Amalina Bomnin: El sesgo antropológico en la visualidad ecuatoriana: entre la parresía y la zancadilla
Contemporáneos en la cueva platónica: la imagen anhelada marcada por lo político
A partir de este texto intento acercarme a cierta producción visual ecuatoriana que establece líneas de discursividad desde el avistamiento de lo contendiente, lo beligerante, la disputa, y que refrendan por tanto, en lugar de la posibilidad de una imagen anhelada, el posicionamiento dentro de una imagen mancillada o trastocada. En el análisis usaré dos términos que funcionan como jalones de esta producción: parresía y zancadilla. El primero, originario de la retórica clásica, significa “hablar con franqueza o excusarse por hablar así”. También “hablar libremente”, “hablar atrevidamente” o, “atrevimiento” forman parte de sus significados. Expresarse con parresía implica no sólo la libertad de expresión, sino la obligación de hablar con la verdad para el bien común, incluso frente al peligro individual. El segundo término se refiere a las trampas, mañas, y estratagemas, visibles en el escenario artístico ecuatoriano y que se resumen en una discordia absoluta que envuelve a la institucionalidad, las políticas culturales, la crítica, y el día a día de los artistas.
Asimismo, pretendo señalar cómo, en cierta medida, los actuales modelos pedagógicos vigentes en el Ecuador colaboran en alejar la posibilidad de articular procesos encaminados a la construcción de espacios y plataformas donde la interculturalidad (que acá se puede traducir, en buen cubano, en los enormes abismos que existen entre regiones, grupos étnicos y minorías sociales) se manifieste en la revalorización concreta de las diferencias culturales, aspecto que incide enormemente en la ausencia de solución ante problemáticas álgidas de la sociedad ecuatoriana. En algún momento el investigador y profesor Fernando Carrión lo subrayó lúcidamente:
El localismo, en tanto, pierde de vista la relación centro-periferia y pone en primer plano lo local sobre lo nacional. Se inscribe en la corriente del “small is beautiful” que lleva a la atomización con minifundización de los ámbitos de la política. Pero, así como la suma de las partes no definen al todo, la suma de lo local no define lo nacional. Puede sustituirse el autoritarimo central por el caciquismo local. La descentralización es un proceso de confianza y de afianzamiento nacionales. Por ello, aquello de que los municipios son ineficientes o que son corruptos no tiene ningún sentido[1].
¿A qué se debe mi reticencia ante la posibilidad de una imagen anhelada? Anhelo es según la RAE “el deseo intenso de algo, en particular de lograr algo o llegar a un estado en un futuro a corto, mediano o largo plazo”. Es sinónimo de afán, ambición, ansia, aspiración, sed, y cuando un grupo de personas anhela alcanzar ciertas metas o resultados, lo lógico es que trabajen en pos de consensos, realicen trabajo en equipo, busquen las convergencias. En cambio, casi nada de lo anterior sucede en la escena ecuatoriana. La inestabilidad que caracterizó primero a los regímenes de turno y luego a los gobiernos que continuaron a partir de 1976, con el retorno de la democracia, ha inundado de manera fáctica la manera en que el ecuatoriano promedio se relaciona no sólo con lo político, sino con las esferas social económica, religiosa, y cultural. “Que es vivir como se puede”, diría Machado, ajenos al compromiso, el acuerdo, lo legislativo, la solución, el pacto; porque quienes han dictado la norma no han sido portadores de moral alguna, ni han trabajado en pos de un futuro para el bien común, lo cual ha generado una visión de “tierra de nadie” para el ecuatoriano promedio.
Cuando me refiero a contemporáneos en la cueva platónica pienso en un escenario que, gracias a la labor de algunos artistas, gestores, críticos, y curadores, ha logrado soslayar estas amuralladas posturas de cierta parte de la institucionalidad, el pensamiento teórico-crítico, y la producción artística, contrarrestando la habitual invisibilización del arte ecuatoriano; aunque siendo honestos, aún es una gestión insuficiente. Miremos las programaciones de las bienales internacionales, las megaexposiciones, las ferias de arte, y busquemos en ellas la presencia de arte nacional. Alcanza material para producir una tesis de grado o postgrado con este tema. El arte ecuatoriano sigue fomentándose gracias a procesos y miradas locales que no terminan de trascender dichos límites para ser tenidas en cuenta por los circuitos internacionales. Y queda, como reducto de tamiz colonialista, nuestra propia Bienal de Cuenca, que viene a ser curada por figuras internacionales, cual capricho goyesco. El certamen garantiza que el resto del mundo continúe mirándonos “hacia dentro”. Por eso intuyo que somos “contemporáneos en la cueva platónica”. Sólo los que estamos dentro, estamos al tanto de lo que pasa dentro, y la institucionalidad no consigue margen para que salgamos a explorar fuera de la cueva. Tampoco esos curadores extranjeros de la Bienal de Cuenca extienden sus procesos curatoriales allende los mares. Toda la “ropa sucia se lava en casa”. En pleno siglo XXI, permitimos que se nos tome como material de estudio y no se concreten posicionamientos para nuestros artistas fuera del marco local.
