Mario Luis Reyes: Abusos sexuales e impunidad en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños

DD.HH. | 27 de marzo de 2024
©Facebook/EICTV

La investigación

En el mes de mayo de 2022 una estudiante de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV) me contactó con el propósito de alertar sobre diferentes casos de abusos y agresiones sexuales que habían tenido lugar en dicho centro durante la última década.

A partir de ese momento comencé una investigación durante la cual he accedido a diversos testimonios, tanto de estudiantes como de profesoras de esa institución, así como a otras pruebas documentales en relación con los hechos denunciados.

La información recabada en este periodo dio forma al presente texto, donde se denuncian violaciones, abusos sexuales, acoso, revictimización, y sobre todo el mal manejo de estas situaciones por parte de la dirección de la EICTV, lo que en conjunto fue generando un ambiente tóxico, insoportable para no pocas estudiantes de la Escuela.

La investigación está compuesta por cuatro testimonios de mujeres de diversas nacionalidades que estudiaron en la EICTV durante la última década, así como por la reconstrucción del infructuoso y revictimizante proceso de denuncia de una de ellas ante la dirección de la Escuela, en primera instancia, y después ante las autoridades policiales cubanas.

A petición de las testimoniantes, y con el objetivo de proteger su identidad, los nombres empleados aquí son ficticios. Dicha solicitud se funda en temores de que estas historias puedan afectar sus respectivas carreras dentro de la industria cinematográfica, lo cual por otra parte tendría precedentes de alcance global. Hasta el surgimiento del #MeToo, el productor estadounidense Harvey Weinstein se benefició de su poder en Hollywood para garantizarse décadas de impunidad; a principios de este mismo año, las tres primeras denunciantes del director español Carlos Vermut —«todas trabajan[do] en puestos relacionados con el sector audiovisual»— alegaron «temer represalias» cuando solicitaron al diario El País que no revelara sus nombres.

En cuanto a los agresores, salvo en un caso, no aparecen directamente identificados porque la investigación cuestiona principalmente el proceder de la directiva de la Escuela y denuncia un ecosistema donde, a todas luces, las agresiones sexuales y la impunidad fueron normalizadas.

En cambio, la decisión de identificar con su nombre a uno de ellos responde, sobre todo, a una petición expresa de la víctima, así como al hecho de que el individuo fue denunciado tanto ante la dirección de la EICTV como ante la Policía cubana, lo que llevó a un proceso de instrucción penal. De manera que el caso tomó un carácter público y notorio dentro de la Escuela.

Ciertamente, este trabajo puede ser también un primer paso que conduzca a nuevas denuncias y futuras indagaciones que apunten a figuras que han acumulado alguna cuota de poder, tanto dentro de la EICTV como en la industria del cine, y aprovechado su posición para abusar en diferentes grados de estudiantes y colegas.

Respecto al proceso de obtención de los testimonios, en todos los casos —incluidos el tercero y el cuarto, que se cruzan en algún punto—, fueron recabados de forma independiente, sin ningún tipo de acuerdo entre las víctimas, quienes coincidieron en describir detalladamente un ecosistema nocivo que marcó las vidas de mujeres de diferentes generaciones en la Escuela.

Habría que subrayar entonces que la presente investigación evidencia una vez más la urgente necesidad de que sea aprobada una Ley Integral contra la Violencia de Género en Cuba, una petición en la cual han insistido las feministas cubanas durante los últimos años.

La escuela

La Escuela Internacional de Cine y Televisión fue el principal proyecto académico de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), una organización creada por el Comité de Cineastas de América Latina con el propósito de integrar las cinematografías de la región y desarrollar la producción, distribución y exhibición de dichas obras.

La creación de la EICTV se aprobó en la primera reunión del Consejo Superior de la FNCL, y sus instalaciones fueron construidas en los terrenos antiguamente ocupados por la finca San Tranquilino, cedidos por el Estado cubano, en la localidad de San Antonio de los Baños, a 35 kilómetros de La Habana.

