Julio Llópiz-Casal: Interviú a Nelson Jalil / Hemos sido forzados a funcionar fuera de esa burbuja que es Cuba
―Vivir en Cuba de espaldas a la realidad es muy difícil. Esto solo es posible para quienes se encuentran en alguna posición privilegiada, por cercanía al poder o por ser beneficiarios de alguna actividad económica excepcional (rara vez al margen del poder) que les permita enajenarse de la realidad. De cualquier modo, tener conciencia política no es sinónimo de ser frontal políticamente. ¿A partir de qué momento decidiste adoptar una posición pública, con tu trabajo o tu actitud, respecto a lo que pasa en Cuba?
―En mi caso ocurrió de manera gradual. El absurdo que significaba la implementación del Decreto 349 me llevó a posicionarme por primera vez como parte de un grupo de artistas denunciantes de lo que consideran un atropello evidente.
Luego presencié cómo cada vez más personas, muchas de ellas amigas o colegas, comenzaban a convertirse en víctimas de la cacería de brujas de los años posteriores. Me pareció natural asumir una postura, que no es solo política sino humana o ética, y dejar clara mi posición al menos en los momentos más críticos que se sucedieron.
―Se ha dicho muchísimo, en las redes sociales y en otros espacios de debate, que “el 11J es un parteaguas” para entender la realidad política y económica de Cuba. Para algunos artistas, activistas o simples ciudadanos, el 11J significó la alerta de que era necesario posicionarse del lado de la ciudadanía y no del poder; para otros fue el 27N o el acuartelamiento en la sede del Movimiento San Isidro; y para otros más este aviso incluso tuvo lugar antes. Si seguimos yendo atrás llegamos al año 2018 y todo lo sucedido alrededor del Decreto 349. ¿Cómo experimentaste este decreto tú?
―El decreto fue el primer paso hacia el punto de inflexión, ni más ni menos que eso.
―La formación y capacitación profesional en la Isla es uno de los resortes propagandísticos del sistema. La formación relativa al arte no es una excepción. De todas maneras, muchas cubanas y cubanos alrededor del mundo, y residentes aún en el país, atesoran buenos recuerdos y valoraciones positivas de su formación, haya sido académica o no, además del trago amargo que representa haber vivido la censura o haberla visto más o menos de cerca. ¿Cómo ves a la altura de hoy la formación artística que recibiste o te gestionaste?
―Si te refieres a mi paso por el ISA [Instituto Superior de Arte], diría que mi período de estudios ocurrió en algún punto dentro de esa curva descendente que describe el sistema de educación en Cuba. Teniendo en cuenta que ese descenso ha sido sostenido, luego vinieron momentos peores en los que, por ejemplo, tres profesores (José A. Vincench, Henri Eric Hernández y Anamely Ramos) fueron expulsados por razones obviamente políticas, frente a la pasividad e inacción de sus colegas de claustro.
La formación, sin embargo, se la gestiona cada cual, antes y ahora, especialmente la formación artística. Es un proceso que no comienza ni concluye con el paso por una o varias escuelas de arte.
―El Miedo es un factor que muchísimos artistas e intelectuales cubanos de prestigio han señalado como determinante fundamental para entender por qué el Partido Comunista se ha podido mantener durante décadas en el poder. Por ejemplo, la Seguridad del Estado intenta identificar el miedo en el individuo, ya sea para neutralizar o para reclutar a la persona como agente. También existen y han existido personas con una actitud que ilustra muy bien un verso de la poeta Katherine Bisquet: “No nos sirve de nada el miedo”. ¿Qué significa para ti ese Miedo al que estoy haciendo referencia? ¿Cómo lidiaste con ese sentimiento si alguna vez lo sentiste viviendo en Cuba?
―El tema del miedo en Cuba podría ser objeto de varios tratados de psicología, extensos todos. Sería interminable la lista de sucesos o situaciones frente a las que uno puede experimentar miedo en Cuba. Yo, por ejemplo, sentí miedo el día que vi aquel video en el que destrozaban impunemente los dibujos de Luis Manuel Otero Alcántara; y eso no es ni remotamente comparable a la violencia ejercida contra un ser humano o innumerables seres humanos.
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