Alejandro Anreus: La vida de la herida: la fotografía de Julio Mitchel

Artes visuales | 27 de febrero de 2023
©Julio Mitchel, «Sin título».

Era mediados de la década de 1990: los años de Clinton, el auge del internet, el creciente empobrecimiento del alma estadounidense y el comienzo de la contagiosa propagación del posmodernismo, la corrección política. Esta fue la década en que el pintor Juan Sánchez me dijo que yo necesitaba ver la obra de Julio Mitchel. Poco sabía que las fotografías de Mitchel eran la antítesis de esa década baja y deshonesta: tenía corazón, rigor formal, tenía «cojones».

Encontrar el trabajo de Mitchel directamente, con el artista abriendo caja tras caja de fotografías, presentando lentamente cada impresión en mis manos, ha sido una de las experiencias más directas y extraordinarias de mi vida como historiador de arte y curador: experiencias similares han sido pocas y resuenan en mis más de 35 años en estas disciplinas. No hay peralte, no hay lenguaje hueco, no hay poses. Es la obra misma, en sus propios términos, y el artista  respondiendo modestamente a cualquier pregunta técnica o conceptual.

Mitchel me mostró serie tras serie: imágenes de desolación desde el sur de la frontera; judíos negros diciendo sus oraciones bellamente envueltos en sus chales que se asemejan a santos de Zurbarán; la  Estatua de la Libertad desde todos los ángulos posibles; hombres y mujeres llenos de ansias y solos en las grandes metrópolis; jazzistas «perdidos» en su éxtasis musical; travestis agotados por la vida misma. Su cámara desmantelando todo cliché y dándonos amantes en la oscuridad del lecho; una mujer solitaria esperando a las otras almas solitarias que ya no vienen a través de Ellis Island; y foto tras foto de conflictos militares y colonialistas cargados de una dureza poética que revela nuestras debilidades y temores, sea en Irlanda, Oriente Medio, Centroamérica . . .

La obra de Mitchel esta reunida en dos publicaciones conectadas con exposiciones: Triptych (Parkett/Der Alltag, Musée de l’Elysée, Lausanne, 1990) y ¿Tú me amas? (IVAM, Centro Julio González, Valencia, 1991). Han pasado 32 años desde que fueron publicadas. Mitchel tiene una obra vasta, en espera de ser publicada en libros y presentada en exposiciones. Su extraordinaria serie El sur, por mencionar solo una, merece una monografía y una muestra museológica.

En toda su producción artística, Mitchel nos ha dado una imagen caleidoscópica del mundo: en efecto, ha fotografiado todo lo que vale la pena fotografiar. El torso sucio y maltratado de un campesino; un niño con una ametralladora en una esquina vacía; un anciano en silla de ruedas sosteniendo la pequeña estatua de un santo; la pobreza urbana con su espanto y dignidad simultanea; el maniquí femenino desmembrado en la ventana de la tienda mientras hombres anónimos pasan apresuradamente; la mujer sosteniendo la pequeña perra en una oscura calle de la ciudad de Nueva York; el cuerpo sensual entrando en la bañera. Aquí está el mundo con toda su ternura y sus heridas. Lo que Mitchel no hace con su lente es perseguir lo obvio. Su ojo fotográfico  no es seducido por la falsa plenitud de nuestro mundo de  consumo.

Su biografía es simple: nació en La Habana, Cuba en 1942 y se crió en El Vedado. En 1960 llegó a la ciudad de Nueva York, estudió en The New School con Lisette Modell, y ha estado viviendo, trabajando y enseñando en la ciudad desde entonces. No ha regresado a la Isla donde nació. Su fotografía tiene parentesco con Robert Frank, con Álvarez Bravo, con Degas y Bonnard, así como esos retratos desgarradores (de aristócratas destrozados, tontos brillantes y bufones melancólicos) de Velázquez, y con los Desastres de la Guerra de Goya. Mitchel puede ser un fotógrafo sensual e íntimo, o brutalmente monumental.

Aquí tenemos a un artista cuyo rigor formal está imbuido de una poética intensa; con la cámara nos cuenta lo qué escribió Juan Gelman sobre los cuerpos doloridos, las almas redimibles. Sus fotografías revelan lo extraordinario en lo cotidiano. Comenzamos mirando, y luego Mitchel nos permite ver, nos enseña a ver. El mundo es un lugar de sufrimiento y belleza.

Debemos estar agradecidos con cada encuentro con su obra. El mundo de la fotografía le debe su atención. Ya es hora de que le hagan caso a su extraordinaria obra.

Publicación original en DdC.