Fernando Palma Barahona: La trizadura / Notas sobre ‘Rabo de anti-nube’ de Lorenzo García Vega
¿Quién fue Lorenzo García Vega? Las piezas de su obra, en conjunto, ¿pueden responder a esa pregunta? Si sí, ¿eso significaría que la escritura de Lorenzo, permítanme llamarle así, se sostiene en un proyecto? ¿Lorenzo es un personaje en sus propios diarios, aunque sus diarios no sean ficción? O mejor, ¿su identidad se dispersa en una proyección escritural? ¿La escritura sólo es arte? ¿Qué es el arte? Y entonces, ¿qué es lo humano o la ficción? En otras palabras, si es posible entendernos, ¿cómo se hace y de qué nos sirve? En la última etapa de su vida, Lorenzo se consideró un diarista y, si se revisa su correspondencia o sus entrevistas, se puede notar de inmediato que no hay una diferencia de estilo entre su habla, la escritura cotidiana que implica un mail o un simple mensaje y sus diarios. Lorenzo nunca dejó de ejercitar su escritura. Lorenzo nunca soltó el impulso que lo dejaba en la página, aunque a veces, más que un impulso, la página nos repele con la fuerza de una ola, una pared blanca de espacio en la que es difícil entrar. Claro, creo que puedo intentar entender el juego de Lorenzo. El diarista no está comprometido con las formas poéticas, sean oficiales o no. El diarista no es un autobiógrafo, no responde a la estructura tradicional del libro ni escribe con la intención de que su vida sea fácilmente secuenciable en una serie de hechos claros, sólidos, que pudiesen analizarse para la posteridad: escribirse, para el diarista, es parte de que su vida simplemente sea. Sí, porque la idea de literatura tiene mucho que ver con lo que hace de ella la posteridad y el olvido. Si quisiéramos hablar de Lorenzo tendríamos que, entonces, disertar sobre el diario como forma; sobre el sueño como artefacto, sus relaciones con la muerte, la amistad y el ser; pero esto es más fácil de decir que de hacer y más fácil de hacer que de acotar, y Lorenzo demuestra que, conforme uno envejece, escribir se torna imposible, pero aun siendo imposible escribir sigue siendo más fácil que otra cosa. Quizá toda escritura con afán poético tenga su origen en el sueño. Libros y poetas sobre esto no terminaríamos de enlistar nunca, aunque supiésemos por fin definir lo que una cosa como el afán poético pudiese significar. ¿Qué es lo que hace entonces tan particulares los diarios de Lorenzo? O bueno, qué sería lo que los ha hecho tan particulares para este ensayo. Habría que mencionar un punto muy importante casi antes de entrar a la escritura de Lorenzo. Hay autores en los que el nexo entre vida y obra es fuerte, pero en Lorenzo vida y obra son lo mismo. No hay nexo ni diferencia. Quizá yo no tenga manera de sostener esto más que apelando a la lectura de estos diarios que aquí rondamos. Si he de explicarme, diría que la metáfora en la escritura del Rabo de anti-nube no yace en la estructura retórica sino en la viva acción que subsume su delirio espiritual. Capas y piezas. Dos palabras clave para entender lo que aquí pudiese haber por entender.
Las capas refieren a la acumulación de los días, al paso de los años y al envejecimiento enfermo; los recuerdos que al encimarse se distorsionan y que, con el paso del tiempo, se tornan blancuzcos por exposición a la luz, como si entre sueño y escritura hubiese también un proceso de fotólisis, quizá la luz como retroalimento de la escritura del sueño, quizá al revés. Las piezas no refieren a la memoria sino al sueño, a los trozos de sueño que Lorenzo logra arrancar hacia la página y que usa como flujo y canal de escritura disparatada. La pieza es siempre tratada como símbolo, como acontecimiento con potencial significancia y revelación: como iluminación. Pieza y sueño. Y el sueño, salta de planos o de pasados, o de presentes o futuros; la trascendencia le es inherente tanto como si las distintas épocas fuesen sólo sus múltiples valencias y a su vez, el sueño esté asociado a lo fantasmal, a la circulación vital que hay también en la muerte y en lo que ocurre dispuesto a ella. Lo fantasmal y lo cotidiano igual van de la mano de la escritura:
Octubre 18. Un sueño en que estoy a punto de ganar con un boleto que contiene siete sietes. Pero lo malo es que el boleto pertenece a otra persona.
–Vives en una tumba –me dijo–. Pero lo peor no es solo vivir en una tumba, sino también, como me ocurre algunas veces, llegar a saberlo.
(García Vega, 118)
El diario es una no-estructura. El sueño es una sustancia transmutada alquímicamente en tinta y papel. Ambos son o pretenden ser ese médium de liberación alucinante para el pensamiento. Puede que uno de los objetivos de Lorenzo se perciba en una de sus más fascinantes obsesiones: la de exprimir el sueño y escribir fuera de los relieves del lenguaje. Extraer de ese acto porífero nuestro propio secreto. No sólo aquello que, inconscientemente o no, bloqueamos, también eso que nos bloquea. Eso que alguna vez nos hizo felices y al paso de los días se ha hundido progresivamente en el olvido. El odio que viene del miedo y la frustración impregnados en una ironía vacilante como la misma estructura sintagmática de las frases del diario, que ya no se sabe si cumplen o no su función o si tienen o no función alguna. ¿Cómo entonces se deja que caiga del lenguaje la cáscara literaria para ponernos en esa crisis activa y recíproca? En Lorenzo, rencor y gratitud revueltos en el afán por la lectura. La vida que ahí se le fue. En la cita, una fecha concreta tensando el nudo o hasta rompiendo el límite entre lo onírico y su referente extratextual; el evanescente sabor de la victoria en la inminencia de la pérdida; de los números en el boleto sentimos al azar contra nuestro esfuerzo por comprender lo incomprensible; me refiero al caos natural en la secuencia infinita del todo y, esa magnitud también nos la deja sentir la fecha, ese punto imperceptible en los anales de la eternidad que pudiese ser el único o el último remanente de significado, el vestigio que el alma alcanza a dejar. También vemos el diálogo con los muertos, que es siempre enigmático y pedagógico, como si la muerte algo nos enseñara desde el sueño. Por último, lo que se sabe, que como no concurre, indica olvido. Es decir, como no siempre se sabe lo que se sabe, intuimos que es porque a veces se logra olvidar.
