María Isabel Alfonso: Interviú a Reinaldo [Felipe] García Ramos / La existencia de El Puente jamás fue reconocida, ni siquiera para atacarnos
María Isabel Alfonso (MIA): ¿Cómo surge El Puente?
Reinaldo García Ramos (RGR): Ya existía cuando entré a formar parte del grupo y conocí a José Mario, ya Nancy Morejón y yo éramos muy amigos. Íbamos a entrar a la Universidad. Habíamos estudiado francés juntos. En la librería La Tertulia, de Reinaldo Gómez Ballina, un cubano muy entusiasta que hizo una serie de colecciones interesantes (había publicado, por ejemplo, Lluvias, de Saint-John Perse, en la traducción de José Lezama Lima), yo había visto algunos libros de El Puente, como El largo canto, de Mercedes Cortázar. También el de Silvia Barros, 27 pulgadas de vacío, y el de Ana Justina, Silencio. Después, como a los dos o tres meses, conozco a José Mario. Y veo que él era quien estaba publicando estos libros.
Es muy curioso… Las Ediciones El Puente, tengo entendido, se costearon, al menos al principio, con una beca que se había ganado José Mario en el Teatro Nacional. Los del grupo inicial, a saber, José Mario, Ana María Simo, Ana Justina Cabrera, Gerardo Fulleda León, se habían conocido en el Seminario de Dramaturgia a principios de los años 60. El seminario estaba dirigido por Mirta Aguirre e Isabel Monal. Yo no tuve participación. Duró como un año. Había que responder a una convocatoria para formar a jóvenes dramaturgos. José Brene estaba, Eugenio Hernández también. Yo no sé realmente cómo surgió la idea de los libros. Pero me imagino que por la personalidad de José Mario. No sé si cuando se publican El Grito y La marcha de los hurones ellos tenían la idea de seguir con las Ediciones. Fíjate que esos dos primeros libros no salen bajo El Puente, que no existía, sino por la imprenta de la CTC Revolucionaria. La imprenta que publicó los textos de El Puente fue la Arquimbau. Era una imprenta que fue privada, como hasta principios de 1964.
Era una época fascinante. Nada estaba definido. Publiqué Acta con 18 años. Al frente del Consejo Nacional de Cultura estaba Edith García Buchaca. Era también la época de Mirta Aguirre, profesora mía que era muy respetada, comunista furibunda. Todos aquellos que se habían agrupado en la Sociedad Nuestro Tiempo, mezcla de la gente más tradicional del Partido Socialista Popular (PSP) con los más jóvenes, como Alfredo Guevara, etc. Nuestro Tiempo era una asociación cultural, creo que también tenían una revista.
José Mario, mientras estuvo en el Seminario de Dramaturgia, antes de yo conocerlo, había publicado un tomo con 15 obras de teatro para niños. En esa época, muchas de las obras que se pusieron por el género de guiñol provenían de este tomo. Por el éxito que tuvieron esas obras, le dieron a José Mario una beca para que escribiera teatro, una beca del Teatro Nacional, como alumno destacado del Seminario. Creo que eran como 900 pesos, lo cual era un capital en aquellos momentos. Ponte a pensar, era una época en que todavía en La Habana había comercios, restaurantes… Cuando yo lo conocí, él nos invitaba casi todas las noches a comer en El Polinesio, en los bajos del Habana Libre. Allí se empezó a hablar de todas las ideas de los libros que íbamos a publicar. Era un momento único. Todo estaba en movimiento. No había la atmósfera represiva que hay ahora. En el teatro había una actividad enorme. Con el producto de esa beca fue que se empezaron a pagar los libros de las Ediciones. Yo no recuerdo francamente si yo tuve que dar algún dinero por mi libro, creo que no. Resumiendo, conozco a José Mario a finales de 1961. Mercedes (Cortázar) se había ido del país, creo, en enero de ese mismo año, también Isel Rivero. Las «Palabras a los intelectuales» fueron lo último que escuchó Isel antes de irse. Fue una reunión en el Salón de Actos de la Biblioteca Nacional, y el único escritor que pidió la palabra fue Virgilio Piñera y dijo «Yo tengo mucho miedo».
MIA: ¿Y eso fue abierto a todos?
