Sergio Luis Pérez Hernández: Conversación con Beatriz Maggi / La palabra no tiene rival dentro de ella misma

Archivo | Autores | 7 de diciembre de 2023
©Beatriz Maggi / Imagen de archivo

                                 Para Denia García Ronda, por su ética
                                extemporánea y su amistad sincera y útil que me
                               devolvió a Beatriz.

(En noviembre de 2012, después de esta conversación, vi por última vez a Beatriz Maggi. Luego hablamos muchas otras por teléfono, mientras pudo. Ella es como una especie de recuerdo tangible. Años después de su muerte, cuando todavía cuando bajaba en auto por la Calle 10 de Miramar, para ir a impartir clases al ISA, miraba hacia el balcón de aquella habitación en la que la maestra de literatura leía, dormía y escribía; y no sé… pero me parecía que estaba ahí, reclinada sobre su mesita escribiendo algo. Es que veía, a través de la puerta a veces abierta, una hermosa cabellera blanca).

Cuando se entra a la obra ensayística de Beatriz Maggi, el lector advierte el encantamiento que ha sumido a la escritora en la literatura que defiende, así como a su autor, y adivina inmediatamente el amor que siente por la palabra escrita, ya sea por un clásico o no. En ese sentido, se lee y resalta este fragmento en uno de sus mejores ensayos: «La palabra es portadora de contenidos que recoge del mundo y que entrega al que la lee o escucha, evocando estos contenidos en su conciencia»…

Yo quisiera que usted me conversara esta pregunta: ¿así como la literatura apresa en palabras los contenidos del mundo, cree usted que pueda una versión cinematográfica capturar en sus imágenes visuales, y trasmitirle luego con ellas al espectador, los contenidos de una novela o de un cuento? Entiéndase por contenidos, sobre todo, las intenciones discursivas del autor.

— Bueno, yo no sé por qué tú me haces semejante pregunta. Tú debieras saber, después de tantos años de haber sido alumno mío en la universidad, que yo pugno en defensa de la palabra por encima de cualquier imagen. No que una imagen sea inferior a una palabra. La imagen visual, los grandes pintores, los inmortales pintores de todas las épocas tienen el mismo mérito, la misma grandeza, la misma creatividad, pero pasar de una vía de comunicación –como es la palabra– a la imagen…, yo no quiero usar la palabra espurio, pero se me sale, porque es trasladar algo que en el camino se deteriora, pierde la fuerza. La palabra no tiene rival dentro de ella misma, como el pincel y la imagen no lo tienen, ni el sonido musical frente a un gran pianista, por ejemplo. Todas las artes son mayores. Pero, ahora, trasladar la palabra, que es la creación suprema del hombre, lo que le hace ser humano, que la bestia que está colgada en el árbol con el rabo bien largo se vuelve bípedo y ser humano es cuando empezó a hablar, y eso no tiene sustituto ni emparejamiento con ninguna otra cosa ni se puede diluir ni pervertir en otra forma. No estoy hablándote de que un arte sea superior a otro, sino que lo que está pensado por un autor en palabras, con los matices, con las sutiles variantes, porque un sinónimo nunca es perfecto: una palabra parecidísima a otra no es exactamente igual; y eso no tiene paralelo, no puede llevarse por tanto ni al cine ni a la televisión, porque no la pueden suplir. Sin embargo, como arte espontáneo, el que pinta porque le nace usar la paleta y los tubos y los pinceles y tiene una concepción visual, eso… lícito, perfecto, legítimo, tan valioso como la literatura. Los que hicieron las catedrales góticas, el sentido arquitectónico de la creación: elevarse al cielo en esas agujas que van buscando cercanía con la altura, eso es arte también de primera calidad; y la música: los timbres, los sonidos… pero pasar de una cosa a otra, como es poner en la pantalla lo que un espíritu literario pensó en palabras… yo, humilde compañera de todos los demás seres humanos, te digo que conmigo no va. Y me ha ido bien en los muchos años en que he pensado de esa manera. Respeto todas las demás artes, pero lo que esté pensado por un autor en palabras, me lo dan en palabras, en ellas: insustituibles, inmejorables.