La ceremonia de inauguración tuvo lugar el 15 de diciembre de 1986, en un acto presidido por el mandatario cubano, Fidel Castro; el escritor colombiano y presidente de la FNCL, Gabriel García Márquez, y quien sería su primer director, el cineasta argentino Fernando Birri.

La EICTV, considerada una de las escuelas de cine más importantes del mundo, ha recibido importantes reconocimientos como el Premio Rossellini, otorgado en 1993 durante la 46 edición del Festival de Cannes, la primera vez que el certamen galardonó a una escuela de cine.

En sus aulas han impartido talleres y cursos destacadas figuras del cine mundial como Francis Ford Coppola, Steven Soderbergh, Konstantinos Costa-Gavras, Emir Kusturica, Tomás Gutiérrez Alea, George Lucas, Lucrecia Martel, Abbas Kiarostami, Werner Herzog, James Benning, Mike Leighe, e intérpretes como Ian McKellen, Isabelle Huppert, Hanna Schygulla o Ralph Fiennes. 

Una de las peculiaridades de la Escuela es que sus estudiantes provienen de todas partes del mundo, con especial énfasis en Latinoamérica, África y Asia, siendo los cubanos solo un pequeño porcentaje de sus alumnos. 

Tanto el limitado acceso de los cubanos a la EICTV como el hecho de estar ubicada fuera de la capital y funcionar con régimen de internamiento hacen que, pese a su prestigio internacional, no sea tan conocida entre la población de la isla como otros centros educativos.

Ha sido llamada la «Escuela de los Tres Mundos», en referencia a Asia, África y América Latina, por su aspiración de ser un referente para la cinematografía del sur global en un contexto global dominado por Estados Unidos y Europa.

Dentro del programa académico de la Escuela destacan tres modalidades: los talleres, con una duración aproximada de un mes; las maestrías, de unos seis meses, y el curso regular, que dura tres años.

Desde 1986 y hasta 1991 la EICTV fue dirigida por el cineasta argentino Fernando Birri; luego, hasta 1994, la condujo el guionista y realizador brasileño Orlando Senna, quien fue sustituido por el guionista y realizador colombiano Lisandro Duque, quien desempeñó el cargo hasta 1996. 

Desde entonces hasta el año 2000 la dirección de la EICTV la ocupó el guionista hispano-argentino Alberto García Ferrer, a quien sustituyó el historiador y cineasta venezolano Edmundo Aray hasta el año 2002, cuando pasó a ocupar el puesto el cineasta cubano Julio García Espinosa. 

La siguiente directora de la Escuela fue la editora y productora dominicana Tanya Valette, quien ocupó el puesto desde 2007 hasta 2011, cuando fue relevada por el realizador y productor guatemalteco Rafael Rosal Paz.

Tras la polémica salida de Rosal Paz en 2016, marcada por un caso de corrupción, pasó a ocupar el máximo cargo de la EICTV el cineasta cubano Jerónimo Labrada, quien actualmente ejerce solo como director académico puesto que en 2016 fue reemplazado por la actual directora general, Susana Molina, exvicepresidenta del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).

Molina también fungió como «presidenta en funciones» del ICAIC, entre julio y noviembre del 2023, tras la dimisión de Ramón Samada a raíz de la protesta gremial —y el surgimiento de una Asamblea de Cineastas Cubanos— avivada por la censura y posterior exhibición, sin la anuencia de su realizador, del documental La Habana de Fito.

Los testimonios

Beatriz

Yo llegué con tal inmadurez sexual que no estaba preparada psicológicamente ni emocionalmente para lo «liberal» que la Escuela pretende ser. 

El primer momento en que vi esta falta de límites fue en una fiesta en El Rapidito[1] donde una alumna, que ya había vivido un tiempo en la Escuela, se desabrochó su camisa, se quedó en tetas, y empezó a apoyarlas en el pecho de un profesor. 

Yo me preguntaba: «Si ella sabe qué límites puede quebrantar y está haciendo esto, ¿entonces cuál es el tope máximo de dichos límites?». 

