Andrés Isaac Santana: Carracedo / Episodio 53
Resulta difícil admitirse y hacer de la (auto)mirada un ejercicio de honestidad más allá de los contratos sociales y de los convenios de forma. Aceptar una entrevista es aceptar la desnudez. Aceptar la interpelación es también una manera de aceptar tu vulnerabilidad: es reconocer los rostros de tus fantasmas y la fragilidad de una voz que habita en el límite de la arrogancia y a la sombra del ego. A muchos de los que hablan hoy se les ha arrebatado ese derecho y esa obligación moral. La honestidad se convierte en conveniencia, del mismo modo que el valor se traduce en estrategia.
Esta conversación con el artista cubano, residente en Madrid, Jorge Luis Miranda Carracedo, se aparta bastante de ese escenario. Esta conversación se presenta como un acto de desnudez y un gesto confesional. No hay carnes, no hay frutas, no hay cuerpos, no hay performance, no hay trato con mercaderes venidos a menos, no hay luces ni tampoco sombras; hay, por el contrario, una necesidad. Carracedo quiere que le conozcan un poquito más, quiere que su obra llegue a otras audiencias. Carracedo quiere ser Carracedo. Quiere, y me insistió en ello, vivir en paz. Vivir para pintar y para contar historias.
¿Cuál es el principal argumento de tu obra?
Me interesa el ser humano, sus dramas y sus contradicciones. Creo, sin duda, que es el principal argumento de mis obras. Me posiciono en ese espacio de reflexión e intento, aunque a veces me resulte complicado, agudizar las cualidades narrativas de mi arte. Me obsesiona la idea de generar un relato en todas y cada una de mis composiciones que, de algún modo, remiten siempre a esa dimensión ontológica. Por otra parte, y como consecuencia del efecto de ese mismo drama, me interesan las crisis ambientales y el impacto de estas sobre el deterioro progresivo de nuestros hábitats sociales y naturales. Es algo que en verdad me preocupa mucho y que, si notas bien, puedes rastrear en cada una de mis obras.
¿Por qué tengo la impresión de estar frente a un relato cada vez que accedo a tu pintura?
Dicho por ti, esto es más que un piropo. El relato es el recurso de comunicación más eficaz para transmitir las ideas. Sin embargo, se ha desdeñado su importancia por cierta incompatibilidad con la síntesis y una errática noción de la imagen pura en sí misma. En oposición a esta especie de asepsia, me seduce mucho lo barroco, lo poliédrico y lo angular. Es por ello que una de mis técnicas preferidas es el collage dado que me permite enfatizar las relaciones intertextuales y las confluencias intempestivas que conforman el relato. Creo que es desde ese lugar que entiendo y asumo el relato como una condición de mi pintura. Al final no somos más que la suma de muchos relatos y narraciones. Nos construimos a partir de esas narraciones que nos dibujan a imagen y semejanza de lo que otros desean o de ese enrarecido umbral de expectativas que se cierne sobre nosotros. Defiendo la facultad narrativa de la pintura y pienso que, junto a la literatura y el cine, tiene la enorme responsabilidad de dejar un testimonio más o menos legible de este lodazal en el que vivimos.
¿Cómo lo haces?
Construyo relatos partiendo de mis propias vivencias y de las observaciones respecto del entorno donde vivo. Ese espacio es occidental y europeo ahora mismo. Es España y es Madrid. Ciudad en la que resido hace más de dos décadas. Intento conectar mi pasado, con mi presente y hacer de esa conexión un lugar de contingencia narrativa. Estos relato-collage, por llamarlos de alguna forma, contienen muchos episodios de memoria regurgitada: es casi un acto de desdoblamiento y de reconocimiento. Muchos de esos episodios remiten a mi lugar de nacimiento. Ese pasado, fragmentado siempre, es parte del drama. Es una suerte de aderezo conceptual y confesional.
¿Y cómo surgen estos episodios?
