Mayra A. Martínez: Entrevista a Sigfredo Ariel / Con todos los hierros

Archivo | Autores | Música | 22 de noviembre de 2024
©Árbol Invertido

Entre el grupo de personas que escribimos de un modo u otro sobre la música cubana en diversas partes del mundo y con disímiles enfoques, hacía tiempo me llamaban la atención, sobre todo, las crónicas firmadas por un tal Sigfredo Ariel, cuyos textos de pronto aparecían por igual en publicaciones impresas y digitales en Cuba, España o Estados Unidos. Sabía de su larga lista de poemarios, pero me resultaba ambigua su ubicación geográfica. Luego, vi su nombre como asesor musical en la muy difundida película sobre el fenómeno Buena Vista Social Club, y como guionista en el largometraje Miradas, dirigido por Enrique Álvarez, en 2000.

Un buen día, en uno de mis viajes a La Habana, por vez primera tuve frente a frente al multifacético personaje. O eso supuse. Resulta que, según él, nos conocíamos desde mucho tiempo atrás, cuando nos habían presentado de modo casual, de acuerdo con sus palabras “en la muy concurrida vieja terminal de Varadero, en el año ’81 o ’82, pero sin mayores consecuencias: ‘hola qué tal, yo la leo, la admiro¿Ah, sí?, qué gracioso’. Y hasta ahí”. A lo que añadió: “¿Qué caso le iba a hacer Mayra A. a un poeta de 18-19 años, entonces ‘emparejado’ con una amiga suya?”. Eso contó en 2016 durante la presentación en la Feria del Libro de la reedición de Cubanos en la música, publicada por Ediciones Unión, donde para mi grata sorpresa narró que él “era de los que buscaba en los estanquillos de prensa de Revolución y Cultura, y de quienes recortaba páginas enteras para coleccionar las entrevistas que firmaba una tal Mayra A. Martínez, autora además de las fotos que acompañaban los diálogos aquellos, apasionantes —y muchas veces apasionados—, con músicos cubanos, compositores, intérpretes, trovadores, directores de orquesta, vedettes…Y así pasaron años y años”.

Hago esta anécdota, pues al cabo del tiempo acudo a menudo a sus consejos y abuso de sus asesorías, cuando abordo de nuevo los variados temas de la música cubana, y agradezco que siempre me brinde la información precisa, con el buen ánimo para apoyar. Cosas del destino y sus incesantes vueltas en espiral.

Por eso, conversar con Sigfre —como lo llamo— me llevó a preguntarle para este libro sobre sus primeros encuentros con las sonoridades. Y entonces contestó: “en mi casa se escuchaba música a toda hora. A los siete años tenía a mi disposición un tocadiscos y montón de discos de toda clase. No estudié música, aunque alguna vez me hicieron una prueba de aptitud en un conservatorio, pero creo que a mi familia no le entusiasmaba mucho la idea de que tocara el piano”.

¿Por qué sales de Santa Clara y qué cursaste en el Instituto Superior de Arte, Isa, en La Habana?

“Me fui de Santa Clara a los 19, pues tras el fatídico 1980, cuando fui depurado del Instituto Preuniversitario por ‘problemas ideológicos’, el ambiente se hizo irrespirable. En el Isa estudié por cuatro años la carrera de Dirección de radio, cine y televisión, que no terminé, ya siendo profesional de los medios”.

Irrumpes en La Habana publicando poemas y artículos en revistas y periódicos; y, poco después, en 1986, ganas el Premio David con el primero de tus libros de poesía, Algunos pocos conocidos. ¿Cuándo surge el interés por la temática musical y cómo la vas desarrollando?