A todos los presentes eso les parecía un chiste, algo inclusive cotidiano, pues se reían y lo más loco es que hasta la alentaban pese a que era muy visible la latente incomodidad del profesor. Él, sentado en las escalares, se echaba cada vez más para atrás, pero ella lo seguía y lo seguía hasta el punto en que quedó acostada arriba de él. 

Colocando sus manos en sus costados para no tocar a la alumna, el profesor decía: «Si mi mujer ve esto, yo no la estoy tocando, me están obligando jajaja». Más tarde, cuando hablé con otros estudiantes, justificaban los hechos diciendo que al ella ser lesbiana no tenía importancia el acto, pero lo único que yo pensaba era: ¿si un alumno, aunque en este caso hipotético fuese gay, estuviera apoyándole sus genitales a una profesora lo veríamos igual? 

No solo eso, a veces en la parte de atrás de El Rapidito había gente teniendo sexo oral. 

Cada uno con su fetiche; claramente hay gente a la que le gusta la agorafilia[2], y respeto los gustos de otros. Pero con esto quiero decir: no había límites con lo que podías ver y escuchar, y a partir de ahí se difuminaba la línea [de] a lo que podías decir que sí y que no, a tal punto que el «no» de la otra persona ya no era aceptable. ¿Por qué no te vas a dejar? ¿Por qué no vas a ser parte del juego? Y, sobre todo, ¿por qué no quieres? 

Me di cuenta de que también la gente estaba muy interesada por la vida sexual de los otros: si eras virgen o no, con cuántos habías estado y quiénes eran ellos. ¿Son del curso regular?, ¿son de maestría?, ¿es un profesor? O es, como le solían decir, «carne fresca de talleres». Esto principalmente se fomentaba con las mujeres de la limpieza, que chismeaban todo el día si te veían salir de una habitación que no era la tuya. 

No había privacidad ante nuestro ámbito sexual, pero tampoco ante los abusos sexuales, porque nos enteramos todos de todo, mientras a la Escuela parece importarle poco o inclusive nada. Mejor para ellos si no lo saben porque claramente no quieren lidiar con eso. 

Múltiples personas han ido a hablar a sus cátedras y a los directivos de la Escuela sobre situaciones de acoso, de abuso y de violación. Por parte de alumnos hacia otros alumnos, de profesores hacia alumnos, e inclusive de trabajadores de la Escuela hacia alumnos, pero lo más sorprendente es que nunca se ha hecho nada. Y lo más loco es que pretenden buscar la «solución» que mejor deje parada a la escuela sin tener que expulsar, echar o despedir a nadie.

Yo lo que más recalco, que no me olvido, es que había una chica que al parecer sufría de alguna enfermedad mental que nadie supo hasta que la situación explotó. Básicamente entró en una crisis donde se encerró en su cuarto, hizo una montaña de comida podrida en el baño y se robó el gato de una alumna. No fue hasta que llevaba una semana encerrada en su habitación que un profesor se dio cuenta [de] que estaba faltando a clases, y al avisar a los directivos ellos se acercaron a buscarla. Terminaron forzando la puerta para lograr sacarla y finalmente la llevaron a una institución psiquiátrica.

Lo sorprendente de todo esto fue que la madre de la alumna viajó a Cuba y exigió a los directivos que reincorporaran a su hija dentro de la Escuela. Para nosotros esto era peligrosísimo porque no le estábamos pidiendo a la Escuela que la expulsara, porque no había nada [por lo] que expulsar, sino que una persona en esas condiciones mentales no podía estar ahí; por su bien, principalmente, pero también por el bien del resto —recordemos que le había secuestrado el gato a otra alumna que desesperada lo buscó toda la semana. 

La respuesta de la Escuela fue que al ella haber pagado el año completo no la podían echar. La verdad que se oculta detrás de esa mentira es: no tenemos para devolverle la plata que ella pagó, entonces no tenemos otra opción que dejarla quedarse. Finalmente, después de mucho empuje de los alumnos, ella volvió a su país, pero yo en ese momento me di cuenta de que así se trata todo en la Escuela. Si a ellos no les conviene, no van a hacer ningún cambio. 

