Heberto Padilla: Querido Don Walacio [Reseña a las cartas de Wallace Stevens con Rodríguez Feo, 1987]

Archivo | Autores | 30 de marzo de 2024
©El periódico de España

Entre los destinatarios de las 800 cartas que Wallace Stevens conservó entre las escritas durante 60 años a poetas, críticos literarios y amigos aparece sólo un nombre en español: José Rodríguez Feo. Era un joven cubano que estudió en las universidades de Harvard y Princeton y luego, en Cuba y en 1944, comenzó a publicar Orígenes, una destacada revista de arte y literatura. El señor Rodríguez Feo, que aún vive en La Habana, inició la correspondencia con Stevens preguntándole si podía enviarle una copia de Orígenes. En realidad, no se encontraron en persona hasta marzo de 1947.

La primera carta de Rodríguez Feo revivió en Stevens el recuerdo de la Cuba que una vez había visitado. »En mi primer viaje, hace unos 25 años, debería decir, fui solo y pasé allí la mayor parte de una semana… Caminé mucho por la ciudad y concluí con un intenso deseo de estudiar español, lo cual realmente comencé. Luego compraba ejemplares de El Sol de Madrid y estudiaba mirándolos…» La impresión inmediata de su estancia en La Habana fue revelada en una carta a su esposa Elsie, en febrero de 1928: »El lugar es infinitamente más español de lo que había supuesto…’. Las noches son frescas pero no frías y como todo el hotel está construido de manera que el aire circule, uno duerme como el rey del sueño.»

A partir de ese momento Stevens comenzó a convertirse en la persona que Rodríguez Feo llamaría «un amigo casi legendario de los escritores cubanos». Entre 1944 y 1955, Stevens escribió 48 cartas a Rodríguez Feo: «un solo nombre, compuesto», le escribió este último, »aborrezco el Feo en sí». Pero sólo 37 cartas fueron incluidas en la selección que Holly, la hija de Stevens, publicó hace dos décadas. Toda la correspondencia entre los dos amigos ha sido recopilada por Beverly Coyle y Alan Filreis en Secretaries of the Moon, con las cartas inéditas de Stevens y las 51 de Rodríguez Feo disponibles aquí por primera vez.

Este volumen tiene la virtud de cambiar, al menos parcialmente, la imagen de un Stevens taciturno y solitario que nos transmiten casi todas las biografías. Quizás porque Stevens encontró en Rodríguez Feo a un joven entusiasta y provocador, que combinaba un apasionado sentimiento de admiración por la literatura y los juicios más severos contra aquellos a quienes despreciaba intelectualmente, la correspondencia entre ambos pronto adquirió una sorprendente familiaridad. En sus primeras cartas, escritas cuando Stevens tenía 65 años y Rodríguez Feo 24, se tratan con formalidad. Pero ya en mayo de 1945 el cubano se dirigía a Stevens como «My dear poet» [Mi querido poeta] y en lugar de terminar sus cartas con «your devoted» (tu devoto)», eligió una palabra en español, «cariñosamente»; y en octubre esto se había convertido en un «affectionate embrace» [abrazo afectuoso].

En mayo de 1946, Rodríguez Feo intentó cambiar las reglas habituales de cortesía de Stevens (que invariablemente se dirigía al joven como «Dear José» [Estimado José], y firmaba «Sincerely yours» [Sinceramente suyo»] agregando un párrafo al final de una carta con la que esperaba mostrar su temperamento hispano: »Déjame saber de ti y de lo que estás haciendo en Hartford. ¿Están todos los árboles verdes y las flores silvestres incitando a los jóvenes a ir al bosque? Tu furioso admirador antillano, José». Once días después, Stevens adoptó el saludo «Dear Antillean» [Querido antillano], a lo que el cubano respondió con «My dear prisoner of Hartford» [Mi querido prisionero de Hartford], y más tarde «My dear Voyant» [Mi querido Vidente] y «Mi dear Don Walacio» [Mi querido don Walacio]. Uno busca en vano en la recopilación de Holly Stevens expresiones similares; Rodríguez Feo no sólo rompió la formalidad habitual de Stevens sino que pudo entablar con él una amistad personal que incluyó diversas reuniones y almuerzos en la ciudad de Nueva York. Y el mundo familiar del joven cubano pasó a formar parte del de Stevens.

La madre de Rodríguez Feo padecía una enfermedad mental que mantenía a su hijo en un estado de tensión permanente; vivía en el campo cubano, rodeada de animales a los que ponía nombres más sorprendentes, por ejemplo llamando a un potro «Platón» porque le gustaba la sonoridad del nombre, aunque el señor Rodríguez Feo intentó persuadirla para que eligiera un nombre menos pomposo y significativo. Todo esto Rodríguez Feo se lo contó a Stevens, incluidos los nombres de los animales e incluso de vecinos con quienes la madre tenía frecuentes peleas (él las llamaba «discusiones») que se incorporaron a la correspondencia. Stevens se mantuvo al tanto de todo como si él también estuviera viviendo en Cuba.

