Manuel Toledo: Interviú a Cabrera Infante / Todo lo que sea póstumo no me alegra

Archivo | Autores | 1 de mayo de 2023
©GCI en la azotea de Carteles, 1957 / Ernesto Fernández.

Guillermo, Ud. podría pensar en algún momento que considere que ha sido definitorio en su vida, que lo ha marcado como escritor, como ser humano.

Sí. Esto ocurrió en el bachillerato, pero lo que yo tengo que decir, antes de hablar del bachillerato y de un profesor extraordinario que me tocó tener, es que estudié en Cuba, desde el kindergarten hasta la escuela de periodismo -pasando por el bachillerato- absolutamente gratis. Es decir, en escuelas públicas.

Eso para mí es importante porque yo les debo, no solamente a los maestros de primera enseñanza, sino a los maestros de bachillerato y de la escuela de periodismo, un reconocimiento que en realidad nunca les he dado.

Nunca he mencionado como ellos influyeron en mí, más que nada.

Pero hay un momento en mi vida, en el cual yo era un estudiante bastante bueno, pero a mí nada más que me interesaba el béisbol y ver pasar a las muchachas por el instituto, porque eran clases de hembras y varones, y un día un profesor que cuando hablaba se volvía un histrión empezó a contar un cuento, que de pronto resolvió con la visita de un viajero que muchos años antes había dejado su isla y al regresar no era reconocido más que por su perro.

Entonces, como yo era un gran fanático de los perros…yo siempre tuve perros, desde niño e incluso ya de mayor…pues, me interesó la historia. Y este perro, después de reconocer al viajero, moría.

Ya Ud. sabrá que estoy hablando de Ulises y de su regreso a Ítaca, y de La Odisea, pero yo no lo sabía.

A mí lo que interesó verdaderamente fue la anécdota del perro tan leal y tanto reconocimiento que le hacía a su dueño.

Pero eso picó mi curiosidad por saber exactamente qué ocurría antes y después de la muerte del perro, y después del regreso de Ulises a Ítaca, y fui a la biblioteca del instituto, que era magnifica, y me leí «La Odisea».

Me pareció un libro extraordinariamente atractivo y después leí La Ilíada, que en realidad me rechazó un poco, por lo sangrienta que es y la cantidad enorme de batallas y de nombres, pero me quedé prendido a La Odisea, realmente.

Y ahí fue cuando yo empecé a interesarme en los libros y, por supuesto, en la cultura que ofrecen los libros.

La historia de Ulises es de cierta forma una historia de exilio. ¿Qué ha significado para Ud. ser un escritor exiliado?

Ha significado algo muy bueno porque me he permitido convertirme en escritor profesional. Es decir, yo vivo de lo que escribo, no como antes, que publicaba esporádicamente.

Pero, al mismo tiempo, el exilio me ha hecho perder mi lector natural que es, por supuesto, un cubano y si es posible un habanero.

Y eso ha sido para mí un conflicto porque mis libros están prohibidos en Cuba. Ni siquiera se pueden tener en la casa.

Hace poco descubrieron a una maestra que tenía un ejemplar de mi libro La Habana para un infante difunto y la llevaron presa.

La juzgaron por tener «literatura subversiva», cosa que es verdaderamente tener ganas de acusar a alguien por algo que no existe, y la multaron en 500 pesos, que para una persona en Cuba es bastante dinero.

De manera que ni siquiera puedo tener ese tipo de lector ocasional. Y esto es lo que a mí en realidad más me toca de mi exilio.

Conozco a los otros escritores sudamericanos que empezaron a publicar junto conmigo y todos no solamente pueden regresar a sus países de origen, sino que sus libros son celebrados, acogidos y leídos en sus países respectivos.

¿Y qué tendría que pasar en su Ítaca para que Ud. pueda regresar?

Tendría, primero que nada, que desaparecer del gobierno Fidel Castro, de la forma en que fuera posible, es decir, si renunciaba o si se moría o si lo sacaban del poder.

Tendría que ser un país en democracia. De otra manera, yo no podría regresar.

Porque yo estoy muy bien en Londres. Estoy viviendo en la democracia inglesa, y estoy viviendo muy bien en el sentido de que tengo completa libertad para hacer lo que yo quiera, para escribir lo que yo quiera y para leer lo que yo quiera.

¿Cuál Ud. cree que sería el futuro, digamos, ideal para Cuba?

El futuro para Cuba es uno sólo. El futuro ideal es el mismo que el futuro real, es decir una democracia.

Yo creo en la democracia y una de las cosas que más me gusta de Inglaterra es la permanencia de su democracia, de su constitución no escrita, y un parlamento independiente, y una prensa libre.

