María Isabel Alfonso: Interviú a Gerardo Fulleda León / No éramos tan antiorigenistas
María Isabel Alfonso (MIA): ¿Puede referirse a las enrevesadas relaciones de algunos de los de El Puente con los de El Caimán Barbudo (usted, José Mario, Ana María Simo, Jesús Díaz, Guillermo Rodríguez Rivera…)?
Gerardo Fulleda León (GFL): Mira, cuando salió ese artículo de Rodríguez Rivera en La Gaceta [de Cuba] del 2005[1], ¿para qué le iba a responder? Sabía que era un enemigo en ese sentido, por las opiniones que había tenido sobre nosotros, El Puente, en fin. Yo nunca me lo topé, y cuando me lo topé, no tenía por qué ir a saludarlo, si nunca habíamos sido amigos. Pero además, eso es una tontería que no me interesa aclarar en lo más mínimo, quién te saluda y quién no te saluda, eso no significa nada. Lo que sí importa es que pese a que estaba terminado El Puente cuando sale El Caimán, ellos sí fueron los beneficiados con la desaparición de El Puente, y a ellos fueron a los que les ofrecieron un espacio… Y allí viene la primera gran depuración de la universidad. Que nosotros tarareábamos por las calles: “moral, moral, moral, Isabel Monal quiere moral… Moral, moral, moral, Mirta Aguirre tiene moral… Moral, moral, moral, que viva la moral…” Fue a raíz de esa persecución que hubo en ese momento. Entonces, ellos, ¿dónde estaban? Cuando hubo actos suicidas, gente que se tiraban del edificio, porque los habían botado, o la gente que sacaron del Instituto Superior de Arte, o de las escuelas de arte… ¿en qué lugar estaba él?, ¿en la isla de al lado? Claro, pero mira, hay una cosa en todo esto. Todos tenemos derecho a cometer errores, todos los hemos cometido. Nosotros no éramos ningunos santurrones, de verdad que no lo éramos. Además, [ser] santo es muy aburrido, como diría Nicolás Guillén. Jesús, cuando empieza la discusión con Ana María, él publica el trabajo aquel tan ofensivo… Yo trabajaba ya aquí, y aquí enfrente estaba el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Ahí era donde se realizaba Pensamiento Crítico. Ahí estaba la china, y estaba Jesús Díaz, que yo lo conozco en el 1961 en casa de una profesora, y con Josefina Suárez… Empezamos a hablar muy bien de la primera novela de Vargas Llosa, La ciudad y los perros. Entonces fue una tarde magnífica que pasamos, y después empezamos a conocernos, y nos tratábamos de “qué tal, hola”, con mucha más cercanía que con Guillermo Rodríguez Rivera. Después, él saca ese trabajo. Yo me indigné, estaba tan indignado que grité, parado en la puerta de Pensamiento Crítico: “Por favor, búsquenme a Jesús Díaz, háganme el favor que lo quiero ver”. Y él sale: “¡Eh Fulleda! ¿Qué tal?” Y yo: “Oye, ven acá, una cosa que te quiero decir, eso que tú escribiste es una mierda, y eres muy maricón para hacer eso, y cuando tú vayas a hablar de nosotros…” Y él: “No, no, no, en esos términos yo no puedo hablar contigo”. Digo: “Sal pa’ fuera que eres un mierda, ¿quién tú te crees que tú eres?” Y él: “Yo contigo no puedo hablar de esas cosas”. Después vino El Caimán, su carrera, enemigos, y en ese momento, como estaba lo de El Puente, había una lista de nosotros que no podía publicar, una lista secreta que no podía estrenar ni publicar. Estaba trabajando, pero no podía estrenar ni publicar. No estaban solamente los de El Puente, había otros por problemas ideológicos, por problemas morales, dramaturgos como Rolando Ferrer, que por equis motivo estaba. Cuando yo recibo el Premio Casa de las Américas, muchos años después, un día veníamos Nancy [Morejón], Miguel Barnet y yo. Y el señor Jesús Díaz, a unos pasos, a menos de veinte pasos. Él, Jesús Díaz, me tira la mano por arriba y la otra a Nancy. Me dice: “Coño, Fulleda, perdóname, la verdad que lo que cometimos con ustedes fue un error». Nadie dijo nada. Pero eso me parece de una honestidad increíble, porque reconoció que fue un error. En ese sentido, yo creo que ese señor lo reconoció, tendrá la ideología que tenga… Y no tenía que hacerlo, y lo hizo delante de los tres. Guillermo podía haber sido menos soberbio… Fue una situación oportunista. Yo no me pongo a hablar de todo el trabajo que yo pasé, ni que pasamos todos nosotros, ni del triunfo de ellos, que sí que fue un triunfo. Era un excelente profesor, aceptable ensayista pero pésimo poeta, que no se puede parar donde se paran ni Miguel ni Nancy, ni otros muchos de su generación. Y no es el novelista que era Jesús Díaz.
