Leonardo Fernández Otaño: Entrevista a Angélica Garrido / ‘El mayor error del régimen fue encarcelarnos, vimos la forma inhumana en que viven los presos en Cuba’
Angélica Garrido (44 años) es una ex presa política. Fue detenida junto a su hermana, María Cristina Garrido, el 12 de julio de 2021, un día después de participar en las protestas del 11J, en el municipio Quivicán, en Mayabeque. Como otros tantos cubanos que salieron a manifestarse pacíficamente ese día, ambas hermanas fueron acusadas del supuesto delito de atentado. Angélica fue sancionada a tres años de privación de libertad, que terminó de cumplir en julio de 2024. Su hermana fue sancionada a siete años.
Desde su casa en Quivicán, Garrido habló con el Centro de Documentación de Prisiones Cubanas sobre su experiencia como presa política, que incluyó celdas de aislamiento y otras violaciones de derechos, tanto humanos como penitenciarios. Producto de ello, fue una de las diez presas políticas del 11J que en febrero de 2023 firmaron con sangre una carta dirigida al gobernante cubano Miguel Díaz-Canel, en la que exigían la liberación inmediata de todos los presos políticos.
¿En qué período estuviste presa y en cuáles prisiones?
Me detuvieron el 12 de julio, alrededor de las 10:00 de la mañana. Me llevaron para el Técnico de San José de las Lajas. Al mes me trasladaron para la Prisión de Mujeres de Occidente, más conocida como el Guatao. Mi sanción fue de tres años. Allí estuve dos en régimen severo. Después me cambiaron para un campamento abierto llamado Ceiba 4, en Artemisa, donde permanecí hasta el final. La Ley de Procedimiento Penitenciario no se cumplió en mi caso porque mis años (penitenciarios) fueron de 12 meses exactos [El artículo 65, inciso a, del Reglamento del Sistema Penitenciario establece que los internos tienen derecho a una «rebaja de hasta 60 días por año cumplido de la sanción, por buena conducta»].
¿Recibiste información sobre el régimen penitenciario y las vías habilitadas para recibir información o presentar quejas?
No, nos informamos a través de las mismas reclusas que estaban ahí. Éramos reclusas primarias, o sea, que era la primera vez que estábamos presas, pero desde que entramos el trato fue muy hostil. Nos llamaban «tirapiedras» [a las del 11J]. Después de nuestra llegada, los guardias pusieron en el mural del destacamento los derechos y prohibiciones, el reglamento de cómo vestir, de las cosas que se pueden tener y demás, pero el reglamento que habla de leyes como tal nunca lo pusieron.
¿Te sentiste discriminada en la prisión?
Por mi ideología, desde el primer momento. El trato hacia nosotras era muy severo por parte de los guardias. Nos sentíamos excluidas también por las demás reclusas, que nos menospreciaban debido al adoctrinamiento de años. Los presos políticos y de conciencia no tienen por qué estar en el mismo destacamento que los presos comunes. El destacamento en el que me pusieron tenía reclusas que llevaban muchos años, algunas reincidentes. Eso nos provocó problemas a mi hermana y a mí.
¿Con cuántas reclusas conviviste y cómo eran las condiciones de vida?
Cuando entramos al Guatao, los destacamentos estaban llenos, incluso el área de celdas de aislamiento, donde había presas del 11J. En el destacamento 5, por ejemplo, por cada galera había alrededor de 12 literas, todas llenas, con medio metro de distancia entre ellas. El calor era insoportable, no había ventilación ninguna y encima teníamos que dormir con la luz encendida. Imagínate cuando los destacamentos están llenos: la convivencia es insoportable. La higiene era terrible. Por lo general, no había agua, la ponían por horarios. La pila estaba muy cerca del lugar donde una hacía sus necesidades, para lo cual solo había dos tazas. La mayoría de los baños no funcionaban y no tenían puertas. Las mujeres tenían que bañarse en el patio. Las fosas estaban desbordadas. Allí exigen mucha limpieza, pero no te dan instrumentos, y si no está limpio entonces te llevan para la celda de castigo o te quitan una visita, un pabellón conyugal.
¿Estuviste en celda de aislamiento?
Estuve 63 días en las celdas de aislamiento del destacamento 8. Son muy pequeñas, no tienen agua. El agua te la traen en cubos de limpiar, por eso me enfermé tanto durante esos días. No tienen ventilación y los colchones están llenos de chinches y piojos. Allí no te sacan al sol y si te sientes mal, tienes que dar gritos para que venga un médico dos horas o tres horas después. Si después te sigues sintiendo mal, el médico no viene más.
