Janet Batet: Jorge Pantoja / Cartografía personal
Las libretas de Jorge Pantoja niño empiezan en el curso escolar de 1968. Mark Kurlansky lo denominaría “el año que conmocionó al mundo”. Cuba brillaba entonces en la palestra mundial como bandera de las causas nacionalistas y regionales del momento: antibelicismo, luchas de liberación, defensa de la igualdad racial y de género, libertad sexual, renovación de la enseñanza, entre otras.
A nivel interno, sin embargo –y bajo la fanfarria del tan publicitado Congreso Cultural de La Habana que inaugurara el año 1968 y al que asistieran más de 500 intelectuales de setenta países–, se cierne la radicalización y el recrudecimiento del aparato represor totalitario cubano. En enero tiene lugar el enjuiciamiento por consejo de guerra de 37 miembros del Partido Comunista de Cuba, acusados de contrarrevolución, traición y conspiración. Las penas de prisión oscilan entre los tres y 15 años de privación de libertad. Quedaba así desmantelado cualquier remanente del antiguo Partido Socialista Popular (PSP). En marzo, Fidel Castro lanzaba la Ofensiva General Revolucionaria, barriendo con la pequeña empresa y dejando al Estado como el único y magro proveedor de servicios. Desaparece El Mundo, último periódico independiente, supeditado entonces al Granma, y se convirtió en el Taller de la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana. La editorial independiente del grupo El Puente es diezmada; lo mismo que el movimiento negro encabezado por Walterio Carbonell, a quienes se les acusa de sedición.
Se suceden nuevas regulaciones, una tras otra. En abril, se intensifican las movilizaciones masivas de trabajadores a la agricultura. Hasta mediados de año continúan abiertas las infames Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), que son desmanteladas en julio por presión internacional. Un mes más tarde, Fidel Castro apoya abiertamente la invasión soviética a Checoslovaquia, aduciendo que era necesaria para proteger al socialismo de sus enemigos. Ese mismo mes, se instauran las tarjetas del trabajo, que registran meticulosamente las aptitudes y confiabilidad políticas del trabajador.
El 25 de septiembre tiene lugar una redada masiva en los alrededores de La Rampa y El Capri. Seguidores del régimen, tijera en mano, arremeten contra todos los que tengan pantalones estrechos, minifaldas y pelo largo. Muchos son detenidos. En octubre, Fuera del juego, de Heberto Padilla, y Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, premios UNEAC de poesía y teatro respectivamente, son calificados de contrarrevolucionarios. Se publican con una nota expiatoria de dicha organización. Es el comienzo del Caso Padilla, que llevaría a su encarcelamiento y al de su esposa, Belkis Cuza Malé, en marzo de 1971. Le suceden el mea culpa de Padilla en la UNEAC, La carta de los 61, el Congreso de Educación y Cultura. Virgilio Piñera pasa también al ostracismo. Lo mismo ocurre con Antonia Eiriz y Umberto Peña, entre otros tantos. La luna de miel entre los intelectuales y la Revolución ha terminado.
El año 1968 en Cuba es bautizado como el Año del Guerrillero Heroico, coincidiendo con el primer año escolar de Pantoja. Nuestro protagonista es todavía demasiado joven como para poder escribir diligente el enrevesado epíteto todas las mañanas en su cuaderno escolar. Eso sí, desde ya en sus enmarañados garabatos que la maestra, gentil, trata de domesticar por medio de la socorrida copia, empiezan a atisbarse ciertas desviaciones y escapismos en el niño precoz. El socorrido epíteto, ineludible en todos los periódicos, discursos y documentos oficiales de la época, es también escrito sin sosiego, una y otra vez, día tras día, en el pizarrón de cada aula y cada escuela del país, y secundado por el lapidario lema que como letanía y estigma repetirán desde entonces todos los niños cubanos: “Pioneros por el comunismo, ¡seremos como el Che!”.