Doctora, yo pienso en la influencia del cine en la sociedad en general, no como medio de enseñanza para la literatura. Sabido es que grandes lectores son excelentes cinéfilos. Sigo creyendo que en algún momento los roles sociales de la literatura y el cine se entroncan. Muchas versiones cinematográficas han servido para difundir la literatura. Pudiéramos pensar en el caso del tan versionado Tenesse Williams, y se me ocurre preguntarle: ¿considera al cine un medio que ha servido para difundir a la literatura?

— Yo no puedo desmentir eso, porque creo que el cine, y aún la televisión, son grandes aportes de la civilización al ser humano, y muy lejos de mis concepciones está el desear o el pensar que sería bueno que no hubiera ninguno de ellos. Yo creo que la televisión es indispensable o… (con ironía benévola) acabo de decidir entonces que yo soy retrógrada y que estoy buscando el árbol en el cual encaramarme  otra vez con el rabo y todo. No es así. Tengo que, por fuerza, por la evidencia que se me presenta, alegrarme de que la civilización avance constantemente, descubra e invente, y la invención casi la admiro más todavía que al descubrimiento. De manera que no puedo resistirme a la presencia del cine y de la televisión. Yo no disfruto la televisión por razones de mi edad, pero el cine lo disfruté tanto, tanto que hubo temporadas en que yo iba todos los días en Santiago de Cuba con mi padre al cine, con él era casi obligado ir. Y vi grandes películas, inolvidables.

¿Qué sintió cuando vio Crimen y Castigo por primera vez en el cine?

— Sentí que me gusta más leerlo. Pero he visto la adaptación televisiva en formato de serie de El idiota, y creo que es una gran actuación y que está muy bien llevado el argumento. No puedes pensar que yo me retraigo anticivilizadamente, yo acepto todos los aportes, pero en el momento de enjuiciar las artes te digo: el cine, cine; la televisión, televisión; que acortan, ponen pequeño al mundo, nos acercan a todos en el planeta, a países y continentes; nos muestran todo el quehacer contemporáneo, toda la ocurrencia mundial. Pero cuando llega la literatura, creo que la palabra resulta autosuficiente también para todo eso. No obstante, yo sigo, y no creo que en lo que me queda de vida voy a retractarme de ese criterio y de ese amor a la palabra, simplemente porque el diccionario contiene una cantidad de palabras tan inmensa que se parecen muchísimo la una a la otra, solamente las diferencia un ligero matiz, un matiz que casi no se separa del otro; es una pequeña sugerencia que una palabra puede hacer de otra, como abriendo el camino para la otra, y uno disfruta viendo los matices posibles y cercanos entretejidos de una palabra con otra. (Gesticula y sonríe apasionadamente). Yo ya muero con esta certidumbre: la palabra, sin ser superior ni al pincel ni al cuadro, es una expresión otra de lo que siente el hombre, de las cosas grandes o tétricas o fantasmagóricas. Igual que lo hace el instrumento para el músico, la palabra –para mí– es la más grande creación del hombre… y no me puedo apartar de eso… no tengo tiempo de apartarme de eso, no me queda tiempo.

Usted ha dicho: «es culpable un estado que no promueve niños ávidos de leer y escribir, y pensar sobre lo leído y revisar lo escrito, por eso desdeño un poco a la televisión. El niño llega a su casa, tira en una butaca los libros y se sienta a ver el episodio en lugar de leer unos buenos consejos y unas productivas experiencias de El conde Lucanor. Prefiere ver la novela, el episodio: no hay que pensar»[1]. ¿No pudiera la escena audiovisual quedar grabada en la memoria del niño de tal manera que con los años encuentre un ejemplar de la obra literaria y la lea?