MIA: ¿Se consideraban un grupo? ¿Se reunían? ¿Había un criterio de selección estética?
GFL: Sí, criterio de selección, de calidades; pero con un sentido de diversidad. José Mario era muy sensible y tenía capacidad para aceptar poemas que de los que incluso él se burlaba, pues no eran de su gusto, pero que le parecía que estaban bien hechos. Por tanto, los aceptaba. Era un hombre que podía ir de Michaux a Gide, de Gide a Nicolás Guillén, de Nicolás Guillén a Lezama. Y tanto de Nicolás Guillén como de Lezama nos burlábamos, como toda generación de jóvenes. Nos burlábamos en el mejor sentido.
MIA: ¿Eran antiorigenistas?
GFL: Bueno, no éramos tan antiorigenistas, no creas eso.
MIA: Aunque lo dicen en los prólogos…
GFL: Mira, yo creo que no podíamos ser antiorigenistas… porque Nancy y Reinaldo [García Ramos] le deben mucho a Orígenes… La capacidad, cómo te puedo decir, de cincelado de la palabra que tiene Reinaldo, quien creo que es un excelente poeta, Reinaldo García Ramos, y la bella palabra y la sonoridad que tiene Nancy, eso, ¿de dónde viene? Viene de Orígenes… Nosotros leíamos a Hölderlin, y éramos fanáticos de la poesía francesa… Entonces, en ese sentido, lo que ocurre es que hay algo que sí molestaba un poco, y era ese afán de Orígenes, por ejemplo, con Juan Ramón Jiménez. Y era para nosotros más cálido un poeta como Cernuda, como nuestro Ballagas, que tiene de Cernuda, como Dámaso Alonso, como Vicente Aleixandre. Nos leíamos los poemas de Cernuda, nos los sabíamos de memoria, y en cualquier momento los estábamos diciendo, los estábamos parodiando. En ese sentido, no creo que fuéramos antiorigenistas, por el cuidado de la poesía y el amor por la poesía que teníamos. Aunque sí éramos antiorigenistas en cuanto a esa actitud de estar [de] espaldas, aparentemente, a la realidad, de no quererse inmiscuir en los asuntos de la realidad, que tenía Orígenes… Era quizá más una actitud vital que una actitud poética. Aunque casi siempre lo que uno rechaza a la largo, al final, nos define. Cuando uno rechaza algo en literatura es porque uno descubre que lo que rechaza ya no da más, pero uno lo admira secretamente en el fondo… Así que en eso no creas. Además, éramos unos jóvenes bastante iconoclastas. Y creo que eso fue lo mejor: que queríamos matar a nuestros maestros. Pero no te puedo decir que éramos antiorigenistas. Ana María era una persona muy lúcida.
MIA: ¿Pudiera referirse a Ana María y su labor como codirectora de El Puente?
