NDDV: Eddy Campa, indifunto

Autores | 18 de marzo de 2024
©Foto tomada en la Villa Verde: la periodista alemana Barbara Eisenmann, de pie, al fondo; Néstor Díaz de Villegas, sentado, en el centro; y Eddy Campa, acostado en el piso / Archivo Néstor Díaz de Villegas de la Cuban Heritage Collection, Miami.

Mis primeros recuerdos de Leonardo Eduardo Campa no son míos: son las reminiscencias de los poetas Benigno Dou y Andrés Reynaldo, que lo conocieron en los años setenta, en la tertulia de La Funeraria.

Beni y Eddy eran miembros de un célebre grupo de escritores que, de acuerdo a Reynaldo, “se reunía habitualmente en el parque frente a la Funeraria Rivero, donde podías encontrarte a los mejores poetas de nuestra generación”.

Beni Dou visitó una mañana el cuarto donde vivía Eddy Campa en la calle Estrella y, según me contó una vez, le asombró ver que el escritor dormía con su padre en una columbina.

Se sabía que en la infancia Eddy había tenido seis dedos en cada mano. En alguna conversación se refirió a esos dedos y me los describió como pulgares atrofiados, o “pezuñitas”, y me enseñó las cicatrices de la operación. Cuando gesticulaba, yo solía seguir las sombras de las cicatrices en movimiento, e imaginaba las pezuñas.

“Tú sabes cómo era La Habana”, rememora Andrés Reynaldo en una reciente conversación telefónica, “después de la Funeraria te encontrabas con la gente en la Cinemateca, en las librerías, y siempre conversábamos de literatura, nos hablábamos. Campa iba de vez en cuando por la Plaza de la Catedral, donde yo trabajaba, nos encontrábamos allí y nos íbamos a tomar un trago”.

“Luego vino el Mariel”, continuó Andrés, “y yo vine para acá, no sabía si él había venido o no. Estoy en Puerto Rico, debe ser el año 1985. Vivía junto a la playa, en Isla Verde, y salía a correr todas las tardes alrededor de las cuatro, después que regresaba de la agencia donde trabajaba. Siento que alguien me grita «¡Cherburgo!», entonces miro, y veo a Campa sentado en la arena, tomando el sol. Lo saludo y le pregunto «Campa, ¿qué tú haces aquí?». Entonces me hace un cuento tremendo: «Vine para ganarme la lotería».”

“Él vivía en esos momentos creo que en Texas, no recuerdo en qué ciudad, incluso tenía una mujer, no le iba mal. Me dijo que estaba lavando la ropa en el laundry de su edificio, y vio la etiqueta de un pomo de medicinas con un número, esos números de serie que aparecen en las etiquetas. Entonces me cuenta que una voz interior le había hecho una revelación: «Esos son los números de la lotería de Puerto Rico». Eddy decía tener un estado de percepción muy amplio por haber nacido con seis dedos. Al lado de la palma de la mano, tenía las cicatrices de cuando le quitaron esos dedos siendo niño. Y realmente era un tipo muy perceptivo, eso es cierto. Además, en su poesía está esa percepción.”

“Le pregunto: «Pero, Campa, ¿solamente por esa voz te montaste en el avión y viniste para acá?». Además, se había peleado con su mujer, porque cuando le dijo «Voy a Puerto Rico a ganarme la lotería», ella le contestó «¡Pero estás loco!».”

“Entonces me dice: «Me bajé en el aeropuerto de San Juan, y el primer billetero que vi tenía el número, fue el primer número que vi». Y me mostró el billete, o los veinticinco billetes que creo recordar que tenían los sorteos semanales. Nunca vi la etiqueta del pomo, pero no tenía por qué dudar de lo que me contaba. Me dijo: «Este es el billete con el mismo número, y ahora estoy esperando al miércoles… a que venga el sorteo, porque ya me gané la lotería».”

“Esa noche salimos a comer, y conversamos de La Habana, del Mariel, de cómo había llegado a los Estados Unidos y de cómo había llegado yo, del viaje… en fin, cosas de marielitos.”

“Le digo: «Bueno, Campa, el miércoles nos vemos por acá». Él ya sabía dónde yo vivía. «Vamos a celebrar». Y efectivamente, el miércoles llego de mi trabajo, y al entrar al edificio, en el lobby, está Campa completamente deprimido. Entonces me dice: «¡No me gané nada!». En Puerto Rico la lotería es una forma de beneficencia social. No hay manera de que te compres un billete entero de lotería y no ganes, por lo menos, el reintegro de un billete. ¡Pero él no se ganó nada!”

“Estuvimos dos semanas sin vernos, nunca supe dónde se estaba quedando, y un día aparece y me dice: «Mira, decidí quedarme, porque me empaté con la gente del reverendo Sun Myung Moon, estoy ahí en un local que ellos tienen, y estamos ahí estudiando. He descubierto a dios de otra manera, esto fue una lección». En fin, al parecer, el choque de lo que le pasó ahondó su fe. El caso es que me dijo que tenía una tremenda fe y que el reverendo Moon era un visionario.”

“Pasan los días y en una ocasión vengo manejando por un área céntrica y me lo encuentro en una esquina, vendiendo flores para los moonies, porque la gente del reverendo vendía flores en todo San Juan. Entonces paré: «Campa, pero ¿qué haces aquí?», y me responde, «Estoy vendiendo flores, porque esto forma parte de la cosa». Obviamente, le daban comida, y me contó que también tenía tiempo para leer y escribir. Le pedí entonces que pasara por la casa, él tenía mi teléfono. Pero a partir de entonces lo perdí de vista y nunca más volví a verlo, hasta que regresé a Miami en el ochenta y ocho.”

“Acá me lo encontraba a veces, sobre todo en la Pequeña Habana; él y un grupo de gente de la Funeraria eran asiduos del área donde está el restaurante El Pub. Cada vez que pasaba por allí lo veía tomando café y conversábamos. Esa no era mi zona de circulación, pero sabía de él con frecuencia a través de Carlitos Victoria, porque Campa, Rosales y Esteban Luis Cárdenas eran muy cercanos, y Carlitos Victoria se ponía de acuerdo con ellos para verlos y me contaba que estaban mal. Drogas, falta de dinero.”

“Cárdenas, recién llegado, tuvo un accidente de tránsito que lo dejó paralítico. Se recuperó, pero quedó muy fastidiado. Incluso volvió a escribir, un libro de poesía que a mí me parece bueno, Cantos del centinela. Después tuvo otro accidente. Caminó delante de un camión, al parecer estaba drogado.”

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