Aparece el olvido al final del esfuerzo por recordar un sueño y materializarlo. Olvido y sueño siempre han existido juntos.
Y se escapa un elemento más, ¿quién sería ese que en este sueño de un octubre 18 le dice a Lorenzo? Ocurre que muchas veces el extremo detalle en simbolizar frivolidades resalta en el diario, como en este caso, la ausencia de rostro de muchos de esos extraños personajes que irrumpen desprevenidamente en ese plano mezclado de sueño y realidad que es la página del Rabo… ¿Qué podríamos ganar de nuestros sueños si nos atreviésemos a encontrar en ellos el significado de nuestro miedo, de aquello que hemos querido olvidar? ¿En qué medida la página se modifica cuando forzamos ese mecanismo repelente y qué es lo que sostenemos cuando leemos este diario? Lo fantasmal, es decir, lo onírico en este tomo de los diarios de Lorenzo tiene toda la tangibilidad del cuerpo presente, no sólo la pálida transparencia de la presencia de una ausencia. El fantasma es, por descomposición, también fecalidad, en los diarios aparece como un deshecho corporal y lleva el sello del autoanálisis y la lectura: lo borroso en lo que alguna vez nos nutrió y ahora bien podría enfermarnos; una textura que viene del cuerpo toda vez que le es extraño, incluso Lorenzo insiste en preguntarse si los fantasmas tendrán ano y, sin darnos cuenta, al preguntarnos por el detalle absurdo asumimos la presencia de lo inexistente.
¿Autoextrañamiento como descomposición y descomposición como purificación? Quién sabe. Seguro mucho de lo que se tocará en este ensayo puede ya haber sido tratado por otras personas.
Lo cierto es que al desechar nos deshacemos de algo pernicioso, pero nos deshacemos. Al deshacernos de parte de nosotros mismos nos acercamos más a lo que queremos ser, lejos de lo que fuimos descubrimos que sólo eso mismo hemos podido ser. Eso también nos da un aire fantasmal, será que sólo así podemos habitarnos como en el exilio de Lorenzo, que a esas alturas de su vida apenas y salía a las calles, no de Miami, sino de la Playa Albina, nombre que le dio a su propia vivencia enferma en territorio extraño (y gran ejemplo de ese mecanismo de ficcionalizar lo real, partiendo el nombre), a caminar unos minutos por recomendación del cardiólogo. Puede ser que ahí podamos encontrar también lo sarturniano-hipocondriaco que el Rabo… invoca desde su inicio; me refiero a ese proceso alquímico de transmutación en donde la nigredo es sólo una fase hacia un estado material superior. Pero deshacimiento corporal hacia una elevación espiritual no es precisamente lo que caracteriza a estos diarios, o no solamente. Más bien, en Lorenzo García Vega ese proceso es más un bucle que el trazo recto hacia un espíritu absoluto. Igual se puede ir de un estadio elevado, en el que, como se expresa, se participa en la luz, hacia una triple hipoglucemia. Una forma de terror puede ocurrir en cualquier instante; este diario niega su propio proceso, dándole el tedio social del trámite burocrático a lo “onírico-espiritual”; su impulso es repeler su impulso, lograr la poesía evitándola como quien logra ver los ojos de una amiga a través de los agujeros de una máscara bizarra. Las máscaras y rostros de la poesía y obvio ya, sus respectivos reversos-Poesía[1], que era lo más bueno en el mundo para Lorenzo y Marta, su esposa, claro. Habría que hablar también de eso cuando él no nos ocupe tanto; de Marta en la escritura de Lorenzo; de las máscaras y poses literarias que él tanto burló; de la excluyente consistencia de los círculos académicos; de los errores de la izquierda y la derecha cubana; de la nimia humanidad en la figura idealizada de Lezama y del “maestro-poeta”en general; de lo mucho que Lezama Lima le cambió la vida desde aquel instante que contiene la génesis de Los años de Orígenes, en La Victoria, aquella librería de La Habana, que por cierto ya no existe, cuando le gritó a Lorenzo, como bien recuerda Jorge Luis Arcos en su Kaleidoscopio, con esa voz que debiera tener sólo Lezama, que leyera a Proust; pero ese no es mi asunto; pues, ¿a través de qué, existe lo inexistente?
