Liam Duran: Mi nombre es Liam

Archivo | Autores | 12 de septiembre de 2023
©Conscious euphoria

Comenzamos nuestro dosier sobre Sexualidades disidentes con este hermoso texto del cineasta y activista Liam Duran. Un texto que más que testimonio –testimonio personal y testimonio clínico– es reflexión y acusación.
Disfruten 😉

Mi cara se ha resecado debido a una crema anti-manchas que me he aplicado. Es de noche, alrededor de las 23h. La ventana de mi habitación permanece abierta y puedo escuchar el magnífico sonido de la lluvia cayendo y el ruido de los autos pasando por la gran avenida. Me duelen los senos horriblemente porque estoy a ocho días de que me llegue el periodo. Sí, mis ovarios han despertado después de 4 años libres de testosterona. Intento escribir algo mientras la poca iluminación de la habitación alumbra mi anillo, un anillo que posee un peso enorme sentimental en el dedo índice de mi mano izquierda. Permanezco sentada frente a mi laptop, pensando en cómo escribir un poco más sobre algunas de mis experiencias vividas como persona transgénero. El sonido de las gotas de lluvia salpicando hacia mi habitación me hace cambiar la vista por unos instantes para ver la lluvia caer. Como mi concentración es mínima, vuelvo a cambiar la vista y me quedo mirando, también con fascinación, una pequeña estatuilla del principito que permanece inmóvil y extremadamente bello, encima de su volcán. Y pienso: A mi principito le hace falta una zorra. (Solo los amantes de El Principito me entenderán). Escribo sobre lo que estoy viendo porque me resulta sumamente interesante que este tipo de escenas llame tanto mi atención. Ha habido un cambio en mi percepción sobre todo lo que me rodea. En el presente, veo y analizo las cosas desde otro punto de vista, y puedo ver la belleza en las cosas, pero no siempre fue así. Existían cosas, detalles, regalos, personas, gestos y momentos que siempre estuvieron ahí, pero yo no los notaba ni los valoraba lo suficiente. Estaba tan encerrado en mi mundo de tristeza y depresión que no era capaz de darme cuenta de que me estaba perdiendo todo. Detalles grandes o pequeños eran invisibles para mí. Estos últimos cuatro años han sido definitivos para mi sanación y crecimiento emocional. He vivido sumergido en un mar de emociones y miedos, caballos, niños, bosques y largas caminatas; todo ello mientras lidiaba con un amor que me hace sangrar el alma. Sobreviviente de la paranoia y la culpa, mis dos grandes verdugos. Aunque hoy por hoy puedo asegurar que nada es más importante que mi paz emocional y estar bien conmigo mismo, estas no siempre fueron mis prioridades. Llegar a donde estoy me costó mucho sufrimiento y sacrificio.

Me miro en el espejo, repito mi nombre: Liam Duran. Sigo lidiando con mis conflictos internos, pero algo ha cambiado. Increíblemente no me importa cómo luzco, cómo hablo, cómo las personas me ven. Ya no soy solo esa identidad de género que caminaba en dos pies sin nada más en su cabeza. Hubo una época de mi vida en la cual mi identidad de género definía toda mi existencia. Desde que me levantaba hasta que me acostaba, giraba en torno a esa lucha interna. Cada momento del día estaba marcado por preguntas sin respuestas. No me sentía completo y siempre estaba en busca de la aprobación externa, tratando de encajar en una sociedad que en su gran mayoría no comprendía ni aceptaba mi identidad.

Nací y crecí en Cuba, un país donde las condiciones económicas eran, y aún son, muy difíciles y los recursos escasos. Aprender a sobrevivir era (y aún es) una habilidad esencial. Tuve que encontrar formas «creativas» de obtener lo que necesitaba. El cubano se la pasa inventando: qué comer, en qué trabajar, qué decir o qué hacer.

Pero mi mayor reto no fue sobrevivir a la miseria económica, sino también enfrentar una sociedad y gobierno patriarcal-machista. En este contexto, las normas sociales rígidas y estereotipadas dictan qué es lo «correcto» para hombres y mujeres, imponiendo roles y expectativas basadas en género. Además, el gobierno impone una ideología política comunista que también influye en la manera en que se percibe y se aborda la igualdad de género.

A los 24 años, pese a todo pronóstico, decidí someterme a un tratamiento de terapia hormonal con testosterona. A los dos años de estar en este proceso, denominado por muchos como terapia hormonal masculinizante, logré cambiar mi nombre legal de Heydi a Liam. En ese entonces, estaba convencido de que, si iba a masculinizar mi imagen, debía tener un nombre que me representara. Heydi era demasiado femenino. La testosterona es una hormona muy potente y es capaz de masculinizar muy rápidamente a una persona que nació con ovarios y vagina.

