Podcast: El garrote vil en Cuba / Memoria de La Habana
El uso del garrote en La Habana por parte de las autoridades coloniales fue un recurso de carácter político y control social que las autoridades coloniales españoles no dudaron en aplicar para contener cualquier atisbo de rebeldía, fuese de criollos independentistas o negros esclavos que buscaban su libertad.
En la explanada de la Punta el garrote extinguió el último aliento de Narciso López, el otrora oficial de la corona española que casado con una cubana intentó separar a la Siempre Fiel de las posesiones de los herederos de la Corona de Castilla y Aragón en varias oportunidades, hasta la mañana del 1 de septiembre de 1851 cuando fue ejecutado.
Pero desde luego no sería Narciso López el primero ni el último en pasar por el garrote acusado de separatista o independentista, aunque el tratamiento que se le dio a este antiguo oficial realista y gobernador de Trinidad estaba considerado como la mayor de las represalias posibles hacia su persona, legado y significación dentro de la isla. Evidenciando que el garrote vil representaba el más humillante y performático de los medios para acabar con la vida de los reos y enemigos de España.
Cómo llegó el engendro a La Habana
El héroe indígena por antonomasia, el cacique Hatuey, está considerado el primer ajusticiamiento ocurrido en la isla de Cuba durante la conquista por parte de los colonizadores españoles. Aunque es muy probable que otros aborígenes anónimos fuesen pasados por las armas, la valentía de este cacique marca el primer hito de rebeldía en la Mayor de las Antillas. Desde entonces el método de la hoguera fue sustituido por el pistoletazo a boca jarro y posteriormente la horca.
Según las actas del Cabildo Habanero no es hasta el 18 de abril de 1812 que el Gobernador Juan Ruiz de Apodaca hace cumplimiento de la Real Orden del 24 de enero de 1812 que buscaba ahorrar a los familiares del condenado el espantoso suplicio de la horca, con su consumada agonía, al tiempo que…
«el suplicio de los delincuentes no ofrezca un espectáculo demasiado repugnante a la humanidad y al carácter generoso de la Nación Española, han venido en decretar, como por la presente decretan: Que desde ahora quede abolida la pena de horca, substituyéndose por la de garrote para los reos que sean condenados a muerte».
El garrote en esos tiempos ya tenía varios apellidos en dependencia del condenado y sus crímenes. Solía nombrarse «garrote ordinario» a la pena impuesta a los reos comunes, el término «garrote noble» se aplicaba a los hijos o descendientes de hidalgos que cometían algún asesinato o traición; mientras que el peor término (y el que ha perdurado en la mayoría de los escritos) era el «garrote vil» el cual se usaba para designar a los traidores de la corona (independentistas, anexionistas) y a aquellos condenados cuyos crímenes se consideraban agraviosos en extremo.
La diferencia entre estas categorías radicaba en el tortuoso recorrido que los condenados sufrían hasta llegar al patíbulo. De acuerdo con el eminente doctor Antonio Barreras y Fernández en su Estudio Médico-legal del garrote en Cuba (1927) los condenados a garrote ordinario eran conducidos al cadalso con caballería mayor y capuz (capucha) pegado a la túnica. Aquellos que sufrirían del garrote noble llegaban al patíbulo en caballería mayor ensillada y con gualdrapa (larga cobertura) negra, mientras que los condenados a garrote vil usualmente eran arrastrados o llevados en canastones encima de caballería menor.
Sobre este último punto detalla, que en el caso de la mayoría de condenados al garrote vil la sentencia se cumplía con rapidez, como en el caso de Narciso López y Domingo Goicuría, una vez era firme la condena se le llevaba a ver al sacerdote para continuar: «extrayendo al reo de la capilla y siendo arrastrado dentro de un serón pendiente de la cola de un caballo o mula, hasta cierta distancia; después era llevado a pie con los escoltas y los hermanos de la Caridad, hasta el campo de la Punta, donde era ejecutado».
Sin embargo, pese a ser la ubicación de la explanada de la Punta (Ramón Pintó), por su cercanía con la prisión o cárcel Nueva de Tacón, y posteriormente el propio patio interior del recinto carcelario, existieron varias ejecuciones en distintos puntos de la ciudad, desde el foso de la Fortaleza de La Cabaña (conocido como el Foso de los Laureles), pasando por las faldas del Castillo del Príncipe (Domingo Goicuría) e incluso en céntrica posición de la Plaza del Santo Cristo del Buen Viaje.
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