María Isabel Alfonso: Interviú a Eugenio Hernández / El Puente no se caracterizó únicamente por el existencialismo que nos achaca Jesús Díaz

Archivo | Autores | 17 de marzo de 2023
©E. Hernández y Georgina Herrera / Facebook

Como parte de su libro Ediciones El Puente y los vacíos del canon literario cubano: dinámicas culturales posrevolucionarias (Universidad Veracruzana, 2016), María Isabel Alfonso entrevistó a los ejecutores principales de este importante grupo. Entrevistas de trabajo y de reconstrucción de época. En inCUBAdora publicaremos cada una de estas conversaciones una vez a la semana.

María Isabel Alfonso (MIA): ¿Cómo comenzó El Puente?

Eugenio Hernández (EH): Yo me vinculo a José Mario en la Biblioteca Nacional. Había toda una inquietud literaria, intelectual. Leíamos, discutíamos. Había influencia del existencialismo. Mi procedencia política no abarcaba esa filosofía, yo era de la juventud comunista. Pero mi integración a ello y a la discusión era muy abierta. Allí encontré a José Mario, un joven muy inquieto, que no tenía esa posición tan de moda con respecto al existencialismo. Discutíamos, por supuesto, teníamos discrepancias en muchos aspectos pero en otros no. Lo admiraba como creador infatigable, escribía mucho, todos los días escribía un poema, y esa fue una interrelación muy interesante porque yo escribía teatro, empezaba a escribir teatro, y podíamos intercambiar ideas… El Puente no estaba en su mente en ese momento. José Mario asistía al Seminario de Mirta Aguirre. Y al de Feldman [Samuel]. Osvaldo Dragún es posterior. Es dentro de esa atmósfera que conozco a José Mario. Había un grupo muy afín, desde el punto de vista literario e ideológico. Por supuesto, con diferencias, pero éramos muy afines: Fulleda León, Martínez Furé, Nancy Morejón, Ana Justina Cabrera… Nos reuníamos, compartíamos. Veíamos teatro y otras actividades culturales. Discutíamos y analizábamos todo. José Mario publica un libro (El Grito) y La marcha de los hurones, de Isel Rivero. A partir de ese momento es cuando a él le interesa crear una editorial.

MIA: ¿Tenía que ver el nombre/estilo de El Puente con el expresionismo alemán?

EH: No creo. Creo que se llamó El Puente pues se trataba de una especie de transición para publicar a aquellos que no podíamos publicar.

MIA: ¿Por qué no podían?

EH: Porque en primer lugar la publicación literaria es difícil, incluso para los que tienen una estatura literaria. Imagínese usted a un joven que empieza a escribir, le parece más difícil. Y era al principio de la Revolución. Es después cuando se desarrollan más las editoriales. En ese momento estaba Lunes de Revolución, que publicaba lo que podía, pero no podía asumir la cantidad de jóvenes que teníamos nuestro trabajo en la gaveta. Y Lunes estaba casi en clausura. Pero cogimos parte. Algunos publicaron. Por ejemplo, Fulleda León publicó una obra de teatro en Lunes: “La muerte diaria”. Ahí fue cuando se estableció el contacto con Fulleda, quien asistía al Seminario de Dramaturgia, y teníamos toda esta necesidad unánime de publicar. Necesidad incluso de publicar antologías de teatro, de cuento. Ese fue el interés de José Mario, quien fue un promotor muy ávido de expansión. Después él creó un consejo de dirección. Cuando esto sucede yo estaba ya con otros intereses, específicamente mi obra, atendiendo mi obra, y empecé a trabajar ya en el teatro como director, como asistente de escena…

MIA: ¿En qué consistió su colaboración con El Puente?

EH: La antología de teatro en la que participé no se llegó a publicar. Teníamos incluso el papel para publicar. Fulleda y yo éramos los que estábamos al frente de esa antología. Eran como 20 autores; la mayoría estudiantes del Seminario de Dramaturgia, y otros que no lo eran. También redacté alguna que otra nota de cubierta a algunos de los libros de El Puente. Había un vínculo.