— Claro que sí, que todavía se puede tener esperanza en muchas cosas. Yo puse el ejemplo del niño, pero los “mayorcitos” hacen lo mismo: se sientan el papá, la mamá, los niños, una tía y una abuela, y todo el mundo mirando para la pantalla, sin darse cuenta que en vez de estar reunidos, están solos: están solos los que están juntos. ¿Cómo es posible que esto suceda entre personas que están en la misma sala? Ah, porque cada cual está mirando la pantalla. Tú dirás que lo mismo pasa en el cine, yo no sé, no tengo la respuesta para todas las preguntas, pero en el cine se produce una comunión, un fenómeno muy extraño lo mismo en los aplausos que en las risotadas o en los silencios, que no es posible notar en los hogares cuando las personas miran la pantalla… no sé, pero algo de soledad se advierte entre ellos y la pantalla, y, muy extemporáneamente, uno le dice al otro: “viste, qué bien…” o un “no estoy de acuerdo”, y nada más. No he tenido, repito, esa misma experiencia en el cine; quizá es que no haga falta, que no ha lugar, pero este es un fenómeno en el que me puede contradecir todo el que quiera, porque no soy una gran observadora, por lo general estoy siempre un poco enmimismada, de manera que no me puedo jactar de ser una persona que observa detenidamente a los seres humanos, porque estoy metida en mi mundo las más veces, peligrosamente.

¿Y usted cree que la versión audiovisual pueda estimular al espectador para salir en busca de la obra literaria cuando no la ha conocido antes?

— ¡Ese es el problema! Se queda satisfecho y ya la vio, y cree que la conoce. Por lo general sucede: “ya vi Lo que el viento se llevó”. Por lo tanto, no creo que la pantalla estimula la lectura, sino al contrario: la remata, acaba con ella, destroza la lectura. Esa es mi conclusión en este sentido, pero no te guíes por la experiencia mía, que no soy muy típica de los demás seres humanos y puede ser que ocurra algo mucho más diferente y más positivo. Yo no juzgo a la humanidad, y puede ser que esa reacción positiva de salir a buscar un texto literario después de verlo versionado sea adecuada y frecuente, pero yo no lo puedo asegurar.

¿Y en el caso del dramaturgo? ¿No imagina él en imágenes el hecho teatral antes de escribirlo? ¿Cómo es que acota entre diálogos: gestos, lugares, reacciones?

— (Se queda en silencio por un rato). Tu pregunta me ha dejado pensando. Es muy interesante. Shakespeare, por ejemplo, tan grandioso es como hombre de teatro, como teatro que ha escrito en una poesía inmortal. Se puede leer a Shakespeare sin verlo en el teatro. Ahora, ¿se puede ir a ver su obra muda? Quizás se pueda, pero no resultaría satisfactoria ni estimulante. Y es que cuando vas al teatro, ves a los personajes actuar y te interesa muchísimo, pero están hablando entre sí, y sus actitudes, sus gestos, sus movimientos son reacciones a lo que han oído al otro decir; y es que el texto es indispensable: todo el mundo puede leer una obra de Shakespeare sin estarla viendo. Por lo tanto, prevalece el acto de la palabra, que es lo que siempre he defendido, principalmente para niños y jóvenes. A eso he dedicado mi vida y no voy a renunciar. Ya no puedo renunciar.

A la mañana siguiente de nuestra conversación, Beatriz me llamó muy temprano: «Su pregunta de ayer me ha tenido pensando toda la noche, dijo. Escuche bien: en el caso del teatro, palabra e imagen nacen juntas, se inician juntas». Mi día –después de su llamada–, sin embargo, fue mejor que la noche que ella había tenido. Al contrario de lo que siente el protagonista en las Noches Blancas. Un día Fernando Pérez me dijo que nadie me hubiera contestado como Beatriz lo hizo. Le creo.                   


[1] Ibídem

(*) Esta entrevista fue realizada en el año 2010.