Samuel Feijóo: Entrevista a Rafael ‘Sabino’ Fornés

Archivo | Artes visuales | 27 de febrero de 2024
©Tira cómica de Rafael Fornés

Fornés [Rafael Fornés], usted nos dice que «José Dolores» fue una creación autóctona, de humor popular, publicada por espacio de tres años en forma continuada. Usted parece recordar aún con afecto ese trabajo de su juventud. ¿A qué atribuye usted el cese de la continuidad de su publicación?

En nuestro país tuvimos un Rafael Blanco. Cuando yo me inicié en el dibujo y comencé a frecuentar las redacciones de periódicos, ya Blanco no aparecía en nuestra prensa. Y vivía, y tenía edad para producir.

Yo no lo conocí. Todos lo alababan; me decían que era muy bueno; pero que no dibujaba ya porque se había dedicado al ajedrez.

También tuvimos a Abela. Su genial «Bobo» había mantenido a la totalidad de la población del país en vilo durante la época machadista. Luego, dejó de existir.

Los sindicatos o trust que controlaban la distribución de los muñequitos americanos, o cómics, mantienen la producción de sus Bud Fisher, y sus McManus, mucho después de la muerte de sus autores.

Pero esto es una idea mercantilista, y es una monstruosidad.

Cervantes tampoco vivió la época capitalista. Pero pudiéramos imaginar a su Quijote atrapado en esta era, y verlo reproducido, una y otra vez, en series interminables, como «Tarzan».

En los años de «José Dolores», la casi totalidad de los dibujos que se publicaban en nuestra prensa diaria eran extranjeros.

Los sindicatos norteamericanos que distribuían los cómics, o historietas en colores, en Norteamérica y en América Latina, distribuían también una enorme cantidad de flanes (especie de cartón encerado), que venía por correo ordinario y servía para fundir el plomo directamente sin necesidad de grabado.

Aquellos flanes contenían gráficos del material más variado: chistes, tiras cómicas, modas, dibujos de entretenimiento, «La vida en los Estados Unidos», «Créalo o no lo crea», etc.

La enorme extensión de su mercado le permitía darlos a muy bajos precios.

Si el periódico quería publicar un dibujo cubano, lo primero que tenía que hacer era mandarlo a un taller para que le hicieran un grabado.

Esto encarecía los gastos de la empresa, pues ese taller trabajaba a destajo y cobraba de acuerdo con el número de pulgadas.

Los grabadores que trabajaban en los periódicos, trabajaban a bajos precios, y no solían ser los mismos que trabajaban a los anunciantes, por ejemplo, que cobraban a más altos precios y hacían un trabajo más esmerado.

Los grabados nuestros podían venir con la línea quebrada o con tacos; algunas veces podía ocurrir que llegaran a que no se entendieran los textos que acompañaban las ilustraciones.

Esto contrariaba a la empresa que tenía disputas con el grabador.

El grabador culpaba al dibujante, que hacía las líneas o demasiado finas o demasiado anchas.

Los flanes de los norteamericanos habían sido hechos de grabados bien terminados, y siempre daban una imagen limpia y bien impresa.

Al dibujante que era del patio y hacía dibujos, o una página, también había que pagarle, y esto hacía mucho más costosa la producción nacional y aumentaba considerablemente sus diferencias de precio con el producto ofrecido por los monopolios extranjeros.

Pero había aún algo más. Un dibujante nacional podía ser un creador.

Un individuo inquieto, no convencional, que pensara por su cuenta, y que se le ocurría indagar por terrenos diferentes. Esto podía alterar los nervios de los lectores, habituados por los sindicatos a la inocuidad de una lectura de chistes intrascendentes, y de historias que se repetían. Podía ocurrir que se recibieran quejas y protestas, etc. Y podía ocurrir que, al final, se le alteraran los nervios a la empresa que era quien nos pagaba.

Todas estas consideraciones podrían conducirnos a una interrogante opuesta a la que encierra su pregunta.

©’José Dolores’, tira cómica de Rafael Fornés

¿Cómo fue que se publicó «José Dolores» y cómo fue tan larga su permanencia?

Usted nos ha dado una acabada descripción de la situación de los dibujantes cubanos en los años en que nuestros órganos de prensa estaban penetrados por los sindicatos extranjeros. ¿Usted cree, que de no ser por esos monopolios hubiesen sido mayores las posibilidades de que surgiesen otros autores nuestros?

