la editorial” (Díaz).

AMS: En efecto. Me di cuenta entonces en cuanto lo leí. El artículo de Díaz me pareció machista e insultante, ya cuando apareció. Noté entonces exactamente lo mismo que usted notó […] Pedí al editor de La Gaceta que me dejase responderle, pero me dijeron que no.

MIA: Otra cita: “Es cierto que durante la Crisis de Octubre no pude entregarme al peligro de una profunda reflexión generacional: estaba dirigiendo una batería de cañones antiaéreos” (Díaz).

AMS: Me pareció entonces ridículo su comentario. A la vez, me molestó mucho el que hiciese ostentación de sus privilegios masculinos: por ser mujer, yo no podía tener acceso a una batería antiaérea ni al prestigio consiguiente. Ahora veo también que estaba dejando al margen a los “maricones” –que por definición (machista) no son guerreros.

MIA: Esta otra cita apela a la tradicional referencia médica de la histeria como padecimiento de la mujer: “Si existe un pensamiento dogmático-terrorista, existe también un pensamiento histérico-liberalista” (Díaz).

AMS: Sí, en efecto.

MIA: Por otra parte, creo necesario ponderar el papel de la liberación de la mujer dentro de esta primera fase de la Revolución y los casos concretos, tanto de que una editorial estuviera siendo dirigida por usted, hecho sin precedentes en la historia de la literatura cubana, como que se publicaran tantos textos de mujeres. ¿Siente que de manera general el nuevo gobierno propició su trabajo de editora a pesar de lo difícil que fuera llevarlo a cabo, entre otras cosas (si mi idea anterior es acertada), por el machismo predominante?

AMS: La Revolución nos propició: a El Puente, a mi trabajo editorial y a la escritura y publicación de tantos textos de mujeres. La Revolución, en su primera fase, liberó a las mujeres y a los negros e incluso, hasta cierto punto, a los no heterosexuales (hoy diríamos queer), así como la creatividad de todo el mundo, porque nos quitó de encima la bota que nos aplastaba (el ancien régime). Poco después, la nueva bota “revolucionaria” habría de poner a cada cual en su lugar, que en ciertos casos no estaba muy lejos del lugar que nos había asignado la vieja sociedad.

El gobierno ignoró a El Puente durante años, lo cual nos dio un cierto margen de libertad. Cuando se percató de nuestra existencia, trató de cooptarnos (UNEAC) y cuando esto no funcionó, de reprimirnos y luego de destruirnos (Seguridad del Estado, DTI, UMAP, etc., con cierta complicidad hipócrita, o por lo menos dejadez, de la UNEAC).

MIA: ¿Hubiera sido más fácil o más difícil ser directora de El Puente antes de 1959?

AMS: El Puente es inconcebible antes de 1959.

Nueva York, octubre, 2011 (correo electrónico).


[i] Se refiere a la cárcel a la que fue llevada supuestamente por estar asociada con homosexuales, y desde la cual se dictaminó que debía ser ingresada en una clínica siquiátrica.

[ii] Una época que para AMS terminó con su encarcelamiento en enero de 1964. En septiembre de ese año renunciaría a El Puente [aclaración de la autora].

[iii] Pogromo: (del ruso погром, pogrom: “devastación”) consiste en el linchamiento multitudinario, espontáneo o premeditado, de un grupo particular [MIA].