Fernando Martirena: De paso

Arquitectura | Autores | 23 de octubre de 2023
©Catedral de Ronchamp por Le Corbusier

Una mañana de algún día soleado, paseando Le Corbusier por una playa mediterránea, se encontró una almeja muerta que la marea coloco en sus pies. La recogió admirado por su forma, en una reflexión que es también una incomprensión del trabajo de la naturaleza. Eso que vio, que es ciertamente intransferible a nosotros, fue lo que después dio forma al proyecto de la catedral de Ronchamp. En su gigante techo curvo de hormigón, que baña de luz y de color ese lugar creado para la inmortalidad, podemos entender hoy el claro origen de esa idea.

Otra mañana, tan parecida a todas las mañanas frente al mar, salió a dar otro paseo por la misma orilla, y darse su baño habitual contradiciendo a su doctor. No sabemos si esta vez encontró otro amuleto, otra catedral o si logró resolver su última prosa en soledad. La diferencia de escala entre el cuerpo de los arquitectos y su obra, por cuestiones naturales siempre es injusta. Al caer la tarde unos pescadores descubrieron en la orilla el cadáver de un anciano rodeado de almejas y otras cosas que devolvió el mar.

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