Yenisel Osuna Morales: La dimensión poético-agresiva de Eldy Ortiz / El cuerpo informe, la sociedad degenerada

Artes visuales | 18 de octubre de 2024
©Ortiz, ‘S/T’, 2020

En medio del pluralismo artístico de la postmodernidad, Eldy Ortiz Díaz (La Habana, 1994) se arrima a la tradición expresionista en sus formas figurativas, postulándose así, como uno de los partidarios, jóvenes, de lo que pudiéramos llamar un renacimiento o reivindicación del subjetivismo. Con ello busca la dimensión poético-agresiva que le permite este tipo de imágenes y al cabo de unos pocos años de carrera ya ha creado todo un universo autónomo de personajes ambiguos y deformes –como los describe en su statement–que pueblan su obra en alusión a la condición degenerada de toda una sociedad. 

Eldy retrata al hombre, o a lo que sea en que este se haya convertido, o lo que sea que este haya tocado y modificado con su actuación. El hombre aparece en su obra como el centro de sus propios actos y sus propias consecuencias. Degenerándose y el entorno degenerándose alrededor de él. Pone atención al cuerpo humano, y busca el valor sicológico de ese cuerpo y la dimensión emocional que sea capaz de soportar, a la manera de una Marlene Dumas. Le sobran la certeza anatómica y la descripción verosímil. Se acomoda al vocabulario expresionista. Es así que la figura humana -el comodín- aparece en sus representaciones, deformada, retorciéndose, extraña, alienígena, incómoda. Y Eldy nos obliga a mirar la imagen incómoda, lo mismo en sus fotografías o performances, que en sus pinturas y dibujos (dibujos que no son bocetos u otra cosa intermedia sino obra en sí misma, según nos aclara en su portafolio). Y en cada uno de estos medios -en los que ha encontrado un espacio prolífico para la expresión, y que domina muy bien- nos obliga a mirar cosas terribles, formas perversas en las que parece haberse transformado el sujeto genérico. 

©Ortiz, ‘S/T’, 2021

Una mano sujeta fuertemente la cabeza de alguien, tan fuertemente que a la figura comienza a salirle un verde enfermizo de su cara, un negro putrefacto de su boca, a embotársele los ojos y a ennegrecérsele el cuello (Posesión. De la serie: Sujeto Omitido). Otro cuerpo flaco está de rodillas, su rostro no se le ve, lo tiene metido en los pantalones de alguien, y se le ha puesto el cuello azul por la felación que lleva ya tiempo haciendo (Ceguera. De la serie: Sujeto Omitido). Una criatura aparece también, acostada sobre una mesa y un hombre detrás de ella le mete el dedo por uno de los ojos como si la membrana estuviese formada por una sustancia gelatinosa (El nacimiento. De la serie: Sujeto Omitido). Y hay figuras, vagamente humanas, que caen sobre sus propios excrementos; niñas uniformadas a las que se les desaparece la expresión pueril del rostro para convertirse en seres monstruosos; cuerpos desmembrados, amordazados, maltratados, desechados, olvidados; hay una multitud impaciente que se arrincona en la entrada del espacio mientras un personaje espera dentro cargando un bulto ensangrentado…(Performance y video-proyección). Todo esto en sus imágenes. Y Eldy nos obliga a mirar. Nos obliga a todos sin excepción. Nos incorpora en el acto violento, inclusive si nos resulta ajena la experiencia de la violencia. Nos obliga a sacar de un lugar extraño dentro de cada cual, el compromiso de mirar. Y una vez colocados frente a estas cosas terribles, no queda alternativa que ponerse el traje de víctima o de victimario. Lo imagino diciendo que hay que narrar el horror de la violencia, porque la violencia -la violencia en todas sus formas- se ha convertido en un aspecto natural de la vida y hay que arrebatarle esa normalidad. 

©Ortiz, ‘El encuentro’, 2020

Uno mira. Será porque lo terrible nos lo presenta en clave simbólica. Porque lo estereotipa y lo escenifica. Porque no hay nada explícito en ello. Inclusive cuando hace todo lo posible para que la imagen nos produzca repulsión, uno mira. Y en la mirada se antepone la metáfora, el color fauvista, violento, un color precioso y vivísimo; la figuración travestida a veces con formas fantasiosas, surreales y raras. Uno mira cómo compone la imagen, cómo encuadra. Lo bien que usa la luz, los atrezos, lo terriblemente hermosos que lucen los actores en sus fotografías. Uno se pregunta si son actores o personajes reales prestados a la actuación. Uno mira. Recuerda a Kirchner, a Kippenberger, recuerda de nuevo a Marlene Dumas. Recuerda y compara la visión trágica del mundo de los expresionistas de siglo XX, y de cómo Eldy, como ellos, también busca abordar al hombre angustiado, pervertido, degenerado. 

Eldy nos dice: Mis personajes no narran nada, están cautivos de sus pensamientos, estados de ánimos y situaciones. Pero bien sabe que narran. Quizás, no desde la escena anecdótica, pero sí, desde su capacidad de simbolizar, reflexionar, criticar, e inclusive de reflejar un tiempo y unos hechos muy específicos que aunque no aparezcan explícitamente representados, puede uno inferirlos desde la densidad expresiva de la imagen y las claves muy sutiles que esta nos ofrece. Eldy narra desde el cuerpo representado y le coloca a este cuerpo un gran peso político y social. Narra desde la deformación de las figuras, desde la omisión, la destrucción, desde el montaje de cuerpos y espacios violentos y enrarecidos. En su obra lo representado, tiene eso, sostiene la tremenda responsabilidad de una escena donde la sociedad contemporánea se mira tirando pendiente abajo sus mejores valores, que caen por todas partes, desperdigados.

Publicación fuente ‘C de Cuba’