Piensa que estoy viviendo mi episodio 53, que se dice pronto. Mi obra, si lo pienso mejor, es una suerte de biografía. Aunque muchos críticos o espectadores del arte no consigan verlo, porque se quedan muchas veces en la superficie, es un relato de mi propia experiencia personal, es un resumen de lo que vivo a diario. A mis 53 años ya no me gusta perder el tiempo, y el poco o mucho del que puedo disponer lo invierto en la construcción de mi imaginario. Cada episodio, entonces, es un collage pictórico. Estas narraciones se nutren de material fotográfico que procede del cine, de las noticias, de un cuaderno de ciencias, teoría de la conspiración o simplemente de remisiones al pasado. En ese contexto de “influencias”, creo nuevos personajes que expongo a convivir en un nuevo escenario en el que son ellos los administradores de su propia dramaturgia y de sus tensiones. Esto último enfatiza en la rareza de las obras: se convierten, así, en un conjunto de paisajes absurdos en sí mismo. Creo que soy un director de cine frustrado y esta pasión la revierto y empleo a fondo en mi obra. Trato de corporizar impulsos y gestos que son, primariamente, nudos imaginarios. De estos nacen, luego, esos espacios absurdos regidos por el silencio y la quietud. Estas piezas, de alguna manera, vienen a ser “constructos” dentro del gran y paradójico “constructo social y humano”. Para decirlo de otro modo: un episodio dentro de otro episodio.
¿Qué claras influencias se pueden advertir en este tipo de obra?
Sin duda, tú mismo lo advertiste en su momento, se puede rastrear la influencia del simbolismos francés y belga de finales del diecinueve. La manera de componer los ambientes y la síntesis de la que podían hacer alarde, la empleo en la “construcción” en mis relatos collage. Me fascina la expresividad de los trazos y la manera de pintar de los expresionistas o los espacios de silencio sordo que provienen de la pintura metafísica italiana. Aprovecho a tope el absurdo para crear sinergia entre las distintas partes de las piezas como lo hacían los surrealistas. Antes que nombres, prefiero mencionarte escuelas, corrientes o estilos porque siento que su “espíritu” me ha influido bastante. Estas referencias están ahí y se activan -consciente o inconscientemente- cuando agito mi coctelera y doy forma a mis escenas.
¿Cuáles serían esos nombres que no mencionas?
En una primera lista estarían Puvis de Chavannes, Vuillard, Redon, Labastide du Vert, Denis, Khnopff, Delville, Degouve, Ensor, Gauguin y el intimista y mental Munch, por la síntesis en el dibujo y la síntesis en el uso del color. En una segunda lista estaría Magritte, Chirico y Delvaux, Domínguez, Tanguy, por su manera de crear escenas inquietantes desde la cotidianidad. De los contemporáneos, me quedo con la soberbia poética de Peter Doig o el inmenso Neo Rauch.
Háblame de las etapas y momentos de tu trabajo o de eso que tú llamas “series abiertas”.
En los últimos quince años de trabajo, he desarrollado varias “series abiertas”. Las llamo así porque no las doy por cerradas y trabajo en ellas en paralelo. A ratos vuelvo a ellas a partir de nuevas investigaciones que realizo o de circunstancias emocionales o afectivas que me llevan ahí nuevamente. Las he ordenado en cuatro grupos temáticos o descriptivos que también guardan un orden cronológico. La primera es “Constructos del Systemal”, la segunda “Antropos imposibles”, la tercera “Actor-nautas en la distopía” y la cuarta “Pareidolias espaciales”.
Las primeras obras de Constructos del systemal las esbocé a mediados del 2008. Surgieron como regurgitaciones acumuladas de los primeros años en España. Por entonces vivía en Galicia, en La Coruña. Allí tomé la decisión de traducir en obra todas estas vivencias y un sinfín de intertextos que me traje de Cuba y todo lo que como buen Diógenes insular comencé a acaparar aquí. De la mezcla de todo esto nacieron estos relatos-collages. El collage fue y es la técnica que, llevada a la narración en mi pintura, se convirtió en la anatomía fundamental de estas piezas, una suerte de musculatura. Me di cuenta que lo que estaba haciendo era componer episodios diversos que, de alguna manera, se podían leer como ejercicios de psicoanálisis. Aquí también conecta la segunda de mis series que es “Antropos imposibles”, en la que me concentré, básicamente, en un estudio sobre el posible entendimiento de las utopías sociales.
