Joaquín Gálvez: Entrevista a Enrico Mario Santí

Archivo | Autores | 28 de marzo de 2024
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El catedrático y crítico literario Enrico Mario Santí (Santiago de Cuba, 1950) cursó su doctorado en literatura latinoamericana en la Universidad de Yale, donde estudió con el gran crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal. Ha ocupado cátedras en varias universidades, entre ellas Duke, Cornell y Georgetown University, de Washington D.C. Por su destacada labor pedagógica ha recibido varios premios, como el Premio Clark de Enseñanza Distinguida de la Universidad Cornell, así como las becas Danforth, Guggenheim, Woodrow Wilson y ACLS.

Entre sus libros publicados se encuentran El acto de las palabras (FCE, 1997), Bienes del siglo. Sobre cultura cubana (FCE, 2002); Fernando Ortiz. Contrapunteo y transculturación (2004), y Luz espejeante. Octavio Paz ante la crítica (2009). También ha publicado estudios sobre Neruda, Lezama Lima, Martí, y las ediciones críticas de El laberinto de la soledad de Octavio Paz (1993), El mundo alucinante de Reinaldo Arenas (1997) y Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante (2010), de quien también hizo la antología Infantería (FCE, 1999). Diversos artículos suyos han aparecido en la revista Letras Libres.

A raíz de la publicación de Poemas perdidos de Virgilio Piñera (ArteLetra, 2024), edición de la que estuvo a cargo, le concedió esta entrevista a Insularis Magazine.

Joaquín Gálvez (JG): Usted forma parte de una oleada de cubanos exiliados que sale de Cuba en los albores del triunfo de la Revolución. Su exilio comienza cuando solo tenía 12 años. ¿Cuál es la Cuba que permanece en su memoria?

Enrico Mario Santí (EMS): Recuerdo poco porque la salida fue traumática, aunque no tanto como las de muchos otros que salieron después de nosotros. La Cuba que viví de niño era un sitio amable. Mi familia vivía entre La Habana, donde mi padre era profesor en San Alejandro, y Santiago de Cuba, de donde es oriunda la familia de mi madre. Entonces mi entorno familiar incluía abuelos, tíos y primos. Pero se fueron yendo, o muriendo. Ya solo me quedan desconocidos.

JG: ¿Cuándo y cómo nace Enrico Mario Santí escritor y cuáles fueron los senderos que lo condujeron a convertirse en el prestigioso catedrático y crítico literario que es hoy?

EMS: Lo de prestigioso se lo dejo a otros… Mi “carrera” comenzó, creo, cuando mi abuelo me compró una máquina de escribir y un escritorio, y mi tía abuela Esperanza, a quien yo adoraba, me pidió que le escribiese cartas. Fue entonces que me enamoré de las palabras, y no solo en español. Aprendí francés en la escuela y luego, inglés en Miami, donde me crié, y gracias a maestros que estimularon esa curiosidad. En mis dos universidades (Vanderbilt y Yale) tuve la suerte de encontrarme con profesores que alentaron mi interés en dominar el oficio de leer, que es a lo que se reduce la crítica literaria. Lo más fácil fue enseñar a estudiantes, porque me encanta compartir mi pasión no solo por la literatura sino por la cultura en general. Mi padre, escultor y profesor de arte, fue mi primer maestro, y mi primer modelo.

JG: En 1982 publica su primer libro: Pablo Neruda: The Poetics of Prophecy. ¿Cómo surge su interés por la obra de este poeta y qué aspectos de su poética, a la que algunos críticos y poetas consideran desigual en cuanto a su calidad, lo convierten en unos de los poetas más importantes de la lengua española?

EMS: De acuerdo con su juicio de desigual; es precisamente como describí el Canto general (1950)—“Un clásico desigual‘’– en la edición que me tocó realizar, y que hoy ha llegado a su ¡30ª tirada! Mi acercamiento a Neruda, estimulado en Yale por mi maestro Emir Rodríguez Monegal, su biógrafo, fue mayormente formalista. Quise estudiar las maneras en que Neruda se apropiaba, sin duda intuitivamente, de la tradición romántica, y en particular de su ladera visionaria, y profética. No entré, en ese estudio, en la cuestión más escabrosa de su marxismo, que tantas veces lastró su obra. Más tarde, en la edición que acabo de mencionar, fue que me metí de lleno en esa cuestión, y creo que con relativo éxito. De esa edición se han vendido, según me cuentan, casi cien mil ejemplares.

JG: Usted ha reconocido públicamente que Octavio Paz es su maestro. De hecho, en una entrevista resalta la importancia que tuvo en su vida conocer al poeta y ensayista mexicano, con el que tuvo una amistad desde 1982 hasta su muerte en 1998, la cual dio como fruto su libro Conversaciones con Octavio Paz. ¿Cómo influyó en su formación intelectual, tanto literaria como política, el autor de Los hijos del limo y El ogro filantrópico?