MIA: ¿Había un espíritu de grupo como, por ejemplo, en Orígenes? ¿Se sentían unidos por una poética o una estética común? O más allá de eso, aparte de la estética, ¿había vínculos de grupo, o era solamente una editorial?

EH: Había vínculos de grupo en cuanto a intereses literarios, se leía mucho, se compartían ideas, se analizaban, se discutían… Incluso los libros se pasaban de mano a mano para después conversar… Realmente era un grupo. Pudieron haber estado las Ediciones o no, pero hubiéramos conservado esa unión. Porque había intereses literarios.

MIA: ¿Llegaron a conformar una estética propia?

EH: Mira, si te pones a analizar los libros que se publicaron, había una proyección al valor, fundamentalmente literario, partiendo de un criterio que no era elitista en ningún sentido, y había una propensión también a la cosa popular de calidad, no al populismo. Ahí surgieron escritores como Georgina Herrera, Manolo Granados, Ana Justina, Nancy Morejón, Gerardo Fulleda León… Había una preocupación por el hombre, eso sí, por la esencia del hombre. Quizá esa fue la ética que nos llevaba a una proyección estética. El hombre contemporáneo, sus angustias, sus frustraciones, sus deseos, su proyección.

MIA: ¿A eso se refiere cuando dice que había cierta afinidad política entre ustedes?

EH: Sí, había afinidad política… Bueno, la Revolución fue realmente una revelación para muchos a quienes incluso ni les interesaba la política, pues la Revolución sí abrió puertas que realmente iban más allá del hecho político: las oportunidades a los jóvenes, el hincapié en atender a los jóvenes… Los escritores conservadores querían impedirlo un poco, había en ellos un sentido de conservar sus posiciones. Quizá eso los llevó a determinadas actitudes que no correspondían al hecho de abrirse hacia los jóvenes escritores. Pero, bueno, eso no es lo que marcó, digamos, la línea de todo este comienzo.

MIA: ¿Y la polémica entre Jesús Díaz y Ana María Simo?

EH: Para mí eso fue una polémica realmente lamentable. La pude seguir. Ya yo no tenía mucho vínculo como antes. Sí de amistad. Inventábamos cumpleaños para reunirnos. Hoy es el cumpleaños tuyo, por ejemplo, e íbamos entonces a El Mandarín, El Gato Tuerto… La Habana tenía una vida nocturna muy agitada, toda La Rampa, todos esos lugares, los cuartetos, las D’Aida, Los Zafiros, Meme Solís… Había toda una inquietud artística e intelectual. Porque también eran cuartetos que tenían preocupación por la literatura, por el arte, por la poesía. No era simplemente el hecho de cantar. Había una interrelación. Estos artistas, estos cantantes, asistían, perfectamente, a una obra de teatro, o quizá a una lectura de poemas o de cuentos. En una de esas tertulias tú los podías ver. Como a César Portillo de la Luz. Marta Valdés musicalizó un poema de José Mario, por ejemplo…

MIA: ¿Los consideraban existencialistas?

EH: No, no, no, nunca nos consideraron existencialistas.

MIA: ¿O sea, el único que los consideró existencialista fue Jesús Díaz en su respuesta a la Encuesta Generacional[1] y posteriormente a Simo?

EH: Jesús Díaz, pero El Puente nunca se caracterizó únicamente por eso. Existía una tendencia existencialista entre algunos. Leíamos a Kierkegaard, a Sartre, a Camus, a los existencialistas. Pero El Puente no se caracterizó únicamente por el existencialismo que nos achaca Jesús Díaz. Se caracterizó también por una proyección muy consecuente con su estética, con su pensamiento.