Todo eso viene con la democracia. No hay otra forma de alcanzarla. Todo lo demás que se diga del gobierno del proletariado y toda esa serie de engañifas, no tienen ningún sentido para mí.

Yo creo que el gobierno único de un país tiene que ser un gobierno democrático, elegido por la mayoría, en voto secreto y universal, y eso es lo que yo aspiro que ocurra en Cuba.

¿Ud. tiene algún tipo de contactos con escritores cubanos en Cuba, en la isla?

Muy esporádicos. A mí vienen a visitarme escritores de todas partes y yo los recibo.

Y así mismo recibo a los escritores cubanos que quieran conocerme, como pasó con Senel Paz, que me llamó por teléfono y me dijo que quería conocerme.

Vino un día y me conoció y charlamos. Por supuesto, no hablamos de política, sino de literatura.

Ha habido otros escritores, como Antón Arrufat, quien también vino a visitarme.

Él es ahora un escritor laureado por el gobierno de Castro, pero lo recibí por ser un viejo amigo y por ser una persona que, en realidad, por encima de todo, lo que le interesa es la literatura, y de eso fue lo que hablamos.

Y también otros escritores de no tanto nombre como Paz o Arrufat, pero sí bastante conocidos en Cuba.

Sí, yo recuerdo lo de Arrufat. Ese día yo estaba con él. En ese momento yo estaba estudiando literatura inglesa e hispanoamericana en Oxford y lo había invitado a dar una conferencia allá. Después él vino a verlo a Ud.

Ah, sí. Pues estuvimos hablando durante una o dos horas, pero prácticamente no hablamos de otra cosa que no fuera literatura.

¿Y algunos escritores cubanos como Gastón Baquero, Lydia…?

Ah, bueno, sí. Los escritores exiliados, sí, por supuesto, he tenido mucho contacto. He tenido contactos con Baquero, en realidad encuentros bastante agradables.

Por último, cuando estaba en el hospital, me escribió una carta magnifica, hablándome de lo que yo escribo y de lo mucho que le interesaba.

También tuve una gran relación con Lydia Cabrera, quien murió de una edad muy avanzada, 99 años, pero yo la conocía de Cuba… a Baquero no lo conocía de Cuba, pero a Lydia Cabrera sí.

Yo visitaba su casa, muchas veces, y después la vi en Miami, donde estaba exiliada, y la visité muchas veces.

También tuve algún contacto, pero esporádico, con Lino Novás Calvo, a quien fui a ver en el asilo en que estaba recluido.

Aparentemente, no le interesaba nada más que lo más elemental porque estaba calificado como senil pero, de alguna manera, yo le hablé de uno de sus cuentos y dije mal el título y él me lo corrigió.

Entonces me di cuenta de que, a pesar de que estaba recluido como senil, no estaba senil, estaba muy claro respecto a la literatura.

Pero no hablamos tanto de literatura porque, en realidad, el ambiente de ese asilo era absolutamente tenebroso, por no decir otra palabra.

Tengo entendido que estos tres escritores que Ud. acaba de mencionar, Gastón Baquero, Lino Novás Calvo y Lydia Cabrera, por una coincidencia, han sido publicados en Cuba después de muertos. Yo espero que Ud. dure mucho, pero digamos si Ud. muere esta noche, ¿cree que le pasaría lo mismo?

No lo sé. No lo sé realmente porque hay que reconocer que los tres tuvieron posiciones muy adversas para la revolución y para Castro, pero en realidad, allá siguieron el modelo soviético de publicar a los escritores…

Inclusive en Rusia, antes de caer el régimen soviético, ya habían publicado a Nabokov, que era un enemigo ferviente y fervoroso de la revolución rusa.

No sé, en realidad, que harían, pero sí hay una entrevista bastante vieja en la televisión americana, nada menos que a Roberto Fernández Retamar, y él dijo que yo era un contrarrevolucionario contumaz y que si me moría, verían si me publicaban después de muerto.

Esa es una pobre esperanza para mí, en el sentido que no me interesa lo que pase después de muerto, y mucho menos me interesa que me publiquen en Cuba en esas condiciones.

Hablando de artistas cubanos muertos recientemente, ¿qué le ha parecido el caso de Celia Cruz?

He lamentado mucho su muerte porque éramos amigos.

Ella vino a visitarme aquí. Yo iba a sus conciertos cuando venía a Londres.

Pero lo que me ha parecido realmente extraordinario es la acogida que le han dado no solamente en Miami, sino en Nueva York, a su velorio y a su cortejo fúnebre.

