Walfrido Dorta: Dinámicas políticas y proyectos culturales en la Posrevolución Cubana (1989-2015): Paideia, Diáspora(s) y Generación Cero [Tesis, 2016]
Esta investigación se centra en tres proyectos culturales desarrollados en Cuba desde finales de los años 80 del siglo XX hasta la actualidad. El primer capítulo está dedicado a Paideia (1989-90), un proyecto de política y sociabilidad cultural que quiso restituirle una agencia crítica a los intelectuales y artistas cubanos y llamar la atención sobre el hecho de que las instituciones no representaban las prácticas culturales que se estaban produciendo a finales de los años 80. Estuvo integrado por los escritores y artistas José Luis Camacho, Luis Felipe Calvo, Jorge Ferrer, Julio Fowler, Ernesto Hernández Busto, Reinaldo López, Omar Pérez y Rolando Prats, entre otros. Entre sus objetivos estuvo organizar un circuito de instrucción metodológica y teórica de los artistas, escritores, críticos y promotores de la cultura, que hiciera de la reflexión sobre las prácticas culturales uno de los centros de la política cultural. Quiso promover la creación de talleres de discusión teórica y de valoración crítica de obras y experiencias artísticas, y de una revista para exponer las actividades del proyecto, la cual serviría además como espacio de reflexión. Se propuso redefinir el sistema de producción cultural para conseguir las mayores cuotas de autonomía, desplazando figuras de intermediación como los “cuadros” culturales, y construyendo un entorno de sociabilidad intelectual.
El proyecto quiso rehabilitar el paradigma del intelectual como conciencia crítica, que fue tachado en los discursos de la política cultural revolucionaria y en determinadas prácticas sustentadas en éstos. Paideia comenzó como un “Proyecto General de Acción Cultural” (Paideia, “Proyecto general”), y devino un programa de crítica a la ideología y a las políticas de la cultura en Cuba. Propongo que Paideia puede entenderse como una formación hegemónica, según el concepto de hegemonía desarrollado por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en Hegemonía y estrategia socialista, y por el primero en La razón populista. La revista digital Cubista magazine (5, 2006) publicó un dosier con gran parte de la documentación de Paideia y con testimonios de los protagonistas de la empresa. Este es el material primario que tendré en cuenta.
En el segundo capítulo estudio el grupo Diáspora(s), integrado por Rolando Sánchez Mejías, Carlos A. Aguilera, Rogelio Saunders, Pedro Marqués de Armas, Ismael González Castañer, Ricardo A. Pérez, José M. Prieto y Radamés Molina, y la revista homónima (1997-2002): un samizdat que por lo tanto se editó, imprimió y distribuyó precaria e ilegalmente en Cuba, fuera del ámbito institucional. Diáspora(s) se construyó como proyecto intelectual alrededor del desmontaje de las narrativas sobre la identidad, la Nación, el canon de la literatura cubana, que eran centrales en el campo cultural cubano, con énfasis en la figura del escritor y su rol en la Revolución.
El grupo Diáspora(s) existía como tal antes de la creación de la revista en 1997. Ambos cuestionaron los presupuestos bajo los cuales se realizaban las relaciones entre el Estado y los escritores en Cuba. La revista publicó escritores prohibidos dentro del país (Guillermo Cabrera Infante, Lorenzo García Vega, Heberto Padilla); comenzó a introducir en Cuba el pensamiento postestructuralista (sobre todo aquellas zonas dedicadas a la conceptualización del poder y la relación Estado-intelectuales) y a autores no publicados en la Isla (Thomas Bernhard, Peter Sloterdijk, Carmelo Bene, Joseph Brodsky). En sus páginas se colocó de manera explícita la pregunta en torno a la relación entre literatura y totalitarismo.