En Cuba, una persona adulta solo puede cambiar legalmente su nombre una sola vez en la vida. Además, el nombre que se escoja debe ser considerado por el Registro Civil acorde al sexo legal que figura en los documentos de identidad. Por ejemplo, si en tu documento de identidad se te reconoce con una «F» (de femenino), no podías ponerte nombres tradicionalmente masculinos como Roberto, Carlos, Pedro, etc. De igual manera, si tenías una «M» (de masculino), no podías elegir nombres típicamente femeninos, como María, Laura, Ana, Carla, etc. (Habría que subrayar que en el año 2023 se han hecho algunas excepciones legales para el cambio de nombre de algunas personas transexuales). Pero en aquel entonces, logré cambiarme el nombre porque demostré que «Liam» era unisex; para ello, presenté una lista de nombres de otras personas de sexo femenino que estaban registradas como Liam.

Me viene a la mente mientras escribo esto, el recuerdo de aquella vez en una terminal de autobuses, cuando el trabajador que revisaba los boletos me llamó aparte y me dijo que el boleto que mostraba no era mío. Con seguridad, le afirmé que sí lo era. Él, sin creerme del todo, supuso que había un error en mi número de identidad y que debía ir a cambiarlo. Me explicó que, si el penúltimo número de tu carnet de identidad es par, eres considerado del sexo masculino, y si es impar, del sexo femenino. En ese entonces, el carnet de identidad no tenía la «F» o la «M» que crucifica a alguien con su identidad de género. Simplemente, poseías un número nacional de identidad.

Volví a insistir que no debía cambiar nada, que todo estaba en orden; así que con una sonrisa forzada –ya estaba acostumbrado a este tipo de situaciones– le aseguré nuevamente que no había ningún error. Me volvió a mirar con extrañeza, suponiendo que efectivamente «era una chica que parecía un chico». Casi en shock, me pidió que continuara y se disculpó.

Aquel episodio me hizo recordar cuántas veces tuve que lidiar con malentendidos similares en mi vida. No siempre tuve la suerte de encontrar personas tan tolerantes como aquel trabajador. La mayoría de las veces, estas situaciones terminaban en discusiones estresantes.

Mi amigo Juani Santos, que ahora tiene 69 años, jamás se atrevía a abordar un bus para viajar fuera de su provincia cuando su antiguo nombre legal aún lo identificaba como mujer.

Juani Santos cuenta que lo mínimo que le pasó con la policía en su juventud fue estar cinco días preso por esa absurda acusación.

Muchas personas aún me preguntan por qué tomé la decisión a mis 24 años, y cada vez que lo analizo, reflexiono sobre el largo y significativo proceso que me llevó a ese momento crucial en mi vida. Fue algo que simplemente sentí que necesitaba hacer para vivir en autenticidad y plenitud. Quizás todas las rupturas que sufrí emocionalmente en mi infancia y adolescencia abrieron una brecha conmigo misma y con la percepción que tenía sobre lo que significaba ser una mujer según las normas sociales establecidas.  Había sido violada sexualmente en varias ocasiones sin haber podido tener jamás la capacidad de denunciar o quejarme ante nadie. Ni siquiera sabía que tenía ese derecho o lo que estaba sucediendo en mi vida o que esa violencia de genero física y psicológica podía ser penalizada. Lo sufrí callada como muchas mujeres cubanas y no solo cubanas.

Para mí, la femineidad iba de la mano con ser mujer. Inconscientemente, me decía a mí misma: mientras menos te vean como chica, menos te desearan, menos te humillaran y menos te dirán dirán asquerosidades en las calles. Con el paso de los años y por la madurez que creo haber obtenido considero que, en gran parte tomé la decisión de modificar mi esencia porque estaba molesta, dolida y muy traumatizada por todo el daño que había recibido por parte de los hombres y la sociedad en general donde me crié; algo un poco más complejo de entender que el hecho de solo sentir que había vivido mi vida tratando de encajar en un molde que no me representaba. Cada vez que intentaba cumplir con las expectativas de los demás y comportarme como mujer dentro de la sociedad cubana, sentía un conflicto interno que me generaba un profundo malestar. Fue entonces cuando comencé a cuestionar mi identidad de género y a explorar quién era realmente. Como si una fuerza interna me impulsara a explorar otras experiencias con mi identidad de género para finalmente reencontrarme conmigo mismo.

Desde el principio sabía que no iba a ser un proceso fácil. Me enfrenté a  incertidumbre y a miedos, consciente de que habría interminables juicios externos hacia mí. Sabía que era algo que tendría que hacer, a pesar de los obstáculos y las miradas de desaprobación a las cuales me iba a enfrentar. En la actualidad, cuando analizo todo mi proceso de transición, creo que realmente es el mayor compromiso que hecho conmigo mismo. Y aunque pienso y luzco totalmente diferente a como pensaba y lucía cuando comencé; aunque las preguntas y los juicios de otros pueden persistir, sé que esta decisión me ha llevado a un camino de autenticidad y empoderamiento, donde me acepto y me amo tal como soy. Cada vez que respondo a la pregunta de por qué tomé esta decisión, también reafirmo mi convicción de vivir en verdad y libertad, sin miedo a ser quien soy realmente. En última instancia, mi elección de tomar la decisión a mis 24 años fue un acto de amor propio y autenticidad porque realmente creo que no existe una edad adecuada para «despertar» hacia nuestro verdadero ser. Todas las experiencias son únicas porque cada ser humano es diferente y crea un camino único hacia el autodescubrimiento.

