Pedro R. Noa Romero: Germán Puig, el gran impaciente
Un audiovisual cubano en la Muestra de Cine Español
Germán Puig, el gran impaciente es un ejemplo de lo que el crítico e investigador Juan Antonio García Borrero ha definido como audiovisual cubano con una visión más amplia, en tanto que esta producción realizada en España fue hecha por un nacido en la isla y aborda a una personalidad de la cultura cubana.
El documental es un acercamiento a la personalidad de Germán (Hermán) Puig (1928-2021), artista visual reconocido internacionalmente por su trabajo fotográfico, especialmente en la temática de los desnudos; pero que es, además, un exponente de la generación que tuvo un protagonismo importante en los intentos de fomentar una cinematografía nacional durante la década de los cincuenta del siglo pasado.
Su director Carlos González Arenal (1970) estudió en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Eictv) y desde 1995 vive en España, donde se ha desempeñado como técnico de iluminación, fotógrafo, director de fotografía en cine, televisión y publicidad.
El primer logro de su texto fílmico es mostrarnos el encuentro de dos generaciones de emigrados distantes en el tiempo; pero unidos por pasiones comunes: el cine y la fotografía. Unión que nos brinda la reconstrucción, a través de la memoria, de un fragmento de los esfuerzos por conseguir una promoción del mejor cine en Cuba desde la perspectiva de Puig; y la producción de una pos-memoria sobre esa época de la vida cultural cubana, por parte de su joven director y guionista.
Retrato de un joven cambiante con 92 años
El encuentro entre ambos sujetos no fue todo lo directo y fraternal que podría esperarse. De la personalidad fuerte de Puig y de cómo se hizo este documental, Carlos Arenal ya contó al respecto en una entrevista ofrecida a Hypermedia Magazine.
Germán Puig se nos presenta, visualmente, en blanco y negro, en un solo plano, sentado con un habano en la mano. Durante los casi 55 minutos de duración de la obra, lo escuchamos en un pseudo-monólogo, que transcurre con un tono delicioso, entre desinhibido y nostálgico.
Desde esa composición apenas alterada, nos habla de La Habana de sus tiempos de juventud y sus relaciones con otros contemporáneos, como Ricardo Vigón (1927-1960), Néstor Almendros (1930-1992), Guillermo Cabrera Infante (1929-2005); y de la historia del Cine Club de La Habana, devenido una inconclusa Cinemateca de Cuba en los dos primeros años de los cincuenta. Nos cuenta, además, sus apreciaciones sobre por qué no regresó a Cuba después del parteaguas que significó el triunfo de la Revolución en 1959.
Este recuento se interrumpe de vez en vez, por indicaciones de Puig sobre cómo debe aparecer iluminado en pantalla y de algunas de sus mañas para manejar la luz, en intervalos que aportan matices nuevos al retrato buscado por el realizador acerca de un hombre que, a sus noventa años, se define así:
“Los de izquierda dicen que soy de derecha. Los de derecha dicen que soy de izquierda. Los heterosexuales dicen que soy homosexual. Los homosexuales que soy heterosexual. ¿Qué soy? No lo sé. Yo soy cambiante.”
Una pieza dentro de una tesela incompleta
La obra fotográfica aparece en El gran impaciente apenas como transiciones dentro de sus valoraciones o confesiones sobre el tema mayor del mediometraje: el Cine Club de La Habana y la Cinemateca, que se intentó legalizar con él y Vigón a la cabeza.
Sus declaraciones recogen los conflictos con José Manuel Valdés-Rodríguez, el paso del Cine Club; y las primeras exhibiciones de la inconclusa Cinemateca, en un principio bajo el amparo de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo y, posteriormente, del Instituto Nacional de Cultura; la posible alianza con Carlos Franqui, después de 1959, con el objetivo de rescatar el sueño de formalizar esa institución.
El valor testimonial de sus palabras adquiere un sentido verdadero si se colocan dentro de la tesela, incompleta todavía, que retrata los esfuerzos de muchos «soñadores», quienes, desde los inicios del siglo XX, intentaron crear una industria cinematográfica nacional.
