Héctor Antón: El festín del libertinaje
Ya es frecuente que una vivienda particular se convierta en espacio galerístico. Casualmente es el apartamento de Ezequiel O. Suárez la nueva sede sin ánimo de continuidad ni plan anual. Casualmente, el Vedado habanero, es el sitio donde se ubica la nueva vivienda del cofundador de Espacio Aglutinador en 1994. Ezequiel, un tipo antisistémico por excelencia.
No hay jefaturas ni jerarquías por conceptos de nombre y trayectoria. Nada ni nadie está por encima de nadie. Aquí simplemente confluyen un grupo de amigos y sus obsesiones. No hay canon curatorial, el socorrido pretexto académico para justificar caprichos pedagógicos o vicios dictatoriales.
Precedida la muestra por un falso título Ok, lamentable/Ok, Lame, la exhibición evade clichés regidos por el instinto de conservación y el oportunismo político, tan propicio en los días que corren. Que se decida a hacer lo que a uno le viene en ganas, no significa que cualquier disparate sea aplaudible o conveniente.
Un elenco donde confluyen diversas generaciones y modalidades estéticas integrado por Carla María Bellido y Kevin Ávila; un outsider fuera de revolución como Alejandro Ulloa o artistas con horas de vuelo como Ezequiel O. Suárez y Ernesto Leal; custodiados por dos clásicos nuestros como Arturo Cuenca y Tomas Esson. Una curaduría sin normas curatoriales que se dejan ver una tarde-noche de enero en La Habana.
Son piezas dispares difícil de vislumbrar un patrón. Hay piezas que no son para leer. Habría que ser la almohada de los artistas. Pero no se trata de interpretar, sino de disfrutar la descarga intimista-visual. La más terrenalmente legible para cualquier espectador es la propuesta de Alejandro Ulloa. Se refiere a los sucesos políticos de los últimos tiempos donde confluyen la amnesia oficial y el desparpajo público.
El arte hecho en Cuba pospandemia está signado por las ausencias (voluntarias e involuntarias) de muchos artistas exiliados e inxiliados por razones políticas o apolíticas. Si el arte no se enseña como sostenía Ernesto Leal, tampoco se diseña como un plan anual entre aceptación oficial y pliegues tolerados por curadores atrevidos. El saldo es una muestra donde no hubo patrón rector. Es un “arte de la descarga” carente del comisario o curador dictador que impone reglas, vicios, presiones. Aquí nadie responde a lo políticamente correcto o curatorialmente aceptado por la tradición.
Fue un regalo encontrar piezas guardadas celosamente por Ezequiel O. Suárez de Arturo Cuenca y Tomás Esson. Son reliquias de época que no son propicias para juzgarlas, sino para recordar un tiempo sin cuestionar a los autores. Un momento donde se mezcló la nostalgia romántica de una época y la ferocidad pragmática de los tiempos que corren. Un detalle conmovedor.
Otros que no estuvieron presentes fueron el inclasificable Jacobo Londres (Javier Marimón) y Armando Fernández, antiguo propietario del espacio. Jacobo Marimón dió rienda suelta a su imaginario donde la Isla no es ni siquiera un recuerdo, mientras se recobra la memoria del escultor Armando Fernández. El camino y el fin compartieron un rencuentro fantasmagórico, gracias a la voluntad insular de Ezequiel Suarez y la vida que cambia.
Una sorpresa disfrutar las piezas de Kevin Ávila y Carla María Bellido. Entre enigmáticas e intimistas hasta rozar el misterio, estos artistas ausentes del circuito oficial por motivos diferentes, descargaron a su manera sin tener que explicar las razones de su misterio herético o romántico. No se respiró en sus intervenciones resabios estéticos o resentimientos políticos conocidos o socorridos por el gran número de buscadores de veneno del arte contemporáneo hecho en Cuba. Nadie les pidió cuentas de su extrañeza.
No fue una muestra complaciente con nada ni con nadie. No asistió ningún funcionario oficial ni la crema y nata de la oposición interna. No hubo gremios ni pandillas de artistas sectarios. Fue una tregua selecta. Fueron algunos de visita en la Isla e invitados. No fue un ajuste de cuentas con nada ni con nadie en materia política o estética. Fueron los que los expositores estimaron que fueran. ¿Acaso existen exhibiciones democráticas? Pero fue un éxito de público rotundo. Por una noche, la paranoia quedó desterrada.
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