Triza es un añico, una partícula de sueño tan pequeña que cabe en una letra. La trizadura es una puesta en crisis de ese “lenguaje literario” que alguna vez prometía darnos identidad através del rediseño espiritual de la memoria o el libre ejercicio del corazón por medio de lapalabra dispuesta hacia la página y, como diría Octavio Armand [2], contra ella,“pues lo que va contra la página la modifica”. Un trazo que destruye. Es cierto que se trata de una noción un tanto “negativa”. De hecho, hay mucho de paratáctico, en el sentido adorniano del concepto, en el flujo imaginario que va desenvolviendo los sueños como se pela una fruta, al menos de este tomo de los diarios. Es decir, que no es sólo que en favor de una ironía en el Rabo… se mezclen épocas, mitologías, personajes ficticios o históricos, citas textuales a la vieja locura por la que constantemente Lorenzo se pregunta, sino que esa es la estructura imposible del sueño accionado desde una escritura vieja y enferma, que busca autodesintoxicarse a la manera en la que propone Teofrasto Paracelso en sus tratados alquímicos. Hay varios ejemplos de esta negatividad que opera todo el tiempo haciendo del síntoma un símbolo y viceversa:
Noviembre 5. Despierto a medianoche. No sé por qué, me asaltan los recuerdos de viejísimas escenas familiares. ¡Las familias!, depositarias de un sádico, inconsciente podrido.
Por un rato acudo al bastón. Temo perder el equilibrio.
La figura de la muerte: Hades, Diablo, Yama. ¡Qué hacer para que esta figura, cuando aparezca, este dulcificada?
Por la mañana, estuve intentando escribir unos haikus albinos.
(García Vega, 122)
Lorenzo es modernísimo. Su escritura está repleta de contradicciones o de terror combinado con espasmos divertidos. La única constante que pudiese haber es la que desahoga el miedo a través de una escritura ensoñada y humorística. En los diarios de García Vega los recuerdos familiares no son precisamente gratos. La infancia sí, pero la infancia es otra cosa. En cambio, por ejemplo, la figura de esa madre lacaniana que lo persigue y atosiga constantemente en el plano astral es una de las muchas manifestaciones del miedo profundo que siente, ya incluso sabiéndose muy viejo; del anacronismo como mecanismo interno al absurdo; asimismo, la pesadilla es al mismo tiempo un síntoma de su enfermedad y una estructura en su diarística ensoñada; por otra parte, la línea sanguínea aquí sirve al autoanálisis forzado por la pesadilla. Los recuerdos asociados a la familia ocurren, como se dijo, como un asalto, o sea, como la irrupción violenta e intempestiva de una otredad que algo necesita arrebatarnos. El viejo Lorenzo resiste. El bastón le recuerda todas sus debilidades, pero con él igual va aprendiendo nuevos juegos, nuevas formas de sabiduría, empieza a ser como un símbolo de la condición de su escritura de sonámbulo, tambaleándose entre planos, sosteniéndose apenas por la gratitud que una curva confiere a una prótesis extraña. Y de nuevo la muerte, en esa sustancia que se quisiese endulzar y que lo lleva, casi en automático, a la página, y que, de alguna forma, nos anticipa a esa amargura, un camino. Y claro, el intento de escribir un haiku albino, que sería algo así como la anti-forma literaria. Ya ni hablar por ahora del elemento nocturno, pues igual en los diarios de Lorenzo ocurren daydreams. Por supuesto, el Rabo de anti-nube es consciente de estarse escribiendo hacia un lector particular y el esfuerzo de Lorenzo está en intentar catalizarle una forma a esos diarios: y el recuerdo es partida y retorno; patria y parto. Si bien hay temas que se pudiesen articular desde los tomos, ¿qué sentido tendría?
Antes que nada, ¿qué hay que decir sobre el rabo, por ejemplo? El rabo es una cola, un apéndice sumamente flexible que ayuda a los animales como los perros, peces y monos a mantener el equilibrio y dirigir el cuerpo a través de su medio o su elemento. La nube es una contradicción. Es una doble forma de agua y aire contenida en su cambio. La anti-nube entonces es la contradicción de la contradicción [3], como diría el gordo Lezama; es decir, la no-cosa que resalta la catacresis del lenguaje al eludir sus mecanismos reificantes con una imagen imposible. En El alma y las formas hay un fragmento que dice así:
Toda imagen es de nuestro mundo, y la alegría de esta existencia brilla en su rostro; pero recuerda y nos recuerda algo que en algún momento existió, un cierto lugar, su patria, lo único que en el fondo del alma es importante y significativo.
(Lukács, 21)
Mundo, imagen, alma, sueño, patria, madre. En la visión de Lukács y en la escritura de Lorenzo, la pérdida es inmanente a la imagen; la imagen que aquí sería lo atribuible a cada pieza de sueño en su propia existencia y en su conjunto existencial y que en Lorenzo nos posibilita participar de una nueva manera en el mundo; a descubrir el carácter fragmentario de lo alegre en ese recordar que nos lleva a perder la cordura, es decir, a vaciar los pozos de nuestro ser para encontrar en la insignificancia la inminencia de las cosas. Si es que el alma tiene fondo, y en ese fondo hay materia significable, ¿sería esa extraña nube de Lorenzo la invención del retorno hacia esa patria primera en donde nos pudiésemos encontrar aunque no hayamos aprendido a conocernos u otra forma de vacío? ¿Cómo brilla la existencia en la página y cuál es el reverso de la imagen? ¿He aquí un proyecto vivo y a la vez una proyección vital? Sí que hay mucho de eso en estos diarios. Pensemos por ejemplo en uno de los dos epígrafes que Lorenzo eligió, la cita del inglés Aleister Crowley: “Arrástrame con cuerdas que no existen”[4]. Para empezar, cuando un epígrafe antecede a un texto, anuncia su sentido. El epígrafe es como una insignia que el texto porta constantemente y pone de manifiesto el mecanismo del recuerdo en el lector. El Rabo… no suelta su corona, García Vega aprovecha la extraña frase de Crowley para sujetar el sin-sentido, la frase la cita varias veces al igual que repite textualmente sueños enteros en distintos momentos; Lorenzo intenta imaginar las cuerdas, intenta pensar cómo sería si existiese lo que no existe; eso no sólo es que no lo suelte porque sea una obsesión autista, sino que también es su misma deriva, la causa y consecuencia de su atolondramiento antipoético y la grieta por la que se cuela la revelación en sus formas más efímeras y nimias. Una luz que viene y va y que alucina, alternándose con la pesadez de los días que se acumulan como una dificultad en los pasos y en las palabras. Luz porque tratamos con un material enérgico con la capacidad de revelar lo que no vemos. Es cierto que Lorenzo es un diarista, pero también es un paciente en el múltiple sentido de la palabra.Paciente es el enfermo que espera impacientemente ser atendido, que busca, como Lorenzo diría, la “ATENCIÓN”; incluso nos lo escribe en mayúsculas como si se tratara de un letrero en una antesala que le dispone a lo potencialmente significable en su malestar. Pero paciente también es ese ser que no se inmuta con las ilusiones sociales del tiempo y su transcurso, y se mantiene estoico en la espera de algo relatable. En García Vega, la escritura de sus diarios representa también la imposibilidad de una escritura literaria en este doble movimiento, una forma de aguardar el silencio de lo inenarrable. Soñar una escritura imposible no sólo es crear un lector nuevo, es jugar con la posición dialéctica de los distintos mecanismos de recepción: donde antes el lector creía interpretar y comprender, ahora la escritura arroja, espera, hace esperar pues retrasa su función, mientras que uno es esa cosa interna al sueño que se busca.