*   *   *

En el verano de 1949 le escribió a Rodríguez Feo: «Bueno, José, genial profesor, espíritu de aprendizaje, artista de Kawama, ahí tienes», sugiriéndole que tuviera presente sus responsabilidades como cubano. Ese mismo otoño, más adelante, cuando José perdió la oportunidad de obtener una cátedra en Princeton, Stevens escribió: »Yo no lamentaría demasiado la pérdida de su trabajo en Princeton. Sin duda podrás recuperarlo. De todos modos, la Providencia puede haber inventado la colitis y cosas así con el propósito de impedir que jóvenes cubanos prometedores, digamos, se conviertan en maestros de escuela… Como le digo, la Providencia probablemente inventó la colitis para que uno pudiera sentarse en el porche y responder a Cuba y hacer algo con ello, y ayudar a inventar o perfeccionar la idea de una Cuba en la que todos puedan tener un ser propio tal como todos tienen un ser especial en una gran iglesia –en presencia de cualquier gran objeto. Su trabajo es ayudar a crear el espíritu de Cuba. Cada uno de tus amigos que escribe un poema, sea o no sobre Cuba, que sin embargo es algo de ese lugar, y cada uno de tus amigos que pinta un cuadro que de manera perfectamente natural es una cosa particular como lo es un chicozapote, o un buen habano grueso o un vaso de piña fría…»

En octubre de 1949, Stevens estaba entusiasmado con su nuevo libro, The Auroras of Autumn. Le escribió a Rodríguez Feo: «Estoy planeando escribir otro libro, de la misma manera que una mujer planea tener cuatrillizos». Tengo grandes ambiciones para este próximo libro, pero a mi edad las ambiciones rara vez se hacen realidad: los cuatrillizos resultan ser trillizos». Las cartas están llenas de este tipo de informalidad y cordialidad. Pero Rodríguez Feo insiste en hacerse el nativo frente a la fuerza económica y cultural de Estados Unidos. Llama a los latinoamericanos «pobres latinos» y extraña «los días locos y bohemios en los que los poetas se vestían como dandis y arrojaban piedras a las mansiones de cristal de la burguesía gorda. Burgueses y más burgueses».

CUANDO se dio cuenta de que a Stevens le gustaba el cuadro del artista cubano Mariano, insistió en señalar las diferencias entre los hábitos latinos y anglosajones: «Como te gusta tanto, te enviaré una de sus acuarelas. Pero déjame decirte: es un regalo así que no envíes ningún cheque. Ya nos conoces a los españoles». Una constante en todas las cartas es el interés de Rodríguez Feo en acercar a Stevens al mundo cubano. »El movimiento pictórico aquí es muy interesante. Creo que ocupa el segundo lugar después del de México», escribió. Los compiladores de esta colección cometen un error en una nota a pie de página [pág. 37] que dice: «El ‘movimiento pictórico’ que José menciona aquí se inspiró en la devoción de Mariano por el escultor mexicano Lozano». Lozano fue uno de los principales escultores cubanos y miembro del grupo nucleado en torno a la revista Orígenes. En realidad, Rodríguez Feo se refería al valor excepcional de la pintura mexicana.

Una de las frecuentes tácticas con que Rodríguez Feo esperaba atraer a Stevens a Cuba eran las descripciones de los paisajes de la isla, el campo, los colores del atardecer, el verano continuo y la luz, todo lo cual consideraba parte del mundo propio de Stevens. Para él, la poesía de Stevens, como la de Marianne Moore, «es una anotación delicada, elegante y muy humana de las pequeñas cosas de la vida que, en el fondo, hacen que este nuestro ‘paraíso imperfecto’ valga la pena y, por supuesto, sea único». Pero Stevens nunca hizo el viaje a Cuba, por mucho que le atrajera la idea. Leyó seriamente los números de Orígenes. Se mostró entusiasmado sobre todo por los artículos y ensayos. »Creo que la obra filosófica y crítica de Orígenes es mejor que cualquier otra cosa, hasta donde puedo juzgarlo. Soy incapaz de juzgar la poesía debido a mi falta de familiaridad con el idioma», admitió, y continuó insistiendo, como podríamos esperar de un gran poeta, en que «en poesía el lenguaje lo es todo».

Secretaries of the Moon es un libro que entusiasmará a todo aquel interesado en conocer a un Wallace Stevens hasta ahora desconocido, en diálogo con uno de los críticos más inteligentes de América Latina.

©Original de la reseña de Padilla en el NYT.

____________________________

The New York Times, 8 de febrero de 1987.

[Traducción del inglés: Ernesto Hernández Busto]

SECRETARIES OF THE MOON The Letters of Wallace Stevens & Jose Rodriguez Feo. Edited by Beverly Coyle and Alan Filreis. Illustrated. 210 pp. Durham, N.C.: Duke University Press. $19.95.