GFL: Ana María es una mujer de izquierda, ella era de la juventud comunista. Trabajaba en Prensa Latina. Es una de las mujeres más brillantes de mi generación, junto a Isel [Rivero] y Nancy. Una mujer de ideas pero muy práctica. Y muy rigurosa. Ella estaba en el grupo y escribía en su diario. Da la casualidad que había una escritora que andaba con nosotros, una diletante, se llama Josefina Duarte, una muchacha delgada, de espejuelos, amiga de José Mario. Había tenido varios escándalos. Un día, en eso de llevarnos libros de la Biblioteca Nacional, la cogen con ella. En la estación de policía, descubren que esta muchacha tenía antecedentes de escándalo por lesbianismo. Después se produce el arresto de Ana María. Supuestamente por su asociación con homosexuales. Después la llevan a una clínica. En ese momento había un procedimiento de dar electroshock y pasar fotos y pinturas de mujeres desnudas, un acto preventivo para eliminar el supuesto lesbianismo.
MIA: ¿Y le dieron el “tratamiento”?
GFL: Sí. No quieras saber, cuando Ana María apareció. Ese día nosotros nos emborrachamos, ni me recuerdo con qué… Me recuerdo que lo que teníamos de comer eran galletitas de dulce… Ana María ya no volvió a ser la misma. Ni creo que nosotros volvimos a ser los mismos. Resultado, al poco tiempo, Ana María decidió que se tenía que ir del país. Yo guardo dos cartas de ella que ella me envío, decía que ella nunca debió de haber aceptado eso, que cómo nosotros habíamos podido quedarnos, y además, que ella iba a hacer otra revolución porque ella no podía dejar, no ha dejado de tener sus ideas. Nosotros no pasamos por eso. Habremos pasado ostracismo, el silencio, pero no eso. Nos encontramos cuando vino a La Habana.
MIA: ¿Se reunió con ella?
GFL: Sí, zapateamos La Habana, el Vedado, estuvo en mi casa, fuimos a un concierto de Marta Valdés en el auditorio… Yo he tratado de que ella me dé cosas para publicar pero no quiere. Ella me tiene muy informado sobre el gay liberation. Yo le dije que eso era muy importante para Cuba, que si ella me da materiales yo se los paso a los demás. Respecto a la colaboración con La Gaceta, ella me dijo: si publican algo, lo que yo creo que se debe publicar es la controversia entre Jesús Díaz y yo. Ellos no lo aceptaron, quisieron que fuera la visión de Norge [Espinosa] y demás. Yo le dije: “Ana, tengo esto, quiero hacértelo llegar”. Silencio. Yo sé que Reinaldo sí la tiene. Y nosotros durante mucho tiempo no quisimos hablar. Le pasó como José Mario, que durante mucho tiempo no quiso meternos a Nancy, a mí, en nada que nos pudiera comprometer, ni crearnos ningún problema. Ella me dijo allá en Nueva York: “Gerardo, aquí cada uno tiene que escribir la historia como la entienda. La historia es una pero es múltiple. Así que no se preocupen por eso”. Cuando escribí el trabajo para La Gaceta, no sabía que José Mario estaba tan mal. Eso aquí fue una revuelta. Era la primera vez que se hablaba de El Puente. Y además, se unen los dos más sólidos prejuicios que existen en nuestra sociedad: el problema racial, que se ha recrudecido después del 80, con la gente que viene de allá [Miami] con cierta mentalidad, y el problema de la predilección sexual.
MIA: Entonces el tema gay fue clave…
GFL: Hay un hecho que señala Isel Rivero, que participó en un congreso en que se dijo, “Abajo los homosexuales”… Isel se atacó y en ese momento decidió irse. Pero eso, aunque a nosotros nos lo contaron, nosotros estábamos conscientes de que eso se iba a superar. Que era también el momento de la Revolución, de esa transformación. Por eso digo que éramos ilusos. Ha tenido que pasar mucho y llover mucho para eso…
MIA: Lo de estar cerrados a la realidad…
GFL: Nosotros no estábamos cerrados a la realidad. Nosotros considerábamos que los del grupo Orígenes estaban cerrados a la realidad en su obra poética.