Cientos de miles de personas, en Miami, que era muy visible porque le hicieron una toma con helicóptero, y se veía la fila, que era de seis en seis, recorrer cuadras y más cuadras alrededor de la iglesia en que estaba siendo expuesta.

Y después, la acogida multitudinaria que tuvo su entierro en Nueva York…

Es sorprendente porque ella era una gran cantante, era una persona con eso que se llama carisma, y era muy popular, pero nunca pensé que tanta gente en Nueva York, a pesar de la lluvia y del mal tiempo, asistiera a su entierro.

¿Y ha sabido Ud. de las reacciones en Cuba?

En Cuba tuvieron una reacción típica. Fueron muy mezquinos.

Publicaron una nota de apenas una pulgada y la coronaron con una frase que vale la pena repetir, para repetir la inequidad de la frase, dijeron que era un icono contrarrevolucionario.

Eso fue todo el juicio que hicieron de ella como artista. Eso me parece una reacción típica de los funcionarios, es decir de los comisarios cubanos.

Si Ud. pudiera pensar en un epitafio desde La Habana para un Infante difunto, ¿cuál sería?

Ah, no, yo me niego a pensar en esos términos. A mí no me interesa ese tipo de homenajes.

Todo lo que sea póstumo, no me alegra.

Me alegra todo lo que pueda ser celebratorio en vida, pero después de muerto no creo que yo vaya a aspirar a una especie de permanencia literaria, a una suerte de celebridad después de muerto.

Eso no me interesa para nada. Para pensar en la posteridad literaria, pienso mejor en el alma no corrompida de la religión… me interesa muchísimo más saber de la Santísima Trinidad, que saber de mi reputación después de muerto.

Su reputación, como escritor, vivo y muerto será la misma, Ud. es considerado…

Muchas gracias, de todas maneras…

Y hablando de vida, ¿qué proyectos tiene? ¿Está escribiendo alguna novela? ¿Qué está haciendo?

Estoy escribiendo un libro, desde el año 95, que ha sido interrumpido montones de veces, inclusive últimamente por escribir una serie de artículos.

Yo estuve muy enfermo, realmente ocurrió la muerte de mi hermano menor, mi único hermano, en Miami, y esto me sumió en una absoluta caída emocional, un «nervous breakdown«, del cual apenas he salido ahora.

Y como, por supuesto, durante ese tiempo -casi un año- no escribí nada, me esperaba mucho trabajo atrasado, que estoy recuperando, por compromisos que tenía de escribir artículos, de aparecer en público, de ir a congresos…

Todo eso yo lo había suspendido durante un año y ahora me ha alcanzado.

¿Y ese libro ya tiene título?

Sí, tiene un título. Se llama La ninfa inconstante y es un libro que sigue muy de cerca ciertas aventuras personales, pero todavía me falta.

Como acostumbro a hacer, tengo escrito el final y, por supuesto, el comienzo del libro, pero tengo una enorme cantidad de notas para poner en el medio y eso es lo que me falta, componer el cuerpo del libro.

Porque teniendo el final o teniendo el principio, parecería más fácil, pero en realidad me falta mucho todavía por alcanzar la corporeidad del relato.

¿Está basado en Cuba también?

Es un libro que ocurre en La Habana, como todos mis libros que tienen un contenido de ficción, aunque estén basados en personajes reales o en ocurrencias reales.

Sí, es un libro que ocurre en La Habana y prácticamente en un solo barrio de La Habana.

Yo me he constreñido a situarlo simplemente en un barrio y creo que esa es una de las dificultades que tiene.

Realmente, convertir el barrio de El Vedado, que es donde transcurren las aventuras del personaje que narra el libro, es una suerte de laberinto.

Para mí ha sido difícil seguir esa norma porque el espacio, en realidad, limita mucho el tiempo del libro.

¿Y el tiempo en que transcurre la acción, en qué años es, más o menos?

La acción ocurre solamente en el verano de 1957. Ese es el tiempo en que transcurren las aventuras del protagonista.

¿Ud. tiene algún tipo de sugerencia, de recomendación para los escritores jóvenes en Latinoamérica o en Cuba?

Yo tengo una sola recomendación: la persistencia.

No hay otra cosa que hacer con la escritura que persistir.

La permanencia de la inmortalidad es muy elusiva, pero la permanencia del trabajo diario, o cada vez que se pueda escribir, yo creo que es muy importante.

Es decir, si yo he tenido algún éxito, ha sido por mi persistencia en seguir escribiendo y en publicar.

Publicación original en ‘BBC Mundo’, 2003.