La retórica de los gladiadores: una posibilidad recurrente en la visualidad ecuatoriana
El sesgo patriarcal de la formación familiar y escolar en la antigua Roma es visible en la manera que se asumía el cuidado de los niños. Los primeros siete años éstos pasaban bajo la tutela de la madre, tanto en su aspecto intelectual, como moral. Una vez cumplida esta edad, el padre asumía el control e introducía al menor en la vida profesional y pública. Algunos maestros podían intervenir en la formación, pero el verdadero educador era el padre. “La educación romana genuina prescindía de teorías y buscaba una enseñanza directa, por los hechos”[2]. Con lo anterior nos referimos a una educación práctica que partía de las situaciones a que se enfrentaban en la vida cotidiana. Esta noción de practicidad coincide mucho con el modelo asentado, de manera general, en la mentalidad ecuatoriana, si nos referimos a nociones pedagógicas.
Con la influencia de la educación griega, el aspecto familiar queda más adelante en segundo plano, y la educación escolar se refuerza y estructura de manera similar a la cultura precedente. El concepto de universidad del buen vivir o sumak kawsay, vigente en la currícula del estudiante universitario ecuatoriano, procede del pensamiento aristotélico que acompañó a toda la formación moral romana y que, en sus inicios, tuvo como modelo a la paideia griega. Sería tema para una investigación de corte sociológico la siguiente duda: ¿Esta reminiscencia del pensamiento aristotélico respecto al “buen vivir” y su supuesta introducción en la formación educativa no entra en contradicción con el marco de competitividad que opera hoy en casi todo el orbe cuando nos referimos a los modelos educativos vigentes y/o a las maneras en que consignamos a los docentes a cargo de estas labores en el mercado laboral? ¿Qué debemos opinar respecto a un planteamiento como el que sigue a continuación?: “La interculturalidad ocupa un lugar político más que antropológico. En este sentido, las manifestaciones de la cultura popular, indígena, afro y de otros sectores históricamente marginados por la «alta cultura», están ocupando un lugar político cada vez más relevante”[3]?
El sistema educativo de la antigua sociedad romana se denomina con el término latino humanitas, que significa educación, formación y cultura. La palabra humanitas se considera equivalente a la palabra griega paidea; expresa el ideal de formación humana, pero con un sentido más práctico de acuerdo con la mentalidad romana. El concepto de humanitas incluye la orientación pragmática del saber, tanto en vertiente ética, traducida en la estima a una conducta virtuosa y honesta, como en en su vertiente técnica, manifestada en la búsqueda de la eficiencia y la profesionalidad, y en la utilidad personal y colectiva. Es decir, la noción de humanitas incluye el aspecto práctico de la formación, concretado en la adquisición de una conducta virtuosa y en el servicio a la comunidad. Indudablemente la cultura y la paidea griegas influyeron sobre la cultura y humanitas romanas, pero sin desvirtuar lo genuinamente romano. En este sentido, podría decirse que los romanos tomaron de los griegos sus saberes y los adaptaron a sus tradiciones, sus costumbres y sus leyes[4].
¿Acaso toca aceptar como positivo, si realizamos un balance, que el reposicionamiento de las minorías étnicas y sociales en Ecuador transcurra en un campo político más que antropológico? Semejante inquietud alcanza para un ensayo que analice si las políticas formativas que están teniendo lugar, desde el arte, son realmente suficientes en términos sociales y especialmente antropológicos, para introducir cambios visibles en torno a la interculturalidad, o si simplemente estamos aportando con cierta cuota a un ítem prescrito en la constitución.
