Carlos Lechuga: El ojo, el amo y el cine cubano

Autores | DD.HH. | 29 de septiembre de 2023
©Lauzán

Yo tuve una perrita que necesitaba estar amarrada. Le gustaba estar amarrada. 

Tú la sacabas para que hiciera sus necesidades y si no llevaba la correa se quedaba petrificada. Con miedo. En el momento en que la amarrabas y sentía el cordel alrededor del cuello y que una mano la controlaba, ahí salía a caminar, con su colita moviéndose feliz, como si fuera libre.

¿Ustedes han visto la fotografía del caballo atado, en la cual se ve a un caballo marrón que tiene una soga entrelazada por toda la cabeza y que al final del cordel nada lo ata? La soga está suelta. Pues nada, que el animal por el simple hecho de tener la soga pegada a la piel cree que está amarrado. 

¿A qué viene toda esta animalada? Ahora pensando en mi yo anterior, en el cineasta cubano que vivía en la Isla y se ponía nervioso cuando del ICAIC lo mandaban a llamar los funcionarios, veo cierta similitud con los animales anteriormente mencionados.

No me considero un hombre valiente y tengo claro en los momentos en que más me venció la cobardía; esos momentos en que tocaba feliz la soga que me amarraba, o le daba besitos de piquito a la bota que me aplastaba, por lo que me acerco al tema simplemente porque vengo de ahí, no porque crea que yo no caigo en ese tipo de situaciones. 

Dicho esto, y reflejándome en el espejo que son mis colegas cineastas que aún están dentro de la Isla, me dispongo a airear algunos temas. Le hablo a los colegas cineastas que todavía tienen fe, que luchan y que creen. No me interesa el diálogo con policías ni con agentes de opinión, ni con las personas que creen que la palabra “revolución” define a esos mediocres mafiosos que velan por mantenerse en el poder.

Amigos, amigas, amigues, ¿hasta cuándo? ¿Cómo se puede seguir creyendo en las “autoridades culturales” de la Isla? ¿Cuánto maltrato más se puede aguantar? ¿O es que todo es un simulacro? ¿Perdimos la memoria?¿Ya no nos acordamos de cómo trataron a Juan Carlos Cremata?

¿De lo ocurrido con el documental PM, con Nicolás Guillén Landrián, con Daniel Díaz Torres y su Alicia en el pueblo maravillas? ¿De la cacería que tienen contra Miguel Coyula y Lynn Cruz? ¿Del desdén hacia toda la obra de Jorge Molina? ¿Por qué ahora es diferente? 

No sé por qué me duele ver a una serie de cineastas asombrados por el maltrato que reciben de las autoridades culturales. ¿Por qué creer que “desde arriba” algo va a cambiar?

Los pocos cineastas cubanos que aún quedan en la Isla (el resto ha logrado escapar o lo han borrado) se siguen reuniendo a raíz de la censura y el pase en televisión, sin autorización, del documental La Habana de Fito, de Juan Vilar. Se reúnen bajo el acoso de la Seguridad del Estado, que los vigila, les corta el internet, los persigue.

Se reúnen, a pesar de que saben que entre el grupo de cineastas hay agentes de opinión que a puertas cerradas hablan y traman el futuro de todo con el Ministerio del Interior. Se reúnen a pesar de que les roban y tergiversan el discurso, y de que en la televisión nacional, los máximos culpables y censores, salen diciendo que todo está bien y que se va a atender no sé qué bobería.  

A ver, si ya sabemos que después de 60 años esa gente no va a permitir ni un ápice de libertad, y que lo que están haciendo es tomando nota de los que se explayan y permitiendo que pase el tiempo y demorando todo para que se diluyan los reclamos. ¿Qué sentido tiene todo?

Hace unos días hablé con un cineasta que vive en La Habana, que parece ser una buena persona, y que me cuenta que a pesar de todo esto, ellos quieren jugar con las cartas correctas y van a hacer todo por los canales legales. Hay una serie de matices que yo desde el exterior nunca voy a poder entender. 

Desde 1959 esa ha sido la manera de “salvar el cine cubano”, hablando con la Policía y educando a los “factores” porque, si no, lo que va a venir es peor. La disolución del instituto o la mezcla con lo que era el ICRT y ahora es el Instituto de Información y Comunicación Social. ¡Vaya usted a saber!

Yo me callo la boca y le digo que claro, que yo no entiendo la cosa. Es como si los carneros que van a ser degollados pidieran por el bienestar de la ANAP y del MINAG. ¡Animales unidos para salvar al carnicero!

“Portarse bien”, “los canales adecuados”, esa es la manera porque el imperialismo está tan solo a 90 millas, muy pendiente del cine que se quiere hacer en la Isla. Ok.  

En las grabaciones que se han filtrado escucho a un cineasta molesto porque el ministro de Cultura se ha demorado en aprobar, en autorizar, el lugar para que ocurra la reunión. Y me pregunto: ¿Por qué seguir reuniéndose en locales de ellos? ¿Por qué las reuniones no se hacen en una casa?

Me llama un amigo y me dice: “Asere, si el ICAIC no existe, si los que mandan en el Instituto no tienen idea de cómo mantener vivo el cine, no saben cómo funciona el cine en el siglo XXI, si el cineasta tiene la cámara digital y la manera de distribuir su cine por el mundo, y nadie va a velar mejor que ellos mismos por el cuidado de la obra, ¿por qué todavía seguir atado al ICAIC? ¿Por qué contar con el ICAIC?

El ICAIC los necesita a ellos, a los cineastas, y no al revés. Entonces, por qué seguir cargando con ellos, que no solo están obsoletos, sino que están acaballando a todo el mundo. ¿Por qué todavía seguir atados al ICAIC?

Ahora mismo es noticia cómo los peloteros cubanos del exilio se sacaron de arriba a las instituciones estatales de la Isla, se reunieron, crearon grupo y ahora son reconocidos a nivel mundial e invitados a la Serie Intercontinental de Béisbol que va a tener lugar en Colombia.

¿Por qué los cineastas cubanos no se acaban de quitar la soga del cuello, si el Estado no solo está perdido en todo lo que pasa en el cine actual, sino que también entorpece y persigue? 

Hay una cosa: para bailar hacen falta dos. Mientras se baile al ritmo y con las condiciones que pone el león, la gacela va a estar siempre en desventaja, jodida, y trabajando para el cazador. 

¿Qué pasaría si nos quitáramos la soga del cuello? Si trotáramos libres, si cortáramos el cordón umbilical podrido de ese ser diabólico que se hace el paternalista. ¿Y si corremos libres? ¿Qué pasaría?

Publicación fuente ‘Yucabyte’