Se publicó en el 2013 una edición facsímil de Diáspora(s) (Cabezas, Revista), que incluye ensayos sobre la revista, testimonios y entrevistas a los miembros del grupo y a otros autores. Tal es el material primario que servirá de base para el capítulo. Se tendrán en cuenta además los libros publicados individualmente por los miembros del grupo durante los años 1997 y 2002. Esta una restricción metodológica que asumo a sabiendas de que la “vida” de Diáspora(s) no se agota en la duración de la revista –la mayoría de sus integrantes sigue publicando hoy–, pero cuya asunción ayudará a concentrar la lectura, ampliable en investigaciones posteriores.
En este capítulo leeré Diáspora(s) a partir del repertorio conceptual de Jacques Rancière. Propongo que la “política” que sostiene la revista (Rancière, El desacuerdo 45), y la reconfiguración del “reparto de lo sensible” que realiza (El malestar 35), se fundamentan en aspectos como la introducción y diseminación de autores no asimilables institucionalmente; en la articulación de una sociabilidad de la diferencia con respecto a la comunidad letrada cubana y al interior del proyecto mismo, y en el uso del concepto como desestabilizador de las narrativas maestras sobre la relación Nación-Literatura-Canon.
Planteo además que el “trabajo de creación de disensos” como “estética de la política,” y correlativamente, la “política de la estética” que sostiene a Diáspora(s) (El malestar 35), están vinculados a la preocupación del proyecto por el lenguaje como problema, y específicamente a la labor de extrañamiento del lenguaje poético que realizan los autores del grupo, las cuales cabe adscribir a lo que Arturo Casas ha llamado una poesía no lírica (“Non Lyric Poetry”). Será necesario responder cuál es la “subjetivación política” que Diáspora(s) introduce (Rancière, El desacuerdo 52). Propongo que una de las realizaciones de esta subjetivación es la constitución de un “contra-archivo” (Merewether) por parte del proyecto, que atenta contra lo que Rafael Rojas llama la “ilustración socialista,” vinculada a la “determinación ideológica de un Estado editor, que se involucra intensamente en la constitución de ciudadanos” (El estante 12), y que activa interdicciones ideológicas en el acceso al archivo cultural.
El tercer capítulo enfoca un grupo de autores de la llamada Generación Cero: Orlando L. Pardo Lazo, Jorge E. Lage, Legna Rodríguez y Osdany Morales. Son autores nacidos en la segunda mitad de los años 70 o principios de los años 80 del siglo XX y publicados a partir de 2000, mayoritariamente dentro de la Isla, aunque algunos lo han hecho fuera también. De manera general, estas escrituras desplazan significativamente las indagaciones identitarias en clave nacional y las pretensiones de documentación testimonial. Además, se apartan de un modo de representación realista.
Un desplazamiento que considero central para estudiar estas escrituras es la descentralización de las narrativas partisanas. El Estado, las instituciones culturales cubanas, los lectores, la crítica, han adaptado sus mecanismos de legitimación a “narrativas de guerra” (sean abiertamente confrontacionales u oblicuamente alegóricas), que son aceptadas o no según el respeto de ciertas interdicciones ideológicas. Lo que sucede con estos discursos recientes es que se vuelven opacos para una recepción que espera ese tipo de narrativas para ser capturadas y distribuidas en una escala de permisividad. Otra calidad de lo político atraviesa las escrituras de estos autores. Persigo leerlas críticamente a partir de las reflexiones de Roberto Esposito (Categorías) acerca de lo impolítico. Propongo que escapan a una lógica partisana de lo político y se acercan una lógica impolítica. Será necesario responder qué tipo de “autorreducción del sujeto” (Esposito, Categorías 40) y qué tipo de “acción inactiva o actividad pasiva” (Álvarez Yagüez) tiene lugar en las obras de estos autores.
Entre los objetivos de la investigación está estudiar las características de Paideia, Diáspora(s) y la Generación Cero en cuanto proyectos intelectuales o culturales; a partir de qué lógicas se construyen y se desarrollan; cuáles son sus diferencias proyectivas y sus afinidades. Además, se analizará la relación de estos proyectos con el Estado cubano y con los discursos programáticos de la política cultural revolucionaria, para atender qué interacciones se producen y qué especificaciones introduce cada uno de ellos en cuanto a las nociones de intelectual, escritor, productor y promotor cultural, literatura o arte en general, con respecto a esos discursos.
