Daniel Céspedes Góngora: En el instante de la escritura

Autores | 11 de julio de 2024
©Cubierta de ‘Ensayos daimónicos’ en Casa Vacía

Pueden y deben refutarse las recepciones sublimadoras tanto como las empequeñecedoras, aunque lo que queda al cabo como ganancia ¿no es el despliegue de la imaginación?
Jorge Luis Arcos

Antes de que uno acabe la lectura de un libro, a veces sucede que la emergencia de su valoración remite a un período estacional, cuando no a la primacía de un tono e incluso de un color. Porque la autoría, aun fragmentaria y dispersa, suele reconocerse y ser reconocida en la conciencia de su poética; conciencia, en rigor, de la determinación arriesgada de una subjetividad. No es que un autor precise remarcar un mismo talante en todo. Aunque es alentador que desentone poco o casi nada en un solo volumen. Si hay un poeta y ensayista cubano que entiende la jerarquía de estos equilibrios intelectuales entre pensamiento y escritura es Jorge Luis Arcos.

Recuerdo que una vez en la revista Cuadernos Hispanoamericanos se privilegió al excelente escritor que es Rafael Argullol: su ensayismo sabe afrontar muy bien lo que, por asociación, no perjudica lo central de su escritura, relacionado no tanto con la escritura misma sino con la consideración generosa hacia un tópico. Argullol es respetado porque la calidad de su prosa poética y filosófica sabe atender con mucha lucidez un tema. Para decirlo de otra manera: previamente a cierta transitoriedad identitaria, puede como autor asumirse, o mejor, responsabilizarse desde el cuidado de una temática que ha dejado por el momento concluida para entregar a una editorial. Pero, como bien reconoce Jorge Luis Arcos en el prólogo de Ensayos daimónicos (Editorial Casa Vacía, 2024): «A diferencia de la poesía, el pensamiento cambia mucho. Si la poesía es lo indecible, el pensamiento es como un panta rhei incesante».

La responsabilidad del ensayo monotemático que, en el fondo no lo es si es prosa valedera, no garantiza mayor acierto o importancia que ese otro acopiar la escritura ya publicada o la compilación de lo inédito. Con Ensayos daimónicos Arcos presenta textos nuevos sobre lo que han sido algunas de sus más preclaras insistencias, sus autores centrales: José Martí, el grupo Orígenes, María Zambrano, Ernesto Cardenal, Raúl Hernández Novás, Antonio José Ponte, Jorge Luis Borges, Dante… Hay autores a los que vuelve más de una vez como José Lezama Lima, Lorenzo García Vega, de quien escribe tres textos. Hacia el final del libro, se encuentra una entrañable entrevista realizada por Javier Prendes Morejón que sería un crimen no leer.

Desde el prólogo de estas piezas ensayísticas se leen términos que se reiterarán como el propio calificativo daimónico y su analogía con la noción de ambivalencia. Arcos lo asocia también a la «poética de lo indecible». Luego, es la extrañeza uno de los conceptos más aprovechados por su condición peculiar no solo en lo que aborda el autor, sino en la concepción del ensayo como género. Entonces, en diferentes momentos, se topará el lector con lo siguiente: «consustancial extrañeza», «la extrañeza del mundo», «extrañeza visceral», «capacidad de extrañeza», «extrañeza de lo matérico», «extrañeza incesante», «radical extrañeza», «la poética de la extrañeza»… Así, cuando escribe sobre el personaje de Oppiano Licario, particulariza: «Pero es su puntual caracterización narrativa la que lo salva de funcionar como un concepto, como una abstracción, con serlo tanto también. La extrañeza que trasmite lo hace inagotable. Es una singularidad y, a la vez, un universal».[1]

Llama la atención en estas prosas de Arcos una suerte de simpatía que pronto puede ser aprovechada por el lector. Conózcase o no acerca de determinado autor u obra, las reflexiones se motivan a partir de una referencia autobiográfica en que el acto de ensayar se reviste de un tono a veces conversacional, pero que no descuida ser lenguaje escrito. Porque Arcos no quiere emular con ninguna oratoria y sí salvaguardar un discurso, si bien ávido de permanencia, personal y por eso polémico. En su bello texto sobre Fina García-Marruz («Regresar a Fina (fragmentos») inserta lo anecdótico —la evocación— y, sin perder el hilo de cuanto va analizando, se adentra en la poesía de la autora de Las miradas perdidas. Entonces la propia anécdota tiene que hacerse ensayo pero naturalmente. Pues no lograrlo sería desafinar la voz sobresaliente de su escritura; como, cuando asimismo en Para (re)leer a José Martí… (Notas sobre el legado de José Martí en la poesía cubana y algunas recepciones contemporáneas, para acoger el término «aligeramiento» de Rafael Rojas en relación con el peso histórico y mítico de Martí, apunta:

Tenía en mi cuarto los veintiocho tomos de sus Obras completas, algo desmesurado para la entonces incipiente y parca biblioteca… Leía en esos cuadernos a otro Martí, un Martí íntimo, ajeno a la academia y al severo contexto ideológico de entonces, después llamado como la década oscura; reitero, un Martí inconcluso, abierto, fragmentario, a veces imprevisible… Un Martí que siempre ha prevalecido en mí sobre otros… [2]

Por su amenidad y aparente sencillez, uno presume que es fácil discrepar de estos Ensayos daimónicos. Y ocurre que, cuanto nos presenta Jorge Luis Arcos con estas experiencias de lectura, reconfigura muchos de nuestros criterios valorativos. Es como si desaprendiéramos un saber sobre alguien o algo y se nos convidara a analizar lo que pareciera conocerse por primera vez. Al presente, ya puede ser también del reino de la extrañeza y de lo ambivalente quien, sin abrumar o aburrir, asiste, o al menos despabila otra inteligencia imaginativa por inconforme y abierta siempre a la creación.


[1] Jorge Luis Arcos: Ensayos daimónicos, Editorial Casa Vacía, Richmond, 2024, p. 59.

[2] Op.cit., p. 33.