Hablemos de la atención médica…
En el Técnico de San José me hicieron ver a un psiquiatra, por estar plantada. Cuando entramos al Guatao, no nos hicieron ninguna prueba para ver si teníamos Covid-19. Los destacamentos estaban llenos de mujeres enfermas que no decían nada porque el aislamiento era en una celda de castigo. Cuando mi hermana y yo tuvimos Covid, nos llevaron al hospital, pero sin atención médica. Meses después enfermé de dengue y me tiraron en una celda del hospital, de nuevo sin atención médica. Allí me desmayé tres veces. El baño tenía gusanos, no había agua. Hice un testamento porque pensé que iba a morir allí. Otra vez estuve muy mal durante un tiempo porque me estaban envenenando con un medicamento y no recibía asistencia médica. Meses después, cuando ya estaba desintoxicada, comenzaron a llevarme al hospital, pero porque mi esposo inició una campaña de protesta en redes sociales. Cuando me trasladaron para el campamento todos esos papeles se perdieron.
¿Las reclusas tienen garantizada atención de emergencia?
No. Cuando una reclusa se desmayaba, no había un sillón de ruedas ni una camilla ni nada. Las otras reclusas tenían que cargarla en una tabla de litera y llevarla al puesto médico, que no está dentro de la zona penitenciaria. Una vez a la semana, la reeducadora, si es buena, pasa para que las reclusas se anoten en una libreta si necesitan un chequeo o una consulta. Pero los especialistas vienen cuando se acuerdan. Si las reclusas necesitan hospitalizarse por alguna razón, pasan meses. Hay mujeres que están quedándose prácticamente ciegas o muriendo por temas de diabetes y otras enfermedades, y las autoridades no hacen nada.
De vez en cuando venía una estomatóloga, pero no podía hacer nada porque no tenía empastes o estaban vencidos, no tenía herramientas esterilizadas. Yo perdí dos piezas dentro de la prisión precisamente por eso, y como yo, muchas mujeres. Cuando estaba en el campamento, me esterilizaban con un pedazo de papel cuando tenían que inyectarme por alguna crisis de migraña. Allí no hay nada. De hecho, mi hermana me comentaba hace poco que ahora no hay ni jeringuillas. Las reclusas tienen que inyectarse con las mismas jeringuillas y agujas que ya usaron.
Antes mencionaste que te vio un psiquiatra. ¿Eso es habitual para el resto de las reclusas?
No, a las reclusas no les dan asistencia psicológica ni psiquiátrica. Allí hay mujeres recluidas por consumir drogas, por ejemplo. Pero esas mujeres no duermen porque no tienen medicamentos que las ayuden. Después de mi segunda huelga de hambre, me llevaron a una psicóloga civil, según me dijo ella. Todo eso es manejado por la Seguridad del Estado, que promueve un trato diferenciado hacia los presos políticos y de conciencia cuando ocurren este tipo de acciones.
Además de eso, ¿crees que hay prisioneras que reciben mejor trato que otras?
Por supuesto. En la prisión hay negocios entre algunas reclusas y oficiales. A mi hermana, por ejemplo, una reeducadora quiso quitarle su cama para dársela a una reclusa sancionada por malversación. Cuando queríamos coger un poco de sol, sacaban a algunas mujeres y a nosotras no. Cuando entramos a la prisión, nos amenazaron con que no tendríamos visita si no nos vacunábamos, pero a otras mujeres sí se las permitían aún sin vacunarse. Esa vez no dejaron entrar a nuestras familias. Mi hermana protestó. Fue la primera ocasión en que la llevaron a una celda de castigo.
¿Existen instalaciones especiales para las reclusas embarazadas y recién paridas?
En el hospitalito hay una sección para ellas. A algunas les otorgan libertad condicional, pero a otras no. Ellas tienen un médico que las atiende por el día. Por la noche está el médico de toda la prisión, que por lo general no tiene experiencia con embarazadas ni bebés lactantes. Cuando el bebé cumple un año, si no tiene familia que se encargue, lo llevan a un hogar para niños sin amparo filial. Esas despedidas son desgarradoras. Hace poco supe de una reclusa que primero se plantó y después se coció la boca porque hace como 11 meses que no la llevan a ver a sus hijos, que están en uno de estos lugares.
¿Fuiste interrogada por la Seguridad del Estado mientras estuviste presa?