En el caso de “Actor-nautas en la distopía”, específicamente, creé un personaje a modo de arquetipo general de un viajero o de alter ego. Un personaje que pretendo que se entienda como un viajero que pertenece a una periferia indefinida. Viste el traje de un astronauta disfuncional al que siempre le falta su casco, sus guantes o sus botas, haciendo imposible la funcionalidad de su escafandra para lo que está diseñada. Se convierte, así, en un actor-nauta. Cuando seleccioné este atuendo para el personaje, escogí la escafandra como el vestuario del viajero contemporáneo con el que supuestamente se ha llegado más lejos en un viaje. Era una forma, también, de crear su distopía. En realidad, no se sabe si ha tenido lugar ese viaje, puede que solo sea el resultado de su propia ficción/actuación. La ambigüedad de la situación habla de ese estado de ensimismamiento y de distracción al que nos someten las manipulaciones sociales y las retóricas políticas. En esta serie hablo mucho de cuestiones referentes al deterioro del medio ambiente y sus nefastos pronósticos de sostenibilidad planetaria.
En las “Pareidolias espaciales” sigo tratando el tema sobre la ecología y sus efectos. En este caso diseñando paisajes que son pareidolias antropomórficas. Utilizando un principio de composición creado por los surrealistas como Oscar Domínguez o Ives Tangui. Creo escenas donde los elementos del paisaje se antropomorfizan como si de un impulso animista o mágico procediera. Se crean, de este modo, estados simbólicos que sugieren que el hábitat o paisaje tiene un alma que, por consiguiente, es espiritual. En esta transmutación o metáfora de la naturaleza muerta y animada, está la esencia misma del mensaje que quiero transmitir. En el vocabulario de estas piezas (formal y simbólico), se encuentran las máquinas (submarinos, aviones, blindados de guerra, barcos, trenes etc.), al igual que el elemento arquitectónico que mezclo con todo. En algunas piezas, incluso, aparece el “actor-nauta” de la serie anterior. Al final, todos se funden en el espacio narrativo generando nuevas metáforas de las que yo mismo dejo de ser responsable.
¿Cómo crees que debería ser leída tu obra?
No sé si estoy apto para responder a esta pregunta; tampoco estoy muy convencido de querer hacerlo. Creo que, si se lee con empatía y con libertad, sería lo suyo. Si encima, conecta con el público y genera algún tipo de reacción, por mínima que sea, me daría por satisfecho.
Si tú fueras el crítico, ¿cómo la leerías?
Si no te importa, prefiero no responder a esta pregunta.
¿Cuba es sólo tu pasado o es parte también de tu presente?
Cuba es mi otredad y mi propia periferia. Es, para ser categórico, una herida abierta. No puedo y no quiero negar esa realidad en mi obra, si bien sabes que no comulgo ni sintonizo con ninguna forma de dictadura. Cualquier régimen totalitarista me supera, me da igual su signo o su procedencia. Hay que llamar las cosas por su nombre. Existe demasiada complacencia y demasiado eufemismo. Pero sí, en efecto, Cuba es una recurrencia en mi obra y creo, incluso, que en la de muchos artistas cubanos que comparten la experiencia del exilio.
Reviso con bastante asiduidad las historias y los trozos de esa realidad insular que, aunque quedaron atrás en el tiempo, no dejan de ser parte de esa memoria arquetípica que aflora en cada pensamiento y en cada gesto artístico. Cuba está diluida dentro de esos episodios que intento representar en mis relatos-collages y en todo el universo simbólico de mi trabajo. A veces tengo la extraña sensación de que pareciera que todo responde a una relación inconexa, pero es que nuestra realidad cultural, histórica, política y antropológica fue siempre así: el caos y la síntesis, la apoteosis y el desmadre ha estado siempre en la base de ese plasma que todos mamamos desde niños. No sé si logro expresarlo bien.
Resides en España hace ya más de veinte años, ¿qué relación mantienes entonces con el arte cubano?
Hubo una etapa en la que por circunstancias personales me distancié bastante del arte cubano. Me concentré mucho en mi obra y en mi familia. Entonces vivía en Galicia. Allí abrí estudio y trabajé durante algún tiempo con una galería en París. Luego me volví a instalar en Madrid y retomé contacto con algunos artistas cubanos que recién fijaron residencia en la ciudad y con otros que han sido amigos desde mis años de formación y estudio en La Habana. En medio de todo esto agradezco que, hace apenas un año, me invitaras a exponer en las dos ediciones de tu proyecto Aquí /Plataforma de Arte Contemporáneo.
La primera, en el estudio de Dagoberto Rodríguez; la segunda, en el Laboratorio de Arte Liudmila López. Haber sido parte de esta experiencia, junto a lo mejor de la escena del arte cubano en Madrid, me produjo mucho bienestar y me reconcilió conmigo mismo. Igual no te gusta demasiado la metáfora, pero la verdad es que me ayudaste a regresar a “la manada”, lo que provocó que hoy me rasque menos mis pulgas de lobo solitario. Estoy feliz por ello. Ya bastante daño heredamos de un sistema que se ocupó de desunir y de enfrentar. Este ejercicio de comunidad nos sienta bien a todos.