La metodología de la investigación se basa en el análisis discursivo, el comentario y la interpretación textual. No se pretende una perspectiva sistémica o totalizadora, sino una lectura teórico-crítica que privilegie el análisis detenido y la puesta en relación de los objetos escogidos. El aparato categorial que funcionará como marco para el estudio de éstos proviene en su mayoría del postmarxismo. Éste ha sido caracterizado como “[a] theoretical position that … attempts to rescue aspects of Marxist thought from the collapse of Marxism as a global cultural and political force … and reorient them to take on new meaning within a rapidly changing cultural climate” (Sim 1).
A pesar de la heterogeneidad de pensadores que se suelen enmarcar en esta corriente, se admite que en general supone la aceptación “of radical pluralist, democratic and identity politics, politics of social divisions other than class and post-structuralist and post-modern rejections of grand theory and social schema”, y el rechazo de algunas formulaciones de la teoría marxista: “the materialist conception of history; dialectics as social dynamic and method; class and the mode of production as principal, organizing features of human societies; capitalism and class politics as grand narratives in the development of modern societies; and the notion of a single scientific analysis which yielded insights beyond subjective position” (Reynolds 260). Se ha remarcado además que el postmarxismo, en sus distintas variantes, subraya la necesidad del antagonismo social y centraliza la inconmensurabilidad “as a proof that the ‘suturing’ process is no longer working” (Sim 165; 166), dos cuestiones que serán de especial relevancia para Laclau y Mouffe, por ejemplo.
Uno de los principales propósitos de la obra de estos dos pensadores es “to liberate plural, diverse and heterogeneous social identities from a class hegemony, in order to awaken a radical and participative democracy as the basis for emancipation and transformation beyond the constraints of the Marxist tradition” (Reynolds 263). Remarcan además la contingencia del poder y la resistencia, no construidos desde lugares estructurales privilegiados (263), así como la contingencia de los grupos sociales, adhiriéndose “to a form of sociological ‘indeterminism’«, según el cual la coherencia de los actores “is always constructed in the course of action and not a priori” (Keucheyan 240). El énfasis en lo que entienden como discurso (“la totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria” [Laclau y Mouffe 119]) es esencial, en tanto supone cambiar “the centre of power in society to the axis of power and knowledge, rather than power and production” (Reynolds 264).
La lectura de Paideia a partir del universo conceptual de Laclau y Mouffe será, más que el desarrollo de una certeza apriorística, la puesta a prueba de las apelaciones maximalistas de estos pensadores (sobre todo de Laclau en La razón populista) que tienden a identificar la lógica hegemónica, no sólo con la lógica del populismo (y a éste con lo político en sí mismo), sino con toda lógica de lo político (Laclau 195). Supondrá además el testeo de la efectividad de Paideia como formación hegemónica en contraste con los límites estructurales de la situación posrevolucionaria cubana. De cualquier manera, conviene tomar en cuenta reflexiones como la de Toby Miller y George Yúdice (20), quienes acentúan los vínculos entre la política cultural y la cuestión de la hegemonía, la conciliación o no de identidades culturales antagónicas y el funcionamiento de instancias de trascendencia.