En los años juveniles de Germán Puig ―finales de los 40, década del 50 y primer lustro de los 60), esa aspiración estaba en manos de jóvenes con diferentes creencias políticas y religiosas, y de instituciones como la Universidad de La Habana, la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, el Centro Católico de Orientación Cinematográfica, quienes daban pasos en conjunto, para conseguir una formación cinematográfica en la población cubana.
Por otra parte, Puig integró un movimiento, desarrollado espontáneamente en toda América Latina, de contemporáneos que emigraron hacia Europa con el propósito de estudiar cinematografía. Baste mencionar a Fernando Birri, Gabriel García Márquez, el mozambicano-brasileño Rui Guerra, Paul Leduc, o sus amigos cercanos: Tomás Gutiérrez Alea y Néstor Almendros.
Diseccionando a El gran impaciente
La exposición simple, lineal, hecha por Puig en el documental, apenas apoyada con breves intertítulos que mencionan unos pocos datos de las personalidades mencionadas y los documentos mostrados, significa solamente una pieza dentro del mosaico inacabado sobre la enseñanza, promoción y producción del cine cubano antes de 1959.
El momento menos logrado de El gran impaciente, en cuanto a puesta en escena, es la intención por parte del director de continuar la historia de la fallida Cinemateca después de la constitución del Icaic.
La solución de utilizar las cartas escritas a Puig por otras personas desde Cuba, informándole en su ausencia sobre cómo iban las cosas con ese plan compartido, fue resuelto mediante la lectura en voice-over de las mismas, con la voz de Carlos Arenal y mostrando el rostro de Puig en pantalla en un primer plano, con sus expresiones faciales cambiando, como si fuera el experimento de Kuleshov.
Esta secuencia confronta un conflicto ético, pues los planos y la banda sonora fueron editados posteriormente; es decir, no fueron leídos frente al personaje para registrar sus reacciones en vivo, casi seis décadas después de que fueron escritas.
No obstante, hay que reconocer que los fragmentos expuestos ofrecen, de todos modos, un valioso aporte al conocimiento de la historia del cine cubano.
Devolver a Puig a su público natural
Cuando Germán (Herman) Puig falleció en 2021, dos investigadores nacionales: Rafael Acosta de Arriba y Juan Antonio García Borrero, lamentaron no haber podido hacer visible su obra en Cuba antes de ese triste acontecimiento.
Acosta de Arriba tuvo el gusto de conocerlo personalmente en Barcelona y lo invitó a venir a Cuba; pero no lo logró. Solo consiguió ―y no fue poco― incluir sus imágenes en la exposición organizada en el Centro Hispanoamericano de Cultura, en 2012, sobre fotografía del cuerpo; así como dedicarle un capítulo y mostrar sus obras en el libro La seducción de la mirada. Fotografías del cuerpo en Cuba (1840-2013), presentado en el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes, en 2014.
Por su parte, García Borrero solo tuvo comunicación epistolar con él; y en el obituario que escribió por el fallecimiento del fotógrafo y cineasta decía:
“Ocurrió lo que tanto temía. Germán Puig murió en Barcelona sin poder regresar a Cuba. No hablo de un regreso físico, sino a través de su arte, que es lo que en casos como el suyo define mejor su existencia.
A mí me parece increíble y absurdo que el grueso de los cubanos siga ignorando de quién estamos hablando”.
Teniendo en cuenta lo anterior, El gran impaciente puede considerarse el regreso de Germán Puig a su país y a su público, gracias al arte que tanto defendió: el cine. Es cierto que el documental fue exhibido en una sola función de la Muestra de Cine Español y que la asistencia del público se vio limitada por las inclemencias del tiempo. Pero los que llegamos hasta el Cine 23 y 12, le dimos la bienvenida y reconocimos su contribución inapreciable a la cultura nacional (2024).
Publicación fuente ‘IPS’
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