¿Qué opinas sobre el posicionamiento del arte cubano en Madrid y la apertura de tantos estudios?
Creo que es una gran oportunidad, una especie de nuevo “renacimiento” del arte cubano en Madrid después de tantos años. Se está generando una comunidad artística muy favorable para todos. Es algo que advierto en cada visita que hago al barrio de Carabanchel, por ejemplo. Nombres importantes del arte cubano como René Francisco y Carlos Garaicoa han sentado cátedra allí. Tengo constancia de su apoyo a los artistas jóvenes y no tan jóvenes. Entre estos y muchos otros están creando un verdadero laboratorio de creación que es muy de apreciar.
¿Qué opinión te merece la actual escena del arte?
Tengo la impresión de que estamos en un momento muy rico en cuanto a producción e intensidad de los discursos. Siento que se han roto las líneas curatoriales hegemónicas que tanto se impusieron a finales del pasado milenio. La impresión de crisis respecto de determinados medios tradicionales se evapora, se pone en jaque cualquier noción reduccionista de lo que es arte y se asume una posición más inclusiva.
Igualmente creo que hay mucha producción oportunista que se esconde de la verdad y se enmascara en escenarios supuestamente comprometidos políticamente. Esto me sucede con las exposiciones temáticas de índole feminista y postcoloniales. Quiero creer más en el valor de la obra de arte por encima de discusiones relativas a las cuestiones de género, raza o denominación de origen. No estoy para nada desestimando la pertinencia de estos espacios de reflexión crítica y estética. Los veo en extremo necesarios, pero siento, por otra parte, que se convierten en bastión de muchas propuestas engañosas. A veces pienso que se confunde la autoridad de la obra entre tanta demanda social. Noto, eso sí, una democratización en los espacios institucionales sin perder de vista esa tendencia anterior.
¿Confías en la dimensión política del arte?
Por supuesto que sí. El arte debe ser un aguijón oportuno y eficaz en el escenario social. Creo que debe tener un impacto sobre las conciencias e incidir en el mejoramiento de todo tipo de pensamiento. Es menester del arte gestar espacios de discusión y de confrontación provocando reflexiones y exponiendo aquello que a veces duele y que ni los medios se atreven a hacer público. Aunque parezca una utopía y hasta un lugar común, sí que creo en esa posibilidad de mejora de los malestares sociales a través del arte. Lo que nunca me ha interesado es el adoctrinamiento en nombre del arte. No me interesa ese tipo de arte que se disfraza o que milita abiertamente como brazo propagandista de algunas tendencias ideológicas. Muchas veces pienso que esos juegos retóricos traen consigo el establecimiento de nuevas hegemonías. Hay momentos en los que cuesta expresarse libremente en una u otra dirección porque, al final, terminas ofendiendo algún tipo de sensibilidad. Creo que el artista está llamado a defender su propia voz más allá del colectivismo -muchas veces empobrecedor- que se nos impone desde el establishment. No puedo evitar ahora mismo pensar en dos expresionistas alemanes que creo dejan claro esta estrategia desde su voz pictórica como son Otto Dix y George Gross. Ambos buscaron la libertad evitando los buenismos complacientes en que muchos caemos. Despojarse de juicios partidistas y romper con el parcialismo ideológico que tanto reduce por ser, en definitiva, simplemente propaganda. Quiero dejar claro que no participo de este tipo de propuestas y que claramente no me interesa entrar en ciertos debates que considero que se instrumentalizan como nuevas formas de dictadura. Las que, encima, se hayan subvencionado en lo que entiendo como un acto injusto y hasta inmoral.
¿Qué literatura sueles leer?
Leo de todo un poco y tengo mis momentos. Tengo mucha necesidad de conocimiento y de ampliar mis propios horizontes. Me refugio bastante en la lectura, la verdad. Por ejemplo, entre los últimos libros que leí, por cierto, alejados del arte, figuran tres de economía: “Los enemigos del comercio”, en dos tomos, de Antonio Escohotado y “Las riquezas de las naciones” de Adam Smith. Antes, hace apenas un mes, volví a leer “Las vanguardias artísticas del siglo XX”, de Mario de Micheli y “El diseño se definió en octubre”, de Gerardo Mosquera. Me gusta mucho hacer este tipo de ejercicio de re-visitación cuando ha pasado un tiempo. Esto me permite rearmar nuevos enfoques. También leo mucha filosofía, teología y narrativa.