“De La Habana fui a dar a Nueva Gerona, Isla de Pinos, donde comencé a trabajar en una emisora. Aprendí a escribir guiones, libretos para dramatizados y a dirigir programas. En La Habana, en 1986 —después de haber trabajado en la imprenta del Ministerio de Cultura, de la avenida Carlos III, donde se hacían todos los programas de mano de los teatros, museos y salas de concierto—, comencé en Radio Ciudad de La Habana. Poco después, empezaron a llegar otros jóvenes escritores, músicos, actores y periodistas a esa emisora, que fue por aquellos años un espacio de libertad.

“En El Caimán Barbudo por esos años publiqué varias entrevistas con músicos, que no eran sino transcripciones de algunas realizadas para la radio. Conservo aún unas inéditas, y otras las perdí. Es el destino de la radio. Conocí a muchísimos músicos en la emisora, y con algunos entablé buena amistad”.

¿Cómo y a qué tipo de programas de radio y televisión te dirigiste?

“En la radio hice, sobre todo, programas musicales, desde los días en que era obligatorio cumplir en las producciones con un por ciento de música de países socialistas, y otro de latinoamericana. En la emisora de la Isla de Pinos había una increíble fonoteca: allí conocí los grandes discos de Mercedes Sosa, la obra de Horacio Guaraní, la bossa nova, el tropicalismo —estupendos conciertos en vivo de Elis Regina y Jair Rodrigues, de Vinicius, Toquinho y María Creuza, o Bethania—, Atahualpa Yupanqui y los primeros embates de ese tsunami que es Charly García. Todo eso y más, mientras lo descubría, se lo disparé al presunto ‘amigo oyente’, sin consideración alguna. A alguien le habrá aprovechado, estoy seguro. Siempre era mejor que Biser Kirov. En 1987, en Radio Ciudad, creé un espacio diario llamado Los Grandes Todos, dedicado a la música popular cubana, a la memoria de intérpretes y solistas que se programaban y programan poco o nada, como Miguelito Valdés, Cascarita, Arsenio o Machito. Aproveché que tengo un archivo digital bastante grande de grabaciones cubanas. Creo que ese programa está al aire todavía.

“Por otra parte, para el teatro he escrito guiones de espectáculos musicales, entre estos varias ediciones del concurso Adolfo Guzmán, con sus galas dedicadas a géneros o figuras. Cada uno de esos shows duraba casi dos horas o más. En la televisión, en pleno Periodo Especial, escribí La hora de las brujas, un programa dedicado a los niños, de corte humorístico y canciones originales —la música estuvo a cargo de Juan Antonio Leyva—. Se transmitía en vivo y duraba 57 minutos.

“Además hice Miradas, un largometraje de Enrique Álvarez, con quien comparto el crédito de guion. Incluimos Canción desde otro mundo, de Marta Valdés, por sugerencia mía, en voz de Miriam Ramos. La banda sonora musical, que es excelente, la escribió y dirigió Ulises Hernández”.

¿A qué discos dedicaste las notas galardonadas, en seis ocasiones, en Cubadisco? ¿Qué has tratado de reseñar en esas notas y qué las ha hecho diferentes?

“Esos textos no se escriben para un concurso. Son redactados para determinados discos y, luego, la empresa los envía a ese festival. No sé cuántas notas habré escrito para álbumes de todos los géneros durante un montón de años y cuántos diseños, ni cuántas fotos viejas he coloreado y restaurado para las portadas. Como en mis notas suelo comentar el contenido del fonograma, luego no es posible ‘rescatarlas’ para reunirlas junto a artículos o crónicas, porque una nota de disco sin disco no es nada. Otros lo hacen, yo no. Leyendo la enciclopedia de Radamés Giro me enteré de que tenía esos premios, pues no había sacado la cuenta. Todos son álbumes que me gustan y estuve muy cerca de su producción desde el comienzo: Los Papines, Celeste Mendoza, la Burke y la Aragón en el Lincoln Center; las canciones de María Teresa Vera; el Trío Matamoros; Los caminos del son… y uno por el que siento predilección: En un solar habanero, del Coro Folklórico Cubano. Mira, más que acumular datos, fechas y citas —que puedes encontrar en internet—, en mis notas trato de compartir la emoción que me causa esa música. Por eso, el disco que comente tiene que gustarme. Curiosamente, la misma empresa para la cual redacté esas notas premiadas y otras muchas solía pagarme una miseria, y cuando un día protesté, no me llamaron más. Últimamente he escrito algunas gratis, para la misma empresa. Al menos es música que me gusta”.