Al mismo tiempo que tenemos presente la relación anterior, analicemos lo que sucedía públicamente en la sociedad romana. “En la Roma antigua lo que pasaba por normal a los ojos de la opinión pública (la retórica judicial se basaba siempre en la opinión de la mayoría) era contemplar los combates de gladiadores con mirada tranquila; lo que era menos normal (incluso ridículo (…) era no soportar su visión”[5]. La misma fuente subraya que Plutarco parece ignorar si es la “naturaleza o la educación la que hace que nos produzca placer ver a unos hombres batirse entre ellos, con la espada en la mano”[6]. La gladiatura, que comenzó por ser un rito funerario, se extendió hasta el último siglo de República, “los combates fúnebres se habían convertido en un espectáculo ofrecido al pueblo y a los electores, felices de ver cómo corría la sangre”. Y para terminar con el relato histórico Clemente de Alejandría, en algún momento, plantea en este mismo contexto: “la búsqueda de la popularidad lleva hasta matar”[7]. Esta última frase pareciera alimentar la trama del film Sin muertos no hay carnaval (2016), de Sebastián Cordero, poema desgarrador sobre las nefastas consecuencias que se desatan en el ámbito de las invasiones populares por arbitrarias distribuciones de territorio. La película, parece mirar con precisión microscópica el quebrantamiento de la ley y funciona como un loop silente, aunque parezca un oxímorom, (que consigue con el trabajo de luces, sonido y el tempo cinematográfico) sobre un contexto anárquico. La escena en que Celio ataca a Terán en el estadio se ajusta a la “retórica de los gladiadores” que venimos analizando. Anteriormente, Cordero ya había expuesto su filiación con esta estética en su célebre Ratas, ratones y rateros (1998). Desde que el film inicia, y el protagonista es perseguido por varios maleantes, hasta llegar a enfrentarse en combate cuerpo a cuerpo con ellos, toda la pieza transcurre entre constantes alusiones a riñas, estafas, robos, traiciones, en una pieza donde el propio título utiliza la tautología como figura retórica que potencia la inmanencia de la situación precaria.
De manera similar lo comenta en su producción Raymundo Valdéz, para quien la producción ocurre como una suerte de sumatoria matérica viviente, similar a la estética oldenburgueana (cuando hacía sus slices de cakes, o llenaba sus tiendas de golosinas hápticas), por sus habilidades para llevarnos al estado de náusea por saturación. Sumemos a esto toda la psicodelia y lenguaje subliminal que proyecta su heteróclito universo de video-juegos, el anime y los cómics, para conducirnos a una aceptación casi tácita acerca de que la beligerancia es nuestra condición sine qua non.
En su caso, el proceso de sublimación ocurre desde el humor, pulsado hasta la sátira y el sarcasmo. La deformación, el grosor de los empastes matéricos, la turgencia de las carnes, el juego de contar con una humanidad sólo fuerte en apariencia, por su carácter beligerante; pero impulsiva, irracional, exagerada, son ardides de una tramoya que atrapa porque, además, hay cierta puerilidad en ellos. Las dosis de escatalogía e ingenuidad quedan repartidas a partes iguales. El autor busca complicidad en el público al mostrar a estos seres afanados en triunfar y que, al mismo tiempo, son víctimas de sus propios deseos. Uno de los paratextos de sus propuestas está relacionado con la invasión y consumo compulsivos de imágenes diarias, contenedoras, en la mayoría de los casos, de mensajes subliminales cargados de morbo, violencia, y altas cuotas de sensacionalismo.
En otra entrega, Javier Andrade insiste en la recurrencia de lo contendiente como rasgo arquetípico, esta vez con su pieza Mejor no hablar (de ciertas cosas), (2012), donde la trifulca termina en trágica suerte para una familia marcada por la disfuncionalidad. No existe una meta en las vidas de estos personajes, es sólo un dejarse llevar lo que desgasta sus vacías existencias. La imposibilidad de la conciliación o el diálogo mina cualquier cauce a la solución. De manera similar a como lo reflejara Humberto Salvador en su obra En la ciudad he perdido una novela, cuando refiere el devaneo de una población abandonada a los vicios:
El aguardiente y la chicha de jora se esconden debajo de los mostradores de los estancos, porque no les llega aún su hora. Más tarde saldrán para asaltar a indios y cholos y robarles su jornal. Indios y cholos amarán a la chicha como a una novia y abrazarán al aguardiante puro, como a un viejo camarada para el cual no tienen secreto. Camarada que les oye sus penas, les consuela, enseñándoles a amar la vida abandonándose al son de la guitarra, en cuyas cuerdas palpitan girones desgarrados de corazón[8].