Bueno, había que ver a qué tipo de posibilidades nos referiremos. Las posibilidades de empleo para otros dibujantes es seguro que hubieran aumentado. Pero el problema es que la prensa diaria es un medio de divulgación masiva.

Esto resulta un estímulo de gran atracción para cualquier creador, que aspira a un tipo de comunicación, y a que su obra sea difundida. Pero siempre tenía la amenaza de que su obra se convirtiera en mercancía. Si se acomodaba a esto, dejaba de ser autor.

Esta amenaza pende, sobre todo tipo de creador. Para un pintor cuya obra sea contratada por una galería, para el autor teatral, guionista, escultor, músico, bailarín, director cinematográfico, etc.

El fenómeno de la creación artística es mucho menos frecuente de lo que podemos suponer.

Tampoco debemos suponer que se halle en extinción, ni que ha de desaparecer.

Sobre aquella época pudiera agregarle algo más.

Vivíamos rodeados de un mundo sensacionalista, y de gran producción que se nos presentaba como artística, y el grueso de lo que nos llegaba no pasaba de ser una hábil producción artesanal.

El culto al éxito nos distrae; el desarrollo de las técnicas aplicadas nos lo hace difícil detectarlo: el continuo golpear de los grandes órganos de publicidad nos confunde; y aquellas invenciones que pudimos suponer favorecieran la divulgación de la obra poética, nos la bloquea.

La obra artística puede ser popular, como lo fuera el Quijote; llana, como los versos de Machado; intelectualizada y culta, como la de Joyce.

Pero esta ha de ser señera. El hecho de que ella concurra adonde todos vamos, ha de ser mera coincidencia.

Y esto la hace dura; difícil de manejar.

Siempre opto entre el ser y el estar, por lo primero.

Volviendo de lo general a lo particular y para dar respuesta su pregunta.

No creo que, porque la prensa nuestra de los años treinta dejase de estar penetrada por los monopolios de servicios extranjeros, habría de mejorar las posibilidades de ese supuesto autor nuestro.

Nuestros diarios hubiesen descubierto también lo que los diarios del norte ya habían descubierto: que sus públicos gustaban más de ver las historias que de leerlas. Y hubiesen también inventado sus propios muñequitos e historietas, que hubiesen salido calzadas con firmas cubanas en vez de extranjeras. Los nuestros, imitando a aquellos. Algo más penoso todavía.

Fornés, en su pequeño esbozo biográfico todo lo dicho se refiere a su etapa juvenil; omite de ella a «Sabino» que es una creación posterior. ¿Cómo surgió «Sabino»? ¿Qué significa? ¿Cuándo nació? Tampoco me ha dado la fecha de nacimiento, ni el nombre de su pueblo. A «José Dolores» usted lo vio en una playa. ¿Y Sabino… es usted?

Sabino es, sin prevención. Sin conocimiento ni experiencia: sano de saber. ¿Cómo decirle la fecha de nacimiento de Sabino, si nace cada día?

Si yo fuera como Sabino, tampoco podría decirle mi edad (no la hubiese comenzado todavía). Sin embargo puedo decirle que nací en la Víbora el 6 octubre de 1917. También puedo decirle que desde entonces he venido acumulando conocimientos y experiencias, y que muy poco pudiera encontrar usted en mí fuera de esto: todo ese saber acumulado y en un orden algo precario, y, sobre todo, muy marcado por mi época y por mi propio acontecer.

El tiempo, las fechas, la valuación de las cosas y los hechos, son marcas que no existen en el mundo de Sabino; que es un continuo fluir, sin encierro, nombre, comienzo ni fin.

En este mundo se desenvuelve Sabino.

Usted y yo podemos comprender al Pato Donald, y hasta reír con él, porque se desenvuelve en un mundo de convenciones que comprendemos; pero no a Sabino; a lo sumo podemos gustar de él, y esto es suficiente.

Usted me arrebató algunas tiras de «Sabino» para publicar en Signos, y me pidió les diera respuesta a unas preguntas. En este momento que las contesto, no tengo presente esas tiras, y me asalta la duda de que ellas no respondan a lo que le estoy diciendo.