El lector se vuelve algo así como un proceso compartido; la cuerda entre intertexto con lecturas que se van haciendo a la par de la misma escritura diarística resalta eso en Lorenzo, por ello uno no debe buscar en ella sólo el intercambio entre la página y lo extratextual, sino más allá, como el mismo ectoplasma que Lorenzo quiere extraer de las piezas evocadas de sus sueños manipulados; él quiere extraernos de su sueño como a un espectro, le somos inherentes como una necesidad, pero imposibles como una luz inexplicable. Y un espectro es sólo la aparición repentina de una imagen que no se ha podido significar…, o la difusión de una luz. Entonces, ¿en qué medida los fantasmas nos ayudan a olvidar?
La muerte va también transmutándose en los diarios de Lorenzo; es un ahí, más que un algo, que adquiere nuevos rostros familiares conforme el libro se acerca a su fin. De pronto una secuencia de sueños puede estar marcada por la aparición de algún amigo muerto, como Guido Llinás o Mariano Alemany, quienes, de hecho, nunca dejan de aparecer. El fantasma ha perdido la memoria y el color, se trata de una presencia invasiva que se construye de recuerdos absurdos y contrapuestos al espacio de la Playa Albina que constantemente facilita la crisis de lo mismo, pero siempre con ligeras variaciones, mientras que la muerte se recarga de amistad.
Y aunque por momentos esas figuras borrosas pudiesen ser aterradoras, dejan sólo el miedo suficiente para que Lorenzo pueda seguir explorando sus propios pasajes y lecturas con curiosa extrañeza; acto que modifica nuestro propio pasado y también, por qué no, hasta lo que mañana todavía ha de pasar, pues el pacto de inteligibilidad, como se le ha llamado, está en el intercambio desnudo con lo cotidiano. Claro que esto nos habla también del potencial ontológico en todo cuerpo textual al que se le pudiese considerar híbrido, pero no es exactamente el punto. Lorenzo reconoce esas evanescentes figuras y lo hace a través de la tonalidad en su flujo de forma borrosa: Blanco es el color de lo insignificable. En estos diarios es un detalle estético, al igual que el embadurnamiento de las piezas construidas por Lorenzo, es un color móvil que debemos asociar con el sonido de la muerte, que es el no-ser y la pregunta constante interrumpiendo el proceso cognoscitivo y estimulándole. Tal como el embadurnamiento, el recubrir un cuerpo con crema, le da el efecto de brillo y luz, pues el blanco crea el efecto de que toda la escritura está dispuesta hacia el sueño o de que el sueño está dispuesto hacia la muerte. Los fantasmas, el olvido, los sueños, los disparates, amigos, Miami, la luz; todo parece compartir materia con el mismo ectoplasma que Lorenzo quiere exorcizarse y que es parte del vacío conceptual en el que nosotros insistimos y consistimos junto con él. No significa que el blanco sea un color preeminente por sobre, por ejemplo, el amarillo, que en el Rabo… nos recuerda siempre a la bilis y al azufre, lo enfermo, etc. Esto quiere decir que el blanco es un indicador de aquello último en nuestra propia ancestralidad, puede ser encontrado en el vago recuerdo de un rostro en una frase o en el sueño de un paisaje decadente y enfermizo. Lo blanco, en lo fantasmal, es la muerte que se arrastra como un lastre del que nos quisiésemos deshacer diariamente, aunque también empieza a ser para Lorenzo el oráculo de un cenáculo espectral, aquello que nos incita desde la insistencia a la búsqueda formal de la negación de la escritura que se imposta en lo literario, o incluso, en lo fáctico. Cada vez que Lorenzo escribe en sus diarios, modifica la imagen cuestionándola, expande en potencia nuestra noción de lectura al retrasar la propia precomprensión de lo que se quiere decir y de lo que se es:
Ahora de nuevo: eso. (Eso blanco a que he recurrido, durante tantos años).
Lo blanco junto a un canal. Lo blanco junto a un vertedero. Lo blanco en esta tarde de hoy. Lo blanco paradoja.
Está el recuerdo de una película silente que una vez vi.
Pero lo extraño es, sobre todo, la manera en que, sin que lo sepa comprender, la muerte parece hacer algunas señales.