EMS: Habiendo salido de Neruda, de mi lectura crítica a partir de 1989, cuando cae el Muro, me dispuse a trabajar la obra de Paz, inicialmente por encargo de una editorial americana. Pero en eso tuve la suerte no solo de conocer a Paz personalmente, sino de discutir con él muchos aspectos de su obra, de sus contextos, de la época que nos tocó vivir, y en fin de la vida en general, sin excluir nuestras respectivas vidas amorosas… Lo crucial, sin embargo, fue que, debido a ese acercamiento, que sin duda lo condicionó que fuese un exiliado con una postura crítica hacia el régimen cubano, que él mismo había criticado, me pidió que me ocupara de algunas ediciones de su obra, como Primeras letras, Libertad bajo palabra, El laberinto de la soledad, o Blanco/Archivo Blanco. Las “Conversaciones” fueron los diálogos que sostuvimos a medida que yo iba realizando esas ediciones. Sin embargo, tal vez lo más importante no fue el trabajo, digamos, literario que hicimos conjuntamente, sino su enseñanza de moral política en cuanto a la desilusión, que tantos hemos padecido, con las utopías revolucionarias del siglo 20.

JG: Su visión política sobre Cuba ha pasado por un proceso de evolución. ¿Nos puede hablar de las razones y experiencias que lo llevaron a una reflexión crítica sobre la problemática cubana?

EMS: Tenía nueve años cuando triunfa el castrismo, pero pronto fui una de sus víctimas como testigo de la persecución que sufrió mi padre cuando fue despedido de su cátedra y se vio forzado a jubilarse a los cincuenta años. Por tanto, en mi casa no solo se criticaba el régimen, sino era un foco de adiestramiento de aquellos familiares y amigos que, ingenuamente, aún defendían el carácter nacionalista del nuevo régimen a pesar de la sistemática anulación de sus derechos civiles. La salida de Cuba y posterior exilio en Miami, donde viví hasta mi mayoría de edad, se ocuparon de condicionar un anticastrismo irreflexivo que con el tiempo fue desgastándose a medida que se iban frustrando todas las tentativas de organizar una oposición en el exilio y yo fui asumiendo una perspectiva igualmente crítica hacia el contexto donde había vivido durante mis últimos años. Al llegar a Yale viví entre dos aguas: por una parte, me sentía cómodo trabajando con Rodríguez Monegal, él mismo perseguido por la izquierda intelectual latinoamericana; por otra, sentía curiosidad por lo que pasaba en Cuba, influido en parte por otro profesor a quien quise mucho, José Juan Arrom, cubano radicado desde niño en Estados Unidos, cuyo fervor nostálgico por Cuba excluía la distancia crítica tan necesaria en un intelectual. Fui invitado a participar en el llamado “Diálogo” de 1978, que entre sus mejores efectos negoció la emigración de presos políticos a Estados Unidos; al año siguiente, como parte de esa etapa de exploración, no exenta de ingenuidad, regresé por segunda vez a Cuba como parte de una “brigada de intelectuales” que organizó la revista Areíto, a la cual me sentía cercano, aunque nunca pertenecí a sus cuadros. Pude ese verano de 1979 ver de cerca la situación miserable de nuestros compatriotas, convivir con los pocos familiares que me quedaban en Santiago de Cuba, incluyendo a un tío que había sido preso político durante más de diez años. Lo peor fue algo palpable, transparente, pero silente: me refiero al miedo. El miedo, como la Patria de Bonifacio Byrne, “se siente, no tiene palabras”. Aún así, al regreso no dije nada público sobre las dudas que empecé a abrigar. Guardé silencio hasta el siguiente verano, 1980, cuando viví de cerca, durante un sabático en la Florida, los estragos del éxodo del Mariel, y fui testigo no solo de la marejada humana que llegaba a estas costas, sino el testimonio de escritores con quienes empecé a compartir entonces, como Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, o Antonio Benítez Rojo. El resto, y de eso hace ya casi medio siglo, es Historia…

JG: Recientemente se publicó Poemas perdidos (ArteLetra, 2024), de Virgilio Piñera, cuya edición estuvo a su cuidado con una introducción y notas. En su labor de rescate de estos poemas, los cuales fueron excluidos por su autor de su obra publicada, ¿cuál fue su criterio valorativo para considerarlos un legítimo hallazgo literario, independientemente de que se trata de un escritor canónico de la literatura cubana?

EMS: Todo lo escrito por un escritor, un artista, canónico, debe ser salvado y responsablemente recogido, aunque después lo desechemos. Ese fue mi criterio en los Poemas perdidos de Virgilio Piñera, uno de los grandes escritores que ha dado Cuba, como antes lo fue en mi edición de su Teatro perdido, que recoge cinco obras, una de ella totalmente inédita y desconocida. Antes de esas dos, lo fue igualmente en anteriores ediciones que he hecho, como la de Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar del sabio Fernando Ortiz, que recoge su correspondencia con Malinowsky; o Infantería de Guillermo Cabrera Infante, que recupera obra suya perdida en revistas cubanas anteriores al 59; o Primeras letras de Paz, que desentierra la prosa, alguna de ella inédita, entre 1931 y 1943. Mi concepto de la crítica literaria es que debe incorporar las responsabilidades de la filología: no debe contentarse con lo aceptado o conocido, sino averiguar datos, o documentos que falten, y proceder a recuperar y estudiar esas “pérdidas”. Lo que por regla general debe ser el estudio de la literatura se agrava en el contexto cubano, que a lo largo de los últimos dos siglos ha sufrido estragos de no solo una sino varias revoluciones, con sus consecuentes censuras y confiscaciones. Si la labor del crítico es de por sí ardua, en el caso del crítico cubano es efectivamente agónica.