¿Cómo te involucras, o te invitan, a asesorar musicalmente la película Buena Vista Social Club? ¿Qué implicó en ese momento y hacia el futuro?

“Iván Giroud sugirió mi nombre a Wim Wenders que acababa de llegar a La Habana: ‘es un poeta que le gusta la música cubana’, algo así le dijo. Yo no tenía teléfono. A la mañana siguiente fueron a mi casa, me sacaron de la cama, me enchufaron una Coca Cola y nos fuimos a filmar por La Habana. Así fue cada día, hasta que se terminó el rodaje semana y pico después. Esa es la versión de mi entrada al staff de Buena Vista… que hace hoy mi amiga Rosa Bosch, productora de la película. Me gusta esa versión, que no está muy lejana de la realidad. Al estrenarse el filme hubo un rechazo por parte de la crítica. Casi todos los periodistas decían que se trataba de una maniobra de las transnacionales para acallar la música que estaba sonando entonces en Cuba. Expliqué —y sigo explicando— que detrás de Buena Vista… nunca hubo tal transnacional y, sin embargo, era bochornoso que artistas muy valiosos, como Rubén González e Ibrahím Ferrer, estaban en sus casas, desactivados, listos para morir y ser olvidados, como ha pasado con varias figuras de la música cubana. Pero, de eso no habló ningún periodista. Por esa fecha Compay Segundo ya había sido ‘descubierto’, por cierto, por una transnacional”.

¿Trabajaste con los músicos en ese proceso? ¿Qué puedes contar del equipo realizador? Ese boom, en tu opinión, ¿qué significó para la música cubana?

“Durante la filmación yo no tenía gran conciencia de lo que estaba viviendo. Las locaciones se decidían unas pocas horas antes, se filmaba en el estudio de la Egrem, en la calle San Miguel, mientras el disco se grababa de verdad con los cantantes y los músicos. En Buena Vista… no hay un solo playback. Todo el sonido es directo. Sobre los días de filmación publiqué un largo artículo titulado Wim Wenders sobre La Habana . El lema de Wenders, cada día, era ‘¡A caballo!’, que, además de aludir a una guajira que canta Eliades, reflejaba el espíritu con que trabajábamos.

“Yo realicé todas las entrevistas en off, menos la de Korda; aporté datos, información, documentos; trabajé en la búsqueda del repertorio, labor que hice en otros discos de World Circuit, de la serie Buena Vista Social Club y para otros sellos, con crédito o ‘en negro’.

Buena Vista… fue un cono de tremenda luz que se proyectó sobre la música cubana, que aprovechó a algunos artistas viejos y encolerizó a algunos músicos ‘en activo’ o ‘de moda’, pues a sus ojos la experiencia Buena Vista era volver al pasado y desconocer transformaciones y aportes que habían tenido lugar en las últimas cinco décadas. En La Habana la gente bailaba timba cuando el Chan chán con la guitarra slider y la percusión africana era novedad en los escenarios de Europa. Hoy Buena Vista Social Club, del que no queda nada —salvo dos o tres músicos y Omara Portuondo, que está en todas partes—, es una marca más en los paquetes turísticos que atrae a incautos y no pocas veces ampara a mediocridades”.

Eres como un “todólogo”. ¿Está en tu carácter ser independiente, un poco músico, poeta y loco?