(García Vega, 444)
En la cita pasada, el blanco, ese protocolor, es también una repetición, pero es siempre modificada por su condición insignificable, por lo que revela siempre nuevos ángulos; es el musgo de la muerte que crece y recubre el recuerdo. Es posible encontrar en las blancas capas que la no-existencia es una dimensión más de la cosa, que en su inefabilidad está su potencial simbólico, por lo tanto, el fantasma en el Rabo… es más un juego de capas que un cadáver flotante. Igual puede tratarse de un cuerpo ausente o una construcción del pasado que, hasta elmomento del sueño, se había olvidado. El fantasma entra o sale al sueño por donde la ausencia distorsiona la memoria perdida del viejo enfermo y nos hace descubrir que, en Lorenzo, no hay nada más familiar que lo desconocido-incomprensible de una imagen borrosa entre la capa blancuzca de una mancha, como si en toda imagen pudiésemos atrapar la reminiscencia de lo que hemos perdido en la forma de un símbolo futuro. Lo cotidiano, materia de lo diario o diarístico, está minado de indicios que funcionan como nexos con lo onírico.
Entonces el recolectar piezas se vuelve en una forma de reproducir la crisis del lenguaje, a cada instante, para no dejar que su cáscara se forme, para reactivar su flujo como Lorenzo cuando caminaba y observaba, sabiendo que lo mismo es siempre, casi imperceptiblemente, nuevo, sabiendo que sólo se llega a saber muy poco, de lo cual, menos cosas se pueden afirmar. Entonces, ya en sentido afirmativo, ¿hay algo que se pueda “afirmar” acerca de la obra de Lorenzo García Vega?, es decir, ¿de la vida que él fue? Que seguirá siendo, por ejemplo, mientras se lo lea algún fantasma. ¿El lector-fantasma es el que está dispuesto a ser leído para que su verdadera relación con el texto sea lo que uno pueda transformar en el otro? Sé que se trata de algo más profundo que un pacto: es más bien un vínculo vital, en el que se nos irá olvidando a nosotros mismos. Ligamen en el que la lectura de una escritura nos reescribe para extrañarnos en la necesidad de lo vivido, y pues así mismo contribuye a trastocar irremediablemente la vida de otros, así y así sigue, como una cadena radioactiva que igual y no se detendrá en miles o millones de años hasta disiparse en una nebulosa. No olvidemos que las nubes, los cúmulos espaciales y los fantasmas son imágenes hermanas, vienen de la adaptabilidad en la inconsistencia, sus formas son las formas de la vida en el conjunto de sus móviles instantes. Uno se convierte en un fantasma también en la medida en que Lorenzo filtra su plano onírico a nuestro plano extratextual, lo que lleva a sentirnos como parte de ese mismo colectivo de presencias blancuzcas, invasivas y cambiantes. Negar el género literario tiene mucho que ver con esa función híbrida, en la que la poesía que se lee no está precisamente poetizando sino negándose hasta el punto en que ya no puede ser negada, hasta que se ve reducida a una nueva forma esencial. Implosión; pero la cosa que se derrumba sobre sí sólo transmuta en otra cosa, ese es el principio alquímico al que Lorenzo recurre casi a manera de una garantía ancestral ¿Eso significaría que hay en los diarios de Lorenzo García Vega algo así como un contenido de verdad? Aquello quizás inmanente a la transmutación en sí. Puede ser. Aunque en él me preocupa más el pozo sin fondo que se abre a cada pregunta que nos arroja, ¿nos arroja hacia la muerte?
Me preocupa más su búsqueda tropezada y personalísima que cualquier verdad inherente a lo universal, que ya llegará, porque en Lorenzo todos los objetos se propagan; la imagen en sus diarios es algo mucho más parecido a una circulación sanguínea inestable, ese flujo casi idéntico que se logra percibir en el recuerdo ensoñado y en la contemplación del paisaje móvil.
Otro elemento recurrente en estos diarios y que pudiésemos pasar desapercibido es la materia de lo cinematográfico, la película. La película tiene múltiples acepciones: refiere a un rollo de material muy sensible a la luz, en el que se imprimen imágenes a manera de secuencia, o también puede ser interpretada como una piel delgadísima que recubre las cosas y el lenguaje. Por momentos los sueños y recuerdos son confundidos con películas mudas que Lorenzo dice que quizá vio. Entonces, igual y esa piel fotosensible sólo puede ser encontrada al ser removida. Esa capa psíquica o celofanesca, como la ha concebido Lorenzo, ¿apunta a que el olvido es, paradójicamente, una acumulación de recuerdos? ¿Un cúmulo hecho de piezas que se destruyen entre ellas? Constantemente el sueño aparece mezclado a esas secuencias cinematográficas silentes, en la que dice más en nosotros el proceso de captar ese conjunto de muecas e imágenes mudas que cualquier cosa que después pudiésemos articular. Nos da la sensación de que quizás en todo lo que decimos viene inmersa ya una lejanía y un silencio, como si el destino de la palabra fuese debilitarse hacia su génesis vacía. ¡¿Quién supiese si el reverso del lenguaje es el silencio o si nosotros somos el reverso de la muerte?! Eso nada puede significar. Lo cierto es que para leer a García Vega hay que aprender de sus obsesiones predilectas, de la repetición que constituye al absurdo de donde brota lo real en él. Otra de sus obsesiones, debemos recordar, es Proust: quién sabe cuántas veces haya en verdad Lorenzo leído En busca del tiempo perdido, pero decía serle muy devoto, como también, le guardó siempre y a pesar de todo, un profundo cariño a Lezama.