Por otro lado, Jean-Philippe Deranty ha señalado algunas rutas esenciales que informan el pensamiento de Rancière: “[his] distinctive conceptualization of equality and freedom, his humanistic concern, his hermeneutic approach and his materialism” (183). El carácter filosófico único del pensador radica para Deranty en “his insistence on the irreducible freedom and capacity for action of individuals and groups” (185). Lo que Sergio Villalobos-Ruminott ha llamado “el procedimiento-Rancière” ofrece vías de entendimiento de prácticas cuestionadoras del orden existente: un procedimiento crítico “que opera como irrupción en el campo significante para advertir en su misma distribución del sentido –de lo visible diría él– aquello invisibilizado y ensordecido por el consenso” (2), y que pone a actuar una serie de términos (“desacuerdo … interrupción, subjetivación, pueblo, democracia”) que “configuran un diagrama analítico divorciado de las determinaciones sociales, económicas y ontológicas con las que se tiende a pensar la política” (16). La propuesta de Rancière, en palabras de Villalobos- Ruminott, consiste “en la posibilidad de pensar la política … como una forma histórica de pensamiento” (17, énfasis en original). Pienso que una empresa de sociabilidad intelectual como Diáspora(s) supone la contingencia de un “desacuerdo,” “como una práctica histórica de suspensión del consentimiento” (18) y como “la irrupción de una instancia invisibilizada previamente … que muestra el carácter convencional y arbitrario de la distribución de lo sensible” (19).
Bruno Bosteels ha señalado con respecto a lo impolítico la resistencia a una instrumentalización al uso o a su movilización expedita en una planificación crítica o hermenéutica que opone esta noción desarrollada por Esposito: “we are … dealing only with contours, figures, or profiles. … [it does not amount] to the status of a full-bodied speculative or theoretical concept” (78), como quizá cabría atribuir a los cuerpos teóricos de Laclau, Mouffe o Rancière. Lo completo y definido de un concepto es rechazado por el propio Esposito cuando se refiere a lo impolítico; habla mejor de “a way of looking, a mode of seeing politics” (cit. en Bosteels 78). De tal manera, cualquier traslación de estas “figuras” a la intelección de textos u objetos verá acentuado su carácter provisorio, y remitirá más a una aproximación figurativa (79) que a una lectura de corte plenamente propositivo. Dicho esto, creo que lo impolítico guarda potencialidades críticas que es productivo explorar con respecto a determinados objetos, aun cuando reclame para sí una negatividad (Esposito, Categorías 29) que resiste la aprehensión disciplinaria.
Esposito se ha referido a lo impolítico como aquello “que determina lo político, circunscribiéndolo en sus términos específicos” y que recuerda a la política “su propia finitud constitutiva” (14); es “lo político observado desde su límite exterior” (40). Afirma reiteradamente “la intención antiteológico-política de lo impolítico” y “la negación de cualquier tipo de conjunción… entre bien y poder” (15, énfasis en original); de ahí su extrañeza con respecto a la “teología política,” entendida “como teoría genealógica de la soberanía” (16), y como el proceso que en la modernidad “transforma algunos conceptos de matriz teológica en … categorías jurídico-políticas” (31). Lo impolítico se sustrae “a toda perspectiva de valorización ética” (38). Las derivas del pensamiento de Esposito se unen en un punto con las de Jean-Luc Nancy y Maurice Blanchot, en tanto alude a la comunidad como la “ausencia de obra;” “constituida no por lo que une a los distintos sujetos, sino por lo que los diferencia respecto de los otros” (43). Otros campos conceptuales que serán también tenidos en cuenta a través de toda la investigación son la política cultural (Coelho; Miller y Yúdice); las figuraciones del intelectual como actor de la modernidad (Dosse; Said), y la generación como formación discursiva (Aboim y Vasconcelos).
Son numerosos los textos ensayísticos y académicos sobre la política cultural de la Revolución cubana, y sobre la relación entre los intelectuales y el Estado en la Isla. Formando parte de este corpus, encontramos los estudios, entre otros, de Alberto Abreu, Sílvia Cezar Miskulin, Duanel Díaz (Límites; Palabras), Sujatha Fernandes, Emilio José Gallardo Saborido, Linda S. Howe, Antoni Kapcia, Par Kumaraswami, William Luis, Ana B. Martín Sevillano, Liliana Martínez Pérez, Desiderio Navarro, Juan C. Quintero Herencia, Roger Reed, Rafael Rojas (Tumbas) y Ana Serra.
