Luis Felipe Rojas: Eddy Campa el narrador, marielito maldito
Una mesera centroamericana con dos flechas tatuadas en la muñeca se encarga de apaciguar mi impaciencia con un café cubano: «con poca azúcar, por favor». En unos minutos debe hacer entrada el escritor Luis de la Paz, un empedernido promotor de la vida editorial y literaria en Miami desde hace más de 40 años. Trae su último proyecto hecho realidad en forma de libro. Se trata de Cuentos y poemas, la más completa compilación de textos del escritor desaparecido Leandro Eduardo «Eddy» Campa, el autor de Manual para estafar y otras historias y los poemarios Little Havana Memorial Park y Calle Estrella y otros poemas, reunidos todos ahora por Editorial El Ateje.
Estamos en el suroeste de Miami, muy cerca de la Universidad Internacional de Florida. La mesera, después de tomarnos los pedidos y asegurarse de que nos llegue conforme a lo anotado, nos pregunta una y otra vez «¿Todo bien?». Es una muletilla muy común en los restaurantes de la ciudad, una manera singular de que un sirviente interrumpa una conversación sin que los comensales echen afuera sus ganas de tomarlos por el cuello.
Cuando se va la mesera me doy cuenta de que estamos rodeados de un café con leche humeante que se ha pedido mi tocayo, sus tostadas cubanas engurruñadas de mantequilla y un tamal en cazuela que a mí me sabe a gloria, pero que el mismo Eddy Campa hubiera envidiado sabe Dios cuántas veces en su tropelosa vida. Cuando se dice que el escritor desapareció, es de forma literal. No lo vieron más en Miami en una fecha imprecisa entre finales de 2001 y principios de 2002. Nunca más.
De la Paz anda como niño con juguete nuevo, él que ya estuvo enrolado como integrante del consejo editorial de la mítica revista Mariel, sabe que Campa, un escritor «maldito», desde algún rincón de su existencia esperaba este libro.
En 1980 salieron por el puerto del Mariel algo más de 125.000 cubanos, era el éxodo más grande en 21 años de revolución cubana, de la censura y represión de verdeolivo impuestas por Fidel Castro en 1959. Ahora De la Paz ha ubicado al final de los textos de Campa un listado con los títulos de 30 autores que llegaron en aquella ocasión exclusivamente a Cayo Hueso en las embarcaciones en que los fueron a buscar o las autoridades cubanas los metieron a la fuerza (entre los que se cuentan él y Campa y Reinaldo Arenas y Rina Lastres). En 43 años de destierro hay 260 libros, lo que habla, me recalca Luis de la Paz, de lo que hubiera gozado el lector si en Cuba hubiera la libertad que salieron a buscar aquellos inmigrantes.
El marielito maldito
Son 40 cuentos cortos, de una velocidad supersónica, narrados por alguien que sabe que se tiene que ir, que se está yendo, que no hay tiempo para más. Campa acampa junto a la playa de South Beach o cerca del Goverment Center de Miami para acechar a sus presas: venderles una joya falsa, aprovecharse de la lujuria por las prendas que la gente tiene desde que el mundo es mundo e irse con su música a otra parte. No hay mayor violencia que el silencio del que paladea el mal y huele la muerte en su víctima más cercana. En casi todos estos relatos aparece ese narrador personaje que Campa ha asumido relatarnos casi en forma de diario de guerra sus tropelías por el Miami de los 90, cuando campeaban la droga y los usureros. Como si ahora no, lo que pasa es que ahora no tenemos un escritor como él.
Campa estuvo preso primero por supuestamente estar en el lugar equivocado en La Habana cuando tenía 15 años y allí practicaban una redada. Estuvo preso por un año y medio, dice, cosa que no podemos comprobar. Era profesor de un instituto tecnológico y lo expulsaron porque ante profesores de Marxismo se le cayó un resguardo, un amuleto de la santería cubana. La Seguridad del Estado lo envió a prisión por intentar enviar su poemario Calle Estrella y otros poemas a un concurso universitario en Venezuela. Estuvo poco tiempo entre rejas porque a los pocos meses se abrieron las puertas del Mariel y las aguas del Estrecho de la Florida y la libertad mismas.
Con ese prontuario llegó a Miami.
Para Mario Vargas Llosa, que ha explorado bien la sucesión de estadios y alcances que han tenido los escritores «malditos», no se trata de narrar lo que han vivido sino traer hacia adelante en el tiempo todas las motivaciones que los han llevado a acometer sus empresas y con ello plantarles cara a la sociedad de la que se sienten excluidos.
