William Navarrete: Interviú al galerista y editor Orlando Blanco Varona / ‘Castro traicionó al pueblo de Cuba entregándole al PSP las riendas del poder’

DD.HH. | 10 de octubre de 2023
©Orlando Blanco, mencionado en una nota de prensa de la época / Cubanet

―¿Conociste a Fidel Castro personalmente?

―La primera vez que lo vi fue durante los entrenamientos de la escuela de armas de la que te hablé. Fue en 1952 y él vino a visitarnos para ver el funcionamiento, pero también porque estaba reclutando gente para lo que pensaba hacer en Santiago de Cuba, o sea, el ataque al cuartel Moncada. 

Personaje inquietante, lo más impresionante era la prodigiosa memoria que tenía porque años después, en 1959, tras el triunfo de la Revolución, regresé de mi primer exilio en Miami, integré el Frente Obrero Nacional (FON) y fui elegido secretario de Trabajo de la Federación de Plantas Eléctricas de La Habana. Organicé entonces la única manifestación del movimiento obrero después de 1959 y saqué los camiones a la calle para protestar contra el ministro del Trabajo que protegía a los rompehuelgas. Fuimos al Palacio Presidencial donde se celebraba un Consejo de Ministros. Solicitamos ver al ministro de Trabajo. Para sorpresa nuestra, Castro salió también pidiendo explicaciones para saber qué significaba aquella manifestación. Después de escucharnos, nos dijo que estas manifestaciones ya no eran necesarias porque, habiendo triunfado la Revolución, se solucionaban todos los problemas. A continuación, le dijo al ministro de Trabajo que no entendía su actitud porque era muy fácil optar, ya que de un lado estábamos nosotros los revolucionarios y del otro los rompehuelgas. Y acto seguido se volteó hacia mí y me dijo: “A ti yo te conozco de algún lado”. Y le respondí que de la “escuela de armas” por la que él tanto se había interesado. 

Otro hecho importante fue su célebre discurso del 8 de enero 1959 en el que dice la famosa frase “armas para qué”, un verdadero ataque al Directorio Revolucionario, el cual protestó de sus injustas acusaciones. Varios miembros de la dirigencia del Directorio fueron a visitar a Castro.

El caso es que, en ese mismo momento, para desviar la atención, como muy bien sabía hacer, dijo que lo importante era que el pueblo nos viera juntos haciendo la Revolución y nos invitó a las laderas de la Sierra Maestra para que fuéramos testigos del momento en que procedería a dictar y aplicar la primera Ley de Reforma Agraria.

―¿Dices que te exiliaste una primera vez durante el Gobierno de Batista?

―En 1958 yo seguía trabajando en la Compañía de Electricidad y militando en el Directorio Revolucionario. Por las actividades en las que estaba implicado vino, a fines de mayo de 1958, la policía con uno de los esbirros de Esteban Ventura llamado “Miguelito El Niño” ―quien, por cierto, había servido de chofer a Fidel Castro en su etapa gansteril― a mi trabajo. Pude escapar huyendo por detrás. Me escondí en la casa de un abogado a la espera de encontrar una embajada que me diera asilo, cosa ya muy difícil en aquel momento. Pude asilarme finalmente en la de Ecuador a sabiendas de que el Gobierno de Batista no estaba dando salvoconductos a nadie que perteneciera al Directorio Revolucionario. Tuve la suerte de que pude conseguir uno gracias a Arturo Hernández, quien había sido senador, camagüeyano como yo, y que intercedió por mí. 

Por suerte también tenía pasaporte, ya que lo había hecho tiempo atrás cuando un tal Valentín González, a quien llamaban “El Campesino”, había llegado a Cuba traído por Rolando Masferrer y había venido a vernos para implicarnos en la organización de las milicias revolucionarias bolivianas. Ese señor había sido pistolero en su Badajoz natal, soldado en la guerra del Rif, general improvisado de la Guerra Civil Española y miembro del Partido Comunista español. Exiliado en Moscú al final de la guerra y recibido como un héroe por Stalin, este termina deportándolo a Siberia, por sus frecuentes indisciplinas, pero de allí escapó atravesando a pie la frontera con Irán, fue capturado, reenviado a Siberia y se volvió a escapar a través de Irán por segunda vez antes de llegar a Cuba en donde también estuvo preso porque Batista lo prendió en un momento dado. Nada, el perfecto aventurero y malhechor. Cosa de la que nos dimos cuenta poco después cuando ya teníamos hecho el pasaporte. De modo que nos negamos a seguir con su proyecto.

Fue entonces que, aprovechando que ya estaba fuera de Cuba, Faure Chamón me dio la misión de ser uno de los firmantes del llamado “Pacto de Caracas” que significaba la unidad y una estrategia común por parte de todas las organizaciones revolucionarias que luchaban entonces contra la dictadura de Batista. El Pacto se firmó el 20 de julio de 1958 en la capital venezolana e incluía a unas 11 organizaciones entre las que figuraban el M-26 de Julio (encabezado por Fidel Castro), la Federación Estudiantil Universitaria (representada por José Puente y Omar Fernández), el Movimiento de Resistencia Cívica (encabezado por Ángel María Santos Bush), el Grupo Montecristo (con el capitán Gabino Rodríguez Villaverde y Justo Carrillo Hernández), el Partido Demócrata (con Lincoln Rodón al frente), entre otras. Yo me encontraba entre los firmantes, representando a la Unidad Obrera junto a José M. Aguilera, Ángel Cofiño, David Salvador, Pascasio Lineras y Lauro Blanco. Fue un mes después, y desde Miami, que se designó a José Miró Cardona como coordinador general.