Imagino, pues, al pequeño Pantoja llegando a la escuela. El uniforme almidonado y los zapatitos colegiales recién lustrados (¡a saber usted dónde la madre de Pantoja encontraba la fécula y el betún!). Paradito como una vela al lado de su pupitre –como el resto de los niños de la clase–, Pantoja espera la orden resuelta del jefe de grupo que ostenta con orgullo –estilo charretera militar– su emblema plastificado y abotonado al hombro derecho de la camisa. “¡Para decir el lema!”, grita el párvulo aguerrido como si en ello le fuera la vida, y todos al unísono repiten el consabido lema, palmas estiradas y apretadas contra el muslo del pantaloncito escolar. Acto seguido, el jefe de grupo procede a la media vuelta en perfecto estilo marcial. Gira sobre su talón izquierdo y la planta del pie derecho, para ipso facto juntar enérgicamente los diminutos pies y avanzar hacia la maestra en patético paso militar: “Profesora, los alumnos están listos para comenzar la clase”. La maestra asiente. Otra orden todavía antes de empezar el día: “Sentarse”.
El estudio de los cuadernos escolares ha devenido área de creciente interés en las ciencias sociales por el carácter dual que estos representan. A diferencia de los libros de texto caracterizados por su sentido unidireccional, los cuadernos escolares constituyen un campo de batalla. De un lado, la instrucción y corrección del maestro, responsable de la homogeneización de saberes; del otro, la imaginación, sensibilidad e intereses particulares del educando. Ellos constituyen, pues, una zona de conflicto y negociación al tiempo que memoria colectiva. En esta dinámica de enseñanza y domesticación se identifican tres ejes fundamentales: el autor del cuaderno (el estudiante), el lector del cuaderno (el profesor) y ese observador activo que es el padre de familia.
La selección de dibujos aquí reunidos comprende extractos de las primeras libretas escolares de Pantoja (1968-1973) así como de la correspondencia con su madre entre 1973 y 1974, cuando ella se encontraba fuera del país, debido a su trabajo. En estas, la epístola, además de los dibujos, es esencial.
En los dibujos de Pantoja niño coexisten dos universos paralelos. De un lado, el universo natural del infante que explora ese mundo de fantasías sin límites y donde la imaginación asoma como único asidero. Del otro, ese que resulta del adoctrinamiento y el dogma. Ambos mundos irreconciliables viven aparte y, de vez en vez, inevitablemente, como mismo en la vida, colisionan.
Pantoja es un niño precoz que todo lo devora. Entre sus libros preferidos, Robinson Crusoe, La isla del tesoro, La expedición de la Kon-Tiki. Y como buen explorador, Pantoja se inventa un propio universo donde lo mismo desciende a las profundidades marinas que aluniza. La maquinaria (cohetes, naves espaciales, platillos voladores, aviones, cargueros) es asumida como esa compleja entidad orgánica animada por complicados sistemas de poleas donde cada pequeño elemento es parte fundamental para el aceitado funcionamiento del complejo engranaje. A veces son naves soviéticas, a veces estadounidenses.
A medida que avanzan las libretas, al dibujo libre le sucede la imposición del tema que aparece indefectiblemente en el encabezamiento del dibujo. Primero, son simples: “La rana”, “La cebra”, “El bote”, “El circo”, “La escuela”, para pronto complejizarse y bombardear el atribulado cerebrito de Pantoja. Aparecen así “El cañaveral”, “El yate Granma”, “Un plan de la calle”, “Hermano vietnamita”, “La casita china”, “El primero de mayo”, “El bohío”, “La pañoleta”, “La alzadora”, “Una escuela en la montaña”, “Aquí nació José Martí”, “El comité”, “Siempre es 26”, “Viva el 1ro de Mayo”, “El Imperialismo”, “Un gran día de la patria”. Los protagonistas también sufren mutación misérrima y los mosqueteros, los buzos y cosmonautas ceden paso a los guajiros, los maestros y los héroes de la patria.
En el caso cubano, ni siquiera es necesario aducir al curriculum oculto (Philip W. Jackson, Vida en la clase, 1968). En marzo de 1965, Ernesto Guevara envía un panegírico a Carlos Quijano, del semanario Marcha, en Montevideo, titulado El socialismo y el hombre en Cuba. En él, Guevara se refiere a la juventud como la “arcilla maleable” y a las instituciones (entre ellas la escuela) como la estructura que permitirá “la selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción”. Convencido de lo efectivo de este sistema de dominación y adoctrinamiento, asegura que “Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original”.