Independientemente de que el cambio físico haya dejado de ser un tema en mi vida, vivir lo que viví y experimentar la vida como una persona transgénero me ha fortalecido y me hace sentir cada día más seguro y confiado en mi identidad de género. Y es precisamente una de las razones por las que comparto un poco sobre mi experiencia. Me llena de esperanza saber que de alguna manera puedo ayudar a otros a comprender la diversidad y la belleza de la identidad humana.

En el 2014, los especialistas médicos que me atendieron me etiquetaron como “un hombre transexual”. Comencé mi proceso entusiasmado tal cual lo comienzan la mayoría de los chicos trans. Deseaba que el tiempo pasara rápido y que nadie siquiera recordara quién había sido. Quería borrar mi «esencia de mujer» sobre la faz de la tierra. Sucede que antes de llegar a la cirugía, la mayoría de las personas transexuales deciden hormonarse primero. Lo principal en el proceso de masculinización en el trans masculino, es la testosterona. La testosterona puede masculinizar a una persona que nació con ovarios y vagina tanto como este individuo lo deseé. Con la masculinización física también llegan los cambios psicológicos. La primera transformación física que experimenté fue la hipertrofia del clítoris. Ya en el segundo mes de testosterona, mi clítoris había crecido notablemente.

Los pelos del pecho, barriga, brazos, piernas, muslos y trasero comenzaron a salir con más abundancia. La grasa de mis senos disminuyó, así como la de mis glúteos.  Un año después me empezó a salir bigote y barba, y la voz comenzó a agudizarse. 

Dentro de los cambios psicológicos experimenté un notable aumento de mi libido. Este incremento de la libido, en el principio me resultó muy molesto, ya que además de sentir una constante necesidad de tener orgasmos, me hacía sentir obsesionado con casi todo lo que tuviera sexo. Por primera vez comencé a fijarme en las mujeres en la calle, comportamiento que siempre había criticado. Me convertí en un adicto a la pornografía y a masturbarme varias veces al día.  Yo sabía que debía encontrar la manera de controlarme. Algunos amigos me recomendaron hacer ejercicios físicos; ya que además de ser buenos para la salud, ayudan a calmar la ansiedad y la tensión. La testosterona también me hacía tener comportamientos agresivos en ocasiones. Desperté muchas veces en la noche asustado, sin poder reconocer mi nuevo rostro. Estaba cambiando muy rápido y desgraciadamente mi entusiasmo no fue suficiente para que las personas a mi alrededor lograran entenderme. Hubo una etapa en mi proceso de cambio que creo que fue la que más daño me hizo. Fue en mis comienzos con la testosterona. Esa combinación hibrida, hacía que las personas no estuviesen seguras sobre mi identidad de género. Y es cierto que era un poco complicado que definieran si yo era un hombre o una mujer, ya que poseía rasgos femeninos y masculinos. Cuando salía a la calle ellos sabían que yo no era como las otras personas que estaban acostumbradas a ver. Sufrí todo tipo de insultos. Les molestaba no poder reconocer si yo era hombre o mujer. La connotación de lo femenino con lo masculino en mí les incomodaba. Murmuraban: ¿y eso qué es, una mujer o un hombre? Está de más decir cuánto me afectaba este tipo de comportamientos. Esta nueva realidad a la que me estaba enfrentando me hizo no querer salir más a la calle. También me afectaban demasiado las caras de asombro de mi familia y amigos, además de todos los cuestionamientos que surgían luego en sus rostros. Tanto fue mi daño psicológico que estuve alrededor de 1 año sin salir de mi apartamento. Solo tuve contacto, apoyo emocional y económico de la chica que era mi pareja en ese entonces. Me aparté de mi familia y dejé las consultas con los psicólogos. Me aislé del mundo, literalmente.

A partir de los dos años con la testosterona comencé a salir nuevamente a la calle y a ser visto como un chico cisgénero. Estos cambios me dieron ciertas libertades de expresión en espacios donde el patriarcado era (es) sumamente visible. Reconozco que también fui víctima heredera y participante del juego de “roles de género”, y que disfruté sin cuestionarme los beneficios que posees al ser visto como un “hombre” en una sociedad machista.

Sin embargo, al imitar al prototipo de macho vulgar cubano para lograr disfrutar de ciertos beneficios…: mi pobrecito yo tenía que dejar “la flojera”.  Es que en Cuba se dice que el hombre no llora ni puede ser amanerado, y por mucha testosterona que tuviese en sangre, se me notaban ciertos rasgos “demasiados delicados” que podían ser interpretados de muchas formas negativas dentro de la sociedad cubana.  Allá, en esa isla tan remota y olvidada para muchos, el hombre debe hablar fuerte y caminar fuerte. El macho cubano cree que tiene derecho de decirle a una mujer o al que él considere “flojo” todas las groserías que se le pegue la gana; incluso es muy común el acoso verbal y físico en la calle. Sin embargo, para mi bien, no pasaron muchos meses hasta que comprendí que intentado huir de mi agresor estaba actuando igual que él. Yo sabía de sobra lo que era ser vista y tratada como una mujer, por lo que empecé a sentirme incómodo con la persona en que me estaba convirtiendo y comencé a romper con esos comportamientos machistas independientemente de que supiera de que iba a aumentar la discriminación social hacia mí.  