Nunca tuvimos un seminario de educación o prevención sexual, o de trastornos o enfermedades mentales. Una de las primeras cosas que aprendes haciendo terapia o yendo al psicólogo es que tu psicólogo no puede atender a amigos o familiares tuyos, pues eso es antiético, principalmente porque podría llegar a tener múltiples versiones de una historia, y la terapia es personal. 

A partir de esto, que es algo simplemente googleable, ¿tú me estás queriendo decir que tienes 80 personas de curso regular sumados a no sé cuántos de talleres y maestrías, que vienen de países completamente distintos al socialismo cubano, y los pones a vivir en un bosque a lo Hogwarts de Harry Potter, pero solo pones una psicóloga? ¿Una mujer que está escuchando, como si fuera la telenovela de las cinco de la tarde, cien versiones distintas de todas las vivencias que tiene cada alumno que se anime a hablar con ella, y encima mientras se toma un café les cuenta a otros trabajadores sobre tus problemas personales como si fuera un chiste? Sorprendente, pero real. 

La Escuela carece en todos sus ámbitos… Y esta suma de eventos delirantes se permea ante los abusos sexuales, la falta de prevención y ayuda a los alumnos. Carecen en la medicina, en los psicólogos, en los jefes de cátedra, en los coordinadores, y así subimos hasta la dirección.

En una ocasión un compañero mío bajó de una fiesta y me dijo: «Me acabo de despertar y tenía una chica encima follándome». Sorprendida ante su relato, le pregunté qué iba a hacer y me quedé espantada cuando me dijo que terminó de follársela. «Si ya estaba ahí, ¿qué más iba a hacer?».

No sé. ¿Quitártela de encima, ir a la dirección, decir que te violaron? Creo que muchos hombres que van a la Escuela creen que por ser hombres no pueden ser violados o peor, que el sexo puede ser forzado. Es muy duro escuchar eso siendo una persona a quien violaron en su juventud. Escuchar que están violando a un montón de personas, y la gente se lo toma como si fuera lo más normal de la vida.

De lo otro que me acuerdo [es] de un suceso que ocurrió con una chica de maestría a la que un custodio acosaba. O sea, la buscaba, le intentaba hablar, la intentaba tocar; cuando ella estaba en su habitación, él la miraba por la ventana. Y ella lo denunció y la decisión de la Escuela fue moverlo de puesto. No despedirlo, sino pasarlo a un lugar de la Escuela donde ella no se tuviera que topar con él.

Y para hablar de vivencias personales: una persona que trabajaba en la Escuela me intentó violar. Era una persona que gustaba de mí, pero nunca me invitó a hacer nada por fuera de la Escuela; siempre teníamos que vernos en su horario laboral. Él abandonaba su trabajo y venía a mi habitación. Una noche, en la cual me encontraba muy cansada, le dije que si bien podía venir a mi habitación yo no quería tener sexo. Él me aseguró que íbamos a dormir y por eso accedí a dejarlo entrar. 

Fui muy específica al decir que tenía que dormir, que no quería tener sexo; lo dije varias veces y su respuesta reiteradamente fue: «Tranquila, no va a pasar nada». 

Pues, horas más tarde, me desperté en el medio de la noche con él encima mío intentando metérmela. Fue un momento de mucho ataque, mucha histeria pues estaba reviviendo lo que me pasó en mi juventud, pero ahora en mi adultez. Me lo intenté sacar de encima, y, cuando finalmente pude empujarlo, me levanté de la cama y me puse a tomar un vaso de agua para calmarme porque estaba a punto de tener un ataque de pánico. Me di vuelta y le dije: «¿Qué estás haciendo?»; a lo que me contestó diciendo: «¿Por qué te haces la dura? Mira cómo me tienes. ¿Qué esperas, que duerma al lado tuyo estando así?».

Le recordé que le había advertido que no quería tener sexo, y me dijo que no me hiciera la difícil, que a las cubanas les gustaba así. Entonces le pregunté si él me estaba admitiendo que violaba mujeres cubanas, y me dijo que yo era una exagerada. Lo mandé a la mierda y le dije que se fuera, y dio tal portazo que me dejó una rajadura en el vidrio de la puerta.  