En el exilio participamos activamente en apoyar la lucha contra Batista, a pesar de que las autoridades estadounidenses nos vigilaban. Incluso cerraron la emisora radial a través de la cual hacíamos transmisiones hacia la Isla. 

―Me imagino que eres de los primeros en regresar a la Isla tras el triunfo del 1° de enero de 1959. ¿En qué momento te das cuenta de que una dictadura remplazaría a la otra? 

―En efecto. Como era parte activa del Directorio y del movimiento obrero me pongo inmediatamente a trabajar en lo que creíamos iba a ser una nueva sociedad. Faustino Pérez, entonces ministro de Recuperación de Bienes Malversados, nos entregó un edificio recién construido por el régimen anterior, en la calle Primera, entre C y D, en el Vedado, para que acogiéramos a los que venían de la Sierra y que no tenían dónde vivir.

En octubre de 1959 Aníbal Escalante, Secretario de la Organización del PCP (Partido Comunista), nos dijo que quería reunirse con la Dirección del Directorio Revolucionario. Esta reunión se celebró en el apartamento donde vivía Faure Chomón, el cual me invitó a que estuviera presente. Allí descubrí el doblez de este hombre, capaz de hacer una autocrítica en la que renegaba de su alianza con Fulgencio Batista en 1940. De esta reunión se derivaba una consecuencia nefasta para la verdadera Revolución, o sea, para quienes manteníamos el ideal de una Cuba democrática sin corruptos ni violaciones. La reunión y la autocrítica de Aníbal Escalante revelaban el pacto secreto entre Fidel Castro y el Partido Socialista Popular, la organización que menos prestigio tenía, la que menos había hecho durante la lucha contra Batista y la que era un nido de corruptos estalinistas.

Fue en ese momento en que me di cuenta de que la Revolución iba a ser traicionada y de las verdaderas intenciones de hegemonía de poder de Fidel Castro. Y no me equivoqué porque en julio de 1961, a medida que los comunistas de la vieja guardia del PSP conseguían puestos claves en el Gobierno, anunció la creación de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), como paso previo para crear luego, el 26 de marzo de 1962, el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) y el fin del multipartidismo e imposición del totalitarismo.

―¿Qué sucedió entonces? ¿Por qué te quedas en el país?

―Los que habíamos luchado a brazo partido por restablecer la democracia en Cuba no concebíamos que el proyecto por el que tantos sacrificios se hicieron terminara en una dictadura, aún más feroz e implacable que aquella que habíamos combatido.

Poco a poco, la gentuza del PSP, que no había dudado en abrazar el estalinismo y que tenía un historial de asesinatos sórdido comenzó a apropiarse, con el beneplácito y la autorización de Fidel Castro, de los puestos esenciales de la vida política cubana. Así entraron en la gran escena personajillos deleznables como Lázaro Peña, Blas Roca, Carlos Olivares, Joaquín Ordoqui, Edith García Buchaca, Carlos Rafael Rodríguez, Severo Aguirre, Osvaldo Dorticós Torrado, Juan Marinello, Osvaldo Sánchez, entre los viejos lobos gestores del comunismo en Cuba desde la década de 1930. Castro traicionó al pueblo de Cuba entregándole a la jerarquía desprestigiada del PSP las riendas del poder, a cambio de que se le reconociera a él como el César.  

A mí me mandaron al MINREX (Ministerio de Relaciones Exteriores) como director de Información, un puesto en el que me mantuve hasta 1964, año en que la Seguridad del Estado decidió que ese puesto debía ser exclusivamente de su incumbencia. Entonces caí en un limbo y empezaron a proponerme otros puestos en el extranjero, una manera de deshacerse de los que no comulgábamos con la deriva totalitaria del régimen. Y, finalmente, a sabiendas de que lo mejor era salir del país, acepté el de encargado de Negocios en Berna (Suiza). 

¿Cuándo rompes definitivamente con el régimen castrista?

―En marzo de 1967 entregué mi puesto y salí de la embajada. El año anterior había estado en Cuba visitando a mi madre que estaba enferma cuando, el 3 de noviembre de 1966, al llegar al aeropuerto de La Habana y, a pesar de que afuera me estaba esperando Faure Chomón, me arrestan. Había sido una orden del inefable Manuel Piñeiro Losada, conocido como “Barbarroja”, jefe de los servicios secretos de Fidel Castro y fundador del represivo G-2. Me acusaban de haber participado en la organización de un atentado planeado contra Fidel Castro en 1964. 

Cuando logré, gracias a la influencia de Faure Chomón, salir, ver a mi madre y regresar a Suiza, renuncié definitivamente a mi puesto en la Embajada cubana en Berna y nunca más regresé a la Isla. 

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