José Manuel Prieto: En el hotel Griffou [Martí, Gómez y Maceo en NY]
1.
Cubierta por una marquesina entoldada, la entrada no anuncia el restaurante que funciona en los bajos del edificio. Lo han reabierto recientemente con su nombre original de Hotel Griffou y el particular interés que tiene para los cubanos es que hace ciento veinticinco años se hospedaron aquí dos caballeros que hacía algún tiempo habían abandonado la isla de Cuba; uno de ellos, Antonio Maceo, súbdito español, el otro, más entrado en años, Máximo Gómez, natural de la República Dominicana. La tarde de un nubloso día de octubre —como el de hoy, pero de 1884— los dos caballeros recibieron la visita de otro súbdito español: el escritor y periodista José Martí.
2.
He venido alertado por mi traductora al inglés, Esther Allen, que también ha traducido a José Martí, una excelente traducción de su Diario de Campaña. “Han abierto, me cuenta, ese nuevo restaurante. En los bajos de ese hotel relacionado con Martí, el de Madame Griffou”. Había leído sobre el lugar, pero no había tenido ocasión de verlo, la reapertura del restaurante justifica una visita. En una de sus habitaciones se dio la famosa discusión entre Gómez y Martí sobre un tema que a pesar de los muchos años transcurridos nada ha perdido en urgencia. Hablaron los dos hombres, el avezado general y el joven Martí (31 años ese día) sobre la división del mando político y civil. La discusión ocurrió, consignan los libros de texto, “mientras Gómez se aseaba”. No sabemos si este detalle pudo haber ofendido particularmente a Martí. Que Gómez se aseara en su presencia. O bien que hablara con él a través de la puerta entornada del baño, que hiciera sus abluciones a la vista de Martí… El airado tono de su célebre carta: “No se funda, general…” ¿habrá tenido algo que ver con ciertos modales de campaña que Martí descubrió en Gómez? No sé, no podemos saberlo.
3.
Los clientes del actual Griffou tienen aire de jóvenes ejecutivos. Hay mujeres que parecen artistas, de la rica bohemia del Village. Según lo publicado en la prensa, el lugar fue siempre un sitio de escritores. Aquí se hospedó Oscar Wilde, en 1882, durante primer su tour americano (donde lo vio Martí en una de sus presentaciones). Mark Twain, sobre el que no recuerdo si Martí escribió algo, también estuvo aquí. Y el hotel Griffou figuró en al menos dos novelas de la Gilded Age o Época Dorada de Nueva York: At the Casa Napoleon de Thomas A. Janvier, The World of Chance de William Dean Howell… Como ocurre con todo lo que tiene que ver con el pasado en español de este país, nada se dice de que aquí estuviera ese escritor cubano, José Martí.
4.
Pido un “Griffou Burger” (¿qué otra cosa si no?) y entre mordida y mordida deletreo, por la escasa luz, la divisa desplegada en lo alto de la barra. En inglés, claro está: My candle burns at both ends, It will not last the night… Es la parte que está frente a mí. Me inclino. La cita sigue del otro lado: But ah, my foes, and oh, my friends It gives a lovely light! Martí no podía haberlo escrito mejor, me digo. En el baño hay unos bookends de bronce en forma de leones que sostiene unos libros con tapas marmoladas, como los que leía el propio poeta. De las paredes de una de las salas cuelgan pieles de zorro, lo que aporta un refinado ambiente de época. Lo único que delata la novedad del lugar es un letrero de neón que llamea al fondo de una de las salas: Hotel Griffou.
5.
No tengo más que ver, me digo una vez que he acabado el hamburger. Me dispongo a irme cuando descubro una botella de Havana Club en lo alto de una repisa del bar. Añejo, siete años. Se la señaló a la muchacha del bar, la del lazo rojo en el cabello. “¿Es esa una botella de Cuba?” “Sí, me responde. Sé por qué lo preguntas (ríe). Se supone que no debemos venderlo, ¿no? Pero alguien se lo regaló al dueño. Y ahí la hemos puesto”. Una señal en ello, entiendo, y pido que me sirva un shot a las rocas. Un poco simbólicamente. A la memoria de José Martí. Lo paladeo y pienso en algo que siempre pienso: que viviendo en la misma ciudad que Martí, por donde caminó tantas veces, por estas calles, que entonces eran el centro. Más chica la ciudad en aquellos años. El Dakota, por ejemplo, el edificio de la 72 donde vivió (y murió) John Lennon quedaba tan lejos que lo bautizaron, de remoquete, con el nombre de aquel estado lejano. Como si dijéramos Siberia. El ron cubano —¿cuándo por fin se venderán cosas cubanas aquí?— me lo cobran, descubro luego en la cuenta, como si la botella hubiera venido de Marte.