Sí. Los interrogatorios eran en cualquier oficina, solo con ellos, porque no les convenía que ningún oficial de la prisión estuviese delante. En una ocasión, el oficial Abel me dijo que tenía que cooperar si quería que me fuera mejor en la prisión. Le dije que eso era una falta de respeto, que mis principios no eran negociables ni siquiera con mi libertad. Después, los interrogatorios aumentaron cuando mi hermana, Lizandra Góngora y yo nos plantamos. Yo estaba en ropa interior porque no me ponía uniforme, y vino uno que supuestamente se llamaba Daniel a amenazarme. Me dijo que si seguía así podía haber consecuencias severas para María Cristina y Lizandra, que tenían condenas más largas que la mía, que era de tres años. Le repetí que mi posición no era negociable, que éramos inocentes y exigíamos libertad inmediata.
¿Sufriste algún tipo de tortura durante esos tres años?
Física no, ellos se limitaban mucho con nosotras. Pero psicológica sí. No llevábamos un mes en el Guatao cuando me separaron de mi hermana. Estuve 45 días sin verla, a pesar de que solo estábamos a unos metros de distancia. Tuvimos que hablarle fuerte a un oficial de la Seguridad del Estado para que nos permitieran vernos al menos diez minutos una vez a la semana. Además, nuestras visitas familiares eran separadas. Solo nos unieron durante las últimas tres visitas de mi madre, antes de que falleciera. Otras veces nos decían que íbamos a tener una visita y después era mentira.
Un día pedí permiso para ir a visitar a mi papá, que estaba en el hogar de monjas de Bejucal. La Seguridad del Estado se demoró siete meses en autorizarlo y solo accedieron cuando hice una denuncia por teléfono. Por cualquier cosa nos ponían en la celda de castigo, como para que nuestro perfil se mantuviese bajo. Todo eso lo siguen haciendo impunemente y fue la razón de que me diera una parálisis periférica facial. Pero su mayor error fue meternos en prisión porque vimos la manera inhumana en que viven los presos en Cuba, sin ningún derecho, y les abrimos los ojos a muchos.
¿Te colocaron alguna vez esposas u otros medios para inmovilizarte?
Esposas, sí. Una vez fui testigo de una golpiza abusiva de dos oficiales contra una menor. Pedí que las bajaran del cargo y me llevaron esposada a la dirección. Cuando mi padre falleció, nos llevaron esposadas a mi hermana y a mí. Solo nos dejaron estar media hora y por separado. Mi mamá falleció tres meses después y también me llevaron esposada, 45 minutos. A los presos comunes les dan dos horas para estar en el velorio y a veces hasta en el entierro, pero a nosotras no.
¿Supiste de alguna muerte o intento el suicidio bajo custodia del Estado?
Intentos de suicidio, unos cuantos. Vi a una muchacha en el Campamento Ceiba 4 coger una cuchilla para cortarse las venas producto de la represión y las torturas psicológicas de Aylin, la jefa de Orden Interior. Por suerte pudimos socorrerla y quitarle la cuchilla a tiempo. Esas cosas afectan muchísimo a una. En la prisión las presas también se pican los brazos, los muslos, porque es demasiada la represión y esa es la manera que tienen para drenar la ira, el dolor, la injusticia. Traumático, es la palabra.
¿Las presas pueden presentar quejas dentro de la prisión?
Una vez fueron unos fiscales para reunirse con las reclusas y conocer sus quejas de manera anónima. Casi todas hicieron sus planteamientos y denuncias, pero después las autoridades de la prisión tomaron represalias contra ellas: las pusieron en celdas [de aislamiento], les quitaron visitas, llamadas telefónicas. Desde entonces, tienen miedo de decir algo cuando va alguien de la Fiscalía.
¿Fuiste llevada a juicio disciplinario en la prisión?
Sí, igual que mi hermana y Lizandra Góngora. Eso es como la Santa Inquisición, porque ellos te acusan, pero [en la práctica] no puedes defenderte. Pides la palabra y te mandan a callar, violan todos tus derechos. En algunos casos hasta dan golpes, que los escuchaba yo desde la celda de aislamiento, que estaba al lado de la oficina donde hacían esos juicios. Da mucha indignación que te acusen de algo que no hiciste y que tampoco te escuchen cuando intentas mostrar tu verdad.
¿Te ofrecieron la posibilidad de estudiar y trabajar dentro de la prisión?
Ellos dicen que en las prisiones de Cuba se hacen actividades de tratamiento educativo, pero todo es mentira. A las reclusas las obligan a ir y tomar clases, aunque tengan 12 grado y sepan todo lo que les dan. Respecto al trabajo, yo nunca salí a nada de eso, como tampoco mi hermana, ni Lizandra Góngora, ni Mariuska Díaz Calvo. Hay otras presas del 11J que sí lo hicieron, aunque fue tiempo después de llegar que se lo ofrecieron. Les permitieron salir a barrer, estar en el comedor, esas cosas. Muchas lo hacen por su estabilidad emocional, porque afecta mucho estar tras las rejas tanto tiempo, eso hay que entenderlo.