RGR: No sé, hubo una convocatoria, para los escritores y artistas. Lamento mucho no haber estado presente. Yo tenía 17 años, recién había terminado el bachillerato y empiezo a escribir poesía. Yo había terminado el bachillerato en Ciencias y Letras y tenía la vaga idea de que iba a estudiar ingeniería, pues en ese momento, la Revolución, la industria, el país, las necesidades y todo lo demás pedían eso… A los que queríamos estudiar ingeniería nos mandaron a pasar un cursillo de nivelación a la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, en Miramar. Yo asistí a ese seminario de nivelación en el verano de 1961 y me empezaron a dar trigonometría, cálculo, y a mí eso me dio tanta tristeza… que me puse a escribir poesía. En fin, yo era un adolescente tratando de encontrarme a mí mismo, con todos los problemas de un adolescente. José Mario era un poco mayor, una persona muy simpática, chispeante. Me llevaba como unos seis años. Además era una personalidad muy “flamboyán”. Él me ayudó mucho con todo, no sólo en la literatura, sino con la cuestión de ser gay, etcétera. Nancy Morejón lo conoció primero y recuerdo que nos fuimos una tarde al cine Payret a ver una película, y él nos comentó algunos de los libros que recién habían salido en las Ediciones. Y se quedó muy impresionado cuando supo que nosotros escribíamos poesía, y nos dijo: «Ah, pues me tienen que dar un libro…» Tenía la visión de que las posibilidades iban a desaparecer. También Isel.
MIA: ¿Desaparecer en qué sentido?
RGR: Mira, en ese momento, ¿cuáles eran las opciones? Lo único que existía era Lunes de Revolución. Y Lunes sencillamente nos ignoró todo el tiempo. Los libros de El Puente no eran reseñados por ellos, la existencia de El Puente jamás fue reconocida, ni siquiera para atacarnos. Fue como un silencio brutal. Virgilio, por ejemplo, comentó algo, pero poco (claro, la actitud de Lunes no dependía de él), pero él conocía a Ana María y comentó los cuentos que ella publicó en El Puente. Ella se fue en 1969 a Francia y luego a Nueva York, y ha seguido escribiendo teatro en inglés. Pero cuando me acerco a las Ediciones ella y José Mario eran los que coordinaban las publicaciones. José Mario era un poco desorganizado, Ana María era la que venía y ponía orden. Te hablo de los años 1962 y 1963… Después que Nancy y yo publicamos los libros, surgió la idea de hacer una antología de poetas, la Novísima. En diciembre del 62 sale la Novísima. Estaban antologados algunos de los poetas de El Puente, entre ellos Miguel Barnet, Belkis Cuza Malé, Santiago Ruiz (Héctor Santiago Ruiz), que ahora vive en Nueva York.
A Georgina Herrera fue José Mario quien la descubrió. Trabajaba como doméstica, como sirvienta. Un día llegó José Mario con un poemario y dijo: «Mira qué cosa más maravillosa ha escrito esta mujer». Nos quedamos fascinados con Georgina. Cuando le preguntamos cómo le poníamos a su libro, ella dijo: «Ah, no sé, como ustedes quieran». Y le pusimos GH al poemario, sus iniciales. Una personalidad increíble. Ella está en Cuba y ha seguido publicando.
Lo interesante de El Puente es que fue el primer movimiento literario cubano donde hay una gran mayoría de negros. Segundo, hay una gran mayoría de personas de familias pobres. Georgina era una sirvienta; el papá de Ana María trabajaba en un almacén; el de Nancy era estibador; y mi papá era chofer de rastras de carga. Y además, no olvidemos la cosa gay. No la mayoría, pero muchos de nosotros éramos gays.
MIA: Además del trabajo editorial que los convocaba, ¿se reunían por otras razones?
RGR: La Habana era una ciudad fascinante… Había dinero, clubes nocturnos, y nosotros estábamos muy vinculados con el movimiento de música popular llamado filin. Eso después se nos criticó mucho, pues decían que el filin creaba canciones con una actitud decadente, pesimista, que se centraba en el individuo y sus problemas, y no cantaba las glorias de la Revolución. Y se llegó a hacer un espectáculo en el Teatro Arlequín, como en el año 62, antes de las tertulias de El Gato Tuerto, donde los actores decían poemas nuestros y había músicos que cantaban. Estaban Marta Valdés, Ela O’Farrill… Por ese tiempo Marta Valdés le puso música a un poema de José Mario.
