Roberto Ampuero: Un verdugo duerme la siesta en el Barrio Alto
Roberto Ampuero, autor de la excelente novela Nuestros años verde olivo (1999), responde en el periódico chileno La Tercera a las acusaciones que su exsuegro Fernando Flores Ibarra, alias «Charco de sangre» y fiscal cubano con cientos de muertos a sus espaldas, le hiciera en el mismo periódico en el año 2001. Primero les va el artículo del novelista y a posteriori las declaraciones de Flores Ibarra.
Hace pocos días Fidel Castro afirmó por la televisión cubana que los países que condenaron a su régimen ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas -entre los cuales se encontraban las principales democracias europeas, así como Costa Rica y Argentina- merecen irse por «el inodoro». El pasado jueves, imitando el tono soez y descalificador de su líder, el ex fiscal de la revolución cubana, Fernando Flores Ibarra, empleó en páginas de este diario el mismo estilo innoble para referirse a mi persona.
Por respeto a mi familia, a la opinión pública y a mí mismo no voy a ingresar al terreno de las descalificaciones personales con un hombre acostumbrado a ellas y que cuenta con el triste prontuario, del cual se vanagloria, de haber enviado al paredón a cientos de personas. Todo tiene un límite en la vida y, como aprendemos desde la infancia, hay seres con quienes sencillamente no se discute. Hacerlo es colocarlos a nuestra altura, concederles un favor. Por ello me remitiré sólo a lo sustancial.
El estilo empleado por Flores Ibarra retrata de cuerpo entero al régimen castrista: ante la ausencia de argumentos, recurre a la difamación y la ruindad moral para intentar descalificar a quienes piensan diferente. Los opositores son «enemigos en una guerra», el exilio cubano es «la escoria», los activistas por los derechos humanos en la isla son «lacayos del imperialismo», y quienes -como yo- exigen democracia son unos «miserables».
Ningún crítico al régimen de Castro es una figura respetable. Tras 42 años de dictadura, el castrismo no es capaz de mencionar a ni un sólo opositor que considere honorable y merezca el derecho de organizar un partido opositor en la isla.
El fiscal, que no desmiente haber ejecutado al menos a un centenar de personas, sale dos años después de la publicación de mi novela «Nuestros años verde olivo» a la palestra pública alegando que él es el personaje Ulises Cienfuegos, y que eso lo perjudica. En verdad eleva su voz en mi contra pues le irrita mi acción pública en favor de la democracia para Cuba y el hecho de que mi novela circule clandestinamente en Cuba. Pero, en rigor, no es cierto que Flores Ibarra sea el personaje de la novela. No lo es, porque no me interesaba describir a una persona real -con la cual, además, dejé hace 25 años de tener un vínculo familiar-, sino crear estéticamente un protagonista revolucionario, un ente de ficción, como fenómeno social.
El fiscal no es Cienfuegos. Este luchó en el Ejército Rebelde, mientras que Flores Ibarra se sumó después del triunfo revolucionario al castrismo; Cienfuegos es embajador en la Unión Soviética; Flores Ibarra jamás lo fue; Cienfuegos está casado con una intelectual cubana, Cienfuegos con una empresaria chilena; Cienfuegos tiene cargo de conciencia a ratos por las muertes que ha ordenado, Flores Ibarra, como lo reiteró en la entrevista, no pierde el tiempo en contar el número de sus víctimas; Cienfuegos muere durante un viaje a Madrid en los años noventa y, por lo que veo, Flores Ibarra está vivito y coleando, pero no en el socialismo cubano, que tanto elogia y admira, y que no deja salir a millones de sus compatriotas, sino en el modelo capitalista y neoliberal de Chile. En lo que sí coinciden Cienfuegos y Flores Ibarra es en que ambos han ejecutado a personas y llevan un mote indeleble en la historia cubana: «Charco de sangre».
Es sorprendente que Flores Ibarra, que afirma «no haber perdido un minuto de siesta» pensando en sus víctimas y el dolor de sus familiares, quiera hacernos creer que su prestigio -¡si alguien así puede tenerlo!- se ve afectado por una novela, que no lo menciona, y un personaje de ficción que no es él. No son «Nuestros años verde olivo» y Ulises Cienfuegos quienes constituyen el problema de Flores Ibarra -ojalá el suyo fuese un problema literario-, sino sus centenares de muertos y condenados a cadena perpetua, la mayoría de los cuales tuvieron procesos que no duraron 48 horas. Y Flores Ibarra, de quien hablo públicamente por primera vez y sólo porque él está embarcado en una vasta campaña de descrédito en mi contra, no es un tema para mí, sino más bien para la futura justicia en una Cuba democrática.
Yo viví, estudié y trabajé en Cuba, y esa experiencia, reflejada en «Nuestros años verde olivo», me hizo renunciar a mi militancia comunista. No soy yo el que ofende a Cuba con la descripción de su régimen, sino éste con sus 42 años de existencia. Precisamente porque conocí la isla y a su magnífica gente es que me siento comprometido con la lucha de los cubanos del exilio y la isla por la democracia. La acusación de «malagradecido» es un manido recurso castrista, que Flores Ibarra utiliza para intentar desprestigiarme.