6.
Nada, sin embargo, le digo a la barwoman de Martí. Que estuvo aquí hace todos esos años, en uno de los números arriba, y se marchó, estoy seguro de ello, dando un portazo. O educadamente. No importa. Pero con un enojo tal que le hizo escribir la famosa carta al dominicano. “Distinguido General y amigo: Salí en la mañana del Sábado de la casa de Ud. con una impresión tan penosa, que he querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a otras anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera…[…] mi determinación de no contribuir en un ápice […] a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.” Y pasa acto seguido, al célebre arranque del siguiente párrafo: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento…”.
7.
“En efecto, me digo cuando salgo afuera, al frío de la tarde, un pueblo no se…” Vuelvo a mirar arriba, a la fachada del antiguo Griffou. En lo alto, el señor Gómez también se asoma a una de las ventanas y mira a la calle. Ha terminado de leer la carta de Martí. “¿Really?”, no puede menos que mofarse Gómez. “¿Y cómo se funda? ¿O qué sabe él de cómo se manda un campamento? Qué impertinencia…” Voltea entonces la carta y escribe al dorso que él no responde las ofensas. Y luego, en otra ocasión, abunda sobre lo mismo: “Como se verá, este hombre me insulta de un modo inconsiderado, y si se pudiera saber el grado de simpatías que al conocer a Martí sentí por él, sólo así se podrá tener una idea cabal de lo sensible que me ha sido leer los conceptos que sin ambages ni rodeos ha hecho de mí, y del mismo modo emite”.
8.
El hotel funcionó hasta 1909, año en que murió Xavier Hernández, el maître. Un “Cuban Negro” dicen los documentos en inglés que he consultado para esta nota. He aquí alguien, me digo, que hubiera tenido mucho que contar sobre Martí, Gómez, Maceo y todos los cubanos que durante años usaron este hotel como centro de conspiración en Manhattan. Gugleo su nombre, por pura curiosidad, y este hombre que lleva tantos años muerto, aparece de pronto en un obituario de The New York Times. “La muerte de Xavier Hernández. Nacido cubano y esclavo. Sirvió el viejo hotel Griffou por treinta y cinco años. […] Xavier fue el último que estaba íntimamente conectado con el viejo hotel Griffou […] Durante la guerra con España (the Spanish War) el hotel estaba lleno de cubanos…” Muchos años antes, leo en otro documento, Xavier había llegado a los Estados Unidos acompañando a Madame Griffou y junto a otros cubanos ex exclavos también, que constituyeron el grueso del servicio del hotel…
9.
Todos están muertos hace mucho. ¿En cuál de los actuales apartamentos estuvo la habitación en que se dio el célebre incidente entre Martí y Gómez? ¿En qué penumbra ventilan los fantasmas ilustres tan candente cuestión? ¿Siguió muchos años después José Martí albergando dudas sobre la capacidad del dominicano de mandar un campamento? En cualquier caso, el 19 de mayo de 1895, los dos ya en la isla de Cuba, desacata la orden del viejo general de permanecer en el campamento, justamente. Lo que ocurre minutos después es bien sabido. Y pudo haber comenzado, pienso mientras camino hacia el metro, catorce años antes en este Hotel Griffou. Que es hoy, en el otoño del 2009, el último grito de la moda de los restaurantes neoyorquinos.
Nueva York, 6/11/2009.
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Nota del editor: Entre los años 2006 y 2015 el blog Penúltimos Días publicó colaboraciones de 87 escritores, en su mayoría cubanos, establecidos en una docena de países. Uno de sus temas más recurrentes fue la experiencia del exilio, entendida como una pieza clave para explicar el “tema Cuba”, que fue su preocupación fundamental. Escojo aquí apenas diez de esas contribuciones (de autores de diferentes generaciones, lugares, visiones y experiencias) porque creo que su relectura puede arrojar luz sobre la manera en que hemos vivido y sentido las últimas seis décadas el hecho de quedarnos sin un país que, sin embargo, se prolonga en la memoria. (Ernesto Hernández Busto).
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