Considero –desde mi experiencia– que el verdadero problema que implica ser una persona trans no es el cambio físico ni el proceso que vive, sino la ruptura o el mantenimiento de los exigentes comportamientos de roles que te hacen creer que son el único camino para ser aceptado en la sociedad; porque sabes que de lo contrario es muy difícil o imposible que alguna vez seas visto como alguien “normal”. Pasar desapercibido es uno de los deseos más anhelado por las personas transexuales, ya que eso demostraría que se ha logrado la meta: eres lo suficiente masculino o lo suficiente femenino como para ser visto como otro cisgénero cualquiera, que a nadie le interesa fastidiar con temas de identidad de género.

Lo único que pude rescatar de un viejo diario en ese entonces

Febrero de 2014. Recuerdo cuando alguien me habló del CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual). Sin pensarlo mucho, monté en mi bicicleta y me dirigí allí. El sitio estaba ubicado en un edificio que se asemejaba a una de esas grandes casas coloniales. Después de esperar varios minutos en la entrada, fui recibido por una señora de semblante un poco rudo, pero después de conversar un rato con ella, me di cuenta de que era una persona muy amable. Le explique cómo me sentía. Por primera vez me exprese sin miedo a sentirme juzgada. Para mi sorpresa, ella no mostró asombro por lo que le había dicho. Supuse que estabaacostumbrada. Me pidió que esperara afuera del lugar y entró. Luego salió nuevamente con una agenda de citas médicas. Entonces me dijo: «Debes ir al Hospital Fajardo el próximo miércoles a las 2:00 pm para hablar con los especialistas». «Así de fácil», pensé. Me fui pedaleando alegremente de regreso a casa.

Febrero de 2014 (primera vez en consulta). Esperé unos 20 minutos afuera de la consulta antes de que la misma persona me invitara a entrar. Una vez adentro, me senté frente a tres doctores: una psicóloga, un psiquiatra y una chica de unos veintitantos. Los tres comenzaron a hacerme preguntas de manera muy amable. Entre ellas, la pregunta del millón: «Desde cuándo te sientes hombre». Sin miedo a ser malinterpretado, les dije que no me sentía hombre y que tampoco podía decirles desde cuándo me sentía así. Lo único que sabía era que no estaba de acuerdo con mi imagen, y que nunca lo había estado.

Les conté de cómo alrededor de los 5 años envidiaba la imagen de un niño de mi aula. Quería ser como él, tener novias como él, vestirme como él, jugar los mismos juegos que él y, en un futuro, usar las billeteras que tanto me gustaban. Con el tiempo, fui suprimiendo ese deseo porque ni siquiera yo mismo entendía lo que me estaba sucediendo. Solo sabía que lo que sentía estaba mal visto socialmente. Se suponía que debía tener novios y ser una chica presumida. Era como si hubiera pasado toda mi vida usando un disfraz que nunca había querido usar.

Después de anotar todas mis palabras, o al menos eso creí porque no dejaron de escribir mientras hablaba, me explicaron varias cosas sobre lo que debía hacer. Debía continuar asistiendo a consultas, ver a un endocrino que mediría mis hormonas y, antes de llegar a la cirugía –si eso era lo que decidía–, debía vivir algunos años integrado como una figura masculina en la sociedad. Más o menos entendía lo que significaba estar integrado como figura masculina. Ya me había comprado varias prendas de ropa de hombre, pero ¿cómo me sentiría vistiéndome como un hombre? Los rasgos de mi rostro y de mi cuerpo todavía eran los de una mujer. No quería parecer una mujer masculina. Recuerdo que una de las cosas que me dijeron fue que poco a poco lograría la figura que deseaba, pero que tomaría tiempo. Debía ser muy disciplinado y tener mucha paciencia. Fueron las segundas personas, después de mi novia, que se refirieron a mí en masculino. Se sintió un poco extraño porque no estaba acostumbrado. Supongo que tendré que adaptarme a la nueva versión de mí mismo.

Febrero de 2014. Esta mañana me desperté con un sentimiento completamente desconocido. No creía que me iba a sentir de esta manera. Fue algo que sucedió sin planificación previa. Anoche hacía mucho frío, por lo que era el día perfecto para hacer lo que hice por primera vez en la calle. Me vestí por completo con ropa de hombre. Me puse una camisa azul de mangas cortas, una chaqueta negra de cuero, pantalones color caramelo y zapatos negros. Acentué mis cejas con uno de los lápices de cejas de mi novia para que parecieran más gruesas. Luego me miré en el espejo y ya no parecía una de esas chicas masculinas, sino un chico. ¿Listos para salir?, preguntó ella con ansias. Yo la tomé de la mano y nos fuimos. Caminamos de la mano todo el camino y nadie nos miró. Ni siquiera los hombres se metieron con ella. Realmente me sentí bien. Qué puedo decir… creo que nací para esto. Quiero repetirlo. Puedo incluso pensar que todos mis años odiando a los heterosexuales era el resultado de tenerles cierta envidia. Casi me había resignado a la etiqueta de «lesbiana», pero esta versión me gusta más. Lo disfruto de una manera increíble.