Ahí me puse a llorar y me agarró un ataque de pánico. El día siguiente fue muy duro porque lo pasé bañándome porque me sentía sucia, sentía que tenía las manos de esa persona encima de mí, tapándome la boca de nuevo. Fue muy angustiante, intenté hablar con algunos compañeros sobre esto, pero al él ser tan querido por otros me llamaron mentirosa. Otros me recomendaron no hablar del tema para evitar que después me cayera algo del peso de la situación por estar con alguien que trabajaba en la Escuela.

Yo siento que en la Escuela hay un sistema para hacerte creer que eres un infante, un niño de cinco años que no sabe nada sobre la vida y que debe ser reeducado. Se crea un ambiente en donde tú como adulto no eres un adulto por el mero hecho de ser alumno. Entonces empiezas a creerte esa caricatura infantil que te fuerzan a ser, y si te dicen que hay algo que no debes hacer, no lo haces, porque te da miedo.

Cuando hablé con uno de los directivos y le pregunté de forma hipotética qué pasaría en caso de que alguien fuera violado, la respuesta que me dio fue que, si no había un reporte de la Policía, no podían actuar ante situaciones falsas. Ahí mismo dije: no, no voy a decir nada; lo que significó que conviviera con mi agresor hasta que me gradué. 

Esa persona hoy en día sigue trabajando en la Escuela. La última vez que nos vimos me intentó hablar como si nada hubiera pasado, como si fuéramos viejos amigos y como si su intento de violación fuera un mero recuerdo o un sueño que yo solamente tuve. Ahí sí lo encaré de forma más frontal, porque ya estaba por irme y no tenía tanto temor. Le dije que si me volvía a hablar le iba a romper una botella de ron en la cabeza; él se rio como si fuese un chiste. Él sigue sin aceptar lo que hizo y su respuesta continúa siendo: «Así les gusta a las cubanas».

Teresa

Yo llegué a la EICTV el 9 de septiembre de 2019, cuando comenzó el curso. 

El chico era de mi clase. Llegamos los primeros y nos hicimos muy amigos. La primera semana y media éramos un grupo muy pequeño; luego comenzaron a llegar los del curso regular. Entonces, este tío, tanto conmigo como con otra chica, era al principio muy buen rollo, pero luego se empezó a pasar bastante. 

Lo primero que hizo fue que estaba yo sentada en una de las hamacas que tenemos en la Escuela, llevaba un pantalón corto, y me empezó a pellizcar el culo casi por debajo del pantalón. Me quedé un poco paralizada, y él se justificó con que era una broma. Un amigo que estaba sentado al lado me dijo: “Tía, lo que yo he visto desde fuera y no mola una mierda, te ha metido mano».

Esa misma noche fuimos a El Rapidito y él estaba ahí con gente hablando. Vino con una botella entera de agua y me la echó encima. Otro día estábamos en clase y se me había quedado el tabaco; él me dijo que me acompañaba a buscarlo y le dije que no; insistió mucho, pero le seguí diciendo que no. Cuando empecé a andar se vino detrás. Todo eso la primera semana. 

El jueves de esa misma semana estábamos todos comiendo en el comedor y en mi mesa no había sitio, aunque había otras vacías. El agarró una silla y la puso casi encima de la mía, y ahí otro chico le dijo que se estaba pasando un poco conmigo, y me preguntó si me sentía a gusto con esa situación. Yo dije que no, pero estaba un poco paralizada. Luego me llené de valor y le dije que fuéramos a hablar aparte. 

Le dije que estábamos en la primera semana, que no quería joder el buen rollo de la clase, y que no quería que eso acabara mal, porque si seguía así íbamos a acabar mal. Hasta me eché un poco yo la culpa, lo que me da más rabia, porque le dije que yo tal vez sonreía mucho y lo podía haber confundido, pero no me sentía a gusto con esa situación. Él lo reconoció y me pidió perdón. Me dijo que yo le gustaba, y yo le insistí en que él a mí no.

Pasada esa conversación, yo pensé que mejor dejar eso ahí y ser colegas. 

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