No menos incisivas resultan las miradas de Xavier Patiño y Marco Alvarado respecto a la noción de imagen mancillada. Admitir que en el seno de la escena artística la gente está dispuesta a ganarse un espacio a como dé lugar, abre una interrogante respecto a cuáles son las maneras lícitas o ilícitas respecto a la competencia en el ámbito artístico, donde justamente las batallas se libran desde las ideas. El primero lo ha hecho casi a lo cubano (por lo desembarazado), bajo el símil de la pelea de perros, los boxeadores o luchadores, o los peces de especies incompatibles que declinan agresivamente hacia el canibalismo.
Alvarado ha utilizado el pastiche para aludir a un contexto donde, ni siquiera a los que forman parte del mundo del arte, les interesan las diferencias culturales. Algunos de sus recursos han sido el morphing (en algún momento de su carrera se dispuso a preguntar a un auditorio, supuestamente erudito cómo era un waorani y casi nadie sabía);la operatoria Haacke; y también recuerda el art brut. Este último legado lo aplica en aquellas piezas donde incorpora a su repertorio las grafías de niños, jóvenes y gente campesina de la comunidad La Esperanza. Parece ocuparse de construir su alter ego, o quizás acercarse a proyectar una obra colectiva. Creo que por ese camino transcurre el arte que me quita el sueño (o, mejor dicho, el que me devuelve la confianza en los sueños).
Pablo Gamboa Santos construye, de manera similar a la estética de las historietas, un extenso pergamino donde se narran diversas situaciones que tienen un sustrato común: un universo de letras inconexas, ilegibles y hasta superpuestas que sirven de “piso” a este recorrido que pretende recordar la noción cinematográfica y sus posibilidades pregnantes. La ilación no responde a temporalidad ni espacio específico alguno, es lingüística, como si el sistema de comunicación que nos contiene sólo generara desencuentros, o fuera el germen de toda nuestra desdicha. Así en su “Qwerty Project” (nombre del teclado más común que data de finales del siglo XIX) el autor compone una serie donde lo beligerante tiene un lugar recurrente. El diseño Qwerty tenía como propósito conseguir que las personas escribieran más rápido con una distribución de las letras cómoda para la escritura a dos manos. Otro de los objetivos era separar las letras más usadas para que el teclado no se atascara. Y justo a partir de una ilación que resulta disfuncional y caótica, el autor erige una metáfora de la ausencia de comunicación, del lenguaje como óbice. En el discurso de Gamboa la imagen trastocada eleva lo contendiente a un rango sistémico.
En tiempos en que Oscar Santillán pertenecía al colectivo La Limpia, llevó desde su taller hasta La Bahía guayaquileña la maqueta que constituye la pieza El arrastre, donde reproduce casi literalmente el momento inmortalizado por Alfredo Palacio en que Eloy Alfaro comandaba la insurrección liberal, y que fue colocado a la entrada de la ciudad de Guayaquil. En la versión de Santillán se ha movido sutilmente la figura del héroe quemado en la “hoguera bárbara” hacia abajo, como sucedió realmente en los hechos históricos. La inversión de un momento enaltecedor por una situación denigrante coloca a esta obra dentro de ese grupo de propuestas que comentan el sesgo antropológico en la visualidad ecuatoriana.
Atendiendo a las manipulaciones de la historia y el imaginario nacionales el artista concibe junto a Manuel Palacio la intervención Piedra, papel o tijera, donde el llevado y traído gesto de negociación o pacto diplomático que, supuestamente animó al encuentro de Bolívar y San Martín en suelo guayaquileño en 1822, es convertido en sorna callejera. El apretón de manos queda oculto detrás de una pantalla de video que invierte el gesto original por las señas del juego infantil aludido en el título. La ciudad fue motivo de disputa para estas figuras históricas y, finalmente, gracias a las ventajosas habilidades estratégicas de Bolívar, es ganada por éste.