Marzo de 2014. Ayer hablé con mi mejor amiga y le conté sobre mi decisión. Ella no lo entendió mucho. No sabe por qué quiero renunciar a la esencia de ser mujer. Me dijo que, si quería vestirme de hombre, que lo hiciera, pero que no tenía necesidad de hormonarme ni nada por el estilo. Le respondí que no me gustaba que me etiquetaran como lesbiana, que nunca me había gustado. «¿Sabes que las personas siempre te verán como un hombre gay?», preguntó. «Es un riesgo que debo correr», respondí. «Igual te apoyo», concluyó, desesperanzada…

Marzo de 2014. Esta mañana fui a la consulta del endocrino. Había una genetista también. Tomó muestras de mi saliva y me dijo que era para cuestiones hormonales y para asegurarse de que no me había automedicado en otras ocasiones. Luego, la endocrina me mandó a hacer unos análisis. Tendré que esperar un mes para recibir los resultados. Y después de tener los resultados, hablaremos de nuevo. ¡Un mes entero! Como si el desespero que siento no fuera suficiente. Cada minuto cuenta, es como si quisiera cambiar de la noche a la mañana. Hablé con mi pareja sobre la posibilidad de mudarnos a otro lugar, pasar por mi proceso en secreto y salir cuando haya terminado. ¿Es normal que sienta esos deseos? Es que de cierta manera no me siento preparado para salir a la calle ni siquiera para que mi familia me vea así. He dado un cambio tan radical… y ni siquiera me he hormonado por primera vez. Ella me dice que no me preocupe, que tenemos dinero y que me apoyará. Aunque haya aceptado la idea de pasar por mi proceso en casa sin ver a otro ser humano excepto a mi pareja, me pregunto: ¿cómo me afectará el aislamiento? Hablamos nuevamente sobre mi decisión. No tengo la menor duda. De hecho, siento que este tiempo de espera se está haciendo interminable.

Abril de 2014. Ya entregué los análisis a mi doctora. Todo salió bien, tanto en genética como en endocrinología. Al parecer, todos están convencidos de que estoy seguro de que necesito el tratamiento, porque la doctora me dará una tarjeta para el control de la testosterona. Pero no será este mes… dice que en mayo tendremos la próxima consulta. Que continúe con mi psicóloga. Es como si no entendieran el desespero que siento…

Septiembre de 2014. Hoy por la mañana fue mi primera inyección de testosterona. Caminaba hacia el hospital con las manos sudadas. Estaba feliz, pero, al mismo tiempo, muy nervioso. Había esperado ese momento durante mucho tiempo. Después de estar un rato suspirando dentro del coche, me decidí a entrar al hospital. Cuando mostré el frasco de testosterona a varios enfermeros, ninguno sabía para qué servía la testosterona en el cuerpo de una mujer. Luego llamaron a algunos doctores. Les mostré mi orden médica e intenté explicarles lo mejor que pude. «¿Intramuscular?», preguntaron finalmente. «Sí», respondí. Esa fue mi primera inyección en la nalga…

Cuerpo equivocado

Recuerdo que en una de mis terapias con la psicóloga (una vez que las retomé), ella me dijo que, con el tiempo, a medida que fuese masculinizándome, la baja autoestima que creaba mi imagen iría desapareciendo. Sin embargo, yo estaba convencido de que todo estaba mal en mí. Es muy triste comenzar cualquier proceso de cambio con la idea de que todo está mal en uno mismo. Para mí, un genital y un par de tetas (en mi caso) eran todo mi mundo, todo lo que me molestaba, todo lo que me definía, o sea, eran todo mi cuerpo. Es todo lo que tenía y todo lo que odiaba. Lamentablemente, existen casos de personas trans que, por desespero, se han automutilado, y ahora que lo pienso, esa idea pasó muchas veces por mi cabeza. Quería sostener una navaja en mis manos y cortar de raíz mis senos. Sin embargo, entiendo perfectamente mi comportamiento. Es frustrante vivir con la constante conciencia de que nuestro cuerpo no refleja nuestra identidad de género. Nos enfrentamos a la ansiedad y la inseguridad día a día, preguntándonos si seremos aceptados por quienes nos rodean. La lucha por la autenticidad puede ser abrumadora y emocionalmente agotadora.

Lo que más suele molestarle a una persona con una identidad transmasculino son las mamas. Creemos que los senos no solo nos delatan, sino que también representan el más alto nivel de la feminidad. Tal es el caso, que, en espera de una cirugía que puede tardar años en llegar (o no llega jamás en Cuba), vivimos usando las llamadas «fajas» o «blinders» que son las que nos dejan el pecho plano. Usar fajas es una experiencia agotadora y estresante.