Casi nunca nos reuníamos a hablar solo de literatura. Nos reuníamos en el Polinesio, y mientras comíamos hablábamos de lo que se iba a publicar, o nos juntábamos en otro sitio, pero de manera informal. Por ejemplo, yo recuerdo vagamente haberme encontrado con José Mario y Ana María en la época de la antología en la biblioteca del Ministerio de Hacienda, no sé si existe todavía, una biblioteca magnífica. Generalmente éramos José Mario, Ana María, Nancy y yo. No era un grupo estructurado, disciplinado, era una cosa que iba con la vida. Por eso te mencioné lo de los clubes de filin, porque en ese momento empezamos a estar en contacto con los músicos de ese movimiento. Recuerdo que íbamos mucho José Mario y yo al club Scherezada, donde cantaba Elena Burke. Y a La Red, donde cantaba La Lupe. A La Lupe la vi varias veces cantando en La Red, con toda su personalidad deslumbrante. Y luego vinieron los recitales de música y poesía en El Gato Tuerto. En uno de ellos participó Miriam Acevedo…
MIA: Cuéntanos un poco sobre la polémica con Jesús Díaz.
RGR: La leí cuando salió publicada, en 1966, pues recuerda que cuando se produce la polémica las Ediciones ya no existían: desaparecen a principios del 65. Con extraordinaria lucidez y valentía, Ana María asumió la defensa de nuestro grupo y de nuestras esperanzas. En noviembre de 1964 yo había renunciado por escrito a mi trabajo en El Puente y a partir de entonces estuve metido por completo en mis estudios universitarios.
Tengo aquí un documento que considero importante y que te quiero mostrar, las pruebas de plana de la Segunda novísima de poesía, que cayeron en mis manos cuando ya yo vivía en Nueva York, en los años ochenta. El libro estaba a punto de ser publicado cuando se clausuran las Ediciones. Con las pruebas recibí un papel mecanografiado que dice: «Libros confiscados, en imprenta, al cierre de las ediciones de 1965”. Se mencionan cuatro o cinco libros. O sea, queda establecido que en el momento de la desaparición de las Ediciones esos libros iban a salir, entre ellos este, la Segunda novísima de poesía. El caso es que se quedó por publicar una antología excelente. Te muestro el índice: los antologados eran Sigifredo Álvarez Conesa, Rolando Rigali, Pío E. Serrano, Gerardo Fulleda León, Guillermo Rodríguez Rivera, Pedro Pérez-Sarduy, Lilliam Moro y Lina de Feria. Lina empezó con El Puente, era del grupo. En 1966 fue jefa de redacción de El Caimán Barbudo. Enseguida tuvo problemas. Lilliam Moro está en España, excelente poeta. Casi todos los demás que se quedaron fueron parte del oficialismo. Poco después, creo que a fines de 1965 (o en 1966) José Mario es reclutado para las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). Su prólogo tiene fecha de enero del 64. ¿Qué pasó? Tal vez por lo de la UMAP decidió irse del país y todo se quedó así…
Las Ediciones habían empezado a tener problemas con el papel creo que desde principios de 1964. Los primeros libros salían en esa imprenta que te dije, Arquimbau, que era privada. Pero antes de que la nacionalizaran, el papel venía de empresas que ya eran del Estado. Por eso, para conseguir el papel, teníamos que tener las autorizaciones y firmas de funcionarios que ya estaban dentro de las estructuras, personas como Alejo Carpentier y Mirta Aguirre. Para conseguir papel y poder imprimir los nuevos libros, José Mario tenía que conseguir firmas de aprobación. Recuerdo que nos divertíamos con la “r” gutural de Alejo cuando le decía a José Mario que necesitaba una “fiRRRRma de MiRRRRta”… Y también, claro está, contábamos con el apoyo de Nicolás Guillén, que era el más importante, pues los ataques empezaron desde muy temprano. Él apoyaba el trabajo de las Ediciones, y estaba consciente de muchas cosas, tenía una visión más universal, que no tenía nada que ver con los trogloditas que dirigían los organismos de la cultura. Eso es algo que no se ha estudiado suficiente, ¿qué fue lo que logró salvar Guillén por debajo de la mesa? Además de que nunca fue un santo de devoción de Fidel Castro…
MIA: ¿Puede referirse a «Nos pronunciamos», aquella «declaración» o «manifiesto» en El Caimán Barbudo?[i]
RGR: «Nos pronunciamos» ocurre cuando El Puente había desaparecido. Ahora me estoy dando cuenta, retrospectivamente, de que ellos se pronuncian debido a lo importante que El Puente había sido. Incluso, más de un año después de haber desaparecido las Ediciones, El Caimán surge y se ve en la necesidad conceptual de rebatir ciertas cosas. Y no sólo eso, está poco después la polémica de Ana María con Jesús Díaz.