A tal efecto, se destinan esfuerzos gigantescos. La Ley de Reforma Integral de la Enseñanza es aprobada en diciembre de 1959, garantizando con ello la verticalidad del sistema educacional desde la etapa preprimaria hasta el nivel superior, el cual será regido exclusivamente por los centros docentes pertenecientes al Estado quien, a su vez, se entrega con ahínco a la formación masiva de los maestros que habrán de formar a las nuevas generaciones dentro de los preceptos de la revolución.
En 1960 se constituyó el Contingente de Maestros Voluntarios. Se crea así la Brigada de Maestros de Vanguardia Frank País y, un año más tarde, el Plan de Educación para Campesinas Ana Betancourt, ambos destinados a zonas rurales. En 1961, Año de la Educación, se funda la Organización de Pioneros. Le antecede, en 1959, la Asociación de Jóvenes Rebeldes, antesala de la Unión de Jóvenes Comunistas, de 1962. Este mismo año, 1962, comienza el Plan Clodomira Acosta. Se pone en marcha también el denominado Ejército de la Solidaridad. En ambos casos, niñas de campo y sectores desfavorecidos o hijos y familias de los presos de El Escambray son desplazados para ser adoctrinados bajo las premisas del trabajo y el sacrificio personal en aras del Hombre Nuevo.
La larga tradición de la enseñanza en Cuba (Luz y Caballero, Bachiller y Morales, Varela, Mestre, Varona y Martí), basada en el conocimiento enciclopédico ilustrado y el enaltecimiento de las virtudes individuales como parte de ese continuum que es la historia nacional, es desechada de tajo. Justo de estos grupos, marcados por la abnegación y el compromiso a ultranza, serán escogidos los primeros candidatos al nuevo plan educacional: el Instituto Pedagógico Makarenko, al que seguirán los maestros Conrado Benítez.
En 1966, se inauguran “las escuelas al campo”. Con el pretexto de vincular estudio y trabajo, los estudiantes de enseñanza media son separados de sus hogares y enviados cada año a campamentos en el campo para trabajar en labores agrícolas. En noviembre de 1969 queda inaugurada la primera Escuela Secundaria Básica en el Campo (ESBC). La enseñanza secundaria será transferida a estos centros rurales donde, bajo el pretexto del principio de combinación estudio-trabajo, se neutraliza el rol de la familia en la formación del educando. Las ESBC se caracterizarán por una disciplina rigurosa y un absoluto sistema de control de la enseñanza.
El nuevo sistema educacional aceita cada uno de sus engranajes. Los mecanismos descritos por Foucault (disciplina, docilidad, control del tiempo, examen, premio y castigo) quedan perfilados. El aula, esa compleja maquinaria que Pantoja trata de desentrañar una y otra vez, deviene espacio idóneo para el ejercicio invisible del poder.
Pantoja niño crece en un ambiente muy particular. Su familia, altamente sobreprotectora, no lo dejaba jugar en la calle, así que pasaba horas navegando en la biblioteca familiar. Su madre, filóloga, y sus abuelos serán la guía principal en la formación del niño. Esta suerte de visión de embudo en la que Pantoja se abre a universos paralelos a partir del motivo de una lámina o la frase, tal vez todavía incomprendida, de un libro persiste en la manera sui generis en la que Pantoja adulto percibe el mundo. Le confiere, además, una mirada extrañada y fascinada a un tiempo de todo lo que le rodea. A ello contribuirán más tarde el mundo de la historieta (Albert Uderzo, Newton Estapé Vila, Quino, Charles Schulz) y su pasión por el cine (en particular Tarkovski y Antonioni) que en conjunción con su sed por la literatura (con énfasis en el existencialismo: Sartre, Camus, Beckett, Cioran) van creando a lo largo de los años la particularísima cartografía personal de ese cuaderno escolar que es la obra de Pantoja, meticuloso activo donde confluyen nuestro inconsciente personal y colectivo.
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(*) Introducción a Cartografía personal de Jorge Pantoja, Rialta Ediciones, Serie FluXus, 2024.
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