Es importante que se comprenda la profundidad del sufrimiento que puede experimentar una persona trans debido a la disonancia entre su identidad de género y su cuerpo.

Y quizás este no sea el tipo de comentarios que una persona que está pasando en la actualidad por lo mismo que yo desee escuchar, pero considero que me lastimé, desprecié mi cuerpo, me odié y sufrí demasiado. Estaba tan obsesionado que solo deseaba verme acostado en un salón de operación y que me estuviesen realizando una mastectomía o una histerectomía.

Detrás de mi ignorante desesperación, solo podía ver un resultado físicamente positivo. Me veía como un hombre trans reasignado a través de la «metoidioplastia o faloplastia» porque eso era lo que había aprendido como necesario, lo importante… Sin embargo, como no pensaba con coherencia, no podía tener en cuenta que estaba anhelando cirugías que podían traer consecuencias negativas en mi cuerpo y por ende en mi vida. Existía una gran posibilidad de que perdiera mis orgasmos o que el resultado estético no fuese el anhelado.

En mi afán por alinear mi cuerpo con mi identidad de género, me sentía presionado a tomar decisiones importantes sin contar con toda la información necesaria. Estaba dispuesto a someterme a procedimientos médicos invasivos sin comprender plenamente los riesgos y las posibles consecuencias. La idea de obtener una apariencia física más masculina era mi objetivo principal, y no podía ver más allá de eso.

Sin embargo, mi capacidad de cuestionamiento y el inicio de mi activismo LGBTIQ+ (para ese entonces ya había creado la primera red de apoyo para personas transmasculinos llamada «Alma Azul: Personas transmasculinos de Cuba») me llevaron a conocer a otras personas de la comunidad que tenían diferentes maneras de pensar. La mayoría de ellas no eran de Cuba y poseían perspectivas más abiertas sobre la aceptación de quiénes somos y cómo nos sentimos. Sus puntos de vista eran más inclinados hacia el cuidado del cuerpo y hacia ser auténticos. Descubrí que no todos compartían la idea de que una cirugía era la única opción para la autoaceptación. Supe que muchas personas trans alrededor del mundo estaban adoptando posturas diferentes.

Existe un creciente número de personas trans que descartan la idea de someterse a cirugías o a creer que nacieron en un cuerpo equivocado. Estos cambios de mentalidad demuestran que el nivel de conciencia, madurez y aceptación personal entre las personas trans ha ido en aumento. Puedo asegurar que la cirugía no es la única opción para expresar una identidad de género. Aceptar mi cuerpo tal como es, y aprender a amarlo, fue un proceso liberador. La salud y el bienestar personal debe siempre estar por encima de la presión social o las expectativas externas. La identidad no está determinada por la apariencia física, sino por lo que sentimos que somos.

Cada individuo tiene su propia historia y su propio camino hacia la autenticidad.  

Es importante destacar que no estoy en contra de las personas que deseen hacer algún tipo de modificación quirúrgica. Considero que el ser humano en general tienes el derecho a modificar en su cuerpo y en su vida todo lo que considere necesario. Cada quien tiene una opinión y un camino a la satisfacción personal. Expongo mi experiencia a modo de aceptación porque considero que debería haber más medios de difusión que hagan concientizar la importancia de la aceptación mental y corporal más allá de intentar encajar en algún tipo de patrón social que nos impone lo que es bueno o malo, lindo o feo. El proceso que vive un ser humano que decide modificar ciertas cosas en su cuerpo y en su mente no debe ni tiene que porque ser un proceso lleno de dolor y sufrimiento. No tiene por qué existir una repulsión hacia lo que uno misma ya es. Y mucho menos cambiar por intentar encajar dentro de una sociedad que, más tarde o más temprano, por mucho que no esforcemos siempre nos va a encontrar algún tipo de defecto.

Dictadura

Como dije anteriormente nací y me crié en Cuba. Y realmente siento que la mayoría de las cosas vinculadas a mi experiencia en ese país son negativas. Este es el primer documento en el cual escribo abiertamente, contando parte de mi vida como persona transgénero y desde una perspectiva muy negativa. Pocas veces he expuesto lo malo, por decirlo de alguna manera. No hago esto para parecer víctima. No soy víctima. He vivido mi vida mejor que muchas otras personas que ni siquiera han tenido la oportunidad de hacerlo. Personas que han tenido que partir bien pronto por alguna razón, otras que han nacido en países peores que el país donde nací, y millones de otras que ni siquiera saben lo que es tener un techo o un plato de comida diario. Sin embargo, realmente espero que esto ayude a quienes lo lean a entender un poco mejor lo desagradable que puede ser la vida en Cuba, especialmente si posees una identidad trans. Porque no soy el único, ni la única, que ha vivido tales experiencias; por lo que debo admitir que no soy solamente un sobreviviente de las dificultades económicas y sociales, también enfrenté limitaciones en cuanto a la libertad de expresión y al acceso a la información. La censura y el control gubernamental eran omnipresentes, lo que dificultaba la comunicación abierta y la búsqueda de alternativas de pensamientos. Como era de esperar nunca recibí ninguna ayuda o protección alguna por parte del gobierno dictatorial cubano. En Cuba, la lucha por la igualdad de derechos para las personas LGBT+ era y aún es constante para quienes formamos parte de esta comunidad. Aunque se haya aprobado la ley del matrimonio igualitario, la falta de medidas legales específicas para proteger a la comunidad LGBT continúa perpetuando la discriminación y el estigma social que enfrentan estas personas en su vida diaria. La ausencia de una ley de identidad de género en Cuba significa que las personas trans no cuentan con una protección legal para que su identidad de género sea reconocida de manera oficial. Esto puede tener graves consecuencias en su acceso a servicios básicos, como la educación y el trabajo, y puede exponerlos a situaciones de acoso y discriminación en diferentes ámbitos de la sociedad.

