Michael H. Miranda: Veltfort

Autores | DD.HH. | 21 de mayo de 2023
©Portada de Adiós, Mi Habana, en inglés.

Hace un par de días la revista Hypermedia recirculó un ensayo de Abel Prieto Morales donde se resumen varios de los prejuicios que el régimen cubano esgrimió siempre contra los homosexuales. En ese panfleto, el padre del ex ministro de Cultura cubano dice cosas bastante conocidas, a tono con lo que emanó del Congreso de Educación y Cultura de 1971, como «procurar que [los homosexuales] no sean conductores de juventudes» e intentar «comprenderlo [se refiere al ‘problema’ de la homosexualidad], pero nunca desde un punto de vista interesado». Usa terminología médico-científica con palabras como «contagio», «cura» y «terapia» para referirse a lo que las autoridades consideraban (y no dudo que consideren todavía) una patología que requiere tratamiento especializado.

La re-aparición de ese texto coincidió con mi lectura de Goodbye, My Havana, la novela gráfica de Anna Veltfort, publicado en inglés en 2019 por Redwood Press, un sello editorial de la Stanford University Press, en California. Primero se publicó en español por la Editorial Verbum. El texto de Prieto es de 1969, año fundamental en la biografía de Veltfort, como puede verse en la novela.

Es probable que no haya, en el escaso apartado de novelas gráficas de tema cubano, una obra más detallada y abarcadora sobre los años sesenta, la iniciación sexual, la homosexualidad y las múltiples tensiones que se dieron a nivel intelectual en la sociedad cubana de la época. También hay mención, por cierto, a la división y la tirantez entre las diferentes facciones (trotskismo, maoismo, estalinismo…) de la izquierda de aquel entonces.

Veltfort ha escrito y concebido un libro que no nos ahorra nada, quizás la erótica del roce de los cuerpos. Eso, que vemos hoy con normalidad en las novelas de Alison Bechdel, se extraña. ¿En serio, Connie, ni un beso? En el centro de su testimonio está un mundo asfixiante, desprendido de todo sentido de la libertad y del impulso humano de indagar y cuestionar y desear ser libres para amar.

El libro es extenso y a ratos farragoso. Demasiado texto, demasiados detalles. Pero yo tengo que decir que lo disfruté. El personaje de Anna Veltfort asiste atónita a este triste espectáculo de un mundo demasiado opresivo en construcción. Ha sido llevada allí por sus padres, comunistas de Estados Unidos, siendo muy joven, y allí tiene su despertar sexual y político. Y creo que me gustó la novela precisamente por el personaje, porque está atrapada en un contexto convulso donde no pidió estar, porque a la vez que participa, a su modo, mientras va creciendo, intenta violentar ciertos límites (la propia manifestación de su sexualidad, el árbol de navidad en el salón de la Facultad, la música que escucha, etc.) y porque no se detiene ni a juzgar ni a sermonear ni a sentirse equidistante. Ese personaje es uno de los grandes valores de esta historia.

Que el régimen cubano intentó influir en ciertos sectores de la intelectualidad norteamericana que le era afín lo demuestra la financiación del Fair Play For Cuba Committee, integrado por algunos poetas de la Generación Beat. Lawrence Ferlinghetti se declaraba seguidor de la inicial revolución no comunista que realmente sólo estaba en su cabeza, y escritores como Amiri Baraka y Allen Ginsberg llegaron a la Isla en viajes organizados y pagados por el régimen, con el resultado, en el caso de Ginsberg, que todos sabemos.

Hay alguna mención a esto en el libro. Veltfort narra su encuentro con Ginsberg en La Habana y la clausura de la Editorial El Puente. Cita un comentario callejero sobre que Ginsberg preguntó si Raúl Castro era gay y dijo que Che Guevara era «pretty», y que como represalia fue expulsado del país hacia Praga. Durante su visita familiar a New York, Veltfort se encuentra con activistas gays que le piden información sobre si es cierto que en La Habana hay represión a los homosexuales. Paralizada por el miedo, Veltfort apenas si da algún detalle.

Aquí es donde se nota el tipo de narradora que es Veltfort: no interviene, no juzga, sólo muestra. Y muestra mucho. Comunidades rurales en Oriente que no aceptaron el cambio impuesto por el nuevo régimen. Síndrome de la sospecha sobre los norteamericanos que viajaron y se establecieron en Cuba. Agresiones homofóbicas en las calles. Procesos judiciales arbitrarios y demorados hasta el infinito. Intromisión policial en la vida privada de la gente común. La delación como política a todos los niveles. Las desigualdades que ya se veían entre los privilegiados por el nuevo status y los silenciados, los condenados de a pie, los «degenerados» de segunda. Y un largo etcétera.

Una sociedad tan bipolar, como ya comenzaba a ser la cubana de su tiempo, era capaz de mantener en su élite a Alfredo Guevara, y a sostener en sus puestos a Mirta Aguirre e Isabel Monal. Eran homosexuales autorizados y privilegiados. Y sin embargo perseguía, silenciaba, marginaba, encarcelaba y enviaba a campos de trabajos forzados al resto, a todo el que fuera sospechoso de no someterse a sus reglas.

También está el caso del padrastro de la autora, un tecnócrata de cierto pedigrí comunista. Había participado como voluntario en la Guerra Civil Española e integrado más tarde el partido comunista en Estados Unidos. Luego de 1959 se instaló con toda la familia en La Habana para colaborar con el régimen, junto con otros «fellow travelers» y agentes declarados de cierto renombre como Maurice Halperin, Martha Dodd, George Eisen, Ed Burstein y Celdric Belfrage (le llama George en el libro), todos a la postre o bien desencantados o bien defenestrados y conminados a marcharse. Estos, como miembros de una colonia habanera de verdaderos privilegiados, son los que aparecen mencionados en el libro.

Pensaban todos que estaban construyendo una sociedad nueva, más justa, y sólo estaban cavando los cimientos para el ascenso de un Stalin tropical. Al final, siendo imposible reunirse fuera de la isla con la que era su pareja en ese momento y a la que no volvió a ver jamás, Veltfort renuncia a todo y se larga. Se despide de La Habana. La ciudad se despide de ella. La «terapia» que recetaba aquel Prieto Morales no la alcanzó. Pasarán muchos años antes de que se decida a publicar su testimonio, que agradecemos.

Publicación original en El rancho de los pormenores. Se reproduce con permiso del autor.