NDDV: ¡Gloria eterna al exilio socialista de Miami!

Autores | DD.HH. | 30 de octubre de 2020
©Elián en el mar / Internet

El exilio cubano es el único grupo de emigrantes de los Estados Unidos que sufraga con sus remesas una sociedad socialista: Miami es el cajero automático del régimen de La Habana.

Autómatico debe entenderse aquí como respuesta instintiva a estímulos emocionales inducidos. El gobierno comunista separó metódicamente a hermanos y padres, madres e hijos, tíos y sobrinas, de manera que las privaciones de los cubanos que quedaron atrás provoquen en los emigrados el mecanismo del perro de Pávlov.  

En el socialismo, el estómago es un órgano político.

Cuando el abuelo de Santos Suárez siente hambre, el cubano de Miami también la siente: reacciona, para las orejas, da la patica, y se dirije al cajero automático más cercano.

Entre el cajero automático y el pollo congelado de una tienda en divisas de Lawton, hay una cesta de limosnas que el Estado cubano presenta a la congregación de beneficiarios. Una porción del dinero enviado por los exiliados va a parar automáticamente a las arcas de los generales.

Con esa plusvalía de sentimentalismo se ha levantado una impresionante red de hoteles cinco estrellas que visitan los turistas canadienses y norteamericanos en tiempos de apertura.

No hay dudas de que una porción de las remesas de los exiliados subsidia muchos otros programas socialistas, como la educación (los uniformes escolares importados de Miami), la salud (las medicinas llegan en bolsas de Miami), el suplemento al módulo alimenticio (Quaker, jamón, Sazón Goya, bijol, ajo en polvo) y hasta, muy posiblemente, el salario, el vestuario y la dieta de los miembros de la Asamblea Nacional.

Los cubanos de Miami son auténticos socialistas. La economía miamense ha sido siempre economía política.

¿Quiénes son esos malditos cubanos de Miami, esa raza de perros amaestrados?

Buena parte de ellos fueron revolucionarios y comecandelas. Por poner un solo ejemplo: mi padre luchó en el Escambray con la tropa de Tomassevich y murió en el hospital socialista Jackson Memorial Hospital de Miami, venerable institución que acoge a personas sin recursos  y aun a aquellos que no aportaron nada al Sistema.

Cientos de miles de viejecitos castristas vienen a la Florida a disfrutar las bendiciones del socialismo. Algunos fueron capitanes, tenientes, chivatos y represores, y el Sistema no los excluye. El abominable doctor Orlando Bosch fue jefe del Movimiento 26 de Julio en Las Villas, lo mismo que el comandante Nazario Sargén, de Sancti Spíritus, héroe del Segundo Frente y fundador de Alpha 66.

Quien ose llamarlos «reaccionarios» cometerá un error garrafal: se trata, en realidad, de curtidos guerreros castristas, independientemente de su localización geográfica.

Hay cubanos de Miami que van a operarse de apenciditis a Cuba, o a hacerse un tune-up, como se le dice en el argot miamense a la reparación general de mantenimiento. Otros van al dentista. No hay contradicción alguna en esa actitud. Un tío mío anticastrista fue a buscar alivio de su retinitis pigmentosa al hospital Camilo Cienfuegos, pero el tratamiento fue un engaño para tumbarle 20 mil dólares.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, el negocio funciona a las mil maravillas y los emigrados quedan contentos. Hay balseros y balseras que regresan para verse con el médico de la familia o con la ginecóloga del Calixto García.

Hasta hace poco—antes que Donald Trump viniera a joderlo todo—los cubanos de Miami y otras partes de los Estados Unidos mantenían funcionando el negocio de Airbnb, así como las paladares y las flotillas de almendrones, cuyos dueños y cash cows residían en el exilio. Las piezas de repuesto salían de Cabrera Auto Parts, y eran gravadas a precio de oro en el aeropuerto José Martí. No era raro ver lomas de llantas esperando por los choferes en la zona de recepción de equipajes.

El proletariado miamense asegura la movilidad socialista. El exilio es continuismo.

El exilio miamense más recalcitrante demanda la eternización del status quo, lo que equivaldría a decir: la victoria final del estatismo. Es por esa razón que De Blasio exclamó en Miami: «¡Hasta la victoria siempre!». ¿En qué otro lugar lo hubieran entendido?

Los miamenses saben que la idea de que ellos son los «embajadores de la democracia» y que su continuada presencia en Cuba terminará por erosionar el monolito castrista es una patraña liberal. El exiliado se reconoce como sostén del orden socialista y acepta su destino sin hacerse demasiadas ilusiones.

HOPE no existe en nuestro diccionario.

Algunos han estado visitando Cuba y manteniendo a los suyos desde los primeros tiempos de la Comunidad, circa 1978. Los políticos americanos en tiempos de elecciones vuelven a reiterarles, con una palmadita en el hombro, que su desinteresado aporte a la esclavitud cubana es un acto patriótico.

Solo los majaderos ponen en duda el compromiso del exilio miamense con sus orígenes socialistas.

El caso del primer dreamer

¿Pero qué pueden saber ellos? ¿Y qué les da potestad para inmiscuirse en un embrollo político que rehuyen, poniendo prudencial distancia entre el soviet de Miami y el primer ghost town que les dé asilo? Esos egresados de escuelas cubanas donde el marxismo leninismo y la historia del movimiento obrero son asignaturas obligatorias, los que aceptaron callados el carnet de la Juventud Comunista, ¿pueden ser los salvaguardas de la democracia?

Precisamente porque el primer exilio los aventaja en experiencias de descalabros, derrotas y humillaciones, es que la opinión del miamense suele ser infalible. En el año 1999, cuando la izquierda trató por todos los medios—incluida la fuerza bruta—de devolver a Elián González a un padre timorato que había sido hecho rehén del régimen castrista, el exilio miamense denunció el error de la izquierda.

La madre había muerto en el intento, junto a otras diez personas, Elián era un dreamer, su estatus legal lo facultaba a permanecer en los Estados Unidos y a realizar el sueño de Elizabeth Broton: Eliancito debió crecer libre en una sociedad democrática. Era el primer inmigrante al que los progresistas negaban asilo y retornaban a su país de origen, a pesar de que allí lo esperaba una junta militar empeñada en lobotomizarlo. El exilio miamense, esa Hogwarts Academy del socialismo real, advirtió a los liberales del peligro mortal que corría el niño.

Cuando ocho años más tarde, las agencias noticiosas anunciaron su entrada a la Unión de Jóvenes Comunistas junto a otros 18,000 zombis uniformados, la profecía de los miamenses quedó cumplida. El joven cheo y trabuco, con discurso de cuadro, corte de cabello esbírrico y noviecita encinta de Camilito, protagonizó nuevos momentos mediáticos apasionantes.

Los liberales que lo habían entregado a sus captores se encogieron de hombros, escupieron con asco la pantalla de sus computadoras y, sin dignarse a pedir disculpas al exilio histórico, acariciaron las cabecitas de sus chicuelos rubios y gordos. Solo Julia Sweig tuvo la inteligencia de celebrar la transformación de Elián de mocoso de Disney en lamebotas de los Comandantes. ¿No era esa, acaso, la metamorfosis anunciada?

A los que creen estar por encima de un exilio que sabe todo lo que ellos quisieran saber acerca del socialismo pero les da miedo preguntar, solo resta decirles: ¡Remember Elián!

Publicación fuente ‘Textos a gogo’