Luis Cino: Nancy Morejón: una historia de sumisión, miedo y oportunismo

DD.HH. | 2 de junio de 2023
©Portada de Nancy Morejón en Ediciones El Puente

La oficialista Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) ha orquestado una pataleta de argolla con motivo de que en París, debido a las protestas del escritor Jacobo Machover y otros intelectuales cubanos exiliados, le retiraron a la poetisa Nancy Morejón la presidencia de honor del evento Mercado de la Poesía.

Los siempre obedientes a las orientaciones del régimen miembros de la UNEAC empataron el agravio a Nancy Morejón con el reciente boicot en España a los conciertos del grupo Buena Fe para asegurar que “una secta plattista y fascista” que pretende “miamizar Europa” (Abel Prieto dixit) ha  emprendido una campaña contra el arte y la cultura cubana, que según la entienden ellos, no es otra que la cultura oficial, o sea, la que aprueba la dictadura porque sirve a sus intereses, entre otras cosas, representándola ante el mundo y sirviéndole de propagandista.

Los comisarios de la UNEAC y sus corifeos han tenido la cara dura de afirmar que los anticastristas del exilio quieren “excluir de la cultura de la nación a los escritores y artistas que viven en Cuba y apoyan a la Revolución”. 

Se atreven a hablar de exclusión cuando sirven a un régimen que durante seis décadas ha excluido sistemáticamente a cientos de escritores y artistas por el solo hecho de discrepar del pensamiento oficial, de no estar “dentro de la Revolución”. 

Es el mismo régimen que desterró y prohibió en Cuba a Celia Cruz, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Zoé Valdés, Amir Valle, Bebo Valdés, Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval y Mike Purcell, por solo citar a algunos de los más destacados; que condenó al ostracismo a Lezama Lima y a Virgilio Pinera; obligó a un mea culpa al estilo estalinista a Heberto Padilla y arrasó con lo mejor del arte y la cultura nacional durante el Decenio Gris; que encarceló a los poetas Raúl Rivero, Jorge Vall, Tania Díaz Castro, María Elena Cruz Varela, Belkis Cuza Malé, Manuel Vázquez Portal y Jorge Olivera; el mismo régimen que hoy se arroga el derecho de arreciar la censura, dictaminar quién es artista y quién no y mantener en prisión a Luis Manuel Otero y Maikel Osorbo.

Los castristas califican de “odiadores”, sin hacer distingos, a todos los que se le oponen cuando han sido ellos los que desde enero de 1959 se han ocupado de mantener vivo el fuego en la cátedra del odio y la intolerancia.  

Uno se esfuerza por que el rencor y el odio no lo carcoma, pero hay que preguntarse y entender por qué van a ser tolerantes y amorosos con el castrismo y sus representantes aquellos que lo perdieron todo, hasta su país; los que sufrieron la muerte en el paredón de familiares y amigos; los que pasaron años en las dantescas cárceles cubanas; las madres que ahora mismo tienen a sus hijos presos porque la dictadura no admite el derecho a la protesta pacífica.       

En verdad, es muy lamentable que hayamos llegado a este grado de polarización. El arte y el deporte no deberían politizarse bajo ningún concepto. Pero fue el castrismo el primero que lo hizo. Sembró vientos y ahora recoge tempestades. Sus adversarios le están pagando con su misma moneda.

El repudio en el evento parisino no es tanto a Nancy Morejón, la poeta, y al valor de su obra, sino al régimen dictatorial que representa.

No faltarán intelectuales extranjeros que se solidaricen con Nancy Morejón y le sigan la rima a los papanatas de la UNEAC. Como apunta mi amigo Guillermo Labrit, escritor exiliado que radica en California, Nancy Morejón es reverenciada en círculos académicos y universitarios señoreados por liberales de izquierda a quienes fascinan las historias de superación personal, máxime si provienen de una poeta afrodescendiente, de un país del Tercer Mundo.

Pero la historia de Nancy Morejón, más que de superación personal, es una historia de miedo, sumisión y oportunismo. Recordemos que ella, como más de una decena de autores, en su mayoría negros, fue una de las represaliadas luego del cierre de Ediciones El Puente, aquella editorial que dirigía el poeta José Mario, con la que a mediados de la década de 1960, Fidel Castro se encarnizó. 

Nancy Morejón, a fuerza de acatamiento y de tragar sapos, emergió del castigo y fue rehabilitada. Pero, como ella confesó en cierta ocasión, sentía miedo cada vez que en su presencia se hablaba de Ediciones El Puente. Eso puede explicar su incondicionalidad al castrismo, esa que ahora acaba de costarle el viajecito a París y la presidencia de honor del Mercado de la Poesía.

Publicación original en Cubanet.