Sólo en pensar el montaje de esa devoción, ya se nos vienen muchas imágenes características en la estructura abierta de la no-escritura y vida de García Vega. Porque hay que imaginar a Lorenzo sentado inmóvil por largos ratos tan largos como lo pueden ser las mismas frases de Proust, la sola extensión física de su obra imprescindible, para entender estos diarios, una escritura que perdurará por siempre:
“¡Qué cosa tan rara eso de que unas palabras, dos o tres veces, sólo una frase, unas cosas que se dan al aire, así, a distancia, puedan desgarrar el corazón como si lo tocaran, y envenenar como un tóxico que se ha ingerido!”
(Proust, En busca del tiempo perdido I.)
Esa materialidad de la palabra en su propia intangibilidad, a la cual refiere la cita de Proust, resuena en las nociones ectoplasmáticas [5] en las que el Rabo… nos insiste; la doble potencia de lo inexistente, pues en tanto se le intenta enunciar, el lenguaje incita el proceso de repetición que da inicio a lo cotidiano; un rito en la palabra o frase que se repite dos, tres, más veces. Rito, porque despierta en nosotros una nueva sensorialidad, dispuesta a la captación de lo invisible a través de una sonoridad, pero no quiero insistir en ello. Por ahora nos interesa lo que se nos pueda revelar vía la repetición de la palabra, un medio más por el cual en estos diarios se construye la idea de lo fantasmal ¿La escritura es para hacer existir lo que de otra forma sólo en el sueño no existiría? Como Proust, Lorenzo también tiene presente en su escritura aquello tóxico y aquella existencia-no existencia, que es la combinación de palabras que arrastran al vacío todo pensamiento que no logra comprenderlas. Si no sentido, ¿qué queda en las palabras?, ¿qué seremos? ¿Qué será esa extraña forma de roer el lenguaje que tiene Lorenzo? Por momentos parecen querer consumirse el uno al otro, parece que la repetición es ese intento perdido por salvarse de toda la idiocia de lo social, ese tedio estúpido que parece siempre agarrarnos descuidados; todo para que la escritura no sea el trámite del alma, sino otra cosa, más graciosa, para que las palabras caigan por su propio peso y se nos revele ante los ojos un mundo más desnudo o más ligero, dispuesto sólo a durar muy poco, por supuesto, ese mismo aparato digestivo en la escritura que asimila y descompone el lenguaje se relaciona mucho con la fecalidad que atraviesa a todo el Rabo… y que ya antes habíamos mencionado a manera de un residuo vital propio de la imagen:
Pero ¿qué es lo que me estoy preguntando? ¿Qué es lo que estoy queriendo decir cuando digo que los muertos vieron? […]
¿Lo vimos en una película?
Había una película que una vez vimos, en un cine lejanísimo. ¿Qué significa un cine lejanísimo?
¡Miren, miren! Recuerdos de sangre. Paraíso, desierto, donde una vez quisimos estar.
Pero sobre todo, había, eso sí, un prestidigitador, desde el fondo de la anormalidad.
Callamos todos, cuando esto fue una vez.
El Indio después, con la seda que ostentaba su mano derecha, reapareció (según lo pudiera haber contado Teofrasto, y según, seguramente, lo intuyo Jarry) tres veces.
3, 3, 3, antes de morir, tal como lo estoy diciendo.
Tres veces para después morirse, repito.
Repito y repito.
Es que hoy es un domingo de cielo gris de agosto, horrible. Un domingo sobre el cual no hay nada que decir.
(García Vega, 451)
¿Se puede resignarse a la insistencia? ¿Por qué es que uno ha de vivir como pujando sus paredes internas? Mas la repetición nunca es la misma, como vemos, está inmersa en un movimiento espiritual que constantemente modifica la frase para no hacerla llegar a su sentido sino sólo para tender hacia él o para retrasar al silencio como si fuese la cola de la palabra, el inicio que da impulso y llega después a lo plausible. Puede que sea ese absurdo un intento de Lorenzo por salvar algo de eso que por siglos ha sido “lo literario”, otra cosa que sería esperable de él, que fue un lector tan empedernido como pocos. ¿Y esos “recuerdos de sangre”? Porque aquí ya es obvio que todos somos los muertos que vemos convivir, callamos lo imposible, pero esa sangre, esa materialidad en lo inexistente con la que se puede contactar, sólo está en el sueño como residuo, es la forma revuelta de algo que fue. Pero como es algo que fue y ya no es, es inexistente y repetitivo. El residuo, la triza, tiene esa doble cualidad de ser el algo de la cosa que fue. Por ende, lo fantasmal tiene que ser necesariamente residual y sólo puede intentar ser capturado en movimiento pleno, de otra forma, se desvanece y si se acumula, se transforma en otra cosa. Lo fantasmal tiene su propio principio de incertidumbre. De nuevo vemos que la irónica yuxtaposición de capas contribuye a diluir en una sola sustancia lo cotidiano con lo onírico, el sueño y el olvido. Se intuye así desde que se nos hace distinguir entre un fondo y un absurdo. Por otra parte, en la variabilidad de la repetición, se nos enseña el vacío insondable a nuestro interior como la misma posibilidad de una identidad, o un origen, si se prefiere.