Eres en extremo celoso con tu privacidad, al punto de ser casi un out sider. Te resistes a lo mediático y a la exteriorización de tu mundo interior. Sin embargo, eres artista, eres un sujeto que produce lenguaje que será enjuiciado por otros ¿Cómo manejas esta situación?
Creo que como artista y como sujeto definimos y defendemos un lugar desde el que poder hablar. Yo escogí mi lugar y es el espacio de la obra de arte. No me interesa hacer striptease en la pasarela usando mi privacidad. Me reservo para compartir con los míos, con mis seres queridos. Romper ese equilibrio me genera estrés y eso afecta mi momento de creación. No creo que ventilar mi privacidad me haga extraordinario, más bien me debilita. Soy más de lo personal que de lo mediático, sin duda.
Siempre hablamos de las mujeres en cuanto a ubicuidad se refiere, pero ¿Cómo es ser artista, padre apasionado y un hombre que trabaja todos los días para ganarse la vida?
La vida me ha premiado, en forma de regalo, con la posibilidad de vivir rodeado de mujeres. Mi madre, mis hijas y muchas amigas. Agradezco esa realidad porque muchas veces mantienen a raya el troglodita que puedo llegar a ser. Esa convivencia me sienta muy bien. Mis hijas, por ejemplo, me provocan constantemente nuevas reflexiones sobre la vida y sus contextos. Igual no estoy siempre de acuerdo con sus enunciados, pero el solo hecho de dialogar con ellas flexibiliza mis posiciones y me hace mucho más empático. A su lado desarrollo cierta feminidad que me hace ser -creo- un mejor hombre. Por lo demás, me centro en mi responsabilidad de luchar cada día por proveer lo básico que me permite salvaguardar mi núcleo familiar en un equilibrio basado en la práctica del amor. Desde el amor, y solo desde el amor, intento organizar mi vida.
¿Te sientes incomprendido?
Esa es una pataleta que no me puedo permitir. Soy más un desconocido que un incomprendido. Pero me asumo como el único responsable respecto de este hecho.
En reiteradas ocasiones has manifestado una suerte de desdén por el presente ¿Es solo una impresión mía?
¿Desdén por el presente? No, qué dices. Creo que la palabra justa sería reactivo. Reactividad que sé de sobras te incomoda a ratos. Pero de alguna manera es el resultado de mi (in)comprensión de lo que me gusta llamar la tiranía de los falsos derechos. Siento que en el orden actual se imponen realidades y cambios que a mi entender sobran y que los considero superfluos. Hay ciertos signos de lucha en el plano social que me resultan excesivos. Pero creo es inútil ahora mismo entrar en esa discusión. Soy consciente de lo inconveniente e incómodo que se vuelve la exposición genuina de la disconformidad a la luz pública sin ser objeto de escarnio o sin responder a la complacencia de lo políticamente correcto.
¿Qué piensas de la rebeldía en arte?
No pienso sobre la rebeldía. En su lugar asumo ser rebelde. Creo que tenemos la responsabilidad de ser rebeldes y no temer al ejercicio de la denuncia. Tenemos el privilegio de poder hacer uso de una eficaz herramienta que bien empleada puede servir a los otros en beneficio de sus intencionalidades e irreverencias. Yo he optado por ser rebelde, pero sin alardes. Actúo, creo, desde la rebeldía. Pero lo hago también desde el amor y la compasión. Esto me hace estar en paz conmigo mismo y servir al otro, que no es poca cosa. No creo, y lo dejo claro, en las rebeldías sin causa. Que cada uno encuentre la suya…
¿Eres consciente de lo que me cuesta, en términos de distancia crítica, esta conversación?
Sospecho que sí. Sin embargo, confío en tu fina objetividad y en la transparencia de tu juicio crítico. Me has demostrado, en más de una ocasión, que no negocias con la mediocridad, que no regalas el oído a la vanidad ajena ni te prostituyes como hacen muchos que conozco.
Agradezco estas circunstancias y no creo que esta vez sea distinto pese a la amistad que nos une.
Publicación fuente ‘PAC’. Se publica con permiso del autor.
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