“Odio el término todólogo, no hace falta en este idioma, y Músico, poeta y loco es una divertida comedia de Tin Tán. Nada que ver conmigo esas alusiones, perdóname. Permíteme hacer unos números: hace 30 años publiqué mi primer libro de poemas y desde entonces a la fecha ya suman una veintena. Sobre música he escrito varios cientos de páginas. No debo estar tan loco, yo creo.

“Trabajo cada día, en la mañana mejor, pero me suelo levantar de la máquina al oscurecer. Mientras diseño o dibujo, por ejemplo, escucho música, aprovecho para pensar en cosas de música y tomo notas en los márgenes. Creo que tengo buena memoria, lo cual es una ventaja grande, pues te ahorra tiempo para establecer asociaciones. Nunca doy una página por terminada. Podría reescribirla siempre. En la investigación me sucede algo terrible que —me dicen— es normal, pero me disgusta o acongoja, como prefieras: se trata de la aparición de datos nuevos cuando ya la habías dado por cerrado o, lo que es peor, publicaste el artículo, la crónica o lo que sea. Nunca sé editar bien los textos, pues quisiera que nada de lo que he conseguido averiguar sobre un tema quede fuera. Eso es tétrico, pues la redacción se resiente. No creo que haya que resignarse al estilo cortado, sin literatura de internet, pero hay que ir escapando de los ‘excesos líricos’ y de la pretensión de ‘escribir lindo’”.

¿Para tus investigaciones has coleccionado mucho material discográfico?

“Nunca he sido un acumulador, ni siquiera un coleccionista. Desde muy joven ando medio nómada y eso ha impedido que tenga un espacio para acumular. La parte fea de la cuestión es que he perdido montones de muy buenos álbumes, de placas valiosas, que jamás he recuperado. Últimamente he conocido a jóvenes que poseen colecciones de discos más que apreciables. Siempre quedo para intercambiar con ellos música, pero nunca ha sido posible. Estos muchachos son celosos de los sonidos originales, de las primeras ediciones, de los números de serie, que revelan un montón de datos. Me gusta mucho hablar con ellos, dejar que cuenten, hacerme a veces un poco el bobo a ver cuánto saben. Te hablo de gente de muy poca edad, que repasan el repertorio que María Cervantes grabó en los años ’20, con tremenda naturalidad.

“Mi amigo René Espí, compositor, intérprete, estudioso de la música cubana, tiene una colección extraordinaria en su casa del Casino Deportivo. Ha digitalizado más números cubanos que pelos tiene en la cabeza, y mira que es una persona pelúa. Si las instituciones que existen hace décadas y décadas, dedicadas al estudio y ‘desarrollo’ de la música cubana realizaran siquiera un pequeño por ciento de lo que hace Espí, de lo que investigan los muchachos coleccionistas, otro gallo cantaría. Pero los musicólogos son vagos por naturaleza, y tengo la impresión de que no disfrutan de la música popular”.

¿Cómo es que vas a vivir a España por un largo periodo?

“Estuve por unos dos años dando tumbos por España, con amores y amigos. Me reencontré allí con músicos cubanos que admiro y quiero. Incrementé mi colección de música con grabaciones estupendas conseguidas por allá. Tuve oportunidad de asistir a conciertos de grandes artistas. Sólo te mencionaré a Sonny Rollins y al extraordinario Miguel Poveda. Regresé a Cuba a finales de 2013 con la idea de seguir viaje, pero me fui quedando y aquí estoy. A fines de los años ’80 fui a España por primera vez, y siempre estoy haciendo planes de brincar el charco de nuevo”.

Pasando a tu amplia labor autoral relativa a la música, ¿cuándo te planteas realizar tu libro Matinée bailable [1]? ¿No has demorado mucho en recopilar tus crónicas, ensayos y artículos?