MIA: Incluso sin contradicción con el proceso revolucionario cubano, pues Ana María Simo…

EH: Ana María Simo estaba trabajando incluso en Casa de Las Américas… Y muchos de nosotros trabajábamos en lugares que estaban también muy, muy comprometidos. Eso yo creo que lo definió muy bien Gerardo Fulleda León en su artículo[2].

MIA: ¿Por qué se cancela El Puente?

EH: Pero eso te lo habrá explicado Fulleda, ¿no?

MIA: Sí, pero quiero la opinión de todos…

EH: No, porque es que yo ahí sí no entro. Acuérdate de que mi vínculo con El Puente fue hasta ahí. Con la estructura de organización, con toda esa serie de cuestiones… yo no me vinculaba, pues estaba con otro núcleo de intereses. Aunque, bueno, nos veíamos. Entonces no quiero dar una opinión que va a ser subjetiva, cuando lo que se está buscando es la objetividad.

MIA: Pero, por ejemplo, ¿piensa usted que algo como la visita de Allen Ginsberg…?

EH: Mira, la visita de Allen Ginsberg pudo haber tenido resonancia, pero creo que fue más como la gotica de agua… Había una actitud, había quizá una herejía con relación a determinados valores que no considerábamos sagrados. Y hay una cuestión también de las eternas luchas de poder. Que una generación trata de negar la otra, una generación que tenga oportunidad de poder, digamos, de asumir el poder total, es capaz de ahogar a la otra y no ver que… O sea que hay una cosa que nos marca a nosotros, y cuando digo “nos marca” me refiero a Latinoamérica entera. Y es eso de que “Si tú eres, yo no soy”. Y eso es terrible. Unamuno incluso escribe sobre le envidia en España, en El sentimiento trágico de la vida, sobre lo que ha significado la envidia durante todo el proceso del ser humano. Ya lo tienes desde Cristóbal Colón, todo lo que sufrió Colón posteriormente después de su encuentro con la llamada América. Y eso es también lo que determina en muchos momentos actitudes que no corresponden a una dialéctica, a una convivencia, incluso.

MIA: Batallas personales…

EH: Batallas personales por poder, por el papel, por ser el único, y eso también pasa hasta en la obra personal de uno. Y no me excluyo, me incluyo en eso. Soy partícipe también de esa cultura.

MIA: ¿Puede referirse a la cuestión racial en estos años?