Encierra un concepto canino del ser humano: te doy comida, trabajo y adiestramiento, pero te quedas en mi patio y me eres fiel de por vida, o de lo contrario te declaro traidor a la patria. Eso es tan absurdo como acusar de traidores a la patria a Gladys Marín, Volodia Teitelboim o Camilo Escalona por aspirar a transformar el orden imperante en Chile después de haber estudiado, comido, trabajado y consultado a un médico en una posta de Santiago. La entrevista del fiscal es una lección para quienes aún sientan simpatías por el régimen de La Habana, pues revela la mentalidad totalitaria que guía a sus líderes y el desprecio absoluto que sienten por la vida de quienes piensan diferente. Muestra, además, que pese a vivir desde hace años en Chile, Flores Ibarra no ha aprendido nada de la percepción extremadamente crítica que tiene aquí la opinión pública de los violadores de derechos humanos. Por suerte cuento con pasaporte chileno y no vivo en Cuba, de lo contrario, gracias a «Nuestros años verde olivo» y Cayetano Brule, hubiese incrementado el número de ejecutados que no le quitan el sueño al fiscal.
Esa entrevista debe enseñarse como texto cumbre del pensamiento totalitario contemporáneo. A quienes pretenden el cambio en la isla -que son millones, de lo contrario habría elecciones libres- el fiscal no les ofrece la posibilidad de organizarse políticamente para competir por las preferencias de los cubanos, sino que les amenaza con balas, corvos y muertos. El régimen está supuestamente en guerra desde hace 42 años y los disidentes son el enemigo. Por favor: la trayectoria de Flores Ibarra es de una perversidad asombrosa: la inició con la ejecución de cientos de personas para imponer el socialismo estatista, la continuó en la diplomacia defendiendo al régimen con el que se identifica, y desemboca finalmente en el barrio alto de Santiago de Chile, en el capitalismo que combate. Aquí goza hoy de las oportunidades que le ofrece la economía chilena, de la libertad de entrar y salir de Cuba -como no puede hacerlo el resto de los cubanos- y se permite el lujo de difamar a un novelista y periodista chileno, que exige algo elemental: elecciones libres para los cubanos.
Tal vez coincidimos al menos en dos cosas con Flores Ibarra: La primera, en que ambos financiamos parte de nuestra existencia con recursos que surgen de la economía chilena. Y la segunda, en que ambos sabemos que es preferible vivir en el capitalismo a hacerlo en el socialismo que se construyó con la ayuda de las ejecuciones de quien tiene un apodo escalofriante e imborrable en la memoria de todos los cubanos.
******
La Tercera. Chile, domingo 6 de mayo de 2001
Declaraciones de Fernando Flores Ibarra, «Charco de Sangre».
Entre 1961 y 1964, Fernado Flores Ibarra se desempeñó como fiscal de la Revolución Cubana, años en que envió a más de cien «contrarrevolucionarios» al paredón. Después, inició una destacada carrera como embajador de Fidel Castro en Francia, Yugoslavia, Suecia, Polonia y Ecuador. Durante muchos años, guardó celosamente su vida privada hasta la aparición de la novela Nuestros Años Verde Olivo, escrita por su ex yerno chileno Roberto Ampuero.
En el libro, es retratado como el embajador Ulises Cienfuegos, que llega a apuntar con una pistola a la cabeza de su yerno para obligarlo a desaparecer de la vida de su hija. Durante la semana pasada, Flores se contactó con La Tercera para dar su versión de los hechos narrados en la serie especial «La historia inédita de los años verde olivo», entrevista que fue publicada el jueves 3, y en la cual emite duros comentarios en contra de su ex yerno: «El personaje está basado en mi persona. Y mi comentario sobre eso es que Roberto Ampuero es un miserable. Es la primera vez que hablo en público sobre él, pues por asuntos muy personales no había querido nunca salirle al paso».
«Ampuero sería hoy un don nadie si no hubiese tenido la suerte de vivir en Cuba. Gracias a la Revolución cubana y a sus suegros tuvo casa, comida y ropa limpia. Con el sustento resuelto, se dedicó a sacar provecho de la nueva beca obtenida. Y una vez concluida la meta de ser profesional, con el título de licenciado bien seguro bajo el brazo, salió de Cuba, dejando atrás dos hijos, uno de ellos de su matrimonio fracasado, de quienes poco o nada se ocuparía en lo adelante».
«Su salida de La Habana no fue en nada traumática, riesgosa o plagada de amenazas. Salió como todo viajero común y corriente, con su pasaporte y su equipaje, rumbo a Alemania -la otra, la Federal. Allí, en contra de lo que su libro relata, se mantuvo en amistoso contacto con la Embajada de Cuba. Por supuesto, no podía ser de otro modo, aún le era útil conservar un aura progresista; pues no hay que olvidar que en esos años -principios de los ochenta- el socialismo europeo no daba señales del descalabro que ocurriría un lustro más tarde y para un redomado oportunista es imprescindible estar bien con Dios y con el Diablo».
«Esas muertes no me han quitado el sueño. Jamás he dejado de dormir un minuto, ni siquiera en la siesta. ¿Sabe por qué? La mortalidad infantil en mi país es de sólo siete por cada mil habitantes. Es decir, con la revolución le hemos salvado la vida a cientos de miles de niños».
«Cuando América Latina, siguiendo órdenes de los yanquis, rompió relaciones con Cuba, a excepción de México, nos sentimos con las manos libres para tomar cualquier actitud frente a los países que nos habían despreciado». «Lo que sí sé es que ayudamos y que dimos instrucción militar y que eso no se lo hemos negado a nadie».
«La revolución cubana no va a finalizar con Fidel, porque está afincada en vínculos muy sólidos. Sea cual sea la situación, sería tan grande la resistencia que costaría demasiados muertos al enemigo. Y nuestro enemigo no arriesga muertos».
Responder