Michael H. Miranda: Pierre Golendorf en las prisiones cubanas

DD.HH. | Memoria | 26 de enero de 2024
©Portada y contraportada de la primera edición en español del libro de Golendorf

Pierre Golendorf, fotógrafo francés, viajó a La Habana a finales de los años sesenta entusiasmado por la revolución cubana y con la idea de realizar reportajes fotográficos y escribir un libro. Al calor del proceso contra el poeta Heberto Padilla, es acusado de ser agente de la CIA y encarcelado en las mazmorras de Villa Marista, esa suerte de Lubianka en miniatura, sede de la Seguridad del Estado, la policía (no tan) secreta del régimen de Fidel Castro. Sus días en las cárceles cubanas son narrados en el libro 7 años en Cuba: 38 meses en las prisiones de Fidel Castro (Plaza y Janés, 1977), y es uno de los mejores testimonios del presidio político en la Cuba de los años setenta.

A partir de entonces, sin juicio y sometido a diversos interrogatorios, Golendorf comienza su peregrinar por varias prisiones (El Príncipe, Taco Taco y finalmente La Cabaña) sin conseguir que le muestren una sola prueba de su supuesto vínculo con servicios de inteligencia de otro país. Luego, en un proceso amañado donde son usadas en su contra unas notas y poemas suyos que sustrajeron de su habitación de hotel, recibe diez años de condena, aunque no llega a cumplirlos pues es liberado y de inmediato expulsado del país. En otro acto de crueldad típico de estas sociedades totalitarias, no le permiten sacar del país ni a su mujer cubana ni a su hija pequeña.

Golendorf se desencanta de la revolución y emite criterios muy atinados sobre la naturaleza del régimen y de su líder, Fidel Castro, aunque todavía no le alcanza para renunciar a sus ideas comunistas y sus diatribas (bastante ingenuas, por cierto) contra el capitalismo y la sociedad francesa en particular.

A ratos adopta la versión más crítica contra los opositores del régimen cubano, en particular en el caso de las guerrillas armadas del Escambray. En cambio habría que decir que durante su estancia en varias prisiones, coincidió con numerosos presos políticos que integraron el singular martirologio del presidio anticastrista, como Pedro Luis Boitel y el joven narrador Nelson Rodríguez, así como el comandante Hubert Matos y el poeta Ángel Cuadra, entre otros, de quienes habla con respeto.

También interactúa con otros personajes más próximos a una galería carcelaria del horror y la tragicomedia, de ellos el más fascinante (tanto que semeja uno de ficción, aunque la frase es tan socorrida que ya no significa mucho) es Ludwig, un húngaro nacionalizado cubano que enseña filosofía en la cárcel de El Príncipe, siendo él mismo preso político.

Según Golendorf, había sido eclesiástico en los tiempos de Miklos Horthy y fue embajador o nuncio en La Habana cuando cayó el gobierno fascista húngaro. Lo describe como “paranoico”, “obtuso” y de ideas reaccionarias, y en las clases en realidad habla de “perversiones sexuales” mediante “teorías trasnochadas”. Es un ferviente defensor de la idea de una superioridad europea sobre todo el mundo. Le parecía bien la Hungría de los 70, donde se respetaba la propiedad privada, dice. “Aquí no te puedes entender con esta gente. Hablan, gritan, se excitan, amenazan”, dice sobre los cubanos.

Precisamente algunos de los momentos más curiosos del libro son aquellos en los que Golendorf se arriesga a reflexionar sobre la naturaleza y el carácter de los cubanos. Los encuentra poco dados al razonamiento, son impuntuales e indisciplinados, nota que los jóvenes se aburren y sus conversaciones son superficiales, se emiten juicios sin matizar, sin argumentar, producto de un “bajo nivel cultural” y del temor a quedar en evidencia por tratarse de un tema escabroso, conflictivo.

Plaza y Janés fue una de las editoriales españolas de mayor recorrido décadas atrás. Sin embargo, desde el punto de vista editorial, esta edición deja mucho que desear. Su diseño es vulgar y abundan las erratas (me cansé de ver mayúsculas después de las comas). La manera en que está escrito tampoco ayuda demasiado. Algunos flashbacks no están bien logrados y provocan alguna confusión en el lector.

A pesar de ello, entre los numerosos testimonios sobre el horror del presidio político en la Cuba de Fidel Castro, este volumen ocupa un sitio de referencia.

2016