“Verdad es que el libro ha demorado más de lo prudente en aparecer. En el fondo, una cómoda superstición me dicta en el oído ‘es que aún no es tiempo’. Pero, mentira, hace unos buenos cinco años que debió haberse publicado y debería estar yo en otro libro por el estilo. Yo no dejo de escribir sobre música, por encargo o motu proprio, como dicen los cursiletes. Tengo un montón de entrevistas que transcribir, algunas realmente reveladoras —como la de Tony Taño sobre el Teatro Musical de La Habana y otra, de Adalberto del Río, del cuarteto de Orlando de la Rosa —, pero carezco de tiempo para dedicarme a eso, que son largas horas. Me han hablado de una húngara que vive en La Habana y puede hacerlo. Con su ayuda, creo que el libro de entrevistas no estará para las calendas griegas.

¿Cómo han influido en tu trabajo como musicógrafo otros personajes con los que has trabajado o compartido conocimientos?

“Una fuente a la que hay que acudir siempre es a Fernando Ortiz. No he dejado ni dejaré de leer a Leonardo Acosta. Pocos libros me han resultado tan liberadores como su Otra visión de la música cubana. No imagino cuánta maraña habría tenido que desbrozar si Cristóbal Díaz Ayala no nos hubiera entregado ese extraordinario instrumento de comprensión y estudio que es su Discografía de la música cubana, además de aquel Del Areyto a la Nueva Trova, que cayó en mis manos a inicios de los años ’90 —préstamo de Marta Valdés—, que abrió puertas y ventanas hacia adentro y hacia afuera de los límites de la Isla, de los años y las circunstancias.

“Guardo conversaciones con César Portillo de la Luz y con Marta Valdés más que como extraordinaria fuente de datos como lecciones contra el almidonamiento, la frase hecha, el criterio copiado, recalentado, la mitología en lugar de la opinión. Hay que tener un cuidado tremendo con la imaginación de algunos musicógrafos, a veces desbocada, con interpretaciones y suposiciones que terminan siendo consideradas verdades. Nada sustituye a las buenas bibliotecas y a la prensa de cada época, y con estas hay que confrontar las opiniones y los datos recogidos por ahí”.

¿Qué diferencias encuentras entre la musicología y la musicografía, o incluso, el periodismo musical?

“No sé con exactitud. Tiremos piedras: supongo que musicólogo es quien se recibe de esa flamante carrera en una universidad y musicógrafo —término que creo inventó o al menos puso en órbita el viejo Alberto Muguercia— es el señor o la señora que se ocupa de asuntos de la música con cierto nivel de complejidad en sus análisis, pero sin el desmenuzamiento teórico que encanta a los graduados de Humboldt. Y periodista musical… ¿será el gacetillero, el que da información de un baile, de un concierto, que hace una entrevistica de circunstancia? Posiblemente”.

¿Qué opinas sobre la repercusión de esa “división” entre los músicos “de allá, los de aquí, los que sí y los que no…”, que se dio a partir de la diáspora en la música cubana?

“Hay esfuerzos aislados, pero que van rindiendo fruto. No soy especialista, aunque te puedo hablar por mi experiencia: me llaman a menudo a hacer un programa llamado Nuestra canción que se transmite en Cuba y en Cubavisión Internacional. Se le han dedicado espacios a Ernesto Duarte, José Dolores Quiñones, Frank Domínguez, al maestro Julio Gutiérrez, esos son en los que he participado. Era impensable hace unos pocos años una serie como esa, cuando en la radio —me consta— no se podía mencionar el nombre de Bebo Valdés, ni siquiera vinculado a Benny Moré en los tiempos del batanga. Y ya cuando eso Bebo estaba por el mundo acompañando a un cantante de flamenco, lleno de fama. Hasta que lo pusieron en la televisión de aquí. Y la maldición se deshizo. De Miami me traen música cubana que acá no se consigue, por ejemplo Opus 13 y los Reyes 73, en discos más o menos piratuelos. Y pensar que vivo a unos pasos de los archivos Egrem y que todo eso está ahí, esperando tiempos mejores. Tengo esperanza en las iniciativas individuales, pero nada espero de los medios. La tecnología digital hace caminar la música de manera increíble”.