MIA: Sin embargo, los de El Caimán, sí consideraban que ustedes estaban cerrados.
GFL: Fíjate que contradicción. ¿Por qué nos consideraban herméticos? Porque nosotros no tratábamos la realidad con los términos que ya se venía estipulando que debía tratarse. Puro reduccionismo.
MIA: Respecto a la clausura del grupo, ¿qué puede argüir?
GFL: Mira, varias cosas tienen que ver. La cuestión de la preferencia sexual fue determinante. Hubo una prohibición real. Ya lo dijo el profesor Rodríguez Rivera, que no podían publicar a escritores homosexuales en El Caimán. Yo me atengo a lo que él dice, y ojalá que lo sigan chocando, para que diga más… Habían pasado muchas cosas, la Crisis de Octubre, se había agudizado más el problema del bloqueo, económicamente la zafra no funcionaba…
MIA: ¿Eran batallas personales?
GFL: Eran batallas personales, pero en un ambiente, en un contexto que las propiciaban. Estaba el problema de la microfracción. La lucha de los antiguos militantes comunistas. Dentro de toda esa atmósfera, algo muy sano era pensar en la moral. Y lógico, porque cuando los problemas no se podían solucionar, se impone el rigor de la moral. A eso súmale que nosotros queríamos publicar en el primer número Aullido, de Allen Ginsberg y La nube en pantalones, de Maiakovski, que son dos poemas bastante polémicos, cada uno en su estilo, uno en un nivel político y otro en un nivel social… Nosotros no hacíamos poesía de tesis revolucionaria, hacíamos poesía de libertad, de expansión, de expresión de cada uno y eso tuvo que ver. Amén de todo eso, la presencia de Ginsberg, que fue el detonante. Además, éramos jóvenes impetuosos que publicábamos mucho.
MIA: ¿Cuál fue la colaboración suya con las Ediciones?
GFL: Debí de aparecer en la primera antología de teatro que estaba preparándose con Eugenio Hernández. Cada uno teníamos una especialidad. Eugenio y yo éramos los que estábamos al tanto de lo que se iba a publicar en cuanto a teatro, los que propusimos a Brene, a Nicolás Dorr. Hernández aparecería también como antologador. Se creó un problema por algo muy escabroso entre José Mario y Ana María Simo, algo que resultó ser un mal entendido… Ana María Simo se separa y José Mario renuncia a El Puente, y por cinco meses estuvimos como en dos facciones. Y Ana María Simo salió y nunca más volvió a amistarse con José Mario porque ella es por ahí. Y por ahí fue y seguirá siendo y hay que entenderla. Ya como a los cinco o seis meses José Mario volvió y yo me quedé colaborando con él.
MIA: ¿Pero en cuanto a lo político, hubo una ruptura?
GFL: Nunca fue lo político un punto de ruptura. Nosotros estábamos indignados con Vietnam y me recuerdo aquí… en este parque, el Mella, un día nos sentamos a hablar y José Mario y yo decíamos: “Lo que hay que hacer es ir a Vietnam para acabar con estos americanos de porra”. Porque nosotros habíamos leído a Orwell y a Papini, y para nosotros el comunismo era un gran misterio y un gran terror. Pero había en este sentido una conciencia martiana de odio, de rechazo a la vez contra Estados Unidos, no a la nación, sino al gobierno. Pero a la vez lo que no queríamos era la uniformidad; luchábamos por la diversidad y por tratar de afirmar lo que nosotros éramos.
La Habana, 2006
[1] Texto de Guillermo Rodríguez Rivera en La gaceta de Cuba (ene-feb, 2006). [Cortesía MIA].
Responder