Hay que poner todo eso en perspectiva, hay que ver quién era la gente de Lunes: Retamar, Padilla, Pablo Armando. Había una tendencia que Lunes defendió, de una poesía más asentada en la tradición anglosajona, más directa o más objetiva. Nosotros estábamos más hacia una tercera vía: no panfletaria, no propagandística, pero tampoco encerrada en una torre de marfil. Sin embargo, se nos acusaba de metafísicos y herméticos. Claro, pero había una cosa que nosotros instintivamente defendíamos, y era que teníamos el derecho de no hablar de la Revolución. Te lo puedo ahora decir yo en tres palabras, pero eso no era una idea fija, clara, en la mente de nosotros; era más bien instintiva; ese instinto que tiene todo artista joven de defender su libertad de expresión… Es lo que han sentido muchos escritores polacos, checos, ante las sociedades monolíticas que han tratado de dictar lo que el arte debe ser, según ellos. Entonces, era una actitud que estaba siendo adoptada por un grupo de poetas donde había una gran cantidad de gente negra, una gran cantidad de gente pobre y de homosexuales. Había que defender la libertad de expresión, o si no, desaparecíamos. Por eso nosotros molestábamos; molestábamos por ser gays, por ser negros, por ser pobres y distintos, porque no entrábamos en el esquema.
Déjame mostrarte este incunable, mi primer libro. Publicado a los 18 años pero escrito a los 17. La nota de solapa es de Ana María. Es una poesía individualista, basada en una especie de pasión absoluta por la palabra. Imagínate, un joven poeta cubano, en plena efervescencia revolucionaria…. que publique su primer libro y que el primer verso sea: «Y como yo estoy muerto». Era como una bofetada a toda aquella estructura circundante de alegría.
MIA: ¿Y ustedes estaban entusiasmados con la Revolución, o estaban alertas?
RGR: No, el que más y el que menos estaba participando en algo. Yo fui miembro de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, Ana María estudió periodismo y trabajó en Prensa Latina, desde cuando esa agencia de noticias estatal se creó. José Mario se llevó una beca del Teatro Nacional en el año 1960-61. Es decir, nosotros no estábamos ni remotamente aislados ni de espaldas a lo que estaba pasando. Sencillamente, estábamos convencidos de que lo más importante de todo eso era defender nuestra libertad de expresión. José Mario escribió y publicó varios libros de una poesía completamente existencial, donde no hay una sola palabra que diga revolución, guerrilla, nada. Pero eso tenía derecho a existir también. Y además, la cultura tiene que ser eso, esa variedad y esa contradicción… Las cosas explícitas en la cultura no tienen valor, las que tienen valor son las que salen por sorpresa del subsuelo.
MIA: ¿Puede referirse a los estatutos que se suponía ustedes redactaran para las Brigadas Hermanos Saíz?