¿Acaso monstruos es que somos, si yo es otro? (a modo de inclusiones, no de conclusiones)
Causa mucha risa ese comentario que escuché por primera vez acá en Ecuador y que se esgrime en muchas ocasiones: “¿qué solución propone el conferencista al problema que plantea en su crítica?”. El mismo se refiere a planteamientos realizados por curadores, críticos, gestores, investigadores, en sus acercamientos a tópicos socio-culturales. Las ciencias sociales no pertenecen al campo de la exactitud. Quien ensaya a través de la escritura comparte un universo relativo a lo inexacto, lo procesual y transitorio; más bien construye e incita a construir preguntas, define coordenadas, articula apuestas, propone supuestos caminos, pero no soluciones. Los que pensamos y hacemos arte no somos solucionadores porque nuestra misión no apuesta a una conclusión, sino a la puesta en debate de las posibles soluciones por parte de todos los implicados. No obstante, y en atención a tales demandas, de quienes pretenden ver en nosotros una de las causas del problema, considero que gestionar espacios y plataformas similares a la que hoy asistimos podría ser una vía legítima de circulación de ideas y puesta en discusión de ciertos valores simbólicos.
Corresponde atender a tres aspectos fundamentales que son susceptibles de transformación para que el arte pueda ejercer en el orden social el efecto deseado: revisión de ciertas nociones presentes en la pedagogía (más cercanas en el contexto local al concepto de humanitas que al de paidea) y que apuntan a la desestimación de los órdenes espiritual e intelectual; descentralizar los procesos y espacios institucionales relacionados con el arte; percatarnos de que la demonización de las municipalidades es un vicio en que algunos han incurrido, y que responde al ánimo añejo de “divide y vencerás”. Por último, profesionalizar los espacios institucionales, de modo que se conviertan en instancias de legitimación real, con políticas públicas encaminadas a visibilizar la producción nacional e internacional.
La escena del arte en Guayaquil responde a la lógica del monopolio. Es hora de remover ese cerco. Decía Lezama que “la imagen es la causa secreta de la historia”[9] (…) “La hipótesis de la imagen es la posibilidad”[10], entonces, si estimamos al “gran albatros” por su vasta erudición, deberíamos trabajar en función de subvertir esa “causa secreta” para que las imágenes que de ella emerjan se constituyan desde lo antropológico, y no desde lo políticamente correcto. Si ocurriera de manera inversa, nos habríamos dejado secuestrar el último reducto de anhelo.
Referencias bibliográficas
Cartagena, María Fernanda (2015): “Arte, educación y transformación social”. Index, revista de arte contemporáneo, n. 00, ISSN 2477-9199.
Espot, María Rosa (2006). La autoridad del profesor. Qué es la autoridad y cómo se adquiere, Praxis Grupo Wolters.
Kluwer, España, S.A, Madrid, Colección Monografías Escuela Española, Educación al día. Didáctica y Pedagogía.
Jacoby, Roberto, Longoni, Ana (ed.) (2011): El deseo nace del derrumbe: acciones, conceptos, escritos, Ediciones de La Central, Barcelona.
Kronfle Chambers, Rodolfo (2009). 1998-2009 HISTORIA(S)_ en el arte
contemporáneo del Ecuador, © Rodolfo Kronfle Chambers 2007-2009, Guayaquil, Ecuador
Lezama Lima, José (1981). Imagen y posibilidad. Editorial Letras Cubanas, La Habana.
Ojeda Segovia, Lautaro (2000). La descentralización del Ecuador. Avatares de un proceso inconcluso, Ediciones Abya-Yala, Quito, Ec, CEPLAES.
Salvador, Humberto (1929). En la ciudad he perdido una novela. Biblioteca Nacional Eugenio Espejo, Quito.
Veyne, Paul (2009). El Imperio grecorromano, Ediciones Akal, S.A., 2009, Madrid, p. 498.
[1] Ojeda Segovia, Lautaro. La descentralización del Ecuador. Avatares de un proceso inconcluso, p. 145
[2] Galino Carrillo, Ángeles: “Humanidades, Humanismos y Humanismo pedagógico”, Revista Educación XXI, pp.15-16
[3] Cartagena, María Fernanda: “Arte, educación y transformación social” en Index , revista de arte contemporáneo, [S.l.], n. 00, p. 44-61, dic. 2015
[4] Espot, María Rosa. La autoridad del profesor. Qué es la autoridad y cómo se adquiere, p.41.
[5] Veyne, Paul. El imperio grecorromano, Ediciones Akal, p. 498.
[6] Veyne, Paul, Op.Cit., p, 499.
[7] Veyne, Paul, Op.Cit., p. 499.
[8] Salvador, Humberto. En la ciudad he perdido una novela, pp. 15-16
[9] Lezama Lima, José. Imagen y posibilidad, p. 19
[10] Op.cit., p. 19
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