Rafael Rojas: Lydia Cabrera y las oscuras rebeldías

Autores | Memoria | 26 de diciembre de 2023
©Lydia Cabrera (1899-1991), escritora y etnógrafa cubana / FOTO Vía: fotosdlahabana.com

La antropóloga, escritora y artista cubana, Lydia Cabrera (1899-1991), formó parte del movimiento africanista, casi desde sus orígenes, en el París de entreguerras. La publicación de sus Contes nègres de Cuba (1936), en Gallimard, traducidos al francés por el novelista Francis de Miomandre, tendría un impacto discernible en la comunidad de intelectuales antillanos y africanos afincados en la capital francesa. El traductor, Miomandre, había traducido las novelas Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1927) de la escritora venezolana Teresa de la Parra, también afincada en París, y amiga íntima de Cabrera.

Parra y Cabrera se habían conocido en La Habana, en 1927, cuando la venezolana asistió al Congreso Interamericano de Periodistas de aquel año. Su novela Ifigenia era el “diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba”, que inevitablemente recuerda la serie de crónicas “Nena en sociedad” de Cabrera, publicada en la revista Cuba y América entre 1913 y 1916. La novela de Parra estaba construida como un diario, pero también como una sucesión de cartas entre las amigas María Eugenia Alonso y Cristina de Iturbe, donde se entrelazaban la confesión afectiva y el análisis social, de un modo muy parecido al que luego se observaría en la propia correspondencia entre la venezolana y la cubana.

Junto a Ifigenia, las Memorias de Mamá Blanca debieron constituir otra lectura decisiva para Cabrera. Aquella obra no sólo reproducía el tono del testimonio, sino que se adentraba en una indagación sobre la cultura popular venezolana, especialmente a través del personaje del negro anciano Vicente Cochocho, cuya impronta es legible en la obra de Cabrera. El epistolario entre ambas escritoras, en torno a un viaje de Cabrera a La Habana, desde París, en 1930, como ha observado Isabel Castellanos, describe con exactitud el momento en que inicia la investigación que sustenta la escritura tanto de Cuentos negros como de El Monte (1954).

En una carta de Cabrera a Parra de aquellos años, la cubana cuenta a su amiga venezolana sus visitas al barrio negro de Pogolotti, en La Habana, donde se reúne con sus informantes: José Calazán Herrera (Bengoché), Teresa Muñoz (Omí Tomí), Calixta Morales (Oddedeí), Leonorcita Armenteros… Estos negros cubanos serían la fuente de buena parte de su obra etnográfica, literaria y visual, ya que Cabrera también fue pintora, y de su vocación traductora, cumplida no sólo en la transcripción de la cultura afrocubana sino en sus propias versiones de poeta antillanos y africanos como Aimé Césaire, Léon-Gontran Damas, Léopold Sédar Senghor, Birago Diop, David Diop, Gabriel Okara, Christopher Okigbo y Wole Soyinka.

Algunos de aquellos poetas, el martiniqueño Césaire, el guyanés Damas y el senegalés Senghor, quien llegaría a ser presidente de su país, también vivían en París en los años treinta y se involucraron en proyectos juveniles africanistas, en la capital francesa, como Légitime Defense (1932) y L’Estudiant Noir (1934). Cabrera conocería de primera mano, no sólo el propio movimiento negrista, sino su impacto en la vanguardia literaria y pictórica francesa, a través de la obra de Apollinaire y Breton, Derain y Matisse, Picasso y Braque.

Cuentos negros fue, tal vez, el texto cubano mejor posicionado en el negrismo parisino de los treinta. Su recepción, sin embargo, no estuvo libre de disonancias desde un inicio. Mientras Miomandre valoraba el papel de la ficción en el texto, Fernando Ortiz, en el prólogo a la edición cubana de 1940, desestimaba su valor etnográfico, en términos de arqueología religiosa o cosmovisiva, y lo ceñía a un “rico aporte a la literatura folklórica cubana, que es blanquinegra”. En su nota para Carteles, en 1936, Alejo Carpentier atinó al advertir que “sería un error creer que la escritora se ha contentado en transcribir el folclore en sus narraciones”.

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