Preguntemos; el lugar donde se mezcla lo onírico y la vida diaria, ¿es la página?, ¿es nuestra propia comprensión? ¿es en Lorenzo? ¿Está en el medio entre ahí y aquí? Nuestra comprensión es una posibilidad, pero, ¿de qué manera está en el lenguaje? En estos diarios, no es precisamente la suma de significatividades lo que constituye una existencia, sino que esta, aunque escurridiza, antecede al proceso de significación desde el cual se construye nuestra relación con lo cotidiano; sólo querer estar ahí, en ese lugar que se sueña o se recuerda, puede constituir esa doble dimensión en la que la existencia emerge de lo no-existente, de su triza y no al revés, como si en Lorenzo, al igual que en los planteamientos de Adorno, retomando la comparación de antes, no hubiese creación posible sino sólo recolección de fragmentos de un todo que se encontró partido de entrada, o igual podríamos decir que nuestro deseo posibilita y condiciona toda espacialidad funcional, ficcional o no, de ahí que el delirio del Rabo… en sus ingeniosas invenciones existenciales nos deje un sabor de redención en la pérdida del paisaje transmutado en vacío; perderse así, como Lorenzo, es un esfuerzo sobrenatural por reinventar el pasado, aunque de forma indirecta, como la pieza de dominó que tira a otra pieza de dominó, y de pronto el derrumbe dibuja una ruta en un signo inesperado en su acomodo, que nos guía desde adentro, un sonido y una onda, nada más. Sin duda, el absurdo alucinante, como bien señalaba Adorno cuando habló de la parataxis en Hölderlin, nos exige lo interpretativo como un impulso repulsivo, como si lo inexistente fuese sólo su momento inmediatamente anterior. Igual y todo ese desvío fue para decir que al parecer no estamos en busca de un qué, al cual se le pudiese extraer un significado, sino de un quién que significa. Lorenzo insiste tanto en ese proceso de escritura y resignificación que nos hace olvidarlo en automático. En el remolino de piezas es difícil decir quién pudiese ser ese imán móvil alrededor del cual todas las cosas orbitan; hay tanto movimiento ahí que las cosas parecieran estáticas, como en la metamorfosis de una nube que se debraya lentamente en la mirada, pero, repito, esto sólo es una apariencia, donde lo que más propiamente discurre es una aparición. Parece que la de Lorenzo es una escritura cuneiforme, en donde el hueco y el relieve que genera cuestionar el significado, ahí donde está más que dado por sentado, le regresa a la palabra su profundidad de símbolo, donde a la página se le ha rasgado la calidad de un vacío que no se puede medir pero que nos sirve de cotejo. El relato en el que nos consuma lo que nos consume, es decir, el conjunto de posibles cadenas de acontecimientos rítmicos combinatorios en el que se constituye una sustancia cambiante de materia identitaria que se compensa sólo con la apuesta ahí de nosotros mismos, ahí donde todo lo que decimos está relacionado.
Habían sido muy duros aquellos últimos años de Lorenzo García Vega, llenos de padecimientos clínicos y frustraciones, viendo caras en los ecos del exilio; sin embargo, ¿alguien dirá que le sobra o falta cansancio a este diario? Parece entonces haber en la escritura una estructura invisible, como en la luz, capaz de adaptarse a las necesidades de cualquiera, incluso de alguien consciente de que no puede narrar lo único que le interesa narrar. Porque la no-escritura no sólo significa que Lorenzo repele el ejercicio de narrar lo diariamente acontecido en uno, ya que, si repudia el resultado de ese intento fallido es porque en el proceso ensoñado se hace consciente de que la pura posibilidad de la escritura, como esa necesidad primordial de acercarse a una página en blanco, le dice más de sí que el vanidoso afán de la utilidad literaria que se le agrega al texto como el bastón que sostiene y entorpece el paso al agotado caminante; por el contrario, se busca que toda la opacidad, si hubiese siempre, recaiga en el lector y en su modo particular de aproximación ya que, como se ha dicho, la transparencia, a la manera del fantasma, es un juego de capas encimadas en que el texto nos lleva a ocupar la otredad que antes se asimilaba desde el lenguaje, pues la identidad que se oculta en el diario está en el yo en tanto que cambio. Toda posible enunciación es entonces un incidente imposible, ya dejar de ser lectores es un proceso acumulativo de pérdida y degradación en el que se nos dirige a un vacío cargado de apoteosis. Pero si, aunque sea por un instante apareciera lo inexistente en el sueño, ¿no habría que decir que el absurdo es la apariencia simbólica de un deseo inexpugnable?
Lorenzo no sólo se pregunta por cómo decir lo inefable, también se pregunta por qué se dice lo que se dice cuando se hace énfasis en su calidad de extracto de lo indescriptible y de esta manera hace participar nuestra propia singularidad como si fuese el interior de la suya, cuya necesidad lleva al absurdo, pues el lector es para quien este diario escribe el horizonte de lo indecible como un ectoplasma del que no tenemos evidencia más que en las distintas transmutaciones de las cosas que, aunque se nos muestren de frente, arrastran ya una lejanía perdida. La falta de evidencia en la mirada que da el efecto de que lo que no vemos es más grande que el conjunto perceptible en el presente dado, o que ese estado material invisible puede ser invocado desde el trance entre el sueño y lo ensoñado, rostros de lo vivido y lo inventado, como si cambio fuese la primera condición de lo existente, y ritmo, la percepción del cambio en el cuerpo que llanamente necesita. Lorenzo necesita ser un fantasma, pero también necesita corazón. Un fantasma habita entre planos, como la escritura del Rabo… que transita entre la posibilidad de un lenguaje y la afasia del abismo que sostenemos desde el orden vacío de la secuencia de objetos representados, pero es también una mentira. García Vega igual admite esto, es más, es su misma insistencia contra todo ordenamiento en ese sentido. Y la mentira no tiene que ver con lo que no existe sino con el procedimiento de lo que está siendo inventado a cada momento hasta salirse de nuestras manos, hasta defraudar, hasta ese punto en que como ya no se está seguro de dónde se viene, el origen aparece en su carácter fragmentario; tras la singularidad dada por la imagen que se capta vagamente y en cualquier lugar, interno a la libertad de ir hacia cualquier parte, incluso ahí por donde no hay o no queda camino podemos avanzar con la certeza de encontrarnos una y otra vez con alguien, si lo que al enunciarse no nos dice nada, apela indirectamente a todos nosotros como colectividad extraviada. No vemos al fantasma, pero le vemos morir como la emanación de eso que al no ser será lo que esperaba. Somos como sus amigos, asistimos a la ocurrencia.