La mayoría de estos estudios asumen una perspectiva de corte historicista, reconstructiva, y leen el campo intelectual desde las coordenadas de la sociología de la cultura. Se proponen sistematizar las derivas de la relación entre los intelectuales y el Estado, a partir de una segmentación en periodos del conjunto de años que abarca desde 1959 hasta la década de los 2000, y de la localización de regularidades históricas, de momentos de densificación o debilitamiento de determinados patrones, ya sea como señas de identidad de la comunidad intelectual, o como modelos de proyección del poder estatal hacia esta comunidad. Pocos se concentran en objetos específicos; tal es el caso de los estudios de Cezar Miskulin y Martínez Pérez sobre El Caimán Barbudo, el de Luis sobre Lunes de Revolución, o el de Quintero Herencia sobre la revista Casa de las Américas. Ha sido favorecida una perspectiva generalista que ha preferido el mapeo y la sistematización antes que el análisis detenido de fenómenos, textos, procesos. Se ha construido de esta manera un corpus de indudable valor heurístico, que provee líneas regulares de desarrollo de la política cultural de la Revolución, y al que deberá tenerse en cuenta como repertorio de fondo para cualquier estudio de carácter más específico.
Ninguno de los textos mencionados tiene como objeto central a Paideia, Diáspora(s) o los autores de la Generación Cero. En el caso de los dos primeros, planean como referencia no profundizada en algunos de esos estudios. Sobre Diáspora(s) se ha producido un poco más, comparativamente. Se cuenta con algunos ensayos que acompañan la edición facsímil de la revista (Cabezas, Revista), y con otros ensayos como los de Duanel Díaz (“De la casa”) e Idalia Morejón (“Pater;” “Repertorio”). Los escritores de la Generación Cero han sido poco atendidos por la crítica, o se ha hecho en la modalidad de reseñas culturales de sus textos. Sin embargo, cabe destacar el reciente libro de Rachel Price, Planet / Cuba (2015), o los ensayos de Emily Maguire (“El hombre lobo;” “Islands”), que enfocan diversos textos narrativos de la Generación Cero, con los cuales dialogaré oportunamente.
Durante el desarrollo de mi investigación, fue publicado el riguroso y sugerente estudio Mínima Cuba: Heretical Poetics and Power in Post-Soviet Cuba (2015) de Marta Hernández Salván, que tiene como objetos de análisis, entre otros, a Paideia y a Diáspora(s). Más allá de las inevitables similitudes debidas a la coincidencia en estos objetos, mi investigación toma otros marcos teóricos y analíticos, pues los de Hernández Salván se basan sobre todo en el psicoanálisis. En los capítulos dedicados a Paideia y a Diáspora(s) mantengo un sostenido diálogo crítico con algunas de las propuestas de la estudiosa.
Mi investigación acude a un paradigma y a su aparato categorial, el postmarxismo (en las distintas modulaciones que he referido antes), el cual no ha sido movilizado de manera sustancial para estudiar procesos, proyectos, corpus literarios, dentro de la Revolución cubana, ni para abordar de manera más general la relación entre intelectuales o escritores y Estado en ese periodo histórico, social y cultural de Cuba. La investigación se construye sobre una narrativa teórico-crítica que pretende focalizar la agencia intelectual, los espacios y las tramas de negociación, las autonomías relativas, antes que la cooptación, la subordinación, el “organicismo” intelectual, la indistinción y el mimetismo institucional, los cuales han sido subrayados por los discursos en torno a la relación entre intelectuales, escritores, artistas y Estado en Cuba. Esto no supone tachar los límites estructurales constitutivos de esa relación, dentro de los cuales tienen que desarrollar su performatividad y sus lógicas proyectivas los objetos que serán estudiados; antes bien, supone hacer visible lo que estas lógicas han hecho a favor del desplazamiento o la reconstitución de esos límites.
En lo que sigue, llevaré a cabo un repaso, sin ánimo de exhaustividad, de los principales discursos y momentos de la política cultural de la Revolución cubana. Este repaso será necesariamente breve, debido a la abundante bibliografía que existe sobre el tema, tal como he dicho antes, y al alcance de mi investigación.
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