JG: En su introducción a Poemas perdidos señala que, aunque Virgilio Piñera dudó de la calidad de estos poemas, la sociedad cubana de su tiempo también pudo influir en su decisión de excluir algunos, tal como “La gran puta”. ¿Cuál es su opinión con respecto a la poca valoración de la obra poética de Virgilio por parte de una crítica sesgada, lo mismo por prejuicios religiosos que políticos, ya fuera la de Cintio Vitier en Lo cubano en la poesía, o, posteriormente, la de Roberto Fernández Retamar en “Antipoesía y poesía conversacional”, aun cuando Virgilio escribió uno de los poemas más importantes del siglo XX cubano, La isla en peso, con méritos suficientes para que en ambos ensayos se destacara su aporte a la poesía cubana?

EMS: La creación de un canon, como las reputaciones personales, están condicionadas no solo por méritos, o faltas, sino por una diosa que se llama Fortuna. Muchos factores las influyen, sin que en ellos falten la simpatía y el odio. En el caso de Virgilio Piñera lo afectó también su buena dosis de homofobia.

Ya he dicho que en el caso de Cuba las ciclónicas revoluciones han “perdido” textos; igualmente se han perdido opiniones que bien podrían haber contestado y hasta refutado a malas leches como las de Vitier o Fernández Retamar. Así, lo que es diálogo y debate normal, crítica saludable, en sociedades o contextos libres, en nuestro ámbito se vuelve escandaloso ataque o reproche cuyo estigma resalta según el poder que ejerza el criticado. Visto a la distancia de setenta años, me parece increíble que nunca se hayan contestado responsablemente la serie de disparates como los de Fernández Retamar en su influyente La poesía contemporánea en Cuba, o aún en muchos, no todos, aspectos de las fatídicas conferencias de Vitier. Ese silencio ante opiniones institucionalmente privilegiadas, pero intelectualmente insulsas, es lo que explica la relativa marginación de un poema mayor como La isla en peso.

JG: La revista Ciclón surge como consecuencia de la ruptura de José Rodríguez Feo y Virgilio Piñera con el Grupo Orígenes. Esta revista ejemplifica una zona de la literatura cubana que está en las antípodas de Orígenes; como diría Octavio Paz, la de la ironía, de cara a la realidad y la historia. Sin duda, la fundación de Ciclón representó también un punto de inflexión en la cultura cubana, es decir, contra la hegemonía literaria de un pensamiento estético y filosófico, como el de Orígenes. ¿Qué opinión tiene al respecto y qué importancia le confiere al proyecto contestatario de Ciclón?

EMS: Ciclón fue una ventana a la modernidad que Orígenes nunca se atrevió a abrir. Esa modernidad incluyó no sólo aquel canon incómodo que Lezama y Cía ignoraron—Sade, Freud, Kafka, Gombrowicz, Milosz, etc.—sino un indispensable, por urgente, cambio de tono: de arcaico, solemne y elitista a actual, irónico y accesible. Es una pena que ese proyecto se paralizara en el 59. Lunes de Revolución, que algunos ven como su continuidad, fue en realidad otra cosa…

JG: Al igual que Poemas perdidos, la editorial ArteLetra publicó, en 2022, una edición suya del Teatro perdido de Virgilio Piñera. Ambos libros forman parte del proyecto Biblioteca Vacía, con el fin de dar a conocer obras inéditas o perdidas de escritores y artistas, no solo cubanos. ¿Nos puede ahondar acerca de este proyecto y, si es posible, darnos una primicia sobre algunas de esas obras y sus autores? ¿Serán solamente obras de autores canónicos o también se puede dar una sorpresa con la de algún escritor y artista apenas conocido?

EMS: Nos hemos propuesto rescatar obras, o partes de obras, que merecen ser conocidas. Las dos entregas de Piñera son nuestras primicias. Vendrá pronto la edición facsímil del manuscrito de Fragmentos a su imán, el último libro de poemas de Lezama Lima, y la obra poética de Mary Stanley Low, poeta surrealista británico-cubana, desconocida en el canon cubano que sin embargo es hoy objecto de culto entre los surrealistas a nivel mundial. No quiero decir más. Manténganse en sintonía porque seguiremos informando…

JG: Para terminar, además del proyecto de rescate de Biblioteca Vacía, ¿tiene en preparación algún libro que próximamente se vaya a publicar?

EMS: Una biografía intelectual de Octavio Paz, que llevo treinta años escribiendo.

Publicación fuente ‘Insularis Magazine’