RGR: En el verano de 1962 la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) empieza a considerar la posibilidad de formar las Brigadas Hermanos Saíz. Nosotros (Nancy Morejón, José Mario y yo), fuimos citados a la UNEAC por Roberto Fernández Retamar, que en ese momento era el secretario general o vicepresidente de ese organismo, para encomendarnos la tarea de empezar a trabajar en los estatutos de esas Brigadas. Y nosotros nos pusimos a trabajar. El dato es muy importante. Ya existía El Puente y nos llaman como núcleo director de El Puente. ¡Fíjate tú cómo ocurrían las cosas! Bueno, al final eso no llegó a nada, pues sucedió la Crisis de Octubre. Pero hay una cosa muy interesante, el prólogo de la Novísima Poesía Cubana (1962) se terminó de escribir en los jardines de la UNEAC, rodeados de sacos de arena, para protegernos de ataques aéreos, pues estábamos en plena Crisis de Octubre. Nosotros estábamos, imagínate, haciendo el prólogo para una antología de poesía… ¡de poesía hermética o como fuera, en medio de la amenaza de los cohetes y todo aquello! Eso te da una idea de los tiempos que corrían. Eso estaba ocurriendo en octubre, y lo que te estaba diciendo de la Brigada Hermanos Saíz fue en el verano. El año 1962 fue un año, digamos, como de luna de miel convulsiva para las Ediciones. A principios de ese año salen el libro de Nancy y el mío, que no éramos jóvenes descarriados ni desperdigados… Y en la UNEAC vieron esos poemarios y se dieron cuenta de que estaban escritos por estudiantes universitarios, personas con una formación. Por eso, y porque allí estaba Guillén, nos llaman en el verano para hacer los Estatutos de las Brigadas. Nos dedicamos a esa tarea y creo que llegamos a entregarle a Retamar el proyecto por escrito, pero aquello se quedó así. Pienso que posiblemente había otras tendencias que provenían de la vieja guardia comunista, que estaban presionando para que hubiera otro tipo de movimiento de jóvenes…
Pero lo que te quiero destacar es cómo variaban las cosas: en el verano nos reconocen, nos invitan a hacer los estatutos, somos prácticamente «los jóvenes» escritores aceptados, a pesar de que no coincidíamos con ciertas tónicas de realismo socialista y cosas de contenido más bien ideológico que la vieja guardia comunista del Partido Socialista Popular y otros querían imponer. Es muy curioso, pues todo ocurrió a pesar de las «Palabras a los intelectuales»… O quizás, debido a las «Palabras», pues este fue un discurso tan tajante. Se interpretó como: «Sí, yo quiero que todo ocurra dentro de la Revolución, pero pueden hacer lo que ustedes quieran, siempre que no se metan con la Revolución…» Así fue como se interpretó. Entonces, claro, dentro de esa tónica, la gente estaba viendo cómo se acomodaban, hasta que alguien chillaba y decían, ah, ¡eso no se puede hacer!
Es que nadie sabía, las cosas no estaban definidas, las estructuras, las instituciones. Por eso nos llaman y nos metemos a hacer todo esto. Termina el verano y nos ponemos en función de la antología. El prólogo se firma en octubre. Se publica en diciembre, en plena Crisis de Octubre. Ya en 1963 empiezan a surgir los problemas. A pesar de que fue un año interesante en cuanto a lo que estaba pasando, en cuanto a la vida de La Habana. Se publican ese año muchísimos libros… Es decir, que durante la época en que El Puente existió no hubo ataques exacerbados. Fue después que comienzan los ataques.
MIA: ¿En la polémica entre Ana María y Jesús Díaz?
RGR: No, es que cuando esa polémica ocurre las Ediciones ya no existían. Pero eso es lo interesante, que una vez que se dejan de publicar los libros, todo aquello dejó un vacío tan grande que había que atacarlo. ¿Muy extraño, no? Y también porque más o menos de algún modo, algunas de los escritores que se habían quedado en Cuba, como la propia Ana María, ya en 1966 estaban probablemente pensando en marcharse. Y José Mario estaba en la UMAP.
MIA: ¿José Mario colaboró con la Primera Novísima?
RGR: Indirectamente. Él nos ayudó con la selección, aunque sólo aparece mi nombre y el de Ana María. Y después él preparó la Segunda Novísima, y en esa sí aparece su nombre como encargado de la selección y el prólogo. Esa Segunda Novísima está dedicada a Ana María y a mí. Tiene un pequeño prólogo muy interesante que dice:
Le ha correspondido a las Ediciones El Puente presentar a la más joven generación de escritores surgida después de la Revolución. Y lo que resulta innegable, los primeros jóvenes poetas dentro del cambio revolucionario.
Eso lo hizo él a plena conciencia, tratando hasta cierto punto de dar continuidad a lo que Ana María y yo habíamos dicho en la Primera Novísima, donde hablamos de cuál podría ser la poesía de la Revolución.
Miami, 2005
[i] «Nos pronunciamos» fue publicado en El Caimán Barbudo el mismo año en que Jesús Díaz atacó a El Puente desde La Gaceta de Cuba (1966). No aluden directamente al grupo en el manifiesto, pero años más tarde Guillermo Rodríguez Rivera aclaró en Ensayos voluntarios (1984), que el mismo tenía como blanco «la tendencia representada por las Ediciones El Puente».
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