Lorenzo no sólo insiste, también nos asiste. La repetición, en la conversación del viejo, es síntoma de que ya se ha olvidado. Es el alivio tedioso de tener que volver a escuchar, cuando sin darnos cuenta, nos ve ya a la cara lo que tanto buscábamos, el desvanecimiento de nuestro pasado como una progresión delicada e imperceptible en la iteración entre pasajes. Lorenzo deja en las páginas de su diario esas huellas sensoriales que nos descolocan, que lo enloquecen en nosotros tal como si siguiera vivo y sigue. Su disparate tiene el potencial de hacernos ver en cada vida una obra de arte, sabiendo que para ello no se necesita saber hacer literatura o entender de poesía o haber leído de cabo a rabo a Proust en el idioma original:
¡Lo que somos y que no tiene nombre! Pensar que, desde eso, hemos construido lo que hemos creído construir. (¿Creído construir?, ¿qué quiero decir con eso?, ¿pues, es que se puede creer que se construye?)
Cuando, en los sueños, algunas veces nos encontramos con un amigo, podemos llegar a entender que siempre se ha mantenido, nuestra amistad con él, en la zona de lo que no tiene nombre.
(García Vega, 584)
La amistad es una evocación de lo imposible. Lo imposible está en la materia que no sabemos ya estar utilizando y que nos llega a horrorizar, emerge de una zona interconectada en la que el vínculo vital se mueve pleno como la luz en el vacío. No es una zona, como un contenedor, en la que se puede ir depositando nuestro recuerdo, sino un campo abierto que nuestra comprensión distorsiona como a una creencia grosera. Como en el nexo vida y escritura, no se puede decir que lo que nos pudiese unir unos a otros a manera de amistad, sea un nexo, sino más bien una mutación recíproca, las almas que busca el alma consisten como la piedra que cae en un pozo sin fondo, no se sabrá sino hasta su último sonido cuan larga fue su trayectoria en el averno. Es decir, vemos el potencial infinito de la fusión, material contenido en suspensión como escape en la indescriptibilidad de lo narrable tal cual, como si se le entregara nuestra vida a otro. No es que esa infinitud no ocurra siempre, es que sólo a veces nos decidimos a irrumpir en esa zona innominal, hasta que nuestra propia invención nos ha vencido. Quizá el lector nunca llegue a comprender la frustración de Lorenzo, quizá él tampoco llegó a entenderla, pero en sus diarios pareciera querer apropiarse de nuestras frustraciones, haciendo que pierdan sentido al absorberlas en el absurdo. De ahí también, por cierto, mucho de lo que comparten el humor y el horror en él, en Lorenzo, porque si lo que decimos no tiene sentido, ¿qué significaría entonces eso que creemos haber perdido?, o, ¿qué significa que uno quiera olvidar cosas que no supo que no entendió? El miedo está entre olvidar y recordar. Puede que el cambio sea nuestra necesidad o el olvido la única garantía de que se puede trascender y que eso no significa estar en una etapa más elevada de la vida. Con plena certeza, ¿quién sabe si no hay en cada hora específica del día un secreto que aguarda la llegada de un humano un poco menos humano? Queda por decir que, al soñar, no hay certeza de lo que pasó; al despertar, no se sabe dónde acabará el sueño. El absurdo es intransigente y nos lleva al máximo de nuestra pobre capacidad.
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Agradecimientos / dedicatoria
A Reynaldo Jiménez, por invitarme a lezamar y por todo; por extensión, a Gabriela.
A Tania Favela, cada vez, por guiarme, sin darse cuenta, hacia Lorenzo y por ser mi maestra de poesía.
Bibliografía
Adorno, Theodor W. Notas sobre literatura. Madrid: Editorial Akal, 2003.
Arcos, Jorge Luis. Kaleidoscopio. Madrid: Editorial Colibrí, 2012.
Armand, Octavio. Contra la página. México: Calygramma, 2012.
García Vega, Lorenzo. Rabo de anti-nube, Diarios de 2002-2009. Leiden: Editorial Almenara, 2018.
Lezama Lima, José. “Fragmentos a su imán”, Poesía Completa, Madrid: Editorial Sexto Piso, 2022.
Lukács, Georg. El alma y las formas. Valencia: Publicacions de la Universitat de València, 2013.
Proust, Marcel. En busca del tiempo perdido. Barcelona: Plaza & Janés, 1964.
[1] En 1977 la editorial Monte Ávila Editores publicó Rostros del reverso, otro diario. Esto resalta dos de las obsesiones que acompañarían a Lorenzo toda su vida; el reverso de la cosa, la cara que se oculta, y la escritura diarística.
[2] Octavio Armand publicó un libro de ensayos reunidos titulado justamente así, Contra la página, bajo el sello de la importantísima editorial española independiente, Caligrama.
[3] Puede consultarse el poema “Discordias”, contenido en Fragmentos a su imán de José Lezama Lima.
[4] Citado en García Vega, 7. También Lorenzo García Vega tiene un libro titulado Cuerdas para Aleister bajo el sello de la editorial argentina Tsé-Tsé.
[5] De nuevo, como en algunas otras ocasiones, la expresión está remarcada así porque la he tomado tal cual del libro de Lorenzo García Vega. Sólo hasta este punto nos ha parecido necesario aclararlo.
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