El acoso policial que sufre la comunidad trans en Cuba es una preocupación grave. El hecho de que las personas trans sean enviadas a calabozos que no corresponden a su identidad de género y se les niegue la atención médica adecuada es una violación de sus derechos humanos fundamentales, y muestra la falta de protección y respeto por parte de las autoridades hacia esta población vulnerable.

La violencia en especial hacia las mujeres trans también es un tema preocupante y debe ser abordado con seriedad y determinación por parte del gobierno y la sociedad en su conjunto.

Dentro de la comunidad trans las que más sufren discriminación y violencia policial son las mujeres transgéneros. Son atacadas por la sociedad verbal y físicamente con mucha frecuencia. Además, tienen que lidiar con los arrestos policiales continuos teniendo que someterse a largas noches en calabozos. Este fenómeno ocurre en primer lugar, porque son las que más se exponen en las calles. Algunas de ellas porque ejercen la prostitución y es muy común que en las noches se agrupen en busca de clientes.

La mujer transgénero no es vista ni respetada como mujer. Se les ofende verbalmente utilizando la palabra “maricón” y se les golpea sin ningún tipo de escrúpulos. Cabe destacar que la policía en Cuba no tiene apenas calificación escolar. Son hombres, en su gran mayoría machistas, que provienen de zonas rurales de muy bajos recursos, donde el patriarcalismo es extremadamente alto. A pesar de que los policías conocen del desprecio que les tienen los civiles, ellos aceptan ser policía solo por mejorar un poco sus miserables vidas. A muchos los sacan del campo y los ponen en locaciones donde tienen más acceso al desenvolvimiento económico. La policía cubana no solo es ignorante y abusadora en su poder, sino que es extremadamente corrupta.

Muchos me han criticado por mi manera de expresarme hacia el gobierno cubano, pero si me expreso así es porque tengo muchas razones para hacerlo. No siempre sentí ese repudio, porque de haber sido así jamás hubiese pensado, incluso en mis comienzos, cuando estuve decidido a cambiar, formar parte de alguna forma del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) en Cuba, dirigido por Mariela Castro. Por otra parte, no siento arrepentimiento de haberme atendido ahí medicamente ni de haber compartido proyectos con ellos. Solo de esa manera, estando dentro pude abrir realmente mis ojos y tener toda la información de la realidad.

Como ya mencioné anteriormente, comencé mi proceso hormonal con el CENESEX, siendo este el único centro que supuestamente está capacitado para ayudar a las personas transgéneros en la isla. Y como ya mencioné, después de ser catalogado como hombre trans por los psicólogos y psiquiatras de la institución, se me proporcionó acceso a una tarjeta para recibir inyecciones de testosterona. Durante algunos años, continué con este tratamiento hormonal, logrando la masculinidad física que deseaba en ese momento. Sin embargo, lo que no dije anteriormente, fue que con el tiempo comencé a experimentar problemas de salud significativos. Experimenté sangrado vaginal y la inflamación de las glándulas mamarias debido al efecto de la terapia hormonal prolongada. Llegó un punto en el que necesitaba intervenciones quirúrgicas, como la mastectomía y la histerectomía, porque mis ovarios estaban demasiados atrofiados. Lamentablemente, no pude acceder a ellas debido a la falta de un equipo de cirujanos especializados en transición de género que trabajara con el CENESEX. La llamada «comisión de personas trans» resultó ser una total mentira y, al igual que yo, muchas otras personas trans esperaban ansiosamente la oportunidad de someterse a estas intervenciones. Esta situación generó una profunda frustración y desilusión en mí porque realmente ellos no tenían el control de fechas programadas para operar. Y como todo en Cuba, el CENESEX era y aún sigue siendo una farsa. El CENESEX, Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba, ha sido objeto de críticas y cuestionamientos no solamente por mí, sino por gran parte de la comunidad LGBT+ y activistas por los derechos humanos. Aunque ha trabajado en temas relacionados con la diversidad sexual y ha realizado supuestos esfuerzos para promover la aceptación de las personas LGBT+ en la sociedad cubana, se ha señalado que el CENESEX no ha logrado abordar de manera efectiva su trabajo para ayudar a la comunidad LGBT+ cubana.