Tengo entendido que no gustas del reguetón. ¿Será sólo mercadotecnia? ¿O refleja en alguna medida la idiosincrasia de un amplio grupo social?

“Me parece que en el mejor de los casos el reguetón exalta con muy poca imaginación lo que de solariego podemos llevar dentro: tanto el peor —absolutamente detestable—, como el mejor, que dicen es el que se hace en Cuba y se nombra timbatón, es decir, una oda bastante básica a la guapería. Un buen músico amigo mío, en Matanzas, ha montado una documentada disertación que ofrece gratuitamente a todo quien quiera escucharlo, en la cual demuestra que el reguetón nada tiene que ver con la música. En cuando me lo dijo quitó un peso de mis hombros: si no es música, no tengo por qué acercarme. Me importa un pito que se extinga mañana o dure toda la vida”.

 ¿Qué otros géneros consideras vigentes en el repertorio de jóvenes compositores y/o autores?

“Estoy seguro de la fortaleza de la música bailable cubana, tenga la etiqueta que tenga. Ahora regresaron los bailables en La Piragua y es tremenda la acogida del público, no sólo las orquestas famosas, las que están de moda. No hay reguetón puro allí, sólo salsa cubana, timba, como quieran llamarle. La buena música cubana bailable termina imponiéndose siempre porque tiene gracia, tiene bomba, y generalmente está muy bien ejecutada.

“Están pasando cosas tremendas en la canción, Mayra. Hay un montón de compositores-intérpretes, no sólo en La Habana, razonablemente jóvenes, que no se parecen entre ellos que están ‘acabando con la quinta y con los mangos’, con muy buenas letras e ideas musicales. En Santa Clara está La Trovuntivitis, que es una constelación: Roly Berrío, Leonardo García, Yaima Orozco, Alain Garrido, Marchena, Yordan… ahí está la canción con son montuno, con guaguancó, con rock y —por supuesto— con la trova vieja, entre otros ingredientes. Un viernes de Trovuntivitis —comienzan sobre las 10 de la noche, sin tener hora para terminar— te deja lleno de esperanza, como dice el tango. Artistas buenos, músicos de verdad, sin prejuicios ni agonía con la canción ‘inteligente’. Allá también está el Trío Palabras, que son tres muchachas (voz prima, voz segunda y la guitarrista) que han grabado un disco con obras de Manuel Corona con un concepto moderno y, a la vez, leal a la tradición, donde intervienen músicos jóvenes, treseros, violinistas, jazzistas… La mitad del álbum la integran canciones de los creadores de La Trovuntivitis, y es un escándalo de coherencia y buen gusto. ¿Los medios? Ni se enteran, ni quieren. Salvo en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, que los presenta, los graba. En Matanzas están Lien y Rey, cada días más maduros, más originales, virtuosos de sus instrumentos, ahora cantan a capela, también. Todos estos artistas tienen su público, que los sigue, que busca, copia y escucha sus discos. Así ocurrió con Pedro Luis Ferrer cuando estaba prohibido, con Frank Delgado, con Carlos Varela. No puedo extenderme, pero es un tema que me entusiasma, como puedes ver.

“Así, creo que hay innovación. Te puedo decir, casi diariamente, pues esta es propia a la naturaleza de nuestra música. Interactivo es una fábrica de ideas musicales de todo tipo, por sólo poner un ejemplo, cada uno de sus shows es distinto al anterior y, por supuesto, al próximo. En televisión, con suerte, lo verás una vez al año. Lo que te contaba de La Trovuntivitis es una transformación en la canción que interesa a lo bailable, a la tradición y al diablo y la capa.

