Diego L. García: ‘Dame spray’, de Legna Rodríguez Iglesias
El viaje que Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, Cuba, 1984) nos propone en Dame spray (editorial Nebliplateada, Argentina, 2023) comienza con Thomas Bernhard y el exilio como experiencia de conversión, a partir de una serie de citas del escritor austríaco que terminan por conformar umbrales para diferentes secciones dentro de la obra. Conversión en un ellos que, a través de los poemas, va cobrando la forma de una cultura tomada por asalto (“Gilles Deleuze aborrece la cultura / y la cultura me aborrece a mí”). La imagen fija, que cierto enfoque psicoanalítico haría del mundo, en realidad pareciera ser tanto para la poeta como lo es para Deleuze: energía y deseo. Esa pulsión sin representaciones claras es la que posibilita una poética que arremete contra toda cristalización o estereotipo (“Lo que escribo no es fruto de la creatividad. / Es fruto de la debilidad”). Incluso las ideas de Bernhard que aparecen en los epígrafes van en esa línea: “¡Toda construcción que hoy construyen los expertos de la construcción es un crimen!”. Crimen y repetición, el crimen de lo mal envejecido.
En los primeros poemas nos encontramos interpelados por un discurso médico que funciona como lente para aproximarnos a un mundo nuevo, de manera indirecta, para volverlo traducible, para pensar orgánicamente ese cuerpo del presente. La presencia: el flujo de sangre, de líquido amniótico, de lágrimas: “Una circunferencia cefálica / provista de treinta y cinco centímetros. / Un cuello corto, sin tumoraciones palpables, / ni pliegues”. Es el tiempo en que acontece la escritura, la única habitación para la imagen. La maternidad instaura, simbólicamente, una posibilidad de revisitar la lengua. En general la idea de familia habilita en los poemas una trama de vínculos con los textos-otros, por ejemplo, en “Abuelo Brecht”. El presente en que el yo se desenvuelve es una de las potencias del proyecto de la autora: “Lo que estoy viendo es teatro, no realidad, / ¿pero y si viera la realidad?”; “Por eso estoy escondida tecleando en mi habitación. / Me escondo del internet y de todas esas frutas”. Claro que no todos los poemas están en presente, pero creo que cuando esa capa temporal se pone al frente del asunto, cuando el yo comienza a actuar en nuestras narices, la intensidad es tal que resquebraja toda escenificación. Algo de lo que se está diciendo traspasa el artificio literario.
He allí lo traducible, que viene a darse porque “la cultura” (no sin cierta ironía) no ingresa a modo de absorción académica en la escritura de la autora. La metáfora del spray, que hace su aparición sobre el final del libro, sintetiza ese procedimiento particular: “lo mejor de todo es el uso de la palabra / en caso de ser palabra en desuso use el spray / lo mejor de todo es el spray”. Destacábamos la sensación de aborrecimiento por ciertas formas de la cultura, empaquetada en burocráticos eventos, en formalismos superficiales (“De Harold Bloom no sé ni la h. / De Roland Barthes no sé ni la r”; o, en otro poema: “No estudié nada, he sido analfabeta, payasa, / mongoloide y ñame…”), y entonces lo que se disuelve en el aire pasa a tomar protagonismo. La tesis de Marshall Berman aplica aquí a una modernidad gastada: lo que produce el uso espontáneo de la palabra es una desafiante incertidumbre (algo similar a la propuesta del punk rock) a partir del desvanecimiento de los modelos, en pos de un vínculo performático con la experiencia de leer y escribir (que no serían lo mismo que la “literatura”). No se sabe qué puede salir de allí, es el momento y la energía del acto. Es la destrucción contra el crimen de lo pre-construido por los expertos, la disputa por un territorio donde sea posible traducir el deseo en belleza. Escribe la poeta: “Lo que deseo puede estrujarse. / Lo que deseo es metal y papel”. Las gotas de una poesía desafiante se esparcen por todas partes, ahora también en Argentina donde Ediciones Nebliplateada ha sacado este gran libro (uno de los aciertos editoriales del año). Desear y escribir, vivir con libertad la relación con las palabras y de allí sus correspondencias (el amor, la identidad, el ocio) sin deudas ni explicaciones.
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