¿Te permitían practicar libremente tu fe cristiana dentro de la prisión?
No. Éramos varias mujeres cristianas que hacíamos reuniones de oración, hasta que nos las suspendieron. De hecho, a mi hermana la cambiaron a otro destacamento para evitar esas reuniones. Después me permitieron acceder a la asistencia religiosa, pero a mi hermana no. Tuvimos que batallar para que la autorizaran. A otras también se la negaban. La mayoría de las mujeres a las que ellos permitían salir era para que nos vigilaran.
Hablemos de la comida…
La comida es muy poca y mal elaborada o echada a perder. A las 6:00 de la mañana me daban de desayuno un té de hoja de mango o aguacate, sin azúcar, o un jugo echado a perder, que parecía más vino; una mermelada caliente y echada a perder —cuando la daban— y un pan agrio. De almuerzo y comida, una ración pequeña. Plato fuerte, cuando se acordaban. El agua es de la cisterna y de allí han sacado hasta perros muertos. A veces, en tiempo de frío, servían un té sin azúcar, dependiendo de la oficial de guardia que estuviera. En las prisiones cubanas se pasa mucha hambre. Hay mujeres desnutridas que necesitan una dieta balanceada y no se las dan.
¿Podían usar ropa personal en la prisión o solo uniforme?
Uniforme, tanto en la prisión como en el campamento, lo cual es un problema debido al calor y la poca ventilación. Nos salía hasta dermatitis. Cuando cierran los destacamentos, te exigen que la ropa sea del mismo color y tipo de tela. Pero hubo un problema con eso porque las jefas de Orden Interior requisaban aquellas ropas que ellas creían que no estaban acorde al reglamento y luego decían que las quemaban, pero era mentira. Se las ponían ellas.
¿Te suministraron ropa de cama?
Nunca. Cuando hay, les dan dos sábanas a las que entran. Cuando no, las guardan para las presas benéficas, las que no tienen familia. Lo mismo con el uniforme. Hay presas que llevan tres, cuatro, cinco años con el mismo, ya desgastado, descosido. Tampoco hay condiciones para lavar. Hay que esperar a que pongan el agua y no todas pueden mantener la misma frecuencia de lavado, porque en la prisión solo te dan un jabón de baño y uno de lavar al mes y una pasta dental cada dos meses. Nada de papel sanitario ni toallas sanitarias.
¿Podías comunicarte regularmente con tu familia?
En la prisión, una vez a la semana, cinco, diez minutos. En el campamento los teléfonos están abiertos todos los días, pero rotos, y las autoridades no los arreglan porque no les importa. Las mujeres pasan días, semanas, meses sin poder comunicarse con su familia. A veces tienen que esperar a salir de pase para saber cómo están sus hijos. Cuando fui a corte disciplinaria, estuve dos meses sin teléfono, sin saber de mi familia, salvo cuando otra presa me hacía el favor de llamar. También me quitaron la visita familiar y el pabellón conyugal.
¿Tus familiares sufrieron represalias por tu encarcelamiento?
Sí, mi esposo actualmente no trabaja porque la Seguridad del Estado llamó a su jefa y le dijo que tenía que expulsarlo. También lo han citado muchas veces y amenazado con meterlo preso si no deja de hacer publicaciones. A mis hijos una vez no los dejaron participar en una actividad por el Día de los Niños; esa noche no durmieron. Tenemos un punto de control en la esquina de la casa. Por todos lados recibimos represalias, esto no se acaba.
¿Crees que las autoridades tienen la intención de reducir al mínimo la diferencia entre la vida en prisión y en libertad, como debería ser su objetivo?
No. Nosotras llegamos a la conclusión de que ellos necesitan presos como mano de obra barata. Las mujeres que están en campamento, por ejemplo, limpian hospitales, oficinas. Muchas están por delitos comunes y tienen buena conducta, pero no les dan la libertad condicional hasta que están a punto de cumplir sus sanciones. Tampoco les aplican la Ley de Procedimiento para que puedan estar al menos tres o cuatro días con sus hijos. No les importa su salud, el que haya pasado su tiempo fértil, que sus familias se derrumben, que sus hijos estén en hogares para niños sin amparo filial. Hay mucha represión y la calidad de vida es pésima. En vez de crear una atmósfera de paz para que la estancia no deje tantas secuelas negativas, el trato hacia ellas es recio.
Publicación fuente ‘DDC’
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