Campa decía que no era un marginal en sí, esto lo han corroborado el mismo De la Paz y el escritor Joaquín Gálvez, a quien se le debe uno de los mejores y más tempranos retratos sobre Campa que se haya escrito. Estaba contra toda forma de organización del Estado y la sociedad. Unos lo llamaban homeless, otros un ser descarriado y díscolo. Lo cierto es que sus elucubraciones terminaron escritas al tiempo que fueron experimentadas, infligiendo un poco de dolor en las personas a las que embaucó o huyendo de todo tipo de perseguidores a los que se enfrentó.
Pero es Miami, es la ley de la selva así fuera La Habana o Caracas.
Little Havana Memorial Park fue publicado en los años 90, pero ya es una rareza editorial. En 2016 José Abreu hizo una selección bajo el nombre de Poesía exiliada y pateada (Alexandria Library), y allí aparecen poemas de Campa junto a los de Jorge Oliva, René Ariza, Reinaldo Arenas, Esteban Luis Cárdenas, Roberto Valero y David Lago.
No hay moral, o mejor dicho, desaparece la condición moral en el «malditismo». Hasta un límite. El estafador, el vendedor de joyas falsas siente piedad por una de las embaucadas de turno. «No se sienta culpable» es el texto que abre la colección. Una mujer con su niña se interesa por una manilla de oro con la marca «de 14 kilates» impresa en el interior, pero en la transacción la niña la interpela… que la va a dejar sin comprarle los zapatos por culpa de la prenda y Campa o el narrador o el Diablo mismo tienen su hora de bendición y se niega vender la joya. La mujer conviene y se va y en eso pasa otra víctima que se la regatea de 40 dólares a 35 y se va con su embuste y premio. Al llegar a casa el hombre cuenta en billetes de distinta denominación el botín alcanzado en el día: «La necesaria purificación nocturna», concluye, citando a San Juan de la Cruz.
Las fotos de portada y contraportada del libro son del mismo De la Paz. Campa con su inseparable pipa, pensativo y con ojos café y suéter cuello de tortuga, y echando humo como quien pasa de un texto a otro. Me habían llegado esos primeros acercamientos de parte de Pedro Portal, el fotógrafo de la farándula y la pléyade de escritores, artistas y músicos en Miami. Es una magnífica foto suya, de las últimas que se le hicieran, al parecer.
Un cuento sí otro no, las piezas aparecen ensartadas por reflexiones sobre la existencia humana, la cita de un clásico de la literatura o el resultado de las lecturas del narrador a los filósofos de toda la vida. «Yo me encontraba leyendo El retrato del artista adolescente y, de inmediato postergué la lectura pues entendía que Joyce contaba con todo el tiempo del mundo», apunta el narrador antes de embarcarse en la caza de una pareja de jovencitos enamorados a quienes pasarle factura con otra de sus falsificaciones.
Cuán lejos o cerca están estos cuentos de Campa de la picaresca popular española, no importa. Su propia Generación del Mariel se encargó por varios caminos de hacer algo parecido teniendo a Miami como plaza de expansión narrativa o poética, como son Néstor Díaz de Villegas y Esteban Luis Cárdenas.
No podía ser de otra forma, Campa nos regala este listado de 37 reglas que debe conocer todo buen estafador para su oficio de vender prendas falsas, es un mapa de precauciones donde incluso entra la moral: «25. No obligue, no persuada», aunque lo haga por el bien de esa profesión de larga data.
En unos folios a máquina, rememora De la Paz, se le apareció Campa a él y José Abreu un día con estos cuentos y ellos asumieron que además de digitalizarlos se encargarían de los costos de publicación, pero el escritor, luego de ser visto mucho tiempo después con una sonda debido a una diálisis a que fue sometido, dejó de frecuentar sus sitios cotidianos y hasta le aseguró a De la Paz la última vez que se vieron que se había deshecho de aquella manguera al brazo por decisión propia.
«Lo buscamos por todos los escondrijos que frecuentaba. Tratamos de averiguar con algunos de los personajes de su libro, quienes estuvieron siempre más cerca de sus pasos que sus amigos escritores. Incluso, se contactó a la Policía y demás autoridades pertinentes; pero no se halló rastro alguno de su paradero. Muchos creemos que está muerto, teniendo en cuenta su mal estado de salud», cuenta Gálvez en su crónica para Otro Lunes.
Lo encontramos nosotros, los amantes de las piezas originales en la literatura, porque ni su colección de relatos ni sus dos libros de poemas ahora recogidos aquí tienen pinta del fastidioso afeite y poses paraliterarias de lo que adolecen muchas obras de sus contemporáneos. Son de una limpieza total.
«Estamos bien, gracias», le respondemos por quinta vez a la mesera de los tatuajes cruzados en la muñeca y que se va incrédula porque no queremos postre, ni café, ni agua.
Ni falta que nos hace ¿Verdad, Campa?
Publicación original en ‘Diario de Cuba’
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