En el momento en que usted viera una tira de «Sabino» y esa tira estableciera comunicación con usted, en ese momento habrá nacido Sabino.

El día que usted la haya publicado en Signos si algún lector estableciera comunicación con Sabino, ese día, habrá nacido otra vez.

El día que no pudiese establecer comunicación, ese día habrá quedado sin expresión, habrá muerto Sabino.

Usted me pide intente una definición de Sabino; y ya usted ve cómo, en el momento mismo de intentarla, todo se oscurece.

Fornés, usted me dice que no puede darme una definición de Sabino y no obstante, en su respuesta me parece que usted nos dice bastante de él. Pero su biografía ha quedado manifiestamente trunca. En ella usted va desde aquellos primeros estímulos que lo hicieron adoptar la profesión de dibujante, hasta su descripción de «José Dolores». Pero pasaron algunos años antes de que le surgiera la idea de realizar a «Sabino». ¿Qué la motivó? A la historieta biográfica que usted me hace le faltan cuadros…

Si usted cree que es menester que aún continúe mi biografía, le diré que aún después de haber dejado de publicar mis originales en la Revista Rosa de Avance todavía estuvieron publicándose mis «José Dolores» durante algún tiempo.

La Revista Rosa, que era un suplemento semanal sabatino del periódico Avance había dejado de editarse.

Había sido sustituida por un plan de rifas. Le adicionaban a cada ejemplar del diario un sobre cerrado con un cupón numerado.

En aquel cupón venía su regalo. Al comprar un ejemplar del diario en la calle, usted podía obtener con él lo mismo un cepillo de dientes que un viaje a Varadero, o un auto.

No sé cómo esto se pudiera hacer. Pero al día siguiente, el propio periódico publicaba las fotos de la multitud que atiborraba los pasillos del diario mostrando en alto los sobres de los cupones premiados. Fotos y entrevista del nuevo y feliz propietario del auto. Fotos de la gente amontonada en la calle, luchando por arrancar a los vendedores de periódicos los ejemplares de Avance, con los Sobres de la Sorpresa.

Hubo gente que compraba los ejemplares por docenas, les arrancaban los sobres y tiraban los diarios.

La redacción ahora estaba invadida por centenares de muchachas, que sentadas en mesas alineadas, frenéticamente llenaban sobres con cupones y los pegaban a los diarios.

Yo, había sido cesanteado.

Del periódico que se vendía antes, sólo quedaba el cascarón.

No puedo decirle cuánto duró aquel plan. Ni si alguien ganó con él. Yo salí perdiendo. El tiempo de duración del plan, es posible que también estuviese calculado. Todos aquellos planes casi siempre terminaban en fraude. Alguien más que yo, debe haber perdido también.

Pero salía un nuevo periódico. Este era pequeño y pobre. Se vendía al precio de un centavo, en la calle. El personal de su redacción no excedía de tres o cuatro. Pero se abría paso. Su director era hábil.

La guerra de España estaba en su apogeo. La tensión mundial pendía de los partes de guerra. Nuestros órganos de prensa consolidados se inclinaban hacia Franco. A él se le ocurría tirar hacia la izquierda. Nuestro pueblo, que sufría indignación ante el asalto a la república por el fascismo, empezó a resentir de los periódicos grandes, y a comprar aquel chiquito: era Información, en sus primeros tiempos.

Claret, que era su director, no podía darme empleo, pero podía comprarme mis «José Dolores» que ya habían sido publicados en Avance y que saldrían de nuevo (era como una segunda edición).

Él me pedía que siempre le trajera las historias más viejas, en su esperanza de que el lector olvidara que ya las había leído y las considerara como material inédito.

Yo, en Avance, había tenido la precaución de recoger aquellos grabados una vez usados, y de guardarlos en mi casa. Esto me permitía ofrecerlos ahora a precios de competencia. El periódico no tendría ya necesidad del gasto en grabados. Los míos servían para imprimir, igual que los flanes extranjeros.

A pesar de esto mis utilidades eran mezquinas. Claret me pagaba un peso por cada una de mis páginas, y estas salían una vez por semana. Además aquello no podía durar siempre. Claret vigilaba demasiado que yo le fuera a repetir los grabados por él publicados, y mi stock tendía a agotarse. Yo ni siquiera había guardado aquellos grabados desde el inicio de mi producción en Avance, sino desde un día que se me ocurrió que podía darle un uso posterior a aquello que estaba haciendo.