EH: Uno no puede negar la historia. De una manera activa o pasiva se es partícipe de la historia. Nosotros sabíamos lo que era todo el pensamiento reaccionario de la conspiración de la Escalera en 1844. Antes, desde 1812, también con la conspiración de Aponte. El negro siempre se vio, por intereses de la metrópoli, como un peligro. La experiencia de Haití no podía repetirse en Latinoamérica ni en el Caribe. Simplemente no podía. Entonces las oligarquías pudieron conseguir algunas concesiones a partir del miedo al negro. Estoy pensando en voz alta, y es un pensamiento muy particular. En sentido genérico, nosotros fuimos los esclavos. Y en la manigua, el esclavo llegó a dirigir al amo. Cuando viene la República, el amo asume otra vez el poder y el negro pasa a ser doméstico. Ahora, imagínate ese pensamiento, ese pensamiento al que tú que te acostumbraste, desde que abres los ojos, a ver a la manejadora y al hijo de la manejadora con mucho esfuerzo tratando de ir a la universidad… Algunos lo lograban y otros no. Cuando viene la Revolución se trata de romper (y se rompe) con muchas de esas estructuras físicas. Ahora, ¿cómo se pueden romper las estructuras mentales? ¿Cómo el miedo ese, ancestral, no va a aflorar de una forma u otra? ¿Cómo tú puedes pensar que el blanco no tenga un miedo recóndito con relación a perder su presencia, por la presencia del negro? Mi padre era blanco, pero era pobre, entonces, como blanco pobre era blanco-negro; y se casó con mi madre negra. Sus amistades eran negras. El mundo de él estaba conformado de eso. Él no podía quizás pensar eso. Pero las personas que vivían aisladas de este mundo, separados, era normal que pensaran en eso. Ahora bien, qué es lo que sucede. Está también la expresión del negro norteamericano, que influyó poderosamente en la cultura nuestra. Ahí está la presencia del Filin, la presencia del jazz, y la presencia incluso de los peloteros, de los boxeadores. Hasta en todo ese ámbito hay una influencia del negro norteamericano. El negro cubano ve como paradigma –que no lo tenía en Cuba, exceptuando a algunas figuras–, al negro norteamericano. Entonces cuando viene toda aquella cosa del Black Power, eso significó toda una revolución. Incluso, Revolución y Cultura publicó un número dedicado al Black Power. Entonces, ¿qué es lo que sucede? Lógicamente, mi pensamiento, mi vida, yo la plasmo de acuerdo con mi historia, a lo que yo viví, a mi relación. Se me acusó porque yo escribí una “obra de negros” (“María Antonia”). Decían que “María Antonia” era una apología a la negritud. Pero, ¿por qué una apología a la negritud? ¿Porque está presente el negro como protagónico? ¿Y entonces la “blanquitud”? ¿Dónde queda la blanquitud? ¡La blanquitud es el peso mayor que hemos tenido! Ahora, ¿voy yo a condenar a un escritor porque escriba sobre su realidad y porque sus personajes sean blancos? ¿Voy yo a condenarlo por su “blanquitud”? Todo eso también es una especie de pensamiento muy pequeñoburgués… Muchos se unieron a la Revolución por intereses muy concretos. Pero los otros intereses no los soltaron. E incluso en el fondo-fondo no los sueltan. Los prejuicios raciales siguen y se siguen agudizando más. Todo eso que te decía del ocultamiento racista, está en lo de “María Antonia”. Porque uno de los que se enfrentó a “María Antonia” fue Virgilio Piñera con todo su séquito. Y está en el Granma de 1967, en una encuesta, y quien único la defendió fue Jesús Díaz. “María Antonia” despertó mucho interés. Se me acusó de muchas cosas. La negritud era un problema fundamental. Claro, por primera vez el actor negro ve todas sus posibilidades… Puede actuar, puede también analizar la historia del negro, su historia, al menos parte de ella. Falta también la otra historia, la del negro intelectual, profesional. Esa historia también es parte de la familia negra, de la familia negra incluso también con un pensamiento pequeñoburgués que yo la tengo escrita que se llama “Desayuno a las 7 en punto”. Yo recuerdo que tuve una polémica furibunda con una negra, doctora en Derecho, en Ciencias Sociales. Yo hablando del problema de la alfabetización, de la Reforma Agraria, tenía toda esa verborrea de aquella época, verborrea en el buen sentido, no estoy hablando en el mal sentido, esa retórica… Entonces ella me dijo: “Yo no tengo que agradecerle nada a nadie”, y yo le dije: “Bueno, pero ahora podemos entrar nosotros, yo no tengo ahora que excluirme de estar en tal club”. Y dice ella: “Y a mí qué me interesa el Miramar Yatch Club? Yo tengo mi club”. O sea, que ella defendía lo que podía defender también un blanco. Juntos pero no revueltos. Tú para allá y yo para acá. Esa separación defendía precisamente la segregación.

MIA: ¿Pudiera referirse a la cuestión de la homosexualidad en estos años?

EH: Fue un factor también, un detonante, en un país totalmente machista, con una moral puritana, para imponerla con vista a crear al hombre nuevo, al hombre perfecto.

La Habana, 2006


[1] Reproducida a posteriori en Graziella Pogolotti, Polémicas culturales de los 60. La Habana: Letras cubanas, 2006, pp 367-368.

[2] Se refiere a “Aquella luz de La Habana”, La Gaceta de Cuba, La Habana, julio-agosto, pp. 4-6.