“Por otra parte, el bolero-bolero no tiene por qué renovarse. Está ahí, existe con sus obras extraordinarias y sus malaventuras, que no son pocas. El bolero es ya, más que un referente o un servicio de arqueología, un instrumento expresivo. En cuanto a forma —debí haber dicho morfología, quizás—, no creo haya que conservar una estructura de hierro. Algunos compositores contemporáneos han escrito, si quieres, inesperadamente, boleros a su manera —del género a veces sólo tienen inspiración o alusión, otros observan la formulación, digamos, clásica, o cercana”.

Hazme una pequeña selección rápida, de memoria…

Puedo citarte, Quédate este bolero, de Amaury Pérez; Un buen bolero, de Ireno García; Bolero, de Superávit; Si me pides un bolero, de Frank Delgado; Bolero y Otro bolero, de Santiaguito Feliú; Quito, septiembre, de Alejandro Gutiérrez; Bolero en blanco y negro, de Luis Barbería; Bolero inaudito, de Vanito Brown y Kelvis Ochoa; Mi primer bolero, de Leonardo García; y en especial, Demasiado, de Silvio Rodríguez. Debe haber muchísimos más. Estaría bien tomarlo como tema de un ensayo. A lo mejor me has dado una buena idea. Podría ser un disco interesantón, ¿verdad? A ver si los intérpretes se enteran y dejan en paz el repertorio manoseado de siempre”.

Y de la música cubana, que sé oyes y gozas mucho, ¿cuál eliges sólo para tu disfrute?

“Cuando tenía 20 años publiqué un poema que dice: Oigo los mismos discos un año y otro año / duermo bajo cualquier cielo del país / después he visto amanecer mil veces. Puedo suscribirlo aún. Escucho de todo, quizás mayor cantidad de grabaciones antiguas de son y trova. Me gusta descubrir pequeños mediterráneos, darme cuenta de cosas. Pocas veces pongo música para que sirva de background: le presto atención siempre, no lo puedo evitar, ha de ser una deformación. Imagina lo que paso —y sufro— en los taxis, o en un viaje a Las Villas con la música preferida del chofer, que ha sido, por ejemplo, la obra completa de Arjona”.

Tal vez lo tomes como una mala broma, pero imagínate que te “asigno” el dirigir la difusión de nuestra música a escala nacional y hacia el exterior, ¿qué propondrías? Es decir, ¿qué harías y que no harías?

“Está bien, acepto. Primero, haría una especie de banco de grabaciones, películas, videos, soundies, clips, para que la gente pudiera acceder a la música con entera libertad. También promovería extensamente la existencia de este fondo para que la gente se enterase de lo que contiene, pues sería algo insólito. Intentaría ganar algo del vacío que dejaron los años de silencio, de proscripciones, de prejuicios contra figuras y zonas de la música cubana, de buscar el modo de hacer visible el atractivo de nuestros géneros, de nuestras combinaciones infinitas en verbo de música popular, en otras palabras: compartiría lo que encuentro de grandioso en ese mundo, cambiante, singular y simpático.

“Y, ya que estamos soñando, promovería una interminable campaña de descrédito de los medios de difusión, que mienten siempre, que manipulan siempre, que condicionan el consumo. No se me ocurre qué no haría salvo, por ningún concepto, prohibir una música, censurar una letra”.

¿Qué tal ves el futuro creativo musical de los cubanos?

“Saldrán adelante los músicos cubanos, verás que sí. Cuando uno repasa los viejos periódicos halla que a menudo se habla de crisis: en la música, en los espectáculos, en la televisión, en la radio… A veces pienso que la música cubana desde afuera se puede ver como si se tratase de un volcán que cada cierto tiempo erupciona y el mundo queda por lo general pasmado con lo que ve surgir del cráter. Sospecho que Carpentier tenía una visión semejante a esta, medio geológica. Yo veo el magma bullendo siempre”.

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[1] Se trata de una compilación de textos de Sigfredo sobre música cubana que permanece aún inédita.

(*) Esta entrevista pertenece a Y todo por amor a la música cubana (2020), entrevistas de Mayra A. Martínez.