Luego se me presentó una oportunidad de empleo con mayores posibilidades de ingreso.

Era en la Snear, compañía norteamericana que realizaba la construcción de las obras que para la extracción del níquel se hacían en Nicaro. Allá me presenté y trabajé durante varios meses como pintor de brocha gorda.

Mi falta de conocimiento y experiencia en el oficio hizo que me trasladaran (ya que yo no podía lograr el acabado de mis más experimentados compañeros, de pintar las casas que habían de habitar los dirigentes de la empresa), a un lugar que todos llamaban La Siberia.

Allí el trabajo consistía en rasparle el óxido a grandes vigas de hierro, y pintarlas de rojo para protegerlas.

La aspereza del óxido hacía que mis manos sangraran, pero, con el trabajo, estas fueron cogiendo la consistencia del hierro.

Usted quiere saber qué originó la idea de Sabino, y yo no creo que Sabino fuera una idea; sino un hecho.

Y si usted cree ver alguna originalidad en Sabino, debe ser por esto.

Las ideas nunca suelen tener la originalidad de los hechos.

Nuestro pueblo siempre fue de ingenio fértil. Y yo siempre le fui a la zaga, en esto. En «José Dolores», yo quise reproducir el ingenio de mi pueblo; no es que «José Dolores» fuese una creación ingeniosa.

Pero en «Sabino», no. Sabino es huérfano de ingenio. También puedo decirle, que en Sabino, no hay ideas. Sabino es huérfano de ideas. También que Sabino surgió de sí, y sin que nadie lo ideara. Y en esto puede radicar su originalidad. En que Sabino sea un hecho, y nada más, sin ingenio y sin ideas.

Pero los hechos también tienen su origen en otros hechos.

Y el que surgiera «Sabino» pudiera tener su origen en las vivencias que yo tuviera en Nicaro. Sus hombres, los que yo conociera trabajando a mi lado, eran distintos de los que yo conociera aquí en La Habana. Eran menos inquietos y ágiles; pero a su vez más sólidos.

La amplitud del paisaje me anonadaba; al propio tiempo que me hacía crecer e incorporarme a él. La visión próxima de aquellas montañas que en señera y eterna permanencia preparaban en sus cumbres las tormentas que luego lanzarían en forma de torrentes por sus laderas. El sereno desplazamiento de las auras. La visión cósmica de sus noches, con sus miríadas de estrellas. La displicencia de su enorme bahía, al lanzar los extremos de sus olas contra el verdor de sus contornos; para marcar las horas, que a ella no interferirían, porque era eterna.

Todo ello pertenecía a un ámbito muy distinto del mío, ciudadano.

Cuando regresé a la ciudad, sus hombres y sus afanes, sus motivos y su cultura, me parecían de arenilla.

La locuacidad de los nuestros contrastaba con la parquedad de los medios de expresión de aquellos.

Y me parecía que la inquietud de estos era porque no podían ver nada; las luces de la ciudad los hacían ciegos a la visión nocturna del cosmos, y les habían hecho creer que podían ser importantes; que tenían que ser importantes.

Las leyes del tránsito les impedían moverse en cualquier dirección: en la diagonal, hacia occidente o sur, norte u oriente. Le decían cuándo podían parar; cuándo caminar de nuevo.

Y sin poder escapar a su destino igual (nacimiento y muerte), lo hacían todo más intrascendente y vacuo.

El hombre eterno estaba allá, y era aquel, más cerca del sol, de las playas, las estrellas y las montañas, que tenían sus propias leyes, que no se podían obviar. Y que no era necesario que se obviaran, porque eran las que tenían más gracia, más belleza y eternidad.

Fornés, veo que usted es un filósofo, veo que usted le ha añadido un cuadro a su biografía pero no me la concluye.

Es un problema de estilo, Feijóo, tampoco mis tiras…

Pero usted no me dice, cuándo ni dónde publicó su primer «Sabino»…

Esa es otra historia, Feijóo, no podemos abarcar tanto en un solo día, tendría que ser para otra edición…

[Publicación fuente Revista latinoamericana de estudios sobre la historieta, vol 2, no. 8, diciembre de 2002, pp. 191-202].