No solamente se les señala la falta de avances significativos en la homonormatividad y en el acceso a cirugías de reasignación de género para las personas transgénero; se les señala, además, problemas de transparencia en la gestión financiera del Centro. Se ha acusado a la institución de corrupción y de utilizar fondos donados para ayudar a la comunidad LGBT+ para otros fines. Esta situación ha creado una desconfianza y una sensación de abandono en algunos miembros de la comunidad LGBT+, que sienten que sus necesidades y derechos no están siendo atendidos adecuadamente.

Puede sonar alentador que en el año 2019 se comenzó a proponer cambios en el código de familia en Cuba que incluirían la posibilidad de que personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio y adoptar; y que se haya mencionado la inclusión de leyes que ayudarían a las personas transgénero. Sin embargo, es cierto que cambiar leyes y políticas no es suficiente para abordar plenamente los desafíos que enfrentan las personas transgénero y otros grupos marginados en la sociedad. Para lograr un cambio significativo y duradero, es necesario tener en cuenta todos los factores que pueden hacer que alguien se sienta excluido o discriminado.

La discriminación y la exclusión pueden manifestarse de diversas formas, incluyendo el acoso en el entorno laboral, la falta de acceso a servicios de salud adecuados, la falta de representación en los medios de comunicación y la discriminación social en general y nada de esto se resuelve conque en el 2023 finalmente se haya aprobado el matrimonio igualitario. Es importante que las leyes y políticas vayan acompañadas de programas y medidas concretas para abordar estos problemas y promover la igualdad y la inclusión, cosa que el gobierno dictatorial cubano jamás ha tenido en cuenta. Es mucho más importante utilizar la radio y la televisión, aunque sean consideradas como medios mediocres, para concienciar al pueblo de que discriminar a alguien por su identidad de género u orientación sexual está mal. Debería existir también la voluntad de respetar legalmente la identidad de cada ser humano sin que este tenga que ser sometido a cirugías de reasignación para ello.

Espero que en Cuba se apruebe, aunque sea insuficientemente, una ley de identidad de género, pero desearía aún más que dejaran a un lado los puros discursos revolucionarios de propaganda política comunista y que comenzaran a educar a un pueblo que yace en la total ignorancia.

Además, considero que es de vital importancia que la comunidad LGBT+ sea más unida y cohesionada en la lucha por sus derechos. La idea de que las cosas pueden llegar sin pelear por ellas es inaudita. No hay lucha en vano cuando es una lucha por nuestros derechos, con independencia de que en Cuba la comunidad LGBT+ se encuentre dividida por opiniones y experiencias diversas. Por un lado, aún existen personas que creen en la figura de Mariela Castro y el CENESEX como una entidad que lucha por los derechos y la inclusión de las personas LGBT+ en el país. Consideran que ha habido avances significativos en términos de visibilidad y aceptación en la sociedad cubana gracias a sus esfuerzos. Por otro, hay quienes se han vuelto más críticos y escépticos respecto al sistema cubano y a la efectividad de las políticas impulsadas por el CENESEX. Estos individuos se consideran independientes y han perdido la fe en el gobierno y sus instituciones, pues piensan que aunque han existido avances superficiales, aún sobreviven importantes desafíos y discriminación arraigada en la sociedad. Los que se sienten desilusionados ven que, en ocasiones, los discursos y acciones de la institución no se traducen en cambios concretos y efectivos en la vida de las personas LGBT+. Además, consideran que el sistema dictatorial cubano sigue siendo resistente a ciertos cambios estructurales que podrían garantizar una verdadera igualdad y protección de los derechos de la comunidad.

Esta división en la comunidad LGBT+ de Cuba genera debates y discusiones sobre cuál es el camino más adecuado para lograr una sociedad inclusiva y respetuosa. A pesar de las diferencias, ambas partes comparten el deseo de que se logre un cambio positivo y sostenible para la comunidad LGBT+ en la isla y solamente por esta razón se debería trabajar más en conjunto.

En conclusión, mi anhelo como trans-cubano-marica-emigrante-gusano es que algún día Cuba alcance la libertad, porque solo entonces todas las personas serán verdaderamente libres, sin importar su identidad de género u orientación sexual.

Mantengo la esperanza de que el futuro de Cuba traiga consigo un ambiente de apertura, tolerancia y respeto hacia la diversidad humana. Un país donde las personas LGBT+ y no LGBT+ puedan vivir sin miedo a la discriminación, donde sus derechos sean protegidos y donde puedan expresar su identidad plenamente, sin temor a represalias o prejuicios.

Sueño con una Cuba donde la diversidad sea celebrada y donde cada individuo sea valorado por quien es, sin tener que esconderse ni negar su identidad. Un lugar donde todas las personas puedan vivir con dignidad y en plena igualdad.

Mientras tanto, como trans-cubano-marica-emigrante-gusano, seguiré luchando desde donde me encuentre, alzando mi voz por la igualdad y los derechos humanos.

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Liam Duran (La Habana, 1988). Director, realizador y guionista del documental Mi alma azul (2020). Actualmente se encuentra en preparación su libro “